Una mirada a Cali desde su literatura

Una mirada a cali desde su literatura

 

Ricardo Iglesias Dávila

 

Durante algo más de trescientos cincuenta años Santiago de Cali fue una pequeña aldea sitiada por extensas y hermosas llanuras salpicadas por siete cristalinos ríos. Llanuras de espesos bosques, dameros multicolores y numerosas y vistosas vacadas. Aldea y llanuras propiedad de los blancos, sustento de indígenas, esclavos y mestizos.

 

En 1886 la novela El Alférez Real, de Eustaquio Palacios, nos describe en unas cuantas líneas, el origen y las relaciones entre sus habitantes:

 

Los habitantes de Cali estaban divididos en tres razas. Blancos, indios y negros; o sea: europeos, americanos y africanos. De éstas resultaban las siguientes variedades: el mestizo, hijo de blanco en negra o viceversa; y el zambo, hijo de negro en india, o de indio en negra.

 

Los blancos de la raza española tenían para sí todos lo privilegios y preeminencias; después de éstos, los más considerados eran los mestizos, que hacían alarde de descender de españoles: a éstos se les daba el nombre de montañeses. Los demás eran iguales en la humildad de la categoría; pero la del esclavo  era, como es claro. La más triste. Los plebeyos que no eran mestizos, eran llamados monteras.

 

… Los nobles vivían orgullosos de su linaje y miraban con desdén la plebe; la plebe por su parte estaba acostumbrada a reconocer esa distinción y se sometía resignada porque no podía hacer otra cosa.

 

También relata su distribución inicial:

 

En 1789, la ciudad se extendía desde el pie de la Colina de San Antonio hasta la Capilla de San Nicolás, y desde la orilla del río hasta la plazuela de Santa Rosa. Ese extenso barrio que existe hoy desde la plazuela hasta el llano, es enteramente moderno.

 

Aunque el área de población era grande, los edificios no eran tantos como podían caber en ella; porque había manzanas con dos o tres casas, cada casa con un espacioso solar, y cada solar sembrado de árboles frutales, principalmente cacao y plátano y algunas palmas de coco. Los árboles frutales eran los mismos que hay ahora, con excepción del mango que no era conocido todavía.

 

En el otro lado del río había solamente tres o cuatro casas en forma de quintas o pequeñas haciendas, algunas con plantaciones de caña y trapiche. El resto de todo ese terreno estaba cubierto de guayabales, que comenzando en el Charco de la Estaca iban a terminar en Menga.

 

En 1867, Don Jorge Isaacs regaló al mundo una pintura de novela, María. Allí pinceló las grandes bellezas de la creación (que) no pueden ser vistas y cantadas (al mismo tiempo, ni de inmediato): es necesario que vuelvan al alma empalidecidas por la memoria fiel. En ellas, climas,  colores, sabores y olores se confunden,

 

Una tarde, ya  a puestas del sol, regresábamos de las labranzas a la fábrica de mi padre, Higinio (mayordomo) y yo. Ellos hablaban de trabajos ya hechos y por hacer; a mí me ocupaban cosas menos serias: pensaba en los días de mi infancia. El olor peculiar de los bosques recién derribados y el de las piñuelas en sazón, la greguería de los loros en los guaduales y guayabales vecinos; el tañido lejano del cuerno de algún pastor, repetido por los montes: las castrueras de los esclavos que volvían espaciosamente de las labores con las herramientas al hombro; los arreboles vistos a través de los cañaverales movedizos…

 

La música es punto de encuentro fundamental de las diferentes culturas y polifonía de infinitas ilusiones y melancolías de aquellos seres esclavos, bien vestidos y contentos, hasta donde (era) posible estarlo en la servidumbre

 

En la madrugada del sábado próximo se casaron Bruno y Remigia. Esa noche a las siete montamos mi padre y yo para ir al baile, cuya música empezábamos a oír. Cuando llegamos, Julián, esclavo capitán de la cuadrilla, salió a tomarnos el estribo y a recibir nuestros caballos. Estaba lujoso en su vestido de domingo, y le pendía de la cintura el largo machete de guarnición plateada, insignia de su empleo. Una sala de nuestra antigua casa de habitación había sido desocupada de los enseres de labor que contenía, para hacer el baile en ella… Los músicos y cantores, mezcla de agregados, esclavos y manumisos, ocupaban una de las puertas. No había sino dos flautas de caña, un tambor improvisado, dos alfandoques y una pandereta; pero las finas voces de los negritos entonaban los bambucos con maestría tal, había en sus cantos tan sentida combinación de melancólicos, alegres y ligeros acordes, los versos que cantaban eran tan tiernamente sencillos, que el más culto aficionado hubiera escuchado en éxtasis aquella música semisalvaje.   

