De compras y de engaños

De compras y de engaños

 La publicidad engañosa es más común de lo que parece

Acompañar a las mujeres a mercar es un paseo hartísimo para muchos hombres porque además de sentirse en el lugar equivocado saben que sus bolsillos serán profanados.  Pero  si se dedican a observar, el paseo se hace entretenido: las modas pasan del último grito hasta lo más ecléctico; las pataletas infantiles varían en instrumentos e intensidades; los esposos discuten por cuestiones de presupuesto; las jóvenes le hacen cambio de luces a los muchachos; los piropos son cada vez más atrevidos y la impaciencia hace de las suyas en las cajas de pago.

En alguna ocasión, mientras mi esposa compraba verduras, de ocioso me di a la tarea de mirar las ofertas en la sección fruver: libra de uva isabela a $1.000, de maracuyá a 1.200, de tomate de árbol a $900… como tenía tiempo, curiosidad y malos pensamientos, me di a la tarea de tantear las “mallas de frutas” en promoción. De inmediato volvieron a mí aquellos años en que mamá me llevaba a la plaza de mercado. Ella tomaba un número de frutas o de verduras, las sopesaba y preguntaba al vendedor “cuánto cuesta esta libra de lulos”. Él llevaba el paquete a la báscula y mágicamente la bolsa tenía casi el peso exacto. Así hacía todas las compras y al momento de la cuenta descubría el clavijazo del vendedor. Entonces, repasaba la suma y le imprecaba el resultado al astuto matemático.  Al final, recibía ñapa en compensación y todo arreglado. Yo admiraba a mi madre como si fuera un personaje de los libros clásicos, esos con poderes sobrenaturales que daban lecciones de sabiduría, don de gentes y generosidad.

Desde ese entonces mis manos se han adiestrado en pesar diferentes elementos según su tamaño y materia.

Señor, ¿Qué se le ofrece? Volví al presente y me encontré tasando las mallas y no me sentí cómodo con su peso, así que tome varias y me dirigí a una báscula. Una por una desmintieron el aviso publicitario. Cuando pregunté al encargado del sitio, puso cara de extrañado y recibió mi queja aduciendo que haría revisar los paquetes. Días después volví y el asunto seguía igual.  

Supuse que esto sólo sucedía en almacenes de medio pelo, pero mi sorpresa fue mayúscula cuando pude comprobar que en los prestigiosos almacenes de cadena se repetía la historia. Un paquete de jugos con 6 unidades cuesta $3.800, y la unidad tiene un valor de $580; un paquete de leche entera marca San fernando con cuatro unidades tiene un valor de $8.150, mientras que la unidad cuesta $1.880. Así podemos pasearnos por la mayoría de promociones, sobre todo, en las de los operadores de telefonía móvil. El asunto no para allí. Cuando llegamos a la caja sabemos que la máquina no se equivoca y sin ningún reparo cancelamos todo el mercado. Sin embargo, sucede, y bastante a menudo, que el valor de algún o algunos productos registrados en caja son más altos que los que figuran en las estanterías (gancho para inducir a la compra). 

En épocas de plaza de mercado no confiábamos en los vendedores que buscaban mayores utilidades sin importar el medio. Ahora, confiamos en la registradora que no se equivoca, mas olvidamos que tras ellas están los “vendedores” que buscan mayores utilidades sin importar el medio.

Aunque la tecnología se renueva e inventa herramientas para hacer más fáciles las tareas y evitar errores, la condición humana hace de las suyas sin importarle a quien se lleva por delante. Por eso los invito a que abran el ojo y cuiden las monedas que tienen en el bolsillo, pues los “vendedores” saben multiplicar muy bien los billetes que guardan en los bancos. El reto no es gastar el dinero, el reto es mantenerlo lo más posible.

Ricardo Iglesias Dávila

30 de marzo de 2010

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Tres visiones literarias sobre la Cali de los años 60 y 70: Bonilla, Caicedo y Valverde

Tres visiones literarias sobre la Cali de los años 60 y 70

Bonilla, Caicedo y Valverde

 

Si la ciudad contribuye a la definición de la mentalidad urbana,

la literatura expone sus imaginarios[1]. 

 

  1. 1.      MARCO TEÓRICO

Las décadas del 50 y del 60 transformaron la ciudad de Cali en todas sus dimensiones. La modernización del país encontró  el terreno abonado: grandes migraciones nacionales y algunas extranjeras incrementaron los intercambios culturales, sociales, políticos y económicos que marcaron su rumbo. Se crearon nuevas industrias, apareció El grupo de los martes, se fundaron universidades y se posicionó a la ciudad como polo de desarrollo nacional. No obstante, la violencia también apareció con todas sus consecuencias.

La sociedad caleña sufrió cambios insondables de los que sólo se puede dar razón a partir del estudio minucioso de las actuaciones de sus habitantes y de las maneras como las vivieron, las asumieron, las recrearon y las simbolizaron hasta convertirlas en sus imaginarios. Imaginarios populares que el establishment reprobó en la mayoría de ocasiones. La sociedad caleña también es el producto de las tensiones surgidas en el proceso de interacción de sus actores y de las influencias de la historia, las instituciones y el lenguaje que legitiman las visiones de mundo desde las formas hegemónicas y discursivas del poder.

Los actores sociales al ser dinámicos permanecen en continuo cambio, por lo que las sociedades también lo están. Sociedad y actores se transforman mutuamente, son permeables, singulares…

El espacio, y la apropiación que de él hacen los actores, se constituye en aspecto fundamental en las dinámicas sociales. El uso de los diferentes espacios de la ciudad por parte de los grupos sociales marca linderos precisos y rigurosos de territorialidad. (La calle mocha, el nortecito de los suicidas, el grupo de la orilla, los traquetos, los clubes sociales, las unidades residenciales…). Así, el espacio de actuación es delimitado, simbolizado y significado por los actores cuando lo ordenan, interpretan y jerarquizan en función de sus necesidades y creencias. El territorio es pues el espacio físico e histórico donde se relacionan los miembros de una comunidad y por lo tanto se construye y  transforma material y simbólicamente en un proceso cultural[2].

Si la noción de espacio indica la fría denominación de una franja geográfica con características perdurables, la noción de territorio implica una compleja red de interacción multidireccional porque las actividades socioculturales, productivas y políticas de cada grupo se circunscriben a las condiciones territoriales, a la vez que las interacciones impactan el  espacio y la cultura de dicho territorio.  Territorio y población se hacen uno y de él emergen los imaginarios, las representaciones de la realidad. Por tanto, las territorializaciones se convierten en híbridos espaciales y culturales, pues los actores sociales conjugan los diversos recursos del medio con sus propósitos particulares para sacar ventaja según su axiología y sus costumbres. En conclusión, de la historia, de la práctica territorial y de los propósitos de cada sujeto depende la interacción social y las tensiones resultantes.

Decir ciudad es representar un territorio global, pero fragmentado, pues contiene secuencias de espacios y subdivisiones diferenciadas por el conjunto de grupos que lo habitan; por los sistemas productivos que la circunscriben; por la interacción económica del contexto y por el conjunto de valores, normas y prácticas que le dan cierta identidad.

La organización de los individuos, el uso del territorio y los imaginarios que sustentan las dinámicas sociales, están direccionados por la interpretación de mundo de los sujetos, lo que hace que la sociedad sea un proceso inacabado e inacabable que revela las interacciones, tensiones y conflictos suscitados por y entre los individuos y entre ellos y el territorio. Las visiones de mundo corresponderán a situaciones circunstanciales de tiempo y de uso del territorio y estarán focalizadas según valores, prácticas culturales e ideológicas que conforman el imaginario colectivo en ese momento preciso de la sociedad.

  1. 1.                        Objetivo general

El propósito de la presente investigación es dar cuenta de la representación literaria de “la  Cali de los años 60 y 70” en tres obras literarias: Bomba camará, ¡Qué viva la música! y Jaulas, a partir de tres textos teóricos sobre el espacio en la literatura: El espacio en la novela realista, de María Teresa Zubiaurre; Ciudades escritas, de Luz Mary Giraldo  y Civilización y violencia. La búsqueda de la identidad en la Colombia del siglo XIX, de Cristina Rojas.

La creación literaria es un híbrido que entrevera realidad y ficción. Por tanto, los textos  sólo son la representación escrita de la interpretación de mundo del autor, así los lectores puedan señalar como reales cualesquiera de las situaciones narradas.

  1. 2.                        Objetivos específicos 
    1. Ilustrar la representación de “la Cali literaria” en cada una de las obras mencionadas.
    2. Reconocer el entorno sociocultural y las visiones de mundo que se permean en los textos.
    3. Puntualizar la correspondencia entre espacio y cosmovisión: el espacio como configuración de la cosmovisión de los personajes y la cosmovisión de los personajes como configuración del espacio.

 

La representación de “la Cali literaria” derivará del análisis y de las relaciones existentes en y entre las tres obras que tienen en común, entre otros muchos aspectos, la historia de adolescentes y jóvenes en procura de apropiarse de la ciudad, de identificarse con ella y de ganar reconocimiento en sus dinámicas sociales.

Los actores de “la Cali literaria” son el producto de las dinámicas originadas entre ellos y los espacios que ocupan: sus casas, las calles, los parques, los lugares que van dibujando en la medida que recorren la ciudad y la hacen suya. Los personajes de Valverde van saliendo de la casa y se van apropiando de la calle y del barrio como nuevos horizontes alejados de la mirada escrutadora y limitante de los adultos. Los protagonistas de Caicedo van abandonando casa, autoridad, tradición, obediencia y lenguaje, que los ha convertido en espejos de una forma de vida que cada vez pierde poderío y se desencaja con las ideas y movimientos estudiantiles, musicales, ideológicos y políticos que llegan de otros aires. Los de María Elvira, se mueven entre la sumisión y la doble moral; entre la huída de la sociedad para ocultar fracasos o vergüenzas y, en el caso de Krystal, el enfrentamiento crudo  entre una cultura formada en el extranjero y una cultura local contradictoria, pacata, adormilada, feudal y machista.

Para alcanzar los objetivos propuestos es necesario resolver interrogantes iniciales como:

  • ¿Cuál es el estado del arte en Cali en los años 60 y 70, respecto a obras literarias que retoman el tema de lo urbano?
  • ¿Cómo las novelas de Valverde, Caicedo y Bonilla abordan la Cali real y la representan en la Cali literaria?
  • ¿Qué dinámicas sociales están representadas en las obras propuestas y cuáles son las perspectivas desde las que se estudian?
  • ¿Qué influencias ejercieron en Colombia los movimientos de los años 60 y 70 en estados Unidos y Europa?

