Artículos

DOI: 10.18046/recs.i20.1861

 

Libertad en la selva. La formación de un campesinado negro en el Pacífico colombiano, 1850-1930**

 

Freedom in the Rainforest. The formation of a black peasantry in Colombia's Pacific Coast, 1850-1930

 

Liberdade na selva. A formação de um campesinato negro no Pacífico colombiano, 1850-1930

 

 

Claudia María Leal-León*

* Doctora en Geografía por la Universidad de California, Berkeley. Profesora asociada del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes, Bogotá. Fue becaria, en 2012, del Rachel Carson Center for Environment and Society, Munich. Correo electrónico: claleal@uniandes.edu.co

 

Artículo de investigación: Recibido: 11 de Noviembre de 2014; Aprobado: 31 de Mayo de 2016

 

Cómo citar

Leal León, C. M. (2016). Libertad en la selva. La formación de un campesinado negro en el Pacífico colombiano, 1850-1930. Revista CS, no. 20, pp. 15-36. Cali, Colombia: Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, Universidad Icesi.: 10.18046/recs.i20.1861

 


RESUMEN

Este artículo reconstruye las bases sobre las cuales se formó el campesinado negro del Pacífico colombiano tras el fin de la esclavitud. Los descendientes de esclavos lograron convertirse en productores independientes, en lugar de proletarios rurales, gracias al acceso que tuvieron no solamente a la tierra, sino también a la selva, las aguas y el subsuelo. Estos campesinos no eran principalmente agricultores; extraían oro, tagua y caucho para vendérselos a comerciantes blancos que los exportaban. En el contexto de esta economía extractiva, la libertad significó lograr control sobre el territorio y los procesos de trabajo. Sin embargo, aún hace falta reconocer los aportes que estos ciudadanos hicieron a la construcción de Colombia sobre la base de su libertad.

Palabras-clave: Libertad; campesinos negros; economía extractiva; Pacífico colombiano


ABSTRACT

This article reconstructs the basis on which the black peasantry of the Colombian Pacific was formed after the end of slavery. The descendants of slaves managed to become independent producers, rather than a rural proletariat, through access that had not only the land but also to the forest, water and underground. These peasants were not primarily farmers; extracting gold, ivory palm and rubber to sell it to white traders, who exported. In the context of this extractive economy, freedom meant to achieve control over the territory and work processes. However, yet we need to recognize the contributions that these citizens made the construction of Colombia on the basis of their freedom.

Key words: Freedom; black peasantry; extractive economy; Pacific lowlands of Colombia


RESUMO

Este artigo reconstrói as bases sobre as quais o campesinato negro do Pacífico colombiano se formou após o fim da escravidão. Os descendentes de escravos conseguiram se tornar produtores independentes, em lugar de proletários rurais, graças ao acesso que tiveram não só às terras, mas também à selva, às águas e ao subsolo. Estes camponeses não eran principalmente agricultores; extraiam ouro, marfim-vegetal e borracha para vendê-los a comerciantes brancos que os exportavam. No contexto desta economia extrativista, a liberdade significou obter o controle sobre o território e os processos de trabalho. Porém, ainda é preciso reconhecer as contribuições que estes cidadãos fizeram à construção da Colômbia sobre a base de sua liberdade.

Palavras-Chave: Liberdade; Camponeses negros; Economia extrativista; Pacífico colombiano


 

 