 

La literatura del siglo XIX retrató la ciudad en su inflexible esquema patriarcal. Los protagonistas, hombres y mujeres, actuaban según conductas predeterminadas; la movilidad social era casi nula y nada, absolutamente nada, podía alterar el orden impuesto. Ni siquiera la mayor de las fuerzas: ¡El amor!

 

Después de las guerras de independencia, Colombia quedó prácticamente en la ruina y sus dirigentes sintieron la necesidad de contar con capital extranjero para estimular el desarrollo del país. No obstante, no alcanzaron a consolidar una política de Estado que incentivara la llegada de inversión de otras latitudes. El país quedó aislado y con excedentes de mano de obra.

 

Sólo a partir de 1870, un número creciente de extranjeros, atraídos por los recursos naturales, pisó Colombia. De profesiones distintas y con deseos de prosperar se sumaron a las actividades económicas de las regiones, pero los gobiernos de la Regeneración, demandando que los recién llegados no modificaran el orden social impuesto, restringieron su entrada e inventaron razones para su expulsión.

 

Sin embargo, la novela María había atravesado los mares y, plena de encantadoras descripciones, enamoró a extraños que décadas más tarde un grupo de organizados, soñadores e intrépidos japoneses arribó al valle del río Cauca en busca del codiciado paraíso.

 

La llegada de extranjeros a Santiago de Cali impulsó nuevas dinámicas y transformó el concepto de ciudad. Los nuevos puntos de referencia ampliaron la visión y el horizonte se hizo una línea lejana en la que se entrelazaron ilusiones. La aldea soñó con ser una urbe moderna y cada habitante aportó desde sus posibilidades. La modernización entró a Cali: bombillas incandescentes alejaron las sombras de la plaza mayor; el agua dejó de pasear en “balde” por las calles; la voz se adelgazó hasta hacerse un hilo; el barro se fue haciendo adoquín, piedra y cemento. En 1906, la bravura del río Cauca fue sometida:

 

Un buen día a lo lejos, oyeron los pescadores unos pitazos largos, arrogantes, parecidos pero mil veces más fuertes a los producidos por el cacho cuando llama a reunión a los peones. Los hombres, armados, se escondieron en los árboles ribereños pensando que los blancos trataban de amedrentarlos. Los pitazos se oían más cercanos y aterradores. Las mujeres huyeron con los niños, mientras en un recodo del río aparecía una columna de humo, no había duda, un engendro infernal avanzaba hacia ellos. Era un monstruo gris, humeante, que botaba espesas nubes de vapor y lenguas de fuego. Todos palidecieron y temblaron esperando lo peor, pero aquello pasó de largo sin perder el compás de sus resoplos. Acababan de ver el barco a vapor “Sucre”, el primero en recorrer estas aguas.

 

El naciente siglo mostró una nueva cara de la ciudad y, entre arquitectura, tecnología, crecimiento territorial e inmigrantes nacionales y extranjeros, vibró a un nuevo ritmo. La transformación del espacio público, jamás inocente, impulsó vínculos que animaron nuevas ideas y obligaron a buscar otras opciones de vida. El desarrollo urbano implicó: expansión, movilidad social y, más que nada, cambios en las  relaciones sociales, pues los “recién llegados” vinieron a trabajar, a progresar y ¡a quedarse!

 

El profesor Édgar Vásquez Benítez, en su libro Historia de Cali en el siglo XX da cuenta entre otros asuntos que mediante el Decreto Nacional No. 340 del 16 de abril de 1910, nació el departamento del Valle del Cauca y Santiago de Cali designada su capital.  Reconocimiento que sumado a la transformación de su estructura económica fincada en la creación de importantes industrias como: Cigarrillos el Sol (1903), el periódico Correo del Cauca (1906), gaseosas Posada Tobón (1904), y luego, el Ferrocarril del Pacífico (1915), las fábricas: Puntillas Vencedor (1918), Velas La Campana (1920) y de jabones Imperial (1920); y a la creciente ola de construcción iniciada en 1917: Teatro Municipal, Batallón Pichincha, Edificio Otero, Hotel Alférez Real, Teatro Jorge Isaacs, Palacio Nacional, el Teatro Colombia, la Clínica Garcés, El Parque de Recreaciones “Luna Park”, el Colegio San Luis Gonzaga, El Edificio de la Gobernación, El Club de Tenis “Cali” y el Edificio Bayron, impulsaron el crecimiento de la ciudad.