 

Bibliografía inicial:

Bajtín, Mijail. Espacio y narración

Barbero Martín. Comunicación y sociedad

Bonilla, María Elvira. Jaulas

Caicedo Andrés. Angelitos empantanados.

_____________ Que viva la música

Contursi, María Eugenia y Ferro, Fabiola. La narración. Usos y teorías. Enciclopedia latinoamericana de sociocultura y comunicación. Editorial Norma. Bogotá. 2000.

Dylan, Bob. The times they are a changin. En http://www.musica.com/imprimir.asp?letra=1404987

Echavarría, Rogelio. El Transeúnte 1948-1998. Editorial Norma. Colección de poesía. Santafé de Bogotá. 1999.

Giraldo, Luz Mary. Ciudades escritas: literatura y ciudad en la narrativa colombiana. Bogotá, Convenio Andrés Bello, 2001.  Pág. XXI.

Grimson, Alejandro. Interculturalidad y comunicación

Hoyos José Fernando. Un legado hecho historia. Revista Semana. Edición No. 1278.

Isaacs, Jorge. María. Bogota, Oveja Negra, 1986.

Kreimer, Juan Carlos, Vega Frank. Contracultura para principiantes. Buenos aires, Era naciente, 2006. pág. 7

López Gutiérrez Pilar.  Los espacio femeninos

Luther King, Martin. I have a dream. Discurso pronunciado en Washington el 28 de  agosto de 1963. traducción de Tomás Albaladejo. En http://www.um.es/tonosdigital/znum7/relecturas/ihaveadream.htm

Mercado Romero Jairo. Contra carátula del libro Noche de pájaros.

Navia Velasco, Carmiña. Escritura e identidad en mujeres y escritoras colombianas. Portal virtual de la Universidad del Valle.

Palacios, Eustaquio. El Alférez Real. Bogota, Panamericana, 2005.Pereira, Manuel. Los años jóvenes, en prologo de la novela “La mujer rota” de Simone de Beauvoir. Barcelona, 2001.

Rivera, Carmen C., Naranjo Luis G., Duque Ana María. Imaginarios de naturaleza en la transformación del paisaje vallecaucano entre 1950 y 1970.

Rojas Cristina. Civilización y violencia

Salmona, Rogelio. Sin memoria no hay paisaje.

Serrano Orejuela, Eduardo, . La narración literaria. Colección de autores vallecaucanos. Premio Jorge Isaacs 1996.

Taringa. Mi pequeño homenaje a un grande, John Lennon. En http://www.taringa.net/posts/musica/2339236/Mi-peque%C3%B1o-Homenaje-a-un-grande,John-Lennon.html

The Beatles. All you need is love. En http://www.musica.com/letras.asp?letra=850987

__________ Imagine. En http://www.musica.com/letras.asp?letra=856770

__________ Strawberry Fields Forever. En http://www.musica.com/letras.asp?letra=850989

__________ Ticket to ride. En http://www.musica.com/letras.asp?letra=850765

Ulloa Alejandro. Globalización, ciudad y representaciones sociales.

Valverde, Umberto. Bomba camará

Vásquez, Edgar. Historia de Cali en el siglo XX.

Zubiaurre, María Teresa. El espacio en la novela realista. Paisajes, miniaturas,  perspectivas. Fondo de cultura económica. México. 2000.

Cortometrajes:

  • Aquel 19
  • Agarrando pueblo
  • Unos pocos buenos amigos

 

Películas:

  • Across the universo

 

  1. Introducción

“Cuando el lector entra en las ciudades literarias, puede vivir en ellas el placer del transeúnte que las recorre conociéndolas o reconociéndolas en sus condiciones vitales y culturales, o puede también vivir el gozo del voyerista que fisgonea en sus lugares secretos”[3].

La creación literaria abarca acontecimientos de la realidad y los representa a través del lenguaje y del punto de vista de la interpretación cargada de “autor”. Los objetivos primarios de esta investigación son los de estudiar:

  1. La representación del espacio literario.
  2. La descripción de los entornos socioculturales que sustentan las obras.
  3. El espacio como configuración de la cosmovisión de los personajes.

 

Es preciso decir que la representación de ciudad que se va a describir obedece a la Cali literaria, al conjunto de trabajos que tienen como espacio común la ciudad y algunos de sus momentos cruciales. Por tanto, cualquier semejanza con la realidad responderá a las situaciones relatadas en las obras. Los referentes principales son Bomba camará, de Umberto Valverde; Que viva la música, de Andrés Caicedo y Jaulas, de María Elvira Bonilla.

Los personajes son el producto de las dinámicas que surgen entre los actores y los espacios que ocupan. Ellos se encuentran inmersos en las casas, en las esquinas, los andenes, las calles, los parques y en todo intersticio de los distintos lugares que se van dibujando a medida que recorren la ciudad, la conocen y la hacen suya, para bien o para mal. Los protagonistas de Valverde van saliendo de las casas para apropiarse de la calle y del barrio como nuevos espacios de interacción alejados de las miradas restrictivas de los adultos; son jóvenes escudriñando nuevos horizontes y perspectivas. Los personajes de Caicedo van abandonando casa, autoridad, tradición y obediencia que los hace ser sombras de sus padres y espejos de una forma de vida que pierde fuerza y se transforma con las ideas y movimientos estudiantiles, musicales, ideológicos y políticos originados en otros aires. Los de María Elvira se mueven entre la sumisión y la doble moral; entre el aislamiento social para esconder fracasos o vergüenzas y, en el caso de Krystal, el enfrentamiento despiadado  entre una cultura formada en el extranjero y una cultura local adormilada, pacata y feudal.

Los personajes de la triada se moldean en la medida en que sus miradas, afectos y búsquedas descubren, confrontan y transfiguran los paisajes y la urbe deja de ser una representación ideal para convertirse en una representación real[4]. Espacio y personajes se avienen en historias particulares, colectivas y extraordinarias donde la música como texto paralelo propone el acercamiento a las diferentes melodías que anidaban en la ciudad y reverberaban en el corazón de la muchachada que crecía y se levantaba en las calles como los muros de la ciudad.

Las transformaciones sociales implican movimientos morales y éticos, entre otros. Cali no es la excepción y en su representación literaria la moral y la ética se van acomodando a los diferentes momentos históricos. La lectura juiciosa de algunas obras topa con referencias directas o matizadas en las que se reconocen errores y se da o se devuelve dignidad y brillo a ciertos personajes.

La historia de Nay y Sinar, intercalada con maestría en la novela María y, contada en el lecho de muerte de Feliciana, es clave no sólo para retomar el tema escabroso de la esclavitud y toda su violencia sino también para mostrar la grandeza del patriarca, quien en un acto de magnanimidad suprema compra a Nay (Feliciana) y a su hijo para arrancarlos de las manos de la esclavitud.  La novela muestra un aspecto esencial para la cultura de la época: los seres recién llegados que están por fuera del canon social deben ser renombrados: Nay, la negra esclava que lo acompañará a un hermoso paraíso, es ahora Feliciana, la aya; Ester,  la hija judía de Salomón, es bautizada en el catolicismo con el nombre de María[5].

En El Alférez Real, las relaciones entre patriarcas y plebeyas salen a la luz pública gracias al relato de amor de Inés y Daniel. Ella, ahijada de Don Manuel y él, su secretario privado. Detrás de su amor callado e imposible hay una historia de pasión, diferencia de clases y, por tanto, de inmenso dolor:

Había entonces en Cali, en el barrio del Gran Padre San Agustín, una muchacha plebeya de peregrina hermosura, llamada Dolores Otero, a quien los pocos que la conocían le habían dado el sobrenombre de |la Flor del Vallano. Ella competía con las doncellas de la nobleza en dignidad y en recato; pero, francamente, ninguna muchacha noble había que pudiera competir con ella en la seductora gracia de su rostro y de su talle.

Mi primo conoció a Dolores Otero una tarde, al salir de la salve que se canta en la iglesia de Nuestra Señora de las Mercedes todos los sábados.

La pasión que concibió por ella fue la más violenta que haya dominado jamás el corazón de un mortal.

… Ella no tenía madre, y su padre, que frisaba en los sesenta y cinco años, estaba enfermo de reumatismo y no se movía de su aposento. Una criada vieja les servía, y no había otra persona alguna en la casa.

(…) Esa familia era pobre y vivía únicamente del trabajo de Dolores, que era la mejor costurera del barrio y la más solicitada.

(…) Una noche, cuando él pensaba haberla convencido con su elocuencia, ella le dijo; usted es un caballero noble, primo del orgulloso señor Alférez Real, rico y bien educado; yo soy una muchacha de humilde nacimiento, pobre y sin más instrucción que la del Catecismo, pero esta me basta. Siendo tan humilde como soy, no tengo más adorno ni más riqueza, ni más dote que mi honra; si ésta la pierdo, todo lo he perdido; si la conservo todo lo he ganado, ya ninguna señora le envidio nada, porque me considero rica y noble y me siento orgullosa. No olvide, pues, usted su calidad ni la mía, y déjeme tranquila.

(…) Al fin convino en casarse. Pero él le hizo ver que todavía era hijo de familia, que su madre no daría su consentimiento para ese matrimonio, y que era preciso celebrarlo con el mayor secreto, sin que nadie llegara a sospecharlo siquiera; pero que él tenía ya veinticuatro años, y que al cumplir los veinticinco publicaría su enlace y la presentaría al mundo como su esposa legítima.

Sucedió, pues, que una noche, a eso de las diez, estando yo en mi cuarto, se me presentó Don Enrique acompañado del caballero quiteño con quien debía hacer su viaje, y que era ciertamente un sujeto decente e ilustrado. Don Enrique me dijo:

-Primo, vengo a exigir de usted un gran servicio, el más grande que pudiera concederme jamás.

-Que me sirva usted de padrino en unión de mi amigo Don Juan que está presente.

Al oír tal petición, salté de mi asiento como lanzado por un resorte. ¡Por la virgen Santísima! Exclamé; ahora sí no me queda duda de que has perdido el juicio. ¿Yo padrino de ese matrimonio tan desigual? ¿Autorizar yo con mi presencia semejante despropósito? ¡Jamás¡

(…)-Haz lo que quieras; yo no me meto en tus calaveradas.