Introducción

El Pacífico colombiano, región húmeda y selvática que ocupa una franja de 1.300 kilómetros desde Panamá hasta Ecuador entre el Océano Pacífico y los Andes, constituye quizás el territorio más grande en Latinoamérica habitado principalmente por población negra.1 Si bien en la mayoría de las zonas rurales el fin de la esclavitud dio lugar a la formación de un proletariado negro, en esta región emergió un campesinado bastante particular. A diferencia de otros lugares donde también surgieron economías campesinas, los afrodescendientes del Pacífico no se dedicaron a producir alimentos para el mercado regional, sino a extraer oro y otros recursos naturales para exportación. No se trató entonces de campesinos ocupados fundamentalmente en labores agrícolas, sino en extraer elementos de la naturaleza. Esta sociedad post-esclavista fue única no solo por su forma de relacionarse con el entorno natural, sino porque la libertad estuvo acompañada de un alto grado de autonomía, asociada al control que los afrodescendientes adquirieron sobre los procesos de trabajo y por lo tanto sobre sus propias vidas. Este control descansaba sobre el acceso a la tierra, es decir, a pequeños espacios para cultivar, pero sobre todo, al dominio sobre el vasto territorio que habitaban, con su gran diversidad de bosques, minas y aguas.

Los campesinos del Pacífico pudieron dominar el territorio y ser autónomos en gran medida debido a la marginalidad económica de la región. En ese sentido este caso difiere de los estudiados por buena parte de las investigaciones sobre la historia de la gente negra en América Latina, muy fructíferas en los últimos 25 años, que aún tienden a estar centradas en Brasil y el Caribe, y por tanto a privilegiar la experiencia de las plantaciones. Allí la vía campesina estuvo asociada con el acceso a la tierra, que solía ser difícil debido justamente al auge de la producción de café y caña de azúcar (Mintz, 1979; Andrews, 1991, Scott, 2005, Figueroa, 2005; Mattos, 1995). Colombia, que tiene la mayor población de ascendencia africana en Hispanoamérica, permite analizar la transición de la esclavitud a la libertad en otros contextos, en parte porque no tuvo plantaciones coloniales (Abello, 2006). Aquí los esclavos trabajaron principalmente en las minas de oro, aunque también lo hicieron en empresas agrícolas y ganaderas. En la costa pacífica, la sociedad post-esclavista se desarrolló en el contexto de una economía de extracción de recursos naturales provenientes tanto del subsuelo como de la selva. Pero no solo se trataba de una economía extractiva, y no de plantación, sino que además tenía poca importancia a nivel nacional. Mientras las exportaciones de América Latina (entre ellas las de café y azúcar) se disparaban, la costa pacífica dejó de ser la principal región productora de oro en el país. La menguada extracción de oro, más las novedosas pero marginales exportaciones de platino, caucho y tagua, generaron una competencia limitada, lo que facilitó el control que los descendientes de esclavos tuvieron del medio. Sin embargo, en el largo plazo, la pobreza asociada a una economía débil ha restringido las oportunidades de los pobladores. Así, este caso inusual de desarrollo post-esclavista apunta hacia una conclusión paradójica: las condiciones que permitieron llenar la libertad de un significado amplio también limitaron, en el largo plazo, las opciones de vida de los afrodescendientes y así contribuyeron a su posición social marginal.

La relevancia de esta investigación no solo se debe a que muestra una ruta post-esclavista poco explorada, sino también a su perspectiva ambiental, que descansa en el uso de dos conceptos: economía extractiva y paisaje racializado. La noción de economía extractiva señala la dependencia de la extracción de recursos naturales para su venta en el mercado, que es muy común en las selvas; por su parte, paisaje racializado hace hincapié en la huella humana sobre el medio ambiente, así como la lectura ideológica que se ha hecho de este fenómeno. Las élites blancas locales y los forasteros que escribieron sobre esta región asociaron lo que ellos consideraban pueblos semisalvajes con un medio ambiente poco saludable. Esta ideología racial, fortalecida por el determinismo ambiental, limitó el alcance de la libertad, dado que contribuyó a que la gente negra entrara a formar parte de la comunidad nacional con una membresía de segunda categoría. Al abordar las formas tanto discursivas como materiales en las que raza y naturaleza se entrelazan, esta investigación sirve de puente entre los estudios sobre la diáspora africana y el prometedor campo de la historia ambiental (McNeill, 2010).

