Sagrado y profano, público y secreto, exotérico y esotérico

exotérico y esotérico

Normalmente se asocia el esoterismo con ciertas escuelas de la Antigüedad (pitagórica, órfíca, cabalística, etc.) cuya filosofía solo era conocida por los iniciados, es decir, por aquellos que accedían a ciertos misterios; con las enseñanzas de las diversas sociedades secretas que, herederas de este primer legado, se han ido sucediendo a lo largo de la historia (templarios, masones, rosacruces, etc.); y con las llamadas “ciencias ocultas” (magia, astrología, alquimia, etc.). Aunque también se ha dicho que la cultura verdaderamente esotérica es aquella que, en vez de llegar a nosotros desde el exterior, parece manar del fondo de nosotros mismos para desvelarnos “otro mundo”; que se trata de un impreciso conocimiento tejido con misteriosas intuiciones; un sueño íntimo y secreto que no conseguimos comunicar porque nosotros mismos solo lo hemos desvelado en una ínfima parte.

De todos y cada uno de estos aspectos, aunque lógicamente de manera breve, se ocupará este libro, cuya intención es precisamente descubrir, en las diversas corrientes esotéricas que han ido apareciendo en todas y cada una de las civilizaciones, una serie de ejemplos que nos permitan lograr, en tan pocas páginas, una visión del conjunto.

exotérico y esotérico

Los diccionarios etimológicos, aunque dan como significado de esotérico “reservado a los adeptos”, se preocupan de aclarar que propiamente esotérico significa “íntimo”, y que deriva de acra, que significa “adentro”; aunque, finalmente, terminan definiendo el concepto por oposición a aquel que es su contrario, “exotérico”, de “afuera”.

Pero si este primer discernimiento entre lo interior y lo exterior es necesario y oportuno, poco es lo que en realidad nos desvela; pues si esotérico es lo íntimo, también es aquello que está reservado a los adeptos, es decir, lo compartido con los afines, con los íntimos; convirtiéndose así en una tradición transmitida en secreto (o, al menos, en privado, es decir, solo a unos pocos elegidos); un conocimiento que, lógicamente, se diferenciaba de aquel que era común a todos, público, profano. En cualquier caso, es difícil discernir en las diferentes civilizaciones, y entre las múltiples interpretaciones y creencias de la Antigüedad, cuáles eran esotéricas y cuáles exotéricas. Sobre todo si damos a estas palabras el sentido que se les da en la actualidad.

Esotérico, incluso transmitido a través de una iniciación, fue, en Egipto y en las civilizaciones mesopotámicas, el conocimiento tanto en lo que se refiere a los dioses y al destino, como en lo que atañe a la geometría o a la astronomía. Esotérico fue el conocimiento sagrado y, por ello, aquel en el que se sustentaba el poder. Allí lo exotérico eran las leyendas, las supersticiones, las romerías y peregrinajes, las representaciones de las fábulas y los ritos.

exotérico y esotérico

En la más sencilla y ruda civilización griega, los primeros filósofos, los llamados presocráticos, se dolían de la superstición e ignorancia de los hombres, que, según ellos, les impedía acceder a la realidad que se esconde tras las apariencias. Realidad ignorada por los hombres, que, por ello, podría considerarse esotérica; aunque algunos presocráticos fueron muy críticos hacia aquellos que entre ellos lo fueron más, los pitagóricos. En cualquier caso, mucha es la importancia que estos tendrían en la gestación del pensamiento griego. Y es que, en realidad, sería más tarde cuando comenzaría a establecerse la separación radical, más que entre esotérico y exotérico, entre ortodoxo y heterodoxo.

Pero no se debe olvidar que prácticamente todas las civilizaciones de la Antigüedad situaban en el origen de sus conocimientos a los dioses. Los rudimentos de sus ciencias y artes o les habían sido revelados por los dioses, o eran el logro de algún semidiós. La forja y el trabajo de los metales, la observación de los astros y el arte de predecir, el telar, el torno del alfarero, la rueda y el arado son hallazgos anteriores al de la escritura y, quizá por ello, esta, desde su inicio, habla de estos conocimientos como si fuesen ya milenarios, procedentes de un remoto pasado. Y también muy pronto, casi recién nacidas, las letras se ponen a narrar la historia de los ángeles caídos: seducidos por la hermosura de las hijas de los hombres, escogiéronlas por esposas, instruyéndolas, no solo en las ciencias ocultas, sino también, como dice el llamado Libro de Enoch, «en el uso de brazaletes y ornamentos, en el de la cosmética y en de pintarse los ojos, en el arte de emplear las piedras preciosas y toda clase de tinturas. Y así fue que se corrompió el mundo…»

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