Bandera Pirata

Si hay un tema controvertido en internet es el de la “piratería” de contenidos, que genera un enfrentamiento entre los intereses de la industria y los usuarios. Incluso el uso de la palabra ‘piratería’ para definir el hecho de compartir material audiovisual entre usuarios se encuentra en entredicho. Muchos apuestan más por términos como acceso libre, intercambio, actividades extramercado, etc. Indudablemente la palabra piratería fue introducida por las industrias creativas (cine, música y libros) como forma de llamar a los usuarios que descargaban de internet contenidos protegidos por copyright, y también para hacer alusión a los servidores que permitían a los usuarios a compartir su contenido con otros usuarios en redes P2P, peer to peer (como por ejemplo Elite Torrent) lo que significa de igual a igual, siendo partícipes de uno de los principios básicos de internet. 

Desde el inicio el enfoque ha sido perjudicial para ambas partes implicadas. Se ha convertido a la tecnología en problema moral, lanzando un mensaje muy agresivo por parte de muchos actores que están implicados como parte interesada, por lo que nunca ha habido un debate objetivo, sino que se ha sido claramente tendencioso al asegurar de forma absoluta tanto desde los medios de comunicación como desde la política que está mal descargar gratuitamente contenidos protegidos por copyright. 

De este modo se ha dividido a la sociedad entre buenos y malos sin matices y sin queres comprender los entresijos que supone todo cambio. De esta forma se tensó el hilo, polarizando posiciones, mientras la industria instaba a los Gobiernos a hacer campañas apelando a la moral, los internautas acusaban a las gestoras de derechos de usureros y de intromisión en la vida privada, y a los políticos que legislaban en cualquier sentido que no fuera el de permitir la libre descarga sin restricciones de estar al servicio de las grandes corporaciones. Descargar contenido audiovisual en plataformas como Elitetorrent se había convertido en un acto de resistencia ante aquellos que te obligaban a pagar un cánon por el hecho de comprar un DVD vírgen, asumiendo el ‘delito’ antes de haberlo cometido. 

En realidad, la piratería afecta más a las formas de comercialización de contenidos que a la moral. Dicho de otro modo, se trata de un problema comercial y no ideológico. Internet ha supuesto un revulsivo para las industrias creativas. Lo hemos podido comprobar en la música, en la televisión y en general, en todos los contenidos audiovisuales. Ha cambiado por completo los hábitos de los consumidores. Pero como bien han demostrado las plataformas de VoD, video on demand, como Netflix o HBO, el problema nunca fue que los usuarios fuesen unos piratas que no deseaban pagar por los contenidos, el problema era de un modelo obsoleto por sí mismo, que necesitaba ya de un cambio de paradigma. En otras palabras, si el problema es comercial, las soluciones deberían plantearse con este enfoque por parte de la industria.

La piratería no ha sido ni puede ser un problema moral porque no hubo ni hay consenso social para que así sea. Además, nos encontramos ante la inutilidad de elaborar leyes que difícilmente pueden ser aplicables. La gente descarga y comparte música, libros y películas simplemente porque pueden hacerlo. En plataformas como Elitetorrent es posible encontrar material audiovisual que otros usuarios han puesto libremente para ello. Y aún así, está demostrado que esos mismo usuarios son los que pagan una suscripción a Netflix o unas entradas para el último estreno de Disney Pixar.

Por otro lado, es normal que la industria ofrezca una resistencia al cambio. De hecho es comprensible dentro del marco de la necesidad de reajustes en las cadenas de valor y la desaparición, en algunas ocasiones, de algunos intermediarios. Pero empeñarse en centrar la discusión de la industria en la piratería no es más que una distracción de los verdaderos problemas a los que se enfrenta: la reconversión obligada por los nuevos modelos de consumo de contenidos. Por suerte la vía de esa reconversión ya se ha abierto, y parece que la acogida ha sido buena. Sin embargo, los efectos perniciosos de algunas leyes creadas a la sombra del dedo acusador de la piratería, permanecen.

Intentar detener a los usuarios de internet a la hora de compartir todo tipo de archivos, es intentar ir en contra de la esencia de internet mismo, es no querer siquiera comprender en qué consiste ni para qué se inventó la red, pués fue precisamente para ese fin: compartir. Tratar de retroceder en el tiempo, en vez de buscar nuevas formas creativas de explorar una nueva tecnología, demuestra cuán apesebrados estaban los magnates de las industrias culturales. Tan sólo los que han sido capaces de adaptarse y reinventarse han podido capear el temporal. Razón tenían quienes no hace tanto decían que no se podían poner puertas al campo.

También es cierto que los argumentos falaces de parte de algunos usuarios no han propiciado el entendimiento. Algunos usuarios argumentan que la cultura debe ser libre y por ello justifican las descargas gratuitas de contenidos protegidos. La cultura puede ser libre, lo que no significa que haya de ser gratis (aunque en inglés se confunda el término al utilizar una misma palabra: free). Al hablar de libertad en la cultura estamos hablando de que no debe haber censura, no del derecho de descargar cualquier contenido sin tener que pagar precio alguno. De hecho, el tema de la censura y la cultura de la cancelación dan para otro escrito. Los creadores merecen una justa retribución por su trabajo. Los creadores.

Por eso también es peligroso el argumento de la “muerte de la cultura” a manos de la piratería, como si el negocio cultural fuera el garante final de la creación cultural. En todo caso estará acabando con quienes se han apoderado las empresas culturales en nombre de la cultura y no con el hecho cultural, que es inherente al ser humano. La creatividad cultural está por encima del negocio. El debate sobre si lo que se nos está vendiendo, o subvencionando, como cultura, lo es realmente, está abierto. Puede que la población esté dejando morir un tipo de cultura que ya no interesa. Y de hecho hay una cultura agonizante, dependiente de las subvenciones, que tala vez hubiese muerto ya, incluso sin la necesidad de la intervención de internet.

Todos estos temas deberían haberse puesto en la palestra, para un debate sosegado y sin crispaciones, antes de que las leyes y los dedos acusadores hicieran pagar a los ciudadanos de a pie por una industria que tenía los días contados. Pero no se hizo. De este modo no nos debemos de extrañar cuando se enarbola la bandera pirata como la única y verdadera bandera de la libertad.

 

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