 

Los años cuarenta se plasmaron en industrias que jalonaron oportunidades económicas a inversionistas nacionales: Alotero, Punto Sport, Maizena S.A., Textiles el Cedro, Croydon, Cementos del Valle; y privilegiaron  inversiones extranjeras: Good Year, Squibb, Cartón de Colombia, Colgate Palmolive y Sydney Ross, entre otras. Cali prosperó hasta convertirse en la tercera ciudad más importante del país.

 

El siglo XX transformó la ciudad y su territorio se convirtió en el escenario donde las oportunidades, sueños, pesadillas y culturas se cruzaron desnudando toda la complejidad humana que corría por sus polvorientas calles. Así lo revela en sus Cantos Obreros el maestro Enrique Buenaventura:

 

Los que construyen la ciudad

viven en los extramuros.

No tienen agua los que hacen

el acueducto.

Y aquellos que cavan los desagües

luchan con una escoba contra las inundaciones.

El que alisa

como un espejo negro

las pistas de aterrizaje,

debe arrastrarse como los gusanos.

Van a pie, bajo el sol,

los que arreglan la carretera.

Los que labran la tierra, Señor,

no son dueños de sus cosechas.

 

Novelas como Noche de pájaros, de Arturo Alape (1984); Que viva la música, de Andrés Caicedo (1977)  y  Jaulas, de María Elvira Bonilla (1984), entre otros textos literarios, reflejan las historias de una ciudad nueva y de una sociedad compleja y contradictoria.

 

Las tres novelas tejen relatos que dan cuenta de la metamorfosis de un terruño alegre, colorido y poco habitado, a una ciudad de inmigrantes, bulliciosa y moderna, gris y fragmentada. En ellas la ciudad se descubre como el paisaje de las pasiones humanas en donde cada detalle del panorama adquiere fuerza y sentido.

 

El periplo arranca a finales de los años treinta, lapso en que se disparó el proceso de urbanización en Cali, que en 1940 tenía 100.000 habitantes  y nos conduce hasta mediados de los ochenta, Tiempo en el que se fundaron unos cien barrios populares construidos por los mismos habitantes[i], 1.300.000 para la fecha. Sin embargo, también sufrió los avatares de la violencia; recibió la influencia de los movimientos contraculturales norteamericanos y europeos, hizo suya la música popular y padeció, hasta el tuétano, el problema del narcotráfico y las clases emergentes.

 

La novela de Alape,  Noche de pájaros, utiliza la estrategia novedosa de denominar “Usted” al protagonista  a quien  se dirige el narrador. El Usted protagonista que se confunde con el usted lector, vive en Cali y no puede evitar que los recuerdos lo atropellen después de presenciar la matanza y que lo atormenten después de aparecer su fotografía en el periódico El Relator, que lo señala y lo pone en la palestra pública como único testigo. A partir de ese instante, Usted se siente perseguido porque a Usted lo hacen visible en la ciudad, en el espacio del anonimato.

 

“Usted, testigo ocasional, sin que lo buscara o deseara, lo vio todo y nada vio, ha querido olvidar y ha sido carga difícil de llevar para un hombre endeble como usted en muchos sentidos… nunca quiso inmiscuirse en la vida de nadie, no quiso que se inmiscuyeran en la suya. Más, sin embargo, está ahí, por obra de  dedicación a su trabajo”.

 

El magnicidio de Jorge Eliécer Gaitán, 9 de abril de 1948,  agitó y liberó los odios y las venganzas contenidos desde la fratricida Guerra de los Mil Días. La onda explosiva de los disparos que eliminaron al líder liberal alcanzó gran parte del territorio nacional, con los mismos propósitos, con iguales estrategias, con igual impunidad y con idéntica indiferencia del Estado. El maestro Rogelio Echavarría en su poema Condena, en Muertes reiteradas, sintetiza el horror que traen las sombras:

 

Se oyen disparos en la noche

¡Oh patria muda y temblorosa!

