El byte poroso

“… la separación entre técnicas y artes obedece tan sólo a una exploración desarrollada a lo largo de los dos últimos siglos, pero ni antes se diferenciaron ni parece que vayan a seguir diferenciándose mucho tiempo más. Nada, en su esencia, separa a las artes de las técnicas.” (Azúa)

Lo que hoy llamamos artesanía es el arte de la antigüedad, una serie de oficios que requerían habilidad manual para su realización, en ese sentido uno de los rasgos distintivos de una buena obra de arte pre-moderna era la calidad de su factura, algo que cualquiera, con un poco de cuidado puede juzgar a simple vista. Prueba de la importancia del dominio técnico en las producciones artísticas es la manera como se estudiaba para ser artista. En aquel entonces los aprendices vivían con un maestro haciendo parte de su taller, única forma de dominar un oficio que se transmitía empíricamente a través del trabajo diario bajo la tutela de alguien conocedor de todos los secretos de la técnica.

Poco a poco el arte emprendió un camino de diferenciación desde épocas en que construir artefactos, herramientas o templos pertenecía a un mismo gremio de hacedores llegando, con las vanguardias, a un cisma total. El arte quedaba liberado de la técnica y se dedicaba a agredir los fundamentos clásicos del arte anterior. Las razones de tal venganza las tiene Duchamp pero no son el objetivo directo de este texto.

En esta liberación se da también un proceso de individualización del autor. Las esculturas del pórtico de una catedral románica no son obra de un artista en el sentido moderno, sino de un anónimo grupo de artesanos cuyas personalidades quedan escondidas bajo el propósito primario de recrear algún pasaje bíblico. Ni siquiera la consciencia artística demostrada por ciertos maestros que incluían sus caras en algunas de las esculturas sobrepasa el objetivo principal que era ejecutar un excelente trabajo de modelado el cual no precisa de una personalidad ávida por expresarse que “cargue” la obra con su subjetividad. El requisito principal era conocer la piedra, poder determinar su porosidad y dureza, y prever la dirección de la grieta después del golpe de cincel para transformarla y dominarla.

Pero este forma de hacer se transformaría paulatinamente, desde el siglo XVIII las obras de arte se consolidan como la proyección espiritual de un individuo que expresa ideas y esto, como afirma Azúa, no se puede enseñar pues no involucra aprender un oficio que implique habilidades manuales (p. 47). La complejidad del debate actual se debe a que el juicio artístico entra en el campo de la filosofía pues para encontrar significados es necesario reflexionar más allá de lo aparente. La prueba está en que ya nadie resalará las lozanas curvas de Fountain para describir la “obra” de Duchamp.

Hasta el siglo XIX la pintura daba cuenta, además del contenido, de unas habilidades manuales, del dominio de una técnica, pero en una performance de mediados del siglo XX lo que vemos son pensamientos puestos en escena por una personalidad, esto se traduce en una gran dificultad para valorar un arte que no basta con solo mirarlo. El epítome de la separación entre artista y artesano lo encontramos en las ideas de Baudelaire quien esperaba que el artista moderno fuera un maldito y que esa calidad de miserable encarnara su obra. Un papel fundamental en esta transformación tienen las academias, el historiador, arquitecto y artista Giorgio Vasari (1511-74) funda en 1561 en Florencia la Academia de dibujo, abriendo el camino para una formación profesional, pero sobre todo para una recalificación del estatus del artista. Miguel Ángel será el símbolo del personaje que quiere dejar de ser un artesano de las guildas (agremiaciones que abarcaban los diferentes oficios) para convertirse en un intelectual. Años después en 1627 el Papa Urbano VIII avalaría, a pesar de la oposición de las guildas, la autoridad de las academias para conferir al entonces artesano el estatus propio de artista con una formación en geometría, anatomía, perspectiva e historia. Luis XIV en Francia fundaría la Real academia de pintura y escultura consolidando la institución de Beaux arts.