(…) Y se dirigió con su compañero a la puerta.

Al verlo salir y al comprender cuánto iba sufriendo esa alma nobilísima por mi ruda franqueza, tuve un momento de debilidad, muy rara en mí, pero que prueba cuánto amaba yo a ese mozo.

-Espérame, Don Enrique, le dije (y tomé mi sombrero, mi capa y mi espadín); no se dirá que te niego el único favor que hasta hoy me has exigido. Muy costoso es, pero te lo concedo, suceda lo que sucediere.

Llegamos a casa de Dolores. Eran más de las once de la noche. Su anciano padre dormía ya en su aposento y la criada en la sala; Dolores nos esperaba en su cuarto.

(…) Por mi parte confieso que al ver tan soberana belleza, disculpé el frenético amor de mi primo. La examiné de pies a cabeza y sentí cierta especie de ternura al verla asustada y pálida, y al observar que la pobre muchacha se había puesto, para solemnizar ese acto tan serio para ella, su vestido del día domingo que era muy modesto y sencillo, y de tela de poco valor, propio de una doncella tan pobre. La saludé con cariño, pues me seducía su recato, y en seguida se celebró la ceremonia. Dentro de diez minutos estaban ya casados.

Antes de retirarnos, Don Enrique le dijo a la que ya era su esposa, las siguientes palabras delante de nosotros:

-Este matrimonio no se sabrá por boca del Padre que es persona de toda confianza, ni por los padrinos que son caballeros y han prometido guardar el secreto, ni por mí, que no lo publicaré sino en tiempo oportuno. El único peligro está en ti misma: ¿me juras por la salvación de tu alma no revelarlo a nadie, en ningún caso, hasta que yo lo publique? Ella contestó mansa y dulcemente; sí 1o juro. Ahora, dijo mi primo, quedo tranquilo. Quince días después partió mi primo para Quito.

Yo no volví a la casa de Dolores para no dar sospechas.

Un poco más de ocho meses haría que mi primo había partido, cuando un día, estando en la mesa, me dijeron:

-Hoy ha muerto una de las doncellas más hermosas de Cali.

-¿Cuál ha sido ésa?

-Una a quien llamaban |la Flor del Vallano. Indecible fue el terror que me causó semejante noticia, pensando en mi pobre primo.

-¿De qué moriría? pregunté.

-Dicen que de reumatismo.

Mi terror creció cuando un mes después se me presentó mi primo, que no había podido tolerar una ausencia que le parecía tan larga.

Inútil es decirle ahora todos los excesos del dolor del infeliz Don Enrique; bástele saber que por mucho tiempo estuvo en peligro de volverse loco. No volvió a enamorarse de mujer alguna, y hasta que murió vivió siempre melancólico.

Esto, añadió el Padre Escovar, me refirió el Padre Andrade; pero yo sé por conducto fidedigno, que Dolores no murió de reumatismo sino a consecuencia de alumbramiento: ella dio a luz un niño.

-¿Un niño? repitió Don Manuel, alzándose violentamente del asiento; ¿un niño? ¿y en dónde está ese niño?

-Ese niño, contestó tranquilamente el Padre Escovar, murió con su madre.

-¡Desgracial ¡Desgracia¡ Murmuró Don Manuel, dejándose caer desalentado en la silla.

-Más vale, compadre; ese niño no tenía padre legítimo, puesto que el matrimonio de sus padres fue nulo.

-Se equivoca vuesa Paternidad, replicó Don Manuel con exaltación; ese niño era hijo legítimo de Don Enrique de Caicedo. Si a ese matrimonio le faltaba una licencia, cuyo requisito mi primo ignoraba, él lo habría revalidado si Dolores no hubiera muerto. Sí, compadre: esto puedo jurarlo, porque mi primo contrajo ese enlace de buena fe, y nunca pensó en engañar a esa pobre muchacha. Sí, a mí me consta, yo fui testigo de su honrado y sincero amor y de su matrimonio, así como lo fui también de que por poco no enloquece al saber la muerte de su legítima esposa. Ojala viviera ese niño, y vería vuesa Paternidad si Don Manuel de Caicedo es hombre de bien y sabe reconocer su sangre.

Diciendo así se golpeaba el pecho con la mano.

-Me alegro mucho, dijo el Padre Escovar, de que vuesa  merced abrigue tan generosos sentimientos; siendo eso así, ya puedo hablar con seguridad y franqueza. Compadre, ese niño vive.

-¿Vive? ¿En dónde está?

-Está aquí, en su casa; ese niño es Daniel.

-¿Daniel? repitió Don Manuel asombrado.

Y dirigiéndose a la puerta gritó:

-¡Daniel, Daniel¡

(…) Dirigiéndose en seguida a Daniel le dijo:

-Daniel, acabo de saber, por mi compadre Escovar, quiénes fueron tus padres; eres hijo legítimo de un grande amigo mío, de mi misma familia, y llevas un apellido ilustre unido a una considerable fortuna. Ahora puedes escoger la esposa que quieras; no será ciertamente tan hermosa ni tan arrogante como Doña Inés; eso no, yo soy justo; pero buscaremos una que se le asemeje entre lo más selecto de la nobleza de Cali; ninguna señorita, quienquiera que sea, te negará su mano; yo mismo seré quien la pida. No te aflijas, pues, porque Doña Inés no quiera casarse contigo.

-Sí, sí quiero, dijo Doña Inés en voz baja, enjugándose las lágrimas.

-Ah, picaruela, dijo Don Manuel viéndola y sonriéndose con ella; ¡sí, sí quiero! Ya sabía yo que sí querías, y que por no poder hacerlo te entrabas de monja. Esa resolución te hace grande honor, y ahora te quiero mucho más que antes. Ven acá Daniel; Inés, dame tu mano.

Poniendo esa blanca y pequeñita mano de Doña Inés en la mano de Daniel, dijo:

-Daniel, yo te otorgo la mano de mi ahijada Doña Inés de Lara y Portocarrero. Inés, hija mía, jamás pensé que llegaría a darte esposo tan de mi gusto; es noble y es rico; la voluntad de mi compadre Don Sebastián queda cumplida. Te casarás en el mes entrante, el mismo día en que debías partir para el convento.

Daniel se inclinó y besó la mano de Doña Inés primero y después la de Don Manuel.

En ese momento, esos dos jóvenes, que habían entrado allí pálidos y abatidos, aparecían encendidos y radiantes de felicidad[6].

El ascenso de los protagonistas también es posible a partir de las obras de caridad, del reconocimiento de los errores, de su reivindicación y de cualquier argumento loable al sistema.

El poder de la sociedad radica en mantener bajo su control, poder y hegemonía todo lo que llegue o suceda en su espacio de acción y de dominio, lo que asegura su continuidad. Cuando el control tambalea, por circunstancia alguna, todas las alarmas se encienden y de inmediato la ley y el orden buscan la manera de enfrentar la situación o a los causantes para regresarlos a la obediencia debida, pues “el que obedece nunca se equivoca”.  Pertenecer a la ciudad exige hacerlo bajo normas y preceptos exigibles, no hacerlo constituye al individuo como un ser asocial señalado, arrinconado y excluido. La sociedad funciona como una congregación. No hacerlo te ubica en la otra orilla, la del desconocimiento. La sociedad precisa de la homogenización como elección para borrar las diferencias, evitar los conflictos y ejercer su hegemonía. Mas la rutina conlleva inconformidad y nuevas acciones para terminar con el nuevo orden establecido y, así, el ciclo vuelve a iniciar, porque tanto en la vida cotidiana como en la historia de la civilización y de la literatura, la ciudad se construye a diario, “se hace y se deshace todos los días”[7].

Las ciudades literarias de Jaulas, Bomba camará y Que viva la música,  referencian los acontecimientos socioculturales que ocurren o que ocurrieron en los Estados Unidos durante la época denominada “Los años jóvenes”[8]. Por tal razón es imprescindible abrir un pequeño panorama de lo que allá sucedió, pues los espacios de la casa, la calle y la ciudad ya nunca fueron lo mismo ni los mismos.

Los años jóvenes

Terminada la segunda guerra mundial Estados Unidos vivió dos momentos únicos: la mayor explosión demográfica conocida como “el Baby boom” y la ratificación del predominio del sistema económico capitalista a partir de tres de sus baluartes: la modernización tecnológica, la libertad de empresa y las libertades individuales como columna vertebral de su más grande creación: la sociedad de consumo, en la que el sistema erigió el dinero y el derroche como ejes de su devenir sociopolítico.

La ciudad inició su metamorfosis y, con ella, sus habitantes, sobre quienes cayeron los tentáculos del consumismo: el deseo de querer tener más para ser más en una cultura que empieza a distinguir la posesión como identidad y la pobreza como su más encarnada diferencia.

La segunda guerra mundial incubó la generación Baby boom, la moderna ave fénix, el renacer de la vida  sobre las cenizas humeantes de la guerra. Más nacimientos que muertos se alzaron sobre la faz de América del Norte, y de algunas regiones de Europa, para proclamar, voz en cuello que nacer sobre la muerte y entre vientos de nuevas guerras lo único que asegura es la muerte o la vejez prematura. Transformar el mundo, darle cuerda a sus ideas, a sus sentimientos y a sus conductas juveniles son los objetivos de los baby bommers, pues las generaciones precedentes prohibieron, cohibieron, mataron, sembraron desconfianza en el establecimiento y dejaron como herencia una gran debacle.

Vivir fue su esencia; prohibido prohibir, su lema; el cielo es el límite, su utopía; acción y más acción, su estrategia. Los jóvenes fueron explosión y revelación. Nada debía  “quedarse en el interior”, todo debía expresarse, pues la novedad está en el interior de cada cual. La individualidad, convertida por el establecimiento en estrategia de arrinconamiento, de división  y de incomunicación, posibilitó la exploración de nuevos caminos en la poesía, la novela, la música, el teatro, el cine, el periodismo, los comics y los cómics y entre el sexo, la droga, el alcohol, la velocidad y la anarquía como escape a las presiones y cohibiciones. Exploración que implicó división o conjunción entre el arte como expresión intelectual y las sustancias sicoactivas como escape a las necesidades físicas.

