De compras y de engaños

De compras y de engaños

 La publicidad engañosa es más común de lo que parece

Acompañar a las mujeres a mercar es un paseo hartísimo para muchos hombres porque además de sentirse en el lugar equivocado saben que sus bolsillos serán profanados.  Pero  si se dedican a observar, el paseo se hace entretenido: las modas pasan del último grito hasta lo más ecléctico; las pataletas infantiles varían en instrumentos e intensidades; los esposos discuten por cuestiones de presupuesto; las jóvenes le hacen cambio de luces a los muchachos; los piropos son cada vez más atrevidos y la impaciencia hace de las suyas en las cajas de pago.

En alguna ocasión, mientras mi esposa compraba verduras, de ocioso me di a la tarea de mirar las ofertas en la sección fruver: libra de uva isabela a $1.000, de maracuyá a 1.200, de tomate de árbol a $900… como tenía tiempo, curiosidad y malos pensamientos, me di a la tarea de tantear las “mallas de frutas” en promoción. De inmediato volvieron a mí aquellos años en que mamá me llevaba a la plaza de mercado. Ella tomaba un número de frutas o de verduras, las sopesaba y preguntaba al vendedor “cuánto cuesta esta libra de lulos”. Él llevaba el paquete a la báscula y mágicamente la bolsa tenía casi el peso exacto. Así hacía todas las compras y al momento de la cuenta descubría el clavijazo del vendedor. Entonces, repasaba la suma y le imprecaba el resultado al astuto matemático.  Al final, recibía ñapa en compensación y todo arreglado. Yo admiraba a mi madre como si fuera un personaje de los libros clásicos, esos con poderes sobrenaturales que daban lecciones de sabiduría, don de gentes y generosidad.

Desde ese entonces mis manos se han adiestrado en pesar diferentes elementos según su tamaño y materia.

Señor, ¿Qué se le ofrece? Volví al presente y me encontré tasando las mallas y no me sentí cómodo con su peso, así que tome varias y me dirigí a una báscula. Una por una desmintieron el aviso publicitario. Cuando pregunté al encargado del sitio, puso cara de extrañado y recibió mi queja aduciendo que haría revisar los paquetes. Días después volví y el asunto seguía igual.  

Supuse que esto sólo sucedía en almacenes de medio pelo, pero mi sorpresa fue mayúscula cuando pude comprobar que en los prestigiosos almacenes de cadena se repetía la historia. Un paquete de jugos con 6 unidades cuesta $3.800, y la unidad tiene un valor de $580; un paquete de leche entera marca San fernando con cuatro unidades tiene un valor de $8.150, mientras que la unidad cuesta $1.880. Así podemos pasearnos por la mayoría de promociones, sobre todo, en las de los operadores de telefonía móvil. El asunto no para allí. Cuando llegamos a la caja sabemos que la máquina no se equivoca y sin ningún reparo cancelamos todo el mercado. Sin embargo, sucede, y bastante a menudo, que el valor de algún o algunos productos registrados en caja son más altos que los que figuran en las estanterías (gancho para inducir a la compra). 

En épocas de plaza de mercado no confiábamos en los vendedores que buscaban mayores utilidades sin importar el medio. Ahora, confiamos en la registradora que no se equivoca, mas olvidamos que tras ellas están los “vendedores” que buscan mayores utilidades sin importar el medio.

Aunque la tecnología se renueva e inventa herramientas para hacer más fáciles las tareas y evitar errores, la condición humana hace de las suyas sin importarle a quien se lleva por delante. Por eso los invito a que abran el ojo y cuiden las monedas que tienen en el bolsillo, pues los “vendedores” saben multiplicar muy bien los billetes que guardan en los bancos. El reto no es gastar el dinero, el reto es mantenerlo lo más posible.

Ricardo Iglesias Dávila

30 de marzo de 2010

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