El Judaismo y el Hinduismo

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El judaismo

Dejando aparte la cábala, el judaismo nos es más familiar por el conocimiento que tenemos del Antiguo Testamento y por el estudio de la historia del pueblo de Israel. En el judaismo, el Misterio Último de todo lo que existe es Yavé, Dios personal, creador y gobernador del universo. Yavé no puede ser visto ni ser representado, es el totalmente trascendente, pero se manifiesta al hombre interviniendo en su historia, revelándose a través de los acontecimientos y de las palabras de sus profetas.

De esta manera, Yavé se manifiesta como un Dios de amor, que ha volcado su cariño sobre un pueblo con quien ha establecido una alianza de amistad a través de sus servidores: Abrahán y Moisés. Aparece así la Torah o ley, expresión de esta alianza. El que la cumple, vive como auténtico judío, fiel a Yavé y solidario con el pueblo. El que no la cumple, es infiel, será castigado por Yavé y es digno de ser proscrito por el pueblo.

Yavé es un Dios fiel. Su amor y su misericordia son eternos; no falla nunca a su alianza. Por eso sacó al pueblo de la situación de opresión y de esclavitud en Egipto (ver tarot egipcio) y lo seguirá sacando hasta el fin del mundo, triunfo definitivo, liberación definitiva. De ahí la esperanza firme del judío: al final de los tiempos, Yavé suscitará un Mesías ( = ungido) que libere definitivamente a su pueblo.

Si comparamos el judaismo con las dos religiones orientales que hemos visto antes, nos damos cuenta de sus dos características más destacables:

No es una religión del individuo, sino del pueblo. El destino de cada uno está ligado intrínsecamente al destino del pueblo. La salvación es solidaria. Esto hace del judaismo una religión no sólo nacional, sino nacionalista. Esto explica el sentido fuerte de comunidad que une a los judíos aun en la diás- pora (= dispersión). Es asombroso contemplar la vuelta a la «Tierra Prometida» después de la segunda guerra mundial y la creación, de nuevo, del Estado de Israel tras diecinueve siglos de diáspora por el mundo.

Dios no se da a conocer por la vía del desprendimiento de las realidades terrenas, sino, todo lo contrario, a través de los acontecimientos de la historia, sobre todo a través de los acontecimientos liberadores. Dios libera y restablece la justicia. El «conocimiento de Yavé» será, pues, practicar el amor y la justicia. Cuando falta, es el caos en la sociedad y el universo.

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El hinduismo

En su origen y en su expresión más primitiva, el hinduismo es politeísta; pero en su forma más evolucionada, el brahmanismo, se presenta como una especie de monoteísmo. Da el nombre de Brahmán al absoluto, distinto y diferente de todo lo que el hombre pueda conocer e imaginar. El Brahmán está presente en todo: es el aliento y la conciencia de todo lo que existe. Pero su presencia está oculta y encarcelada en la materia, en lo que se ve, en lo corpóreo. Esta visión del mundo es la causa de dos de las características más sobresalientes del hinduismo:

  • Su enorme respeto por todo lo viviente, por toda la naturaleza, ya que en todo está Brahmán.
  •  Su relativización de lo que es materia y cuerpo, considerados como prisión de lo absoluto.

El Brahmán está también presente en el hombre: es su yo más profundo, el núcleo de su conciencia, lo que los hindúes denominan Atman. El hombre alcanza su auténtica liberación cuando libera su Atman. Para ello hay que desprenderse de todo lo que no es vida interior, conciencia de sí, de todo lo que es pura exterioridad y sensación. Aquí tienen su origen todas las técnicas de zen, yoga, meditación trascendental…
El hinduismo considera que el mundo está gobernado por una especie de trinidad. Se llama Brahmán cuando es el dios soporte de todo; se llama Siva cuando destruye y castiga; se llama Visnú cuando actúa como conservador de la existencia.

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