También llena un vacío en la historiografía de las tierras bajas del Pacífico. Al tomar en cuenta el entorno este trabajo sigue el camino abierto por dos obras clásicas: la minuciosa geografía regional escrita por Robert C. West (1957) y la investigación del antropólogo Norman Whitten (1974), acerca de cómo los "pioneros" negros en la parte sur de la costa pacífica se adaptaron tanto al medio ambiente como a las demandas esporádicas del mercado mundial. Sin embargo, ninguno de estos autores se centró en el período clave entre 1850 y 1930 que siguió a la abolición de la esclavitud, como tampoco lo han hecho la gran mayoría de investigadores que han estudiado el Pacífico. Numerosos académicos de Europa, Estados Unidos y Colombia han examinado la sociedad esclavista colonial (West, 1952; Sharp, 1976; Colmenares, 1979; Minaudier, 1988; Romero, 1995; Lane, 1996; Cantor, 2000; Jiménez, 2004; y Williams, 2005), así como el movimiento social negro que se desarrolló en las tierras bajas desde finales de la década de 1980 (Hoffmann, 2007; Escobar, 2008; Oslender, 2008; Restrepo, 2013; y Asher, 2016). Sin embargo, muy pocos han estudiado el período intermedio, que permite explicar cómo surgió este campesinado negro (Almario, 2007; González, 2003).

Oro, esclavitud y auto-manumisión

La libertad en el Pacífico no fue simplemente una concesión hecha en 1851 por unas élites compasivas mediante la ley que abolió la esclavitud; desde muchas décadas atrás personas negras -tanto en condición de esclavitud como libres- habían trabajado para comprar su libertad y la de sus parientes. Para entender cómo se abrieron espacios de libertad dentro y junto a la esclavitud es necesario examinar la naturaleza particular de la sociedad colonial en esta región. Durante el siglo XVIII, después de que los españoles se establecieran allí con el fin de explotar intensamente por vez primera sus depósitos auríferos, el área desarrolló la mayor economía esclavista de la Nueva Granada. Fueron personas esclavizadas quienes extrajeron oro de las minas del Pacífico y produjeron la mayor parte de las exportaciones que esta colonia relativamente pobre enviaba a España. A pesar de su importancia, esas riquezas no tuvieron un impacto local, sino más bien en ciudades andinas como Popayán y Cali, donde los mayores propietarios de esclavos vivían, atendían sus haciendas y se dedicaban al comercio.

La intensificación de la esclavitud, junto con la disminución de la población indígena, llevó a que la región "pasara de ser casi exclusivamente india a ser predominantemente negra" (Sharp, 1976: 23). Mientras que en 1710 había unos 1.350 esclavos, al final de ese siglo este segmento de la población alcanzó su máximo histórico al sumar cerca de 15.000 (Colmenares, 1979: 73-74; Lane, 2000: 87; Tovar Pinzón et al., 1994). Sin embargo, los esclavos apenas representaban el 40% de la población total, mientras que la población afrodescendiente (que incluía a los libres) alcanzaba más de dos tercios del total2. La auto-compra, más conocida en la literatura como auto-manumisión, explica la gran proporción de personas negras libres. Más que en cualquier otro lugar del continente americano, la compra de la libertad se convirtió en el aspecto más sobresaliente de la negociación (tácita) entre esclavizados y esclavizadores sobre las condiciones del sometimiento. Los enormes retos que enfrentaron los amos para controlar a los esclavos, así como las opciones limitadas para el cimarronaje, explican en parte este resultado.

En el Pacífico, los campamentos mineros, habitados fundamentalmente por esclavos, formaron la principal unidad de poblamiento. En toda la región sólo había una ciudad, Barbacoas, con apenas 60 casas en la década de 1760 (De Santa Gertrudis, 1970: 153). Ello ayuda a explicar por qué la población blanca no sobrepasaba el 5% del total. Los indígenas vivían en su mayoría en el Chocó, la parte norte de la región; residían la mitad del año en los pueblos que los españoles les obligaron a construir y el resto del tiempo se dedicaban a la agricultura en zonas ubicadas a varios días de camino. Los campamentos mineros consistían en unas pocas casas muy sencillas, que eran abandonadas cuando las minas cercanas dejaban de ser rentables. Allí vivían los administradores de minas, relativamente aislados en medio de la selva y rodeados de esclavos.