Retomando el estado actual del arte concluye Azúa que “un regreso a la in-diferencia de las técnicas y las artes, como las que parecen anunciar las transformaciones logísticas de la electrónica, daría su sentido final a la etapa concluida de las Vanguardias, es decir, de las prácticas artísticas unificadas bajo tutela filosófica. Como todo acabamiento, también éste parece inacabable” (p. 47).

Esta sentencia permite centrar el debate en la época actual, planteándose el posible retorno a la techné bajo la tutela de las nuevas tecnologías, mediadoras omnipresentes en la vida de un creciente número de habitantes de este planeta con un impacto social incuestionable.

Dado que ya la religión no produce los significados que el arte solía reflejar y que la ciencia, con la tecnología como cabeza visible, se erige como fuerza dominante en las relaciones sociales, parece natural que sus productos: video, computadores, redes, etc. configuren el lenguaje con que sus símbolos serán expresados por los artistas. Como afirma Levy “no se puede separar el mundo material -y aún menos su parte artificial- de las ideas a través de las que los objetos técnicos son concebidos y utilizados…” (Levy- Cibercultura, 6). Lo interesante radica en que estas nuevas tecnologías requieren de saberes especializados para “dar forma” a los productos y esto plantea una reflexión sobre el concepto “técnica” aplicado en un ámbito inmaterial.

Las nuevas tecnologías, además de permitir una distribución nueva de la información también aportan herramientas digitales que pueden ser usadas de muchas maneras. En este caso vale la pena establecer una diferenciación entre lo cuantitativo y lo cualitativo, como lo hiciera Valery en 1928 previendo el impacto de la revolución industrial en el arte. En sus propias palabras:

Ni la materia, ni el espacio, ni el tiempo son desde hace veinte años lo que eran desde siempre. Hay que esperar que tan grandes novedades transformen toda la técnica de las artes y de ese modo actúen sobre el propio proceso de la invención, llegando quizás a modificar prodigiosamente la idea misma de arte. (p. 131)

No se trata entonces de ampliar las posibilidades de producción y reproducción del arte anterior. La diferencia en usar una nueva herramienta para hacer lo mismo y actuar sobre “el propio proceso de invención” se puede ver en el uso del software para la manipulación digital de imágenes que ha irrumpido en la gran cadena comunicativa poniendo en tela de juicio el carácter documental de dichas imágenes. La posibilidad de alterar radicalmente la información digitalizada propone una nueva aproximación al medio de expresión que pareciera ofrecer posibilidades de innovación en el campo artístico. Sin embargo esta supuesta innovación suele estar ligada a formatos tradicionales híbridos entre la pintura y la fotografía, además el dominio de un programa informático podría considerarse apenas un paso intermedio en esa vuelta a la techné pues trabaja a partir de herramientas pre-elaboradas. Se cambió el pincel por el ratón.

Teniendo en cuenta que el “verdadero artesano” actual, quien conoce la materia, sus propiedades, sus posibilidades y falencias en el ámbito digital es quien trabaja desde el código nos encontraríamos ante un curioso concepto de artesanía cuya materia serían números. Esto también implica un cambio en la definición de artista, ya que quienes conocen tales técnicas suelen venir de otras disciplinas más relacionadas con lo informático.

No obstante, la re-definición de artesanía y techné, en el entorno de las nuevas tecnologías, presenta diferencias con los conceptos originales surgidos de la manufactura tradicional, pues el contacto y efecto directo que el hombre ejercía sobre la materia ahora está mediado por un sistema que no es analógico sino discreto. Causa y efecto no son aparentes, pero aún así se trata del trabajo a partir de herramientas guiadas por el hombre que modifican un material, una invitación para que los artistas, de nuevo, en lugar de re-significar lo existente, vuelvan a  crear desde la materia. (J.Llorca)

Referencias

Azúa, Félix (2011). Diccionario de las artes. Debate, Barcelona

Lévy, Pierre (2007). Cibercultura. Informe al consejo de Europa. Anthropos. México

Valéry, Paul (1999) “La conquista de la ubicuidad” (1928), en P. Valéry: Piezas sobre arte. Visor. Madrid

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