Enfoque conceptual de la propuesta

El “paisaje cultural cafetero” (PCC), es un marco de referencia que define cuatro departamentos con base en la actividad económica que los ha configurado histórica y territorialmente. Esta unidad de referencia, proporciona nuevas estrategias y herramientas para el conocimiento y la apropiación de dicho patrimonio. Desde esta perspectiva, “el territorio es entendido como recurso, como patrimonio, como paisaje cultural, como bien público, como espacio de solidaridad, como legado, en fin, como espacio contenedor de la historia y como lugar de convivencia ciudadana” (Rodríguez, 2010, 425. Citado en Duis, 2011: 83).

Es indudable que el sonido es una expresión fundamental de la identidad de las regiones y, aunque apenas recientemente se le tenga en cuenta, es un elemento esencial del territorio. Costumbres de ocio con músicas propias, maquinaria usada en el proceso cafetero, acentos, o sonidos de fauna, son manifestaciones con sonoridades únicas que han moldeado el paisaje aural de la región.

No obstante, a diferencia del documento fotográfico o audiovisual, el registro sonoro ha carecido de una sistematización e intencionalidad en su captura. Los sonidos cotidianos también dan forma al espacio donde desarrollamos nuestra vida, constituyen gran parte de nuestra identidad, reflejan las transformaciones por las que atraviesa una sociedad y, por tanto, deben ser considerados patrimonio de nuestra región. Es una realidad que sonidos que antes llenaban la vida cotidiana de las ciudades han sido remplazados por el rugir de la urbe. El pregón de los voceadores de prensa, vendedores ambulantes, recicladores, carretillas de caballos, comparsas callejeras, música de los carros de helados y otros sonidos en vía de extinción hacen parte de un paisaje en constante transformación, en el que algunos sonidos permanecen mientras otros han ido desapareciendo o quedan, tan sólo, en algún resquicio de la memoria colectiva. Dichas sonoridades se convierten en referentes identitarios cuyo valor da peso a un reconocimiento intersubjetivo en la comunicación, por tanto son necesarias para constituir y salvaguardar delicados “objetos” intangibles que hacen parte sustantiva de nuestra cotidianidad; de nuestra cultura.
Los sonidos constituyen gran parte de nuestra vida cotidiana, tengamos consciencia de ello o no. No podemos “cerrar” los oídos con la misma efectividad con la que cerramos los ojos. Esta sobreexposición al sonido la controla el cerebro atenuando o ignorando sonidos que no sean significativos o que sean molestos. Decidir qué sonidos y cómo nuestro cerebro los procesa es un acto que involucra la consciencia. Sobre la escucha es de obligatoria referencia el trabajo del francés Michel Chion (Audiovisón, 1994) quién definió tres tipos de “escucha”; causal, semántica y reducida. En ese sentido, el ejercicio de una escucha consciente, es un punto de partida fundamental para aproximarnos al fenómeno sonoro.
Una escucha consciente nos puede informar que los matices del paisaje sonoro son amplios. Un paisaje donde el ruido indiscriminado predomina, tan solo aportará información sobre el nivel de éste, por tanto se hace útil la clasificación de Murray Schaffer quien dividió los paisajes sonoros en Lo-fi y Hi-fi (Schaffer, 1994: 272). El de alta fidelidad (Hi-fi) permite distinguir los sonidos y su orientación dentro del espacio acústico, mientras que en el de baja fidelidad (Low-fi) todo es confuso pues la sumatoria de ruido hace que cada sonido pierda identidad.

Se puede añadir que en el paisaje Hi-fi predominan sonidos que, si son reproducidos desde una grabación, tienen sentido para las personas que lo escuchan pues son eminentemente anamnéticos, culturales, concretos, en otras palabras, evocadores.

Este será un punto de partida clave para indagar sobre el paisaje sonoro con el fin de encontrar signos acústicos de lo local.

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