El silencio ancestral como sinónimo de conformidad fue enterrado y transformado en manifestación explicita de libertad durante las marchas organizadas por Martin Luther King:

Suene la libertad. Y cuando esto ocurra y cuando permitamos que la libertad suene, cuando la dejemos sonar desde cada pueblo y cada aldea, desde cada estado y cada ciudad, podremos acelerar la llegada de aquel día en el que todos los hijos de Dios, hombres blancos y hombres negros, judíos y gentiles, protestantes y católicos, serán capaces de juntar las manos y cantar con las palabras del viejo espiritual negro: “¡Al fin libres! ¡Al fin libres! ¡Gracias a Dios Todopoderoso, somos al fin libres![9]

Ante el silencio de establishment, el inconformismo se hizo grito y los jóvenes crearon medios underground para informar, incitar y actuar. La música recogió la nueva manera de pensar y de sentir de la juventud: rebeldía, ganas de vivir al extremo y de tenerlo todo al mismo tiempo, como lo había dicho James Dean: Vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáverEl rock fue el tono de esta muchachada y con él vibraron los  instrumentos, se sincronizaron los corazones y los pensamientos juveniles de la generación más excitante del siglo XX.

Los jóvenes se alzaron contra la cultura establecida e instauraron la contracultura como  manifiesto juvenil de ideas y propuestas impredecibles, impetuosas y accionar novedoso que mueva hasta los cimientos de lo que se quiere revolcar. Rompen paradigmas y subvierten el orden en procura de horizontes más abiertos y democráticos. Si el mundo les pertenecía, pues tenían derecho a asumirlo, a transformarlo y a  interpretarlo desde ellos mismos y desde la libertad que ello implicaba. Por tanto, van en contravía de la homogenización cultural y de la hegemonía de una clase intelectual, política y social que ha pretendido uniformar el lenguaje en todas sus manifestaciones y según su tradicional visión de clases sociales.

Por ello, el Art Nouveau hace trizas el lenguaje, innova en la música y apela a lo más entrañable del ser. La juventud, como exponente fundamental, existe sólo en y desde la diferencia; no desea, para nada, una vida predeterminada por el deseo y los ideales de los padres. Para la juventud vivir no es obedecer ni seguir las marcas, es proponer aventuras extremas, ir tras los ideales personales sin importar donde se encuentren. La vida se convierte en actividad incesante donde los únicos que importan son los enloquecidos, los que están locos por vivir, locos por conversar, locos por salvarse, deseándolo todo al mismo tiempo, los que jamás bostezan o enuncian un lugar común, pero que arden, arden y arden como fabulosas y amarillas bengalas romanas que estallan como arañas a través de las estrellas, mientras en su centro ves un burbujeo azul en el que todo el mundo se sumerge[10].

Ante la posición del estado norteamericano de erigirse como modelo de democracia y defensor del orden mundial, Los jóvenes, como defensores de la libertad y la justicia, se alzan en contra, pues no pueden aceptar la doble moral que se vive en el interior del país.  Para ellos la vida pública y privada ha de ser una sola y ellos viven en carne propia la discriminación racial y sexual, las limitaciones a la expresión, la represión juvenil, entre otras formas legales de mantener y fortalecer los límites de la familia, la sociedad y el régimen.

Más que los acontecimientos cotidianos, lo que asusta al sistema es el nuevo carácter de la juventud decidida a no permitir los conflictos armados, los desafueros de la autoridad y la existencia monótona. Por tanto, buscan distintas opciones de cambio: el enfrentamiento directo, nuevas formas de expresión: el rock, la literatura, la religión, la naturaleza, el hippismo, el escapismo, la droga, la anarquía, las comunas, el suicidio… Los jóvenes viven con la certeza inquebrantable de que es hora de cambiar y de romper con los paradigmas, pues los tiempos están cambiando y ellos son la fuerza que mueve el mundo:

Venid padres y madres
alrededor de la tierra
y no critiquéis
lo que no podéis entender,
vuestros hijos e hijas
están fuera de vuestro control
vuestro viejo camino
está carcomido,
por favor, dejad paso al nuevo
si no podéis echar una mano
porque los tiempos están cambiando.

La línea está trazada
y marcado el destino
los lentos ahora,
serán rápidos más tarde
como lo ahora presente
más tarde será pasado
el orden
se desvanece rápidamente
y el ahora primero
más tarde será el último…[11]


El espíritu de los años sesenta, en EEUU y en algunas regiones europeas, es el espíritu de la juventud; de la superación; de la expansión de la conciencia rebelde e  irreverente. Las ideas y las acciones juveniles se hacen viscerales cuando no saben qué hacer con su vida, con sus sueños, con su futuro… ante un futuro que se avizora lleno de frustraciones, la pretensión es vivir al extremo, sin miedo a nada y como modo de catarsis: “morir antes de ser viejos”. Ante la nada y una vida larga llena de frustraciones es preferible sacrificar lo que más se ama: la vida. Al principio, los jóvenes enfrentaron la violencia con violencia, luego asumieron la “revolución pacífica”: pace and love, flores en los fusiles, después utilizaron los medios de comunicación extranjeros para exportar la problemática y volver los ojos del mundo sobre un país paradójico que lucha por la democracia alrededor del mundo, pero que en su interior combate la diferencia de ideas, de color y de ideología con marcada y desenfrenada violencia.

Allen ginsberg, quien despunta entre los escritores y poetas de su tiempo, bebe de la poesía más humana de Walt Whitman:

Canto a mí mismo

Me celebro y me canto.

Me entrego al ocio y agasajo a mi alma,

me tiendo a mis anchas a observar

un tallo de hierba veraniega.

Clara y pura es mi alma,

y claro y puro es todo aquello que no es mi alma.

Estoy satisfecho: veo, bailo, me río, canto.

Poseo lo bueno de la tierra y del cielo,

el aire que respiro ha sido destinado a mí

desde la eternidad.

Estoy enamorado de mí mismo,

hay tantas cosas en mí tan deliciosas.

Todos los instantes, todos los sucesos

me penetran de alegría.

Sé que todos los hombres son  mis hermanos,

que el amor es el sostén de la creación…

Quien degrada a otro me degrada a mí,

y todo lo que se dice o se hace vuelve al fin a mí.

Encarno a todos los marginados

y a todos los que sufren,

Soy el esclavo perseguido, el niño silencioso

de rostro envejecido, el enfermo

que exhala su último suspiro.

Hombre y mujer, quisiera decirte

cuanto te amo pero no puedo,

y quisiera decirte los que hay en mí

y lo que hay en ti,

pero no puedo, y quisiera decirte

cómo late mi corazón día y noche,

y cuanto sufro, pero no puedo.

Y al igual que Whitman ve todo el universo como si fuera un poema lleno de luz, inteligencia, comunicación, señales de todo tipo… y mi cerebro conectado a todo. Ginsberg va tras la oralidad perdida y la representación de la expresión verbal, busca romper las reglas y escribir tal y cual se habla sin temor a las temáticas que surjan porque cree que es la voz de los que no tienen voz:

América

América te lo he dado todo y ahora no soy nada.
América dos dólares y veintisiete centavos 17 de enero de 1956.
No soporto mi propia mente.
¿América cuándo acabaremos con la guerra humana?
Métete por el culo tu bomba atómica.
No me siento bien no me molestes.
No escribiré mi poema hasta que esté lúcido.

Me dirijo a ti.

¿Dejarás que tu vida emocional sea guiada por la Revista Time?
Estoy obsesionado con la Revista Time.
La leo todas las semanas.
Su portada se me queda mirando cada vez que me escabullo por la confitería de la esquina.
La leo en el sótano de la Biblioteca Pública de Berkeley.
Está siempre hablándome sobre la responsabilidad. Los hombres de negocios son serios. Los productores de películas son serios. Todo el mundo es serio menos yo.
Se me ocurre que yo soy América.
Estoy hablando solo de nuevo.

La juventud explora todos los caminos y el poema de Ginsberg termina convirtiéndose en una especie de himno generacional. Nada queda sin cuestionar.   Canciones como: Ticket to ride, de los Beatles, difunden la idea de revisar los paradigmas sobre las relaciones entre el hombre y la mujer. El concepto amor se revisa y “la media naranja” ya no es aquella igual a la otra mitad, es aquella que defiende su identidad, visión y estilo de vida. El amor se transforma, no es el hendido por una flecha, es el corazón libre y abierto que vive sus propios sueños y construye su propio futuro sin dejar de amar: Creo que me voy a entristecer, creo que hoy, sí, la chica que me vuelve loco, se va. Tiene un billete de bus y no le preocupa. Dijo que vivir conmigo estaba comenzando a deprimirla, si porque ya no podía sentirse libre cuando estaba con ella[12].

Los años sesenta son los años convulsionados a causa de las guerras, las luchas por los derechos civiles, por la equidad de género, por las protestas contra la pobreza y la libre determinación de los jóvenes. Durante los agitados sesenta los jóvenes vivieron y crearon muchos nuevos acontecimientos y “cuando se siente tanto, las depresiones son espantosas”. Los sesenta le abrieron los ojos al mundo y ya nunca más la existencia fue cómoda, porque como dice la canción Strawberry Fields Forever, escrita por John  Lennon: Vivir con los ojos cerrados es fácil, entendiendo mal todo lo que se ve. Se está poniendo difícil ser alguien, pero todo se resuelve, no me importa mucho. La vida sólo es tan fácil con los ojos cerrados[13]. Sin comprender lo que se ve, difícil es ser alguien. Para los Beatles la imaginación: imagina que no hay países, no es difícil de hacer, nadie por quien matar o morir, (…) puedes decir que soy un soñador, pero no soy el único, espero que algún día te unas a nosotros y el mundo vivirá como uno[14]. Y el amor: No hay nada que puedas hacer que no pueda hacerse, nada que puedas cantar que no pueda cantarse. Nada que puedas decir pero puedes aprender el juego. Es fácil. Nada que puedas hacer que no pueda hacerse. Nadie a quien puedas salvar que no pueda salvarse. Nada que puedas hacer pero puedes aprender a ser con el tiempo. Es fácil. Todo lo que necesitas es amor[15]. Eran el camino para transformar el mundo.

John Lennon definió el papel de los intelectuales y de los artistas, de diferente género, en la sociedad: Mi rol en la sociedad, o la de cualquier artista o poeta, es intentar expresar lo que sentimos todos. No decir a la gente cómo sentirse. No como un predicador, no como un líder, sino como un reflejo de todos nosotros[16].