¡Dónde su helado huevo pone

la muerte artera y esclerosa,

la muerte escuálida en su coche.

¿Y quién mi espíritu tortura

con la condena que me dicta

una implacable dictadura? 

 

Capítulo negro que entró a estos parajes por el norte del departamento del Valle y asedió paulatinamente su capital. Noche de pájaros echa una mirada a la ciudad a partir de la matanza de la Casa Liberal ocurrida en mayo de 1949, episodio que da inició, público, a la violencia partidista en Cali.

 

A León María Lozano se le endilgó la tarea de eliminar a los liberales de su natal Tuluá. Pero la violencia, como fenómeno político,  se caracterizó por la atrocidad de sus acciones y por hacer de matar un oficio. Al Cóndor no le bastó azular la región, se le hizo indispensable aniquilar de una vez y para siempre a todos los rojos liberales, estuvieran donde estuvieran. Por ello, sus garras llegaron a Cali, a la Casa  Liberal, persiguiendo los sobrevivientes de la carnicería de Ceilán. Este hecho se constituyó en el capítulo más cruel de la ciudad. La noche se tiñó de rojo.

 

La novela reduce la ciudad al centro, a los alrededores del  barrio El Calvario, de la Estación del Ferrocarril, pues allí confluían campesinos, vendedores, filipichines en busca de ganado, marchantas, delincuentes del “bajo mundo”, inmigrantes pobres, en busca de oportunidades, y hotelitos de “mala muerte”. El relato suma, a la distinción de apellidos, abismos económicos, discriminación étnica y a la  decadencia, la intransigencia de los colores que se extendió hasta los años sesenta.

 

La violencia política y armada irrumpió con execrable sevicia en la ciudad del anonimato y de la discriminación. Se apoderó de cada rincón y Usted sintió temor y recordó y supo que la violencia caminaba a su lado. El no futuro del protagonista se proyectó en la rutina de la ciudad atiborrada de contradicciones: la opulencia y la miseria, la casa y la calle, lo culto y lo popular, el día y la noche…  allí el silencio se erigió, de una vez y para siempre, en el puente entre la vida y la muerte…

 

Había surgido el temor a discutir lo que sucedía en las noches. Daba la impresión que Cali vivía dos tipos de vida. La ciudad en apariencia libre, alegre y bulliciosa porque ansiaba con pasión el fútbol en los fines de semana. Y la otra, la de la noche que discurría bajo el velo que todo ocultaba, como si la vida la hubiera tragado las sombras de la nocturnidad. Nadie sabía nada, nadie indagaba por los desaparecidos. Muchas versiones afloraban sobre los hechos, versiones subrepticias nada más, poco reveladoras.

 

Alejandro Ulloa, en su libro Globalización, ciudad y representaciones sociales, afirma: La ciudad como configuración urbana es también un producto histórico, una relación compleja entre la historia y espacialidad. [ii] Y Usted, como habitante y la ciudad como espacio se construyeron juntos. Usted sufrió la avalancha de su historia porque la casualidad lo hizo testigo del hecho violento y transformador y, aunque lo vio todo y no vio nada, no pudo librarse de una ciudad tomada por la violencia y por la indiferencia.

Sin embargo, Usted, protagonista, se llena de valor y decide afrontar su destino. Decide salir al encuentro de los fantasmas, de esa muerte que jamás imaginó, pero que lo acorraló hasta convertir su vida en un infierno. Usted camina con paso firme y desafiante mientras los carros

 

Pasan velozmente entre usted, dejándolo avasallado por el ruido y la velocidad. Se detienen un poco, abren las ventanillas y disparan los revólveres sobre su espalda en puntería que no perdona. Usted queda sostenido en su agonía, al final lo empuja la muerte y cae al suelo de bruces sobre sus narices.

 

El personaje de Noche de pájaros muere en el centro mismo de la indiferencia, de la violencia y de la comunicación imposible. A Usted lo mataron los cazadores, ¡sí! Pero Usted venció el miedo y tuvo el coraje de enfrentar su realidad aunque sólo fuera para decidir dónde y cuándo morir, su único futuro. Mientras tanto, la ciudad siguió “cuesta abajo en su rodada” haciéndose más oscura y abyecta, terreno propicio para una y mil violencias más.