El tamaño de los grupos de esclavos que vivían en cada campamento, es decir, de las cuadrillas, varió a lo largo de la región y a través del tiempo. Hacia 1710, los propietarios tenían en promedio entre 11 y 17 esclavos. En 1759, en el Chocó, donde las cuadrillas tendían a ser más grandes, el mayor propietario contaba con 567 esclavos. Sin embargo, el promedio era de 75,6 esclavos, de los cuales al menos un tercio eran niños. Además, aquéllos que poseían grupos excepcionalmente grandes los separaban para trabajar en varias minas. Ya sea que tuvieran una gran cuadrilla con cerca de 100 trabajadores esclavizados, o una más común de alrededor de 50 o menos, los propietarios y administradores tenían bien claro que el Estado colonial no podía garantizar la asistencia en caso de que hubiera problemas (Sharp, 1976: 115-116; Colmenares, 1979: 73 y 82). En el Pacífico no había ejército ni policía y cualquier asistencia desde los Andes tomaría muchos días en llegar.

Mientras que los dueños y sus administradores se sentían vulnerables y limitados en su poder para imponer las condiciones de trabajo, las opciones de las personas esclavizadas eran limitadas. Aunque efectivamente huían de los campamentos mineros con cierta frecuencia, como lo muestran unos pocos casos judiciales y los inventarios de minas, parece que lo hacían sobre todo temporalmente con el fin de negociar mejores condiciones de vida. Los vínculos personales creados dentro de las cuadrillas operaban como fuertes desincentivos para la huida permanente. Con el paso del tiempo, el porcentaje de mujeres esclavas aumentó (49% en Chocó en 1808) y se fueron conformando familias. En 1782 casi un tercio de todos los esclavos en Chocó estaban casados (Sharp, 1976: 124, 203; Romero, 1995: 71-73). Además de tener lazos afectivos, los miembros de estas redes familiares no contaban con lugares para ocultarse por periodos de tiempo largos, como lo sugiere la ausencia de palenques. El único del que se tiene noticia -El Castigo- tenía entre 50 y 100 habitantes y se encontraba ubicado en una depresión dentro de los Andes, en el sector de Barbacoas (Zuluaga, 1993: 34-43)3. Cualquier persona que viviera en el Pacífico tenía que permanecer cerca de los ríos, cuyos estrechos diques proporcionaban los únicos terrenos fértiles. Además, los ríos constituían las principales rutas de transporte, lo que dificultaba esconderse. A diferencia de Minas Gerais en Brasil, la ausencia de una gran frontera abierta restringió las alternativas de las personas esclavizadas.4

En este contexto, la economía minera -organizada en torno a la extracción de un medio de intercambio- facilitó la búsqueda de la libertad a través de la auto-manu-misión. La clave radicaba en la posibilidad que tenían los esclavos de acceder al oro y así ahorrar. Los domingos eran días libres y, por lo general, los esclavos contaban con otros días para trabajar por cuenta propia con el fin de contribuir a su propio mantenimiento (mediante la producción de alimentos, la extracción de oro, o trabajando por jornales en otras minas). El oro obtenido en esos días pertenecía a quien lo extrajera y así algunos esclavos lograron ahorrar lo suficiente para liberarse a sí mismos y a otros miembros de sus familias. Desafortunadamente no existe un registro completo de las cartas de manumisión, los documentos donde quedaba consignada la liberación de un esclavo, que indican si alguien había pagado por la libertad o si esta era otorgada por el amo, por ejemplo, en retribución de servicios o tal vez por ser padre de los liberados. Sin embargo, la evidencia que existe para el Pacífico sugiere que las manumisiones por compra representaron alrededor del 60% y tal vez aún más (Leal, 2006: 204, 332). Esta conclusión se ajusta a lo que se esperaría de una sociedad en la que los principales dueños de esclavos vivían en otro lugar y por tanto el servicio doméstico era raro. En estas condiciones, los vínculos personales con los esclavos, que explican muchas de las manumisiones concedidas, eran más difíciles de desarrollar. Adicionalmente, William Sharp (1976) propuso que hacia el final del siglo XVIII, la disminución de la rentabilidad minera en el Chocó actuó como un incentivo para que los propietarios permitieran e incluso fomentaran la auto-compra, ya que era una manera de recuperar su inversión. Por lo tanto, la auto-manumisión, y el consecuente nacimiento de niños libres de madres libres, muy probablemente explican cómo a finales del siglo XVIII la gente libre de color formaba el mayor grupo poblacional del Pacífico, con cerca del 50% (Tovar Pinzón et al., 1994).