 

La década de los años jóvenes revolcó todos los cimientos de la sociedad norteamericana y aunque muchas situaciones no cambiaron, la mentalidad de la juventud se abrió a otras perspectivas y dimensiones más humanas.

Los años sesenta y setenta en Colombia

Aquí es interesante establecer una comparación entre lo que estaba sucediendo en “el mundo” y lo que sucedía en Latinoamérica grosso modo y en Colombia, con mayor detenimiento.

Un ejemplo podría ser la revolución cubana donde un grupo de jóvenes cansados de ser tratados como el patio trasero de los EEUU decidieron liberarse y diseñaron una verdadera revolución. Lo que pasó después requiere de un estudio pormenorizado,  interdisciplinario y libre de emociones. Los jóvenes revolucionarios se ganaron el apoyo del pueblo y fueron retomando el país, su pequeña isla, de las manos extranjeras. Entre tanto, Colombia se desangraba en un enfrentamiento fratricida por colores políticos. El asesinato de Jorge Eliécer Gaitán fue el nuevo “Florero de Llorente”, pero no hubo grito de independencia, ni revolución, pues  entre discursos veintejuleros y señalamientos se originó una revuelta contra el régimen acusado del magnicidio. Digo que fue el nuevo “Florero de Llorente” porque desde la misma proclamación de independencia el país quedó envuelto en conflictos de intereses cuando en el año de 1849 se crearon los partidos políticos colombianos: el liberal y el conservador.

El siglo XIX fue para las clases dirigentes tiempo de contradicciones y de un centenar de guerras civiles. “La guerra de Los mil días” cerró el siglo  con la consigna de tierra arrasada, invocada por los héroes libertarios, que hizo de  ella la más cruel y despiadada. Con la guerra terminó el XIX y  empezó el XX. Tras la beligerancia partidista se perdió Panamá y se marcó en el corazón de los colombianos la más profunda herida de odio y desconfianza que recorrió el siglo XX y marcó una serie de acontecimientos que no ha permitido ni la conjunción ni el desarrollo pleno de una cultura que pueda denominarse colombiana, así como tampoco una confianza verdadera y duradera en la lucha democrática por el poder, pues los grupos y los partidos políticos no hacen esfuerzo alguno para disimular sus pretensiones de apropiárselo o de repartírselo, y de servirse de él como de un instrumento[17].

Los conflictos en Colombia pasan por las diferencias de pensamiento y de acceso al poder. Los gobiernos hegemónicos liberales y conservadoras sentaron las diferencias de clases sociales, políticas y culturales. No hubo punto de quiebre respecto a un equilibrio y a una armonía que respetase las diferencias, creció la idea de que cada partido era lo más grande y que si perdía el poder en las elecciones era porque el contendor había hecho trampa. De este modo siempre se dudaba del otro y se le percibía como el enemigo, sin importar que los caudillos de los dos partidos compartieran clubes sociales, colegios, familia e intereses. Los partidos políticos representaban ideas “opuestas” y el pueblo la feligresía obediente a uno u otro púlpito. Por tal razón, tras el asesinado de Gaitán, el pueblo salió a proclamar justicia, a señalar culpables y a arrasar con el otro bando. Las acciones de hecho, posteriores al magnicidio, se conocen como de la “Violencia”, no sé por qué razones, y en ella se esbozó la convicción de que la nación estaba constituida por dos subculturas con ideas contrarias acerca del orden social y su fundamento ideológico se tradujo en el encasillamiento amigo-enemigo.  Esta dualidad hizo carrera y se afianzó de tal forma que hasta la institución familiar sufrió los embates de tan absurda concepción: “El que no está conmigo está contra mí”.

Es preciso señalar que en los años 30 y 40 Gaitán se erigió como la figura y la voz representativa del pueblo. La voz de los que no tenían voz ni derecho; la voz de una masa informe de pensamientos, de sueños y de profesiones artesanales que sobrevivía a la economía nacional; la voz de los analfabetas que lentamente se fue haciendo estruendo y que fue adhiriendo diferentes estamentos políticos, sociales e intelectuales del país. La voz del pueblo versus la voz del Estado. La voz de los deseos versus la voz de la maquinaria política que aceitaba sus procedimientos en la conjunción de las dos subculturas políticas que subyacían a una sola cultura oligárquica del país. Dos subculturas, de base, distanciadas por los colores y unidas, en la arista piramidal, por la ambición de poder y de dinero. Los partidos políticos y la iglesia católica fueron, durante mucho tiempo, garantes de la definición cultural de los colombianos de ruana.

En Colombia, la conformación de grupos humanos tiene una historia compleja y particular. El país es un

Territorio en el extremo noroeste de la América meridional que va desde el Océano Pacífico hasta el río Orinoco, y desde el río amazonas hasta el mar de las Antillas. Allí la cordillera de los Andes, agotada después de siete mil kilómetros de recorrido desde la Tierra del Fuego se abre como una mano hasta que las puntas de sus dedos se sumergen  en el Atlántico con una última rebeldía de casi seis metros de altura: la Sierra Nevada. Por entre los dedos de la estrella de cinco picos de esta mano corren seis ríos importantes: el Caquetá y el Putumayo, que van a dar en el amazonas y fluyen hacia el Brasil; el Patía, que con cauce torrencial y encañonado busca el Océano Pacífico; el Atrato, que recoge las lluvias incesantes de las lluvias del Chocó para derramarlas en el golfo del Darién; y dos ríos paralelos y mellizos, el Yuma y el Bredunco, que marchan hacia el norte hasta juntar sus aguas y desembocar en Bocas de Ceniza, fangoso desagüe sobre el mar Caribe, después de mil cuatrocientos kilómetros de travesía.[18]

Territorio dividido por obstáculos naturales y dominado por los “jefes naturales” de cada región que han pretendido tener, tejer y manejar el poder. Lo demuestran las distintas contiendas bélicas por el poder central; la presunción de mejor linaje, el poder económico de la tierra y sus productos… características que posibilitaron que en un mismo país se crearan distintos ejércitos conformados por los trabajadores y esclavos de las colosales haciendas dirigidas por grandes latifundistas llamados “Supremos” que tenían la tarea de hacer respetar territorio, familia y poder. Esclavos y obreros hicieron parte de la división política y de los ejércitos por la simple razón de “pertenecer” a un terrateniente.

La difusión de la violencia ocasiona que los actores se organicen y creen distintas estrategias y redes de poder para perpetuarse. Afirmación sólo plausible, en Colombia, para las castas, pues el pueblo que recorrió el país, tras la muerte de Gaitán, nunca tuvo organización, ideas o movimiento propio. La masa se encomendó a Gaitán y al sistema mientras que el sistema no confiaba en un indio con ínfulas, venido de abajo, que criticaba al régimen y movía al pueblo en contra de los intereses de clase y tradición. Decía Gaitán, «en Colombia hay dos países: el país político que piensa en sus empleos, en su mecánica y en su poder, y el país nacional que piensa en su trabajo, en su salud, en su cultura, desatendidos por el país político. El país político tiene metas diferentes a las del país nacional. ¡Tremendo drama en la historia de un pueblo!»[19].

La elite, la clase decente, no podía permitir  que la chusma y su líder, “el negro”, le despojaran de su más preciado bien: el poder. Por tal razón, las redes de poder tejidas en Colombia durante esa sombría estación violenta permitieron la politización del país en rojos y azules, mas no en los planos ideológico, económico y social porque estos le permitían mantener su representación de clase dominante, jerárquica y dirigente.

Si frente a la política y el poder las clases dirigentes marcaron el derrotero desde el inicio de la Republica de Colombia, respecto al arte han señalado un canon denominado “oficial” y que procura mantener dentro de unos límites conceptuales la creación artística nacional. Además, a partir de la designación de algunos gramáticos como presidentes y figuras de la política el país se “montó” en el cuento de que ha sido y es un país de intelectuales y se autodenominó la “Atenas suramericana”. Sin embargo, desde otra perspectiva se puede afirmar que la élite ha dominado todos los aspectos de la vida nacional y que el arte no le ha sido ajeno, a tal punto que marcó “la academia” como punto de referencia en un país donde la educación es asunto de pocos. De tal manera que toda expresión que no proviniera de ella misma estaba determinada al fracaso o a la exclusión. Hoy día la percepción sigue siendo la misma. En el Segundo foro de artistas colombianos, celebrado en las instalaciones de la Universidad Santo Tomás en la ciudad de Bogotá, el 4 de diciembre de 2007, el Colectivo de artistas colombianos afirmó:

“… infortunadamente, en Colombia la condición de artista, se encuentra aún sin definir. No obstante, sus derechos económicos, morales y sociales son reconocidos internacionalmente. En el país sigue siendo notoria la ausencia de un estatuto legal que desde una perspectiva laboral, regule y proteja el ejercicio de esta actividad profesional”[20].

Continuará…


[1] Giraldo Luz Mary. Ciudades escritas, Literatura y ciudad en la narrativa colombiana. Convenio Andrés Bello. Bogotá, D.C. 2004. Pág. XIII

[2] Rivera, Carmen C., Naranjo Luis G., Duque Ana María. Imaginarios de naturaleza en la transformación del paisaje vallecaucano entre 1950 y 1970

[3] Giraldo, Luz Mary. Ciudades escritas: literatura y ciudad en la narrativa colombiana. Bogotá, Convenio Andrés Bello, 2001.  Pág. XXI.

[4] Giraldo, Luz Mary. Ciudades escritas: literatura y ciudad en la narrativa colombiana. Bogotá, Convenio Andrés Bello, 2001.  Pág. XVII.

[5] Isaacs, Jorge. María. Bogota, Oveja Negra, 1986.

[6] Palacios, Eustaquio. El Alférez Real. Bogota, Panamericana, 2005.

[7] Salmona, Rogelio. Sin memoria no hay paisaje.

[8] Pereira, Manuel. Los años jóvenes, en prologo de la novela “La mujer rota” de Simone de Beauvoir. Barcelona, 2001.