 

La Cali que va entre 1950 y 1965, aproximadamente, no ha sido contada por la literatura, sólo existe en periódicos y revistas y rumores y testimonios. Entre los sucesos relevantes encontramos: La explosión de seis camiones cargados con dinamita el siete de agosto de 1956, la marcha de los estudiantes y los obreros, con la bendición de la clase dirigente, que unida a las marchas en todo el país, terminó con el gobierno del general  Rojas Pinilla en junio de 1957.

 

El panorama Colombiano muestra el recrudecimiento de la violencia y el nacimiento de grupos guerrilleros. La nación se movió al ritmo de los trapos rojos y azules; alcanzó niveles mínimos de desarrollo económico y educativo; la distancia entre ricos y pobres se multiplicó; la clase política firmó un pacto de no-agresión y monopolista del poder: el Frente Nacional. El país político se dio a la tarea de “escribir la nueva historia del país con el borrador y no con el carboncillo”. Colombia se enfrentó consigo misma y sus fronteras estuvieron abiertas para el Norte, desconociendo la importancia de los proyectos sociales y económicos de la Europa de posguerra.

 

La reunión de Yalta fragmentó el mundo después de La Segunda Guerra Mundial; impuso el uso inhumano de la energía termonuclear y creó un nuevo orden mundial: ¡Quién no está conmigo, está contra mí! El mundo se dividió en buenos y malos; en amigos y enemigos; en comunistas y capitalistas; en guerras frías y calientes; en espías y contraespías. La tecnología logró capturar el planeta en una pantalla virtual y dejarlo a merced de un dedo y un botón. La generación nacida entre 1945-1955, la de los Baby boomers,  heredó las vergüenzas, los odios, el terror y la búsqueda de nuevas opciones de vida.

 

La sesentas llegaron cargadas de apartheid, luchas por los derechos civiles, guerras anticolonialistas, comunistas, feministas y de jóvenes decididos a revolucionar el pensamiento y el espíritu. Los jóvenes hastiados del caos y del resentimiento emprendieron luchas frontales contra toda opresión. Los labios  silenciados empezaron a cuestionar lo más mínimo. “Si los adultos quieren hacer del mundo un infierno, ¿por qué razón los jóvenes no podemos perseguir nuestros sueños?” “Si no les importa mandar a sus hijos a morir en tierras y guerras ajenas, ¿por qué extrañas razones quieren mantenernos en casa?” ¿Por qué satanizan nuestras conductas? ¿A qué temen?” A los jóvenes, que eran muchísimos más que los de cualquier generación anterior[iii],  la autoridad no los dejaba ser; la homogeneidad los humillaba y la moral pacata los paralizaba. Sabían que transformar el mundo exigía mucha acción y valor y se dieron a la tarea.

 

Ante la agresión física y excluyente, la palabra se hizo opción de vida. Alzados  contra todo orden se dieron a la tarea de hacer del pensamiento una revolución y, ante la amenaza de una destrucción atómica, decidieron vivir a plenitud  y a toda velocidad. Liberaron cuerpos y mentes dejándose invadir por el amor, la libertad, la rebeldía y gritaron vivas a la diferencia, razón de la identidad. La tierra se les hizo pequeña y se apuraron la vida a grandes sorbos; rompieron paradigmas, crearon horizontes.

 

El mundo nunca más fue el mismo. Hicieron de la Libertad su dios y su lucha. A ella todo, hasta la vida misma. Echaron  mano a formas universales de expresión: las marchas, la música, el pacifismo, la tolerancia, la literatura… 

 

La novela Que viva la música, enmarca su historia en el ambiente rebelde de esos sesenta. Se insertó en una ciudad que crecía a pasos agigantados, de 100.000 habitantes en 1940 saltó a  850.000 en 1970[iv] gracias al nuevo auge industrial y a los desplazados políticos que vieron a Cali como ciudad seductora o como la  ciudad refugio.

 

Si Noche de pájaros gira en torno al centro de la ciudad, sus desengaños y degradación. Que viva la música relata una historia en movimiento que se desplaza del primer Nortecito hacia el sur, espacios delineados con y por fronteras físicas y culturales visibles. Cali era un territorio claramente escindido sin la menor posibilidad de movilidad social. Ricos y privilegiados pocos, plebeyos y pobres el resto. 