En el siglo XIX, la lucha independentista (1808-1830) y el proceso formal de abolición debilitaron la esclavitud y abrieron nuevas vías para alcanzar la libertad. La evidencia demuestra que, al menos en el sur del Pacífico, los esclavos se convirtieron en actores políticos que aprovecharon la situación cambiante y reinterpretaron las ideas republicanas para aumentar su autonomía, así hicieron realidad el ideal de libertad. En los casos más extremos se hicieron cargo de las minas y vivieron en libertad de facto durante años (Almario, 2007; Arboleda, 2006; Echeverri, 2011). La infraestructura minera se deterioró y los propietarios empobrecidos no pudieron realizar las reparaciones necesarias, lo que contribuyó al declive minero. Mientras tanto, la ley de libertad de vientres de 1821 anunciaba el fin de la esclavitud; la ley de abolición definitiva, en 1851, liberó a los esclavos que aún había, quienes para entonces representaban menos del 10% de la población de la región.

 

La libertad en una economía extractiva

La búsqueda de oro durante la Colonia inició una tendencia que terminó por caracterizar a la región en el largo plazo: la extracción de recursos naturales se mantuvo, al menos hasta hace muy poco, como la columna vertebral de su economía. El uso de los recursos naturales para la subsistencia ha sido históricamente un rasgo notable en ambientes selváticos. Sin embargo, las economías extractivas son más recientes y siguen una lógica diferente: se desarrollan cuando la extracción de recursos para el mercado domina las actividades económicas en un lugar determinado. A pesar de los grandes cambios que siguieron al fin de la esclavitud en el Pacífico, la economía extractiva persistió e incluso se expandió. La región pasó de exportar únicamente oro, a vender también platino y productos de la selva -principalmente caucho negro (Castilla elástica) y semillas de tagua o marfil vegetal (Phytelepas spp.), utilizadas para la fabricación de botones. De este modo, la extracción se extendió más allá de las zonas mineras, ubicadas en la parte alta de muchos ríos que drenan los Andes, y pasó a abarcar la mayor parte de la región. En otras zonas selváticas en América Latina las economías extractivas se formaron o fortalecieron durante este período de "auge exportador" (1850-1930) -el mejor ejemplo es el auge cauchero del Amazonas (Weinstein, 1983; Domínguez y Gómez, 1990; y Barham y Coomes, 1996). El Pacífico siguió esta tendencia a medias. Si bien la economía extractiva expandió su alcance territorial, y amplió la cantidad y tipo de recursos naturales de los que dependía, su rentabilidad se redujo considerablemente. La minería de oro disminuyó debido a que se siguieron explotando los mismos depósitos con las mismas técnicas artesanales de la Colonia. De esta manera, el Pacífico perdió el lugar privilegiado que había ocupado en la economía colonial.