[9]  Luther King, Martin. I have a dream. Discurso pronunciado en Washington el 28 de agosto de 1963. traducción de Tomás Albaladejo. En http://www.um.es/tonosdigital/znum7/relecturas/ihaveadream.htm

[10] Kreimer, Juan Carlos, Vega Frank. Contracultura para principiantes. Buenos aires, Era naciente, 2006. pág. 7

[11] Dylan, Bob. The times they are a changin. En http://www.musica.com/imprimir.asp?letra=1404987

[12] The Beatles. Ticket to ride. En http://www.musica.com/letras.asp?letra=850765

[13] The Beatles. Strawberry Fields Forever. En http://www.musica.com/letras.asp?letra=850989

[14] The Beatles. Imagine. En http://www.musica.com/letras.asp?letra=856770

[15] The Beatles. All you need is love. En http://www.musica.com/letras.asp?letra=850987

[16] Taringa. Mi pequeño homenaje a un grande, John Lennon. En http://www.taringa.net/posts/musica/2339236/Mi-peque%C3%B1o-Homenaje-a-un-grande,John-Lennon.html

[17] Pécaut, Daniel. Orden y violencia. Evolución socio-política de Colombia entre 1930 y 1953. Bogotá, Norma. 2001. Pág. 24.

[18] Abad Faciolince, Héctor. Angosta. Bogotá, Planeta. 2007. Pág. 12.

[19] MARÍN TABORDA, Iván. Jorge Eliécer Gaitán. Biblioteca Virtual del Banco de la República. En http://www.lablaa.org/blaavirtual/biografias/gaitjorg.htm

[20] Segundo Foro General. Colectivo de artistas colombianos. 4 de diciembre de 2007. En  http://www.musicalafrolatino.com/pagina_nueva_13ae.htm

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Una mirada a Cali desde su literatura

Una mirada a cali desde su literatura

 

Ricardo Iglesias Dávila

 

Durante algo más de trescientos cincuenta años Santiago de Cali fue una pequeña aldea sitiada por extensas y hermosas llanuras salpicadas por siete cristalinos ríos. Llanuras de espesos bosques, dameros multicolores y numerosas y vistosas vacadas. Aldea y llanuras propiedad de los blancos, sustento de indígenas, esclavos y mestizos.

 

En 1886 la novela El Alférez Real, de Eustaquio Palacios, nos describe en unas cuantas líneas, el origen y las relaciones entre sus habitantes:

 

Los habitantes de Cali estaban divididos en tres razas. Blancos, indios y negros; o sea: europeos, americanos y africanos. De éstas resultaban las siguientes variedades: el mestizo, hijo de blanco en negra o viceversa; y el zambo, hijo de negro en india, o de indio en negra.

 

Los blancos de la raza española tenían para sí todos lo privilegios y preeminencias; después de éstos, los más considerados eran los mestizos, que hacían alarde de descender de españoles: a éstos se les daba el nombre de montañeses. Los demás eran iguales en la humildad de la categoría; pero la del esclavo  era, como es claro. La más triste. Los plebeyos que no eran mestizos, eran llamados monteras.

 

… Los nobles vivían orgullosos de su linaje y miraban con desdén la plebe; la plebe por su parte estaba acostumbrada a reconocer esa distinción y se sometía resignada porque no podía hacer otra cosa.

 

También relata su distribución inicial:

 

En 1789, la ciudad se extendía desde el pie de la Colina de San Antonio hasta la Capilla de San Nicolás, y desde la orilla del río hasta la plazuela de Santa Rosa. Ese extenso barrio que existe hoy desde la plazuela hasta el llano, es enteramente moderno.

 

Aunque el área de población era grande, los edificios no eran tantos como podían caber en ella; porque había manzanas con dos o tres casas, cada casa con un espacioso solar, y cada solar sembrado de árboles frutales, principalmente cacao y plátano y algunas palmas de coco. Los árboles frutales eran los mismos que hay ahora, con excepción del mango que no era conocido todavía.

 

En el otro lado del río había solamente tres o cuatro casas en forma de quintas o pequeñas haciendas, algunas con plantaciones de caña y trapiche. El resto de todo ese terreno estaba cubierto de guayabales, que comenzando en el Charco de la Estaca iban a terminar en Menga.

 

En 1867, Don Jorge Isaacs regaló al mundo una pintura de novela, María. Allí pinceló las grandes bellezas de la creación (que) no pueden ser vistas y cantadas (al mismo tiempo, ni de inmediato): es necesario que vuelvan al alma empalidecidas por la memoria fiel. En ellas, climas,  colores, sabores y olores se confunden,

 

Una tarde, ya  a puestas del sol, regresábamos de las labranzas a la fábrica de mi padre, Higinio (mayordomo) y yo. Ellos hablaban de trabajos ya hechos y por hacer; a mí me ocupaban cosas menos serias: pensaba en los días de mi infancia. El olor peculiar de los bosques recién derribados y el de las piñuelas en sazón, la greguería de los loros en los guaduales y guayabales vecinos; el tañido lejano del cuerno de algún pastor, repetido por los montes: las castrueras de los esclavos que volvían espaciosamente de las labores con las herramientas al hombro; los arreboles vistos a través de los cañaverales movedizos…

 

La música es punto de encuentro fundamental de las diferentes culturas y polifonía de infinitas ilusiones y melancolías de aquellos seres esclavos, bien vestidos y contentos, hasta donde (era) posible estarlo en la servidumbre

 

En la madrugada del sábado próximo se casaron Bruno y Remigia. Esa noche a las siete montamos mi padre y yo para ir al baile, cuya música empezábamos a oír. Cuando llegamos, Julián, esclavo capitán de la cuadrilla, salió a tomarnos el estribo y a recibir nuestros caballos. Estaba lujoso en su vestido de domingo, y le pendía de la cintura el largo machete de guarnición plateada, insignia de su empleo. Una sala de nuestra antigua casa de habitación había sido desocupada de los enseres de labor que contenía, para hacer el baile en ella… Los músicos y cantores, mezcla de agregados, esclavos y manumisos, ocupaban una de las puertas. No había sino dos flautas de caña, un tambor improvisado, dos alfandoques y una pandereta; pero las finas voces de los negritos entonaban los bambucos con maestría tal, había en sus cantos tan sentida combinación de melancólicos, alegres y ligeros acordes, los versos que cantaban eran tan tiernamente sencillos, que el más culto aficionado hubiera escuchado en éxtasis aquella música semisalvaje.   

 

La literatura del siglo XIX retrató la ciudad en su inflexible esquema patriarcal. Los protagonistas, hombres y mujeres, actuaban según conductas predeterminadas; la movilidad social era casi nula y nada, absolutamente nada, podía alterar el orden impuesto. Ni siquiera la mayor de las fuerzas: ¡El amor!

 

Después de las guerras de independencia, Colombia quedó prácticamente en la ruina y sus dirigentes sintieron la necesidad de contar con capital extranjero para estimular el desarrollo del país. No obstante, no alcanzaron a consolidar una política de Estado que incentivara la llegada de inversión de otras latitudes. El país quedó aislado y con excedentes de mano de obra.

 

Sólo a partir de 1870, un número creciente de extranjeros, atraídos por los recursos naturales, pisó Colombia. De profesiones distintas y con deseos de prosperar se sumaron a las actividades económicas de las regiones, pero los gobiernos de la Regeneración, demandando que los recién llegados no modificaran el orden social impuesto, restringieron su entrada e inventaron razones para su expulsión.

 

Sin embargo, la novela María había atravesado los mares y, plena de encantadoras descripciones, enamoró a extraños que décadas más tarde un grupo de organizados, soñadores e intrépidos japoneses arribó al valle del río Cauca en busca del codiciado paraíso.

 

La llegada de extranjeros a Santiago de Cali impulsó nuevas dinámicas y transformó el concepto de ciudad. Los nuevos puntos de referencia ampliaron la visión y el horizonte se hizo una línea lejana en la que se entrelazaron ilusiones. La aldea soñó con ser una urbe moderna y cada habitante aportó desde sus posibilidades. La modernización entró a Cali: bombillas incandescentes alejaron las sombras de la plaza mayor; el agua dejó de pasear en “balde” por las calles; la voz se adelgazó hasta hacerse un hilo; el barro se fue haciendo adoquín, piedra y cemento. En 1906, la bravura del río Cauca fue sometida:

 

Un buen día a lo lejos, oyeron los pescadores unos pitazos largos, arrogantes, parecidos pero mil veces más fuertes a los producidos por el cacho cuando llama a reunión a los peones. Los hombres, armados, se escondieron en los árboles ribereños pensando que los blancos trataban de amedrentarlos. Los pitazos se oían más cercanos y aterradores. Las mujeres huyeron con los niños, mientras en un recodo del río aparecía una columna de humo, no había duda, un engendro infernal avanzaba hacia ellos. Era un monstruo gris, humeante, que botaba espesas nubes de vapor y lenguas de fuego. Todos palidecieron y temblaron esperando lo peor, pero aquello pasó de largo sin perder el compás de sus resoplos. Acababan de ver el barco a vapor “Sucre”, el primero en recorrer estas aguas.

 

El naciente siglo mostró una nueva cara de la ciudad y, entre arquitectura, tecnología, crecimiento territorial e inmigrantes nacionales y extranjeros, vibró a un nuevo ritmo. La transformación del espacio público, jamás inocente, impulsó vínculos que animaron nuevas ideas y obligaron a buscar otras opciones de vida. El desarrollo urbano implicó: expansión, movilidad social y, más que nada, cambios en las  relaciones sociales, pues los “recién llegados” vinieron a trabajar, a progresar y ¡a quedarse!

 

El profesor Édgar Vásquez Benítez, en su libro Historia de Cali en el siglo XX da cuenta entre otros asuntos que mediante el Decreto Nacional No. 340 del 16 de abril de 1910, nació el departamento del Valle del Cauca y Santiago de Cali designada su capital.  Reconocimiento que sumado a la transformación de su estructura económica fincada en la creación de importantes industrias como: Cigarrillos el Sol (1903), el periódico Correo del Cauca (1906), gaseosas Posada Tobón (1904), y luego, el Ferrocarril del Pacífico (1915), las fábricas: Puntillas Vencedor (1918), Velas La Campana (1920) y de jabones Imperial (1920); y a la creciente ola de construcción iniciada en 1917: Teatro Municipal, Batallón Pichincha, Edificio Otero, Hotel Alférez Real, Teatro Jorge Isaacs, Palacio Nacional, el Teatro Colombia, la Clínica Garcés, El Parque de Recreaciones “Luna Park”, el Colegio San Luis Gonzaga, El Edificio de la Gobernación, El Club de Tenis “Cali” y el Edificio Bayron, impulsaron el crecimiento de la ciudad.