 

Andrés Caicedo interpretó genialmente la Cali de su época. Hijo de familia acomodada, conoció de primera mano la música, el cine y la cultura norteamericana en la que los jóvenes pretendieron hacer del mundo un paraíso sin límites. Que viva la música, inicia su viaje en el Norte, vislumbra el sur y termina en el centro de la ciudad, el lugar donde ya no viven los privilegiados, pero que continúa siendo símbolo de su poder. El Norte es el paraíso conquistado, al otro lado del río, por las familias ilustres que durante el período de desarrollo económico, 1915 a 1929, obtuvieron altos ingresos y decidieron escapar de

 

El intenso desarrollo comercial de los años veinte, con importaciones llegadas a Buenaventura y transportadas por el ferrocarril para su venta en los almacenes de Cali, la movilización de café desde el norte del Valle para la trilla en la ciudad… y por el movimiento de flujo y reflujo de pasajeros entre Cali, el norte del valle y Popayán, se convirtió la Estación del Ferrocarril –y sus bodegas anexas—en el núcleo más agitado de la ciudad. En su alrededor se instalaron hotelitos, bares, cafés, cantinas y bodegas, y el teatro Roma, que fueron constituyendo una pequeña zona de “bajos fondos”.

 

El Norte fue la territorialización de jóvenes favorecidos que estudiaron fuera y regresaron cargados de ideas, tecnología y proyectos. Algunos se convirtieron en emprendedores dirigentes empresariales y/o políticos. Los más pujantes se la jugaron por la ciudad y crearon “El Grupo de los martes”, desde allí planearon y organizaron la metrópoli futura. Transformaron la arquitectura, la política, la industria, la forma de vestir, de actuar, introdujeron música y ritmos que aligeraron el cuerpo y el espíritu.

 

María del Carmen Huertas, la protagonista, vive allí y para bien o para mal, creció en la época de los movimientos juveniles. Una período que hizo de la Música la oportunidad de asumir la palabra para denunciar, actuar y promover identidad; del Cine una forma de entretenimiento que produce y reproduce símbolos que se idolatran y se imitan automáticamente y que hicieron de la Literatura la explosión de la imaginación para crear mundos. La contracultura norteamericana, la revolución cubana, la guerra fría, el mayo del 68, los anticonceptivos, la liberación femenina, el “Boom latinoamericano”, el rock, la salsa, las drogas y la sicodelia, entre otros, conforman el marco social en el que crecen los personajes de Que viva la música.

 

La juventud se aproximó críticamente al Estado, a la familia, a la educación, a la sociedad patriarcal, también a ella misma. Se resistió al esquema caduco y frívolo de la ciudad señorial que doblegaba sus sueños y asumió la rebeldía como escape, estilo de vida. Los jóvenes doblegados en el intento regresaron a casa a beben de las fuentes tradicionales; los que se mantuvieron rebeldes levantaron sus voces contra el establecimiento y siguieron hasta las últimas consecuencias. Algunos perecieron en el intento.

 

María del Carmen se mueve en un mundo ambiguo en el que no encuentra acomodo ni nada que la amarre o la seduzca, entonces, emprende la búsqueda de su propio espacio y tiempo. No importa dónde esté ese lugar, ella sale a buscarlo y allí se quedará porque como ella misma lo afirma al final del relato,

 

Que bajo pero que rico, no me importa servir de chivo expiatorio, yo estoy más allá de todo juicio y salgo divina, fabulosa en cada foto. Fuerzas tengo. Yo me he puesto un nombre: SIEMPREVIVA.

 

Que viva la música es un impresionante espacio literario donde tiene lugar el encuentro de las diversas culturas: la blanca señorial, la negra y la mestiza; donde se descubren nuevos territorios: inicia en el norte atravesado por la Avenida Sexta, se dirige a la rotonda de Versalles, la de los vicios solitarios, gira a la derecha y atraviesa la frontera natural del río Cali para mostrar una nueva ciudad: el sur y los confines de la Quince donde se disfruta con intensidad la salsa, el alcohol y el sexo; donde la protagonista representa una sociedad caduca a punto de tocar fondo. Al final, el centro se erige como monumento de la decadencia.

 

Mientras Noche de pájaros representa el desplome de la ciudad, Que viva la música representa la caída libre de una sociedad feudal atropellada por el consumismo y por la apertura cultural transmitida por aquellos jóvenes que creyeron haber inventado la libertad. La novela hace de las dinámicas sociales su protagonista. Ya no es la

 

La ciudad (que) huele a albahaca,

los campos a flores nuevas

y en los huertos de las casas

caen los mangos y ciruelas.