Además de expandirse del subsuelo al bosque y a un área mayor, y de haber disminuido su importancia nacional, la economía extractiva del Pacífico cambió de una manera más importante. El fin de la esclavitud permitió el pleno desarrollo de una nueva economía política de extracción caracterizada, de un lado, por un campesinado negro a cargo de la minería y la recolección de caucho y tagua, y, de otro, por una elite blanca local que estableció casas comerciales para exportar recursos naturales. Muchos libres, como eran conocidos los afrodescendientes, permanecieron en las zonas mineras donde alquilaron minas a antiguos esclavistas o buscaron minas abandonadas. A pesar de que la producción aurífera disminuyó, la minería continuó siendo el principal motor la economía regional. Sin embargo, en unas pocas áreas, especialmente en los alrededores de Tumaco, las exportaciones de tagua cumplieron ese papel dinamizador. Descendientes de esclavos del área de Barbacoas migraron hacia la costa, se establecieron en tierras baldías y dedicaron parte de su tiempo a la recolección de semillas de tagua del suelo del bosque. Allí -y en todas partes- la gente negra libre combinó la extracción para el mercado con actividades de subsistencia, como el cultivo de maíz y plátano, la pesca, la caza y la recolección de recursos del bosque. La abundante madera les sirvió para hacer tanto sus casas como las canoas para transportarse por los ríos. Estas actividades redujeron su dependencia de la extracción de oro y tagua para el mercado, que era sin embargo crucial, pues les daba acceso a bienes esenciales que ellos no podían producir, como sal, hachas y machetes. Además, como trabajaban por su cuenta para su subsistencia, pudieron vender los productos naturales que extraían a precios que no tenían en cuenta sus necesidades de reproducción. En otras palabras, subsidiaron el comercio de recursos naturales con su trabajo para la subsistencia, un rasgo característico de las economías campesinas. También se puede decir que la naturaleza misma subsidió la exportación de recursos naturales, puesto que nadie había "plantado" el oro o las palmas que producían las valiosas semillas.

Al tiempo que la gente negra fue formando un campesinado, surgió una clase comerciante local muy pequeña compuesta por personas recién llegadas, en su mayoría extranjeros, que se sumaron a antiguos esclavistas menores que permanecieron en la región. Estos comerciantes se establecieron principalmente en Quibdó y Tumaco, dos ciudades portuarias incipientes, y crearon casas comerciales para manejar sus negocios de exportación e importación de mercancías. En el caso de la tagua, la relación comercial entre los dos grupos estaba mediada por deudas: los campesinos intercambiaban las semillas por mercancías importadas y siempre quedaban debiendo. A diferencia de lo que sucedía en otros lugares donde también operaba el "endeude", aquí no se trataba de un mecanismo de coerción, es decir, el endeude no representaba una limitación al ejercicio de la libertad de los recolectores. Más bien, las deudas actuaban como incentivos con los cuales los pocos comerciantes del lugar competían por mano de obra escasa. Ellos aceptaban que les quedaran debiendo para asegurar que los siguieran surtiendo de aquel producto del que dependía su negocio. Aunque en las zonas mineras algunos de estos empresarios obtenían parte de sus ingresos del arriendo de las minas, la mayor parte de sus ganancias provenían, igual que sucedía con sus colegas de Tumaco, del comercio. En uno y otro lugar los comerciantes trataron de desarrollar fuentes alternativas de ingresos, pero se trataba de actividades que en últimas dependían de la extracción, como la navegación a vapor, o esfuerzos fracasados, como la agricultura comercial.

Esta economía extractiva permitió la formación de un tipo muy particular de campesinos para quienes la libertad implicó grandes cambios. Al igual que otros campesinos cuyo pasado estaba anclado en la atroz experiencia de la esclavitud, los del Pacífico valoraban la autonomía que se derivaba de su control de los procesos de producción. Pero en este caso, la producción consistía en extraer elementos de la naturaleza y de esta manera convertirlos en mercancías. Es decir, no se trataba de agricultores, sino de personas que lograban la alquimia de transformar, por ejemplo, la savia que permite vivir a los árboles de caucho