 

Los años cuarenta se plasmaron en industrias que jalonaron oportunidades económicas a inversionistas nacionales: Alotero, Punto Sport, Maizena S.A., Textiles el Cedro, Croydon, Cementos del Valle; y privilegiaron  inversiones extranjeras: Good Year, Squibb, Cartón de Colombia, Colgate Palmolive y Sydney Ross, entre otras. Cali prosperó hasta convertirse en la tercera ciudad más importante del país.

 

El siglo XX transformó la ciudad y su territorio se convirtió en el escenario donde las oportunidades, sueños, pesadillas y culturas se cruzaron desnudando toda la complejidad humana que corría por sus polvorientas calles. Así lo revela en sus Cantos Obreros el maestro Enrique Buenaventura:

 

Los que construyen la ciudad

viven en los extramuros.

No tienen agua los que hacen

el acueducto.

Y aquellos que cavan los desagües

luchan con una escoba contra las inundaciones.

El que alisa

como un espejo negro

las pistas de aterrizaje,

debe arrastrarse como los gusanos.

Van a pie, bajo el sol,

los que arreglan la carretera.

Los que labran la tierra, Señor,

no son dueños de sus cosechas.

 

Novelas como Noche de pájaros, de Arturo Alape (1984); Que viva la música, de Andrés Caicedo (1977)  y  Jaulas, de María Elvira Bonilla (1984), entre otros textos literarios, reflejan las historias de una ciudad nueva y de una sociedad compleja y contradictoria.

 

Las tres novelas tejen relatos que dan cuenta de la metamorfosis de un terruño alegre, colorido y poco habitado, a una ciudad de inmigrantes, bulliciosa y moderna, gris y fragmentada. En ellas la ciudad se descubre como el paisaje de las pasiones humanas en donde cada detalle del panorama adquiere fuerza y sentido.

 

El periplo arranca a finales de los años treinta, lapso en que se disparó el proceso de urbanización en Cali, que en 1940 tenía 100.000 habitantes  y nos conduce hasta mediados de los ochenta, Tiempo en el que se fundaron unos cien barrios populares construidos por los mismos habitantes[i], 1.300.000 para la fecha. Sin embargo, también sufrió los avatares de la violencia; recibió la influencia de los movimientos contraculturales norteamericanos y europeos, hizo suya la música popular y padeció, hasta el tuétano, el problema del narcotráfico y las clases emergentes.

 

La novela de Alape,  Noche de pájaros, utiliza la estrategia novedosa de denominar “Usted” al protagonista  a quien  se dirige el narrador. El Usted protagonista que se confunde con el usted lector, vive en Cali y no puede evitar que los recuerdos lo atropellen después de presenciar la matanza y que lo atormenten después de aparecer su fotografía en el periódico El Relator, que lo señala y lo pone en la palestra pública como único testigo. A partir de ese instante, Usted se siente perseguido porque a Usted lo hacen visible en la ciudad, en el espacio del anonimato.

 

“Usted, testigo ocasional, sin que lo buscara o deseara, lo vio todo y nada vio, ha querido olvidar y ha sido carga difícil de llevar para un hombre endeble como usted en muchos sentidos… nunca quiso inmiscuirse en la vida de nadie, no quiso que se inmiscuyeran en la suya. Más, sin embargo, está ahí, por obra de  dedicación a su trabajo”.

 

El magnicidio de Jorge Eliécer Gaitán, 9 de abril de 1948,  agitó y liberó los odios y las venganzas contenidos desde la fratricida Guerra de los Mil Días. La onda explosiva de los disparos que eliminaron al líder liberal alcanzó gran parte del territorio nacional, con los mismos propósitos, con iguales estrategias, con igual impunidad y con idéntica indiferencia del Estado. El maestro Rogelio Echavarría en su poema Condena, en Muertes reiteradas, sintetiza el horror que traen las sombras:

 

Se oyen disparos en la noche

¡Oh patria muda y temblorosa!

¡Dónde su helado huevo pone

la muerte artera y esclerosa,

la muerte escuálida en su coche.

¿Y quién mi espíritu tortura

con la condena que me dicta

una implacable dictadura? 

 

Capítulo negro que entró a estos parajes por el norte del departamento del Valle y asedió paulatinamente su capital. Noche de pájaros echa una mirada a la ciudad a partir de la matanza de la Casa Liberal ocurrida en mayo de 1949, episodio que da inició, público, a la violencia partidista en Cali.

 

A León María Lozano se le endilgó la tarea de eliminar a los liberales de su natal Tuluá. Pero la violencia, como fenómeno político,  se caracterizó por la atrocidad de sus acciones y por hacer de matar un oficio. Al Cóndor no le bastó azular la región, se le hizo indispensable aniquilar de una vez y para siempre a todos los rojos liberales, estuvieran donde estuvieran. Por ello, sus garras llegaron a Cali, a la Casa  Liberal, persiguiendo los sobrevivientes de la carnicería de Ceilán. Este hecho se constituyó en el capítulo más cruel de la ciudad. La noche se tiñó de rojo.

 

La novela reduce la ciudad al centro, a los alrededores del  barrio El Calvario, de la Estación del Ferrocarril, pues allí confluían campesinos, vendedores, filipichines en busca de ganado, marchantas, delincuentes del “bajo mundo”, inmigrantes pobres, en busca de oportunidades, y hotelitos de “mala muerte”. El relato suma, a la distinción de apellidos, abismos económicos, discriminación étnica y a la  decadencia, la intransigencia de los colores que se extendió hasta los años sesenta.

 

La violencia política y armada irrumpió con execrable sevicia en la ciudad del anonimato y de la discriminación. Se apoderó de cada rincón y Usted sintió temor y recordó y supo que la violencia caminaba a su lado. El no futuro del protagonista se proyectó en la rutina de la ciudad atiborrada de contradicciones: la opulencia y la miseria, la casa y la calle, lo culto y lo popular, el día y la noche…  allí el silencio se erigió, de una vez y para siempre, en el puente entre la vida y la muerte…

 

Había surgido el temor a discutir lo que sucedía en las noches. Daba la impresión que Cali vivía dos tipos de vida. La ciudad en apariencia libre, alegre y bulliciosa porque ansiaba con pasión el fútbol en los fines de semana. Y la otra, la de la noche que discurría bajo el velo que todo ocultaba, como si la vida la hubiera tragado las sombras de la nocturnidad. Nadie sabía nada, nadie indagaba por los desaparecidos. Muchas versiones afloraban sobre los hechos, versiones subrepticias nada más, poco reveladoras.

 

Alejandro Ulloa, en su libro Globalización, ciudad y representaciones sociales, afirma: La ciudad como configuración urbana es también un producto histórico, una relación compleja entre la historia y espacialidad. [ii] Y Usted, como habitante y la ciudad como espacio se construyeron juntos. Usted sufrió la avalancha de su historia porque la casualidad lo hizo testigo del hecho violento y transformador y, aunque lo vio todo y no vio nada, no pudo librarse de una ciudad tomada por la violencia y por la indiferencia.

Sin embargo, Usted, protagonista, se llena de valor y decide afrontar su destino. Decide salir al encuentro de los fantasmas, de esa muerte que jamás imaginó, pero que lo acorraló hasta convertir su vida en un infierno. Usted camina con paso firme y desafiante mientras los carros

 

Pasan velozmente entre usted, dejándolo avasallado por el ruido y la velocidad. Se detienen un poco, abren las ventanillas y disparan los revólveres sobre su espalda en puntería que no perdona. Usted queda sostenido en su agonía, al final lo empuja la muerte y cae al suelo de bruces sobre sus narices.

 

El personaje de Noche de pájaros muere en el centro mismo de la indiferencia, de la violencia y de la comunicación imposible. A Usted lo mataron los cazadores, ¡sí! Pero Usted venció el miedo y tuvo el coraje de enfrentar su realidad aunque sólo fuera para decidir dónde y cuándo morir, su único futuro. Mientras tanto, la ciudad siguió “cuesta abajo en su rodada” haciéndose más oscura y abyecta, terreno propicio para una y mil violencias más.

 

La Cali que va entre 1950 y 1965, aproximadamente, no ha sido contada por la literatura, sólo existe en periódicos y revistas y rumores y testimonios. Entre los sucesos relevantes encontramos: La explosión de seis camiones cargados con dinamita el siete de agosto de 1956, la marcha de los estudiantes y los obreros, con la bendición de la clase dirigente, que unida a las marchas en todo el país, terminó con el gobierno del general  Rojas Pinilla en junio de 1957.

 

El panorama Colombiano muestra el recrudecimiento de la violencia y el nacimiento de grupos guerrilleros. La nación se movió al ritmo de los trapos rojos y azules; alcanzó niveles mínimos de desarrollo económico y educativo; la distancia entre ricos y pobres se multiplicó; la clase política firmó un pacto de no-agresión y monopolista del poder: el Frente Nacional. El país político se dio a la tarea de “escribir la nueva historia del país con el borrador y no con el carboncillo”. Colombia se enfrentó consigo misma y sus fronteras estuvieron abiertas para el Norte, desconociendo la importancia de los proyectos sociales y económicos de la Europa de posguerra.

 

La reunión de Yalta fragmentó el mundo después de La Segunda Guerra Mundial; impuso el uso inhumano de la energía termonuclear y creó un nuevo orden mundial: ¡Quién no está conmigo, está contra mí! El mundo se dividió en buenos y malos; en amigos y enemigos; en comunistas y capitalistas; en guerras frías y calientes; en espías y contraespías. La tecnología logró capturar el planeta en una pantalla virtual y dejarlo a merced de un dedo y un botón. La generación nacida entre 1945-1955, la de los Baby boomers,  heredó las vergüenzas, los odios, el terror y la búsqueda de nuevas opciones de vida.

 

La sesentas llegaron cargadas de apartheid, luchas por los derechos civiles, guerras anticolonialistas, comunistas, feministas y de jóvenes decididos a revolucionar el pensamiento y el espíritu. Los jóvenes hastiados del caos y del resentimiento emprendieron luchas frontales contra toda opresión. Los labios  silenciados empezaron a cuestionar lo más mínimo. “Si los adultos quieren hacer del mundo un infierno, ¿por qué razón los jóvenes no podemos perseguir nuestros sueños?” “Si no les importa mandar a sus hijos a morir en tierras y guerras ajenas, ¿por qué extrañas razones quieren mantenernos en casa?” ¿Por qué satanizan nuestras conductas? ¿A qué temen?” A los jóvenes, que eran muchísimos más que los de cualquier generación anterior[iii],  la autoridad no los dejaba ser; la homogeneidad los humillaba y la moral pacata los paralizaba. Sabían que transformar el mundo exigía mucha acción y valor y se dieron a la tarea.

