A cuatrocientos años de Don Quixote

A Cuatrocientos Años Del Nacimiento De Don Quixote

Cada cierto tiempo, la humanidad florece intelectual, científica y religiosamente. El mundo es un circuito en el que cada elemento tiene su sitio y su momento. En él, la literatura no se escapa de los movimientos telúricos ni de los cismas espirituales.

La palabra es el pan de cada día que se hace comunión en la interacción humana. Está hecha para expresar, transformar y reivindicar al ser humano. A través de ella somos lo que somos y nos aventuramos a nombrar cada objeto, cada ilusión, cada sentimiento. Es el soplo creador, el murmullo del universo hecho sonido, grafía, significado y sentido. Todos poseemos la chispa divina para usarla: escrita o hablada, hecha signo, símbolo, imagen o simple gesto. La palabra, en cada uno de nosotros, es el mundo mismo.

Hace cuatrocientos años, en 1605, apareció un misterioso personaje que miró el universo con los ojos de la utopía y ambicionó transformarlo, proponiéndose la empresa de recorrer el mundo defendiendo la justicia, la libertad y la vida. Se hizo acompañar de un Escudero, de gran corazón, nobles sentimientos, ilusiones inmensas y esperanzas portentosas; se enamoró del amor humilde y dulce; se hizo Caballero y nació al mundo con las armas prodigiosas del deseo y la perseverancia.

Señalado como loco y descabellado, no hizo caso de las habladurías, ni del mal tiempo, tampoco de los obstáculos naturales y humanos, se había propuesto una meta y todo su actuar iba tras su alcance.

Aquel Quixote, nacido de la necesidad de darle vuelta al universo de la literatura, desafió al mundo mismo con la convicción del aventurero portentoso henchido de Genio y de hidalguía.

Don Quijote no es el hombre extravagante, sino más bien el peregrino meticuloso que se detiene en todas los sellos de la condición humana. Es un largo grafismo flaco como una letra y todo su camino será una búsqueda.

Este caro loco debe entenderse como una desviación cultural indispensable sólo comparable con el poeta y la poesía. Es el ser excelso que hace de la realidad una magia y de la magia una realidad portentosa, por lo que es dable vivirla y dar la vida por ella, si es necesario, en el intento. Ese loco emprendedor es arquetipo de muchos otros personajes y después, mucho después, de muchos hombres.

A ese personaje-hombre, nacido en un día de 1605, le dedicamos el Día del Idioma. No sólo para recordar a un autor y su obra, o la fecha del 23 de abril, designado día del idioma en homenaje a Miguel de Cervantes Saavedra (y de William Shakespeare), sino para recordar como Ramón Menéndez Pidal:

“La fuerza ideal de don Quijote que se sobrepuso a la falta de razón y a todos los defectos de la realidad, y que siendo pobre, nos admira con su liberalidad; siendo flaco y enfermo es héroe de esfuerzo nunca doblegado ante la mala ventura; siendo viejo nos conmueve con un primer amor desatinado y ridículo; siendo loco, sus palabras y acciones remueven siempre alguna fibra entrañal en el corazón entusiasta”.

Ahora, Cuatrocientos años después, recordamos al Quijote y al Escudero y a Cervantes en los sueños y en las ilusiones que crecen gracias al deseo y que se cumplen gracias a la voluntad del trabajo y a la Providencia, que todo lo puede.

Hoy, glorificamos las virtudes de la humildad, la perseverancia y la vergüenza del escudero Sancho Panza, comisionado para ayudar a su Señor y a sobreponerse para avivar la aventura y recrearse en la reflexión pausada y positiva ante la derrota.

Hoy, reivindicamos la lucha honorable y la palabra franca que instiga a batallar contra la inequidad de la ignorancia; a libertar la expresión cautiva en los cuadernos y en los libros; a movilizar la vida en el hacer diario; a reconquistar el espíritu de conocimiento en un momento cumbre de la historia universal. A respetar el don de la palabra para comprender que la literatura es ensoñación lúdica y afirmación de lo vivido; imaginación artesanal que nos hace saber que el lenguaje se puede sentir y moldear, escribir y borrar, corregir y regalar hecho sueño.

Ricardo Iglesias Dávila
Santiago de Cali, abril 18 de 2005

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