 

Ni la ciudad en las que sus gentes se recogían temprano:

 

Noche de luna. Las nueve

Han sonado ya en la iglesia

De San Francisco. Silencio.

Las calles todas desiertas

¡Hay  una paz inefable

en los cielos y en la tierra![v]

 

Es la metamorfosis de la ciudad ancestral a la ciudad multicultural y desconocida que escucha música, va a cine, hojea libros y deja correr las ideas y los sueños de una juventud desencantada y rebelde que compara el pasado inmutable de la ciudad con los nuevos y rápidos rumbos que gobiernan el mundo. Que viva la música es el volver la mirada de su protagonista para revelar la nueva ciudad nacida de ese pasado aborrecido y que deduce un futuro incierto.

 

Jaulas, de maría Elvira Bonilla, nos trae la historia de Krystal Ventura. Una joven, también de familia adinerada, que fue enviada a estudiar al extranjero en la época de las transformaciones sociales y culturales de los años sesenta y setenta. Una chica educada para ser autónoma, que viajó por Europa y aprendió varios idiomas. Una futura mujer independiente e inteligente. Sin embargo, al regresar a su ciudad y a su casa, se encontró con una ciudad atrasada, una madre conservadora, y una sociedad machista y pacata. Krystal acostumbrada a manejar las riendas de su vida se sintió arrinconada en su casa; trofeo en la fiesta de presentación en sociedad y en el lugar equivocado. La casa se convirtió en la peor de sus jaulas, la figura del padre, de la autoridad, se deshizo tras el placer y el mundo que la rodeaba no reflejaba más que apariencias. Ahogada en el hedor del hogar, comprendió que “el tiempo para salir a la calle es correcto” y cerró la puerta tras de sí y procuró encontrar espacios diferentes entre la muchachada de su edad. Su  grupo de amigos “rebeldes” se denominaba “la orilla” y hubo derroche de palabras y de licor; de ideas y de música; de proyectos y de drogas; de compañía y de soledad. “La orilla” se emplazó al otro extremo de la casa.

 

La mayoría de los jóvenes integrantes del grupo fueron haciendo su catarsis existencial a través de la palabra porque no tenían la fortaleza necesaria para actuar. Maniatados por los deseos de los mayores y la dependencia económica decidieron volver a casa con la cabeza gacha y dispuesta a asumir el rol que les tenían preparados. Los que enfrentaron el mundo con mayor vehemencia murieron en el intento o aprendieron, como Krystal Ventura,  con un costo muy alto que la sociedad es un monstruo grande y pisa fuerte y devora a las mujeres que se atreven a cruzar la línea demarcada por el machismo y que aunque la vida está en la calle las heroínas deben ser de “carne y hueso, sin grandes pretensiones, sin excepcionalidad, como la vida de cualquier mujer, sin aventuras, protegida, sin exponerse demasiado… ni guerras ni hazañas (porque) la procesión va (debe ir) por dentro.

 

Noche de pájaros es la historia del testigo de una masacre política, en pleno centro de la ciudad, que para salvar su vida se refugia en la casa hasta que decide enfrentar su destino y sale a la calle para ser asesinado. Que viva la música relata la historia de una joven adinerada que huye de casa en procura de su identidad y se topa con que la ciudad es más que arquitectura, que su límite es el cielo y que sus calles son el reflejo del día y de la noche. Ella termina perdiéndose en el horizonte y cuando vuelve la mirada encuentra que el torbellino de la juventud la ha depositado en el centro de la ciudad. En el centro, eje del poder, que mueve todos los hilos. Jaulas es novela de aprendizaje y la protagonista concluye que su heroína “habría sido, eso sí seguro, una mujer duramente tierna, tenazmente débil, amargamente dulce y sólidamente frágil… y no como ella que se enfrentó a una cultura local adormilada, pacata y feudal y terminó muerta en vida.

 

 


[i] . Alejandro Ulloa. Globalización, ciudad y representaciones sociales.

[ii] Alejandro Ulloa. Globalización, ciudad y representaciones sociales

[iii] Prólogo a la Mujer Rota de Simone de Beauvoir. Editorial Letra Grande. Barcelona. 2001.

[iv] Historia de Cali en el siglo 20.

[v] Ricardo Nieto.

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