 

Ante la agresión física y excluyente, la palabra se hizo opción de vida. Alzados  contra todo orden se dieron a la tarea de hacer del pensamiento una revolución y, ante la amenaza de una destrucción atómica, decidieron vivir a plenitud  y a toda velocidad. Liberaron cuerpos y mentes dejándose invadir por el amor, la libertad, la rebeldía y gritaron vivas a la diferencia, razón de la identidad. La tierra se les hizo pequeña y se apuraron la vida a grandes sorbos; rompieron paradigmas, crearon horizontes.

 

El mundo nunca más fue el mismo. Hicieron de la Libertad su dios y su lucha. A ella todo, hasta la vida misma. Echaron  mano a formas universales de expresión: las marchas, la música, el pacifismo, la tolerancia, la literatura… 

 

La novela Que viva la música, enmarca su historia en el ambiente rebelde de esos sesenta. Se insertó en una ciudad que crecía a pasos agigantados, de 100.000 habitantes en 1940 saltó a  850.000 en 1970[iv] gracias al nuevo auge industrial y a los desplazados políticos que vieron a Cali como ciudad seductora o como la  ciudad refugio.

 

Si Noche de pájaros gira en torno al centro de la ciudad, sus desengaños y degradación. Que viva la música relata una historia en movimiento que se desplaza del primer Nortecito hacia el sur, espacios delineados con y por fronteras físicas y culturales visibles. Cali era un territorio claramente escindido sin la menor posibilidad de movilidad social. Ricos y privilegiados pocos, plebeyos y pobres el resto. 

 

Andrés Caicedo interpretó genialmente la Cali de su época. Hijo de familia acomodada, conoció de primera mano la música, el cine y la cultura norteamericana en la que los jóvenes pretendieron hacer del mundo un paraíso sin límites. Que viva la música, inicia su viaje en el Norte, vislumbra el sur y termina en el centro de la ciudad, el lugar donde ya no viven los privilegiados, pero que continúa siendo símbolo de su poder. El Norte es el paraíso conquistado, al otro lado del río, por las familias ilustres que durante el período de desarrollo económico, 1915 a 1929, obtuvieron altos ingresos y decidieron escapar de

 

El intenso desarrollo comercial de los años veinte, con importaciones llegadas a Buenaventura y transportadas por el ferrocarril para su venta en los almacenes de Cali, la movilización de café desde el norte del Valle para la trilla en la ciudad… y por el movimiento de flujo y reflujo de pasajeros entre Cali, el norte del valle y Popayán, se convirtió la Estación del Ferrocarril –y sus bodegas anexas—en el núcleo más agitado de la ciudad. En su alrededor se instalaron hotelitos, bares, cafés, cantinas y bodegas, y el teatro Roma, que fueron constituyendo una pequeña zona de “bajos fondos”.

 

El Norte fue la territorialización de jóvenes favorecidos que estudiaron fuera y regresaron cargados de ideas, tecnología y proyectos. Algunos se convirtieron en emprendedores dirigentes empresariales y/o políticos. Los más pujantes se la jugaron por la ciudad y crearon “El Grupo de los martes”, desde allí planearon y organizaron la metrópoli futura. Transformaron la arquitectura, la política, la industria, la forma de vestir, de actuar, introdujeron música y ritmos que aligeraron el cuerpo y el espíritu.

 

María del Carmen Huertas, la protagonista, vive allí y para bien o para mal, creció en la época de los movimientos juveniles. Una período que hizo de la Música la oportunidad de asumir la palabra para denunciar, actuar y promover identidad; del Cine una forma de entretenimiento que produce y reproduce símbolos que se idolatran y se imitan automáticamente y que hicieron de la Literatura la explosión de la imaginación para crear mundos. La contracultura norteamericana, la revolución cubana, la guerra fría, el mayo del 68, los anticonceptivos, la liberación femenina, el “Boom latinoamericano”, el rock, la salsa, las drogas y la sicodelia, entre otros, conforman el marco social en el que crecen los personajes de Que viva la música.

 

La juventud se aproximó críticamente al Estado, a la familia, a la educación, a la sociedad patriarcal, también a ella misma. Se resistió al esquema caduco y frívolo de la ciudad señorial que doblegaba sus sueños y asumió la rebeldía como escape, estilo de vida. Los jóvenes doblegados en el intento regresaron a casa a beben de las fuentes tradicionales; los que se mantuvieron rebeldes levantaron sus voces contra el establecimiento y siguieron hasta las últimas consecuencias. Algunos perecieron en el intento.

 

María del Carmen se mueve en un mundo ambiguo en el que no encuentra acomodo ni nada que la amarre o la seduzca, entonces, emprende la búsqueda de su propio espacio y tiempo. No importa dónde esté ese lugar, ella sale a buscarlo y allí se quedará porque como ella misma lo afirma al final del relato,

 

Que bajo pero que rico, no me importa servir de chivo expiatorio, yo estoy más allá de todo juicio y salgo divina, fabulosa en cada foto. Fuerzas tengo. Yo me he puesto un nombre: SIEMPREVIVA.

 

Que viva la música es un impresionante espacio literario donde tiene lugar el encuentro de las diversas culturas: la blanca señorial, la negra y la mestiza; donde se descubren nuevos territorios: inicia en el norte atravesado por la Avenida Sexta, se dirige a la rotonda de Versalles, la de los vicios solitarios, gira a la derecha y atraviesa la frontera natural del río Cali para mostrar una nueva ciudad: el sur y los confines de la Quince donde se disfruta con intensidad la salsa, el alcohol y el sexo; donde la protagonista representa una sociedad caduca a punto de tocar fondo. Al final, el centro se erige como monumento de la decadencia.

 

Mientras Noche de pájaros representa el desplome de la ciudad, Que viva la música representa la caída libre de una sociedad feudal atropellada por el consumismo y por la apertura cultural transmitida por aquellos jóvenes que creyeron haber inventado la libertad. La novela hace de las dinámicas sociales su protagonista. Ya no es la

 

La ciudad (que) huele a albahaca,

los campos a flores nuevas

y en los huertos de las casas

caen los mangos y ciruelas.

 

Ni la ciudad en las que sus gentes se recogían temprano:

 

Noche de luna. Las nueve

Han sonado ya en la iglesia

De San Francisco. Silencio.

Las calles todas desiertas

¡Hay  una paz inefable

en los cielos y en la tierra![v]

 

Es la metamorfosis de la ciudad ancestral a la ciudad multicultural y desconocida que escucha música, va a cine, hojea libros y deja correr las ideas y los sueños de una juventud desencantada y rebelde que compara el pasado inmutable de la ciudad con los nuevos y rápidos rumbos que gobiernan el mundo. Que viva la música es el volver la mirada de su protagonista para revelar la nueva ciudad nacida de ese pasado aborrecido y que deduce un futuro incierto.

 

Jaulas, de maría Elvira Bonilla, nos trae la historia de Krystal Ventura. Una joven, también de familia adinerada, que fue enviada a estudiar al extranjero en la época de las transformaciones sociales y culturales de los años sesenta y setenta. Una chica educada para ser autónoma, que viajó por Europa y aprendió varios idiomas. Una futura mujer independiente e inteligente. Sin embargo, al regresar a su ciudad y a su casa, se encontró con una ciudad atrasada, una madre conservadora, y una sociedad machista y pacata. Krystal acostumbrada a manejar las riendas de su vida se sintió arrinconada en su casa; trofeo en la fiesta de presentación en sociedad y en el lugar equivocado. La casa se convirtió en la peor de sus jaulas, la figura del padre, de la autoridad, se deshizo tras el placer y el mundo que la rodeaba no reflejaba más que apariencias. Ahogada en el hedor del hogar, comprendió que “el tiempo para salir a la calle es correcto” y cerró la puerta tras de sí y procuró encontrar espacios diferentes entre la muchachada de su edad. Su  grupo de amigos “rebeldes” se denominaba “la orilla” y hubo derroche de palabras y de licor; de ideas y de música; de proyectos y de drogas; de compañía y de soledad. “La orilla” se emplazó al otro extremo de la casa.

 

La mayoría de los jóvenes integrantes del grupo fueron haciendo su catarsis existencial a través de la palabra porque no tenían la fortaleza necesaria para actuar. Maniatados por los deseos de los mayores y la dependencia económica decidieron volver a casa con la cabeza gacha y dispuesta a asumir el rol que les tenían preparados. Los que enfrentaron el mundo con mayor vehemencia murieron en el intento o aprendieron, como Krystal Ventura,  con un costo muy alto que la sociedad es un monstruo grande y pisa fuerte y devora a las mujeres que se atreven a cruzar la línea demarcada por el machismo y que aunque la vida está en la calle las heroínas deben ser de “carne y hueso, sin grandes pretensiones, sin excepcionalidad, como la vida de cualquier mujer, sin aventuras, protegida, sin exponerse demasiado… ni guerras ni hazañas (porque) la procesión va (debe ir) por dentro.

 

Noche de pájaros es la historia del testigo de una masacre política, en pleno centro de la ciudad, que para salvar su vida se refugia en la casa hasta que decide enfrentar su destino y sale a la calle para ser asesinado. Que viva la música relata la historia de una joven adinerada que huye de casa en procura de su identidad y se topa con que la ciudad es más que arquitectura, que su límite es el cielo y que sus calles son el reflejo del día y de la noche. Ella termina perdiéndose en el horizonte y cuando vuelve la mirada encuentra que el torbellino de la juventud la ha depositado en el centro de la ciudad. En el centro, eje del poder, que mueve todos los hilos. Jaulas es novela de aprendizaje y la protagonista concluye que su heroína “habría sido, eso sí seguro, una mujer duramente tierna, tenazmente débil, amargamente dulce y sólidamente frágil… y no como ella que se enfrentó a una cultura local adormilada, pacata y feudal y terminó muerta en vida.

 

 


[i] . Alejandro Ulloa. Globalización, ciudad y representaciones sociales.

[ii] Alejandro Ulloa. Globalización, ciudad y representaciones sociales

[iii] Prólogo a la Mujer Rota de Simone de Beauvoir. Editorial Letra Grande. Barcelona. 2001.

[iv] Historia de Cali en el siglo 20.

[v] Ricardo Nieto.

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