Para el comienzo de febrero yo estaba cursando tres cursos, más el de francés, en Montpellier Business School, de los cuales dos de ellos acabarían a la mitad de marzo para darle paso tres cursos más y finalizar todas las materias al término de abril. Ya me había instalado en la habitación que había arrendado, tenía comida y había comprado todo lo que me faltaba. Estaba intentando abrir la cuenta del banco el cual tardó un mes en habilitarla para yo poder pagar la renta del segundo mes, pues el primero tuve que pagarlo en efectivo y entregar un depósito de 400 euros al propietario, también en efectivo. Para ese entonces ya me sentía bien instalado, aunque faltaran algunos detalles. Había pasado un fin semana donde mi tía, hermana de mi abuelo, la cual vivía a dos horas en auto de Montpellier; otro en el apartamento, aprendiendo a cocinarme pasta, conociendo Montpellier y terminándome de instalar y finalmente un fin de semana en Niza y Mónaco de paseo. Para este, agarré la maleta de mano que había traído con rodachines y metí sólo lo necesario. Me hospedé en un hostal donde dormían 4 personas en la única habitación que tenía habilitada, pues el resto estaban en obra. Jamás había tenido una experiencia similar. Me quedaría un día en Niza y al otro día saldría para Mónaco.

Cuando llegué a Niza, era casi medio día y hacía un clima espectacular por más que estuviéramos en invierno. En Montpellier los días era grises, lluviosos y las noches heladas. Cabe aclarar que soy friolento, pero al llegar a aquella ciudad de la Riviera francesa, ver el cielo despejado, el mar de varios tonos de azul y el clima templado, sentía que llegaba a otro mundo, que estaba a miles de kilómetros de Montpellier cuando en realidad habían sido 320. Llegué al hostal, dejé mi maleta y salía caminar: había puesto en el mapa los puntos interesantes para visitar. Estaba muy cerca del centro, donde queda toda la parte turística y de mayor movimiento: el centro histórico, los bares al frente de la playa, la hermosa avenida Jean Médecin que está llena de tiendas para ir de compras y los monumentos emblemáticos de la ciudad con la mejor vista. Subí la Coline du Chateau, que es una colina con un castillo justo al lado de la playa: para un lado se veía el mar con todos sus colores y para los otros, el puerto con todos los botes y yates de la gente rica de la ciudad y las edificaciones antiguas de la Niza vieja. Me encantó, me pareció muy hermosa esa ciudad, además de alegre pues estaban preparando todo para el carnaval, así como cuando se alista Cali para su feria poniendo tarimas, graderías y decorando.


Juan José Concha

Al otro día, tomé un tren para Mónaco. Cuando iba en el tren noté que, en todas las ventanas, desvanecido y traslúcido para poder ver afuera también, decía “Principauté de Monaco” junto al escudo del país. De tan solo ver eso ya me estaba emocionando. El tren pasó por un túnel y al salir de este, se veía el mar hermoso, mansiones, playas de arena clara y se notaba que aquella región era muy exclusiva. El viaje duró 20 minutos y cuando salí de la estación destino, que era subterránea, estaba en medio de Mónaco, un país del tamaño de dos o tres barrios de Cali, pero que era todo perfectamente puesto en su lugar, así como en Disney World. Llegué directamente a la oficina de turismo, me dieron un folleto, me explicaron la ruta del bus turístico y dónde cogerlo. Me fui a una de las paradas del bus, lo tomé y comencé a dar mi tour, me bajaba en los diferentes puntos a tomar fotos y luego otro bus pasaba y me llevaba al siguiente. Me sorprendí de la gran cantidad de turistas chinos: familias enteras, parejas o viajeros solitarios como yo. Cuando quería una foto de mí me tocaba pedirle a aluno de ellos que me hiciera el favor, pero después con todo lo del Covid-19, estuve psicociado y pensaba que alguno me pudo haber contagiado. Por otro lado, en medio de la ciudad me encontré una escultura de Botero titulada “Adam et Eve” y me tomé fotos con ellos también. Ese día almorcé en un McDonald´s y al finalizar la tarde regresé a Niza para coger mi bus de regreso a Montpellier.

Juan Jose Concha1

Durante mi estadía en Europa fui también a Lyon, Ginebra, París y Roma. No pude continuar a mis otros destinos por la contingencia mundial y me tocó escapar precipitadamente a Colombia. En tan sólo una semana la TRM para el Euro había subido de 3.800 a 4.500 pesos (yo no pude llevar suficientes Euros a Europa y pagaba con tarjeta débito todo o sacaba de los cajeros allá) y el viernes 13 de marzo, justo después de presentar los exámenes finales para las dos materias más importantes del semestre, nos llegó a todos un correo diciendo que las clases presenciales quedaban canceladas. Esa misma tarde llamé a mi madre y decidí devolverme. Me tocó organizar todo al otro sábado, entregar mi habitación el domingo, quedando en malos términos con el propietario el cual no devolvió mi depósito y seguido escapando a Barcelona en bus pues el lunes cerraban la frontera de Catalunia. Ese mismo lunes estaba en el aeropuerto El Prat de Barcelona, por donde mi regreso estaba programado inicialmente, tratando de acomodar, presencialmente, un vuelo para Colombia porque las líneas telefónicas habían estado saturadas. Gracias al cielo conseguí cambiar mi vuelo que se devolvía en mayo para ese mismo día, pero sólo había para Bogotá. Lo tomé entonces y en el Dorado cogí un vuelo para Cali. Todo pasó tan rápido y jamás imaginé que las cosas terminarían así. Tenía planes de reencontrarme con familia que vive en Alemania y no se pudo, pero estoy muy orgulloso de haber actuado rápido y haberme devuelto.

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