Carta de despedida para ICESI:

Soy Eusebio Muriel Córdoba, chico de 22 años que está a punto de acabar el grado de Antropología Social y Cultural en la Universidad de Sevilla así como su estadía en Cali, gracias al programa Convenios, de 5 meses de duración. Escogí la ciudad de Cali tras una aglomeración de razones que convergieron en mi todavía torpeza para desenvolverme en un mundo anglosajón. Esta carencia reforzó aún más si cabía mi rechazo hacia una experiencia Erasmus, por lo que decidí informarme sobre otros programas de movilidad internacional que ofreciera mi universidad. Tenía dos opciones: Toluca (México) y Cali (Colombia), ambas me agradaban. Tras una primera negativa en la concesión de la beca volví a cumplimentar la solicitud al año siguiente, esperando que esta vez sí tuviera suerte y nadie con una nota superior a la mía hubiera solicitado la misma. Me la concedieron para Cali al haberla colocado como opción preferente. Como he dicho acabé convenciéndome por esta ciudad por varias razones. La primera de ellas es que me apremiaba el deseo de, por primera vez en mi vida, distanciarme de mi círculo y de mi ciudad; distancia que alimentaba la incertidumbre por el destino y la sensación de euforia que uno siente por lo desconocido, construyendo otras de las razones. Aunque el motivo definitivo para elegir Cali, ya que las razones anteriores podrían aplicarse a la otra opción, era el conjunto de relaciones que desde muy pequeño he tenido con amigos colombianos. Precisamente uno de ellos es caleño y después de mucho tiempo sin vernos “no se sabe el qué” nos llevó a coincidir en esta ciudad, él se encontraba visitando a su familia, y pudimos compartir una cerveza en una tiendita de los alrededores de Chipichape. Es uno de los mejores recuerdos que me llevo de esta experiencia, quizás si la pandemia no hubiera explotado solo sería una singular anécdota. Por otro lado, si la ciudad ha cumplido todo el espectro de expectativas que traía, buenas y malas, en la balanza de impresiones sobre cómo me ha tratado la inclinación es claramente positiva. Me llevo su comida y su baile, su ritmo de vivir despreocupadamente tan parecido al mío (o al menos hacer que lo parezca), su calor sofocante y su lluvia incierta, su pasión por la rumba y por cambiar las cosas que deben ser cambiadas, la juventud de sus calles, la riqueza del vocabulario caleño del que he podido recopilar un pequeño diccionario, la belleza y la verdad de su gente, que ahora también son la mía y suponen lo más valioso que meto en mi equipaje de vuelta. Me llevo mil alegrías a las que Cali sirve como atrezzo imprescindible, y la única pena de tener que despedirme. A Icesi solo me toca agradecer el excelente trato así como poner en su conocimiento la calidad humana de las personas que tiene trabajando para ella. Desde la primera profesora hasta el último alumno y desde el último monitor hasta la primera mesera. Debo admitir que yo venía con la intención de aquellos a los que corre prisa descubrir a fondo el sitio que les espera y pisar la universidad lo mínimo exigible. Para mi suerte encontré que la vida en la universidad está a la altura de la calidad de sus miembros, resultando casi placentero asistir a la misma tuviera o no tuviera clase ese día. Mi acogida en el equipo de fútbol de Icesi, las conversaciones distendidas con mis compañeras de aula y las rápidas conexiones que establecí con ciertas personas especiales me hicieron formar parte desde el minuto uno de aquello que sería mi mundo durante los siguientes meses. Qué chimba. Como diría un poeta de mi tierra: Y la vida siguió como siguen las cosas que no tienen mucho sentido... Gracias, gracias y gracias, repetiría con gusto las veces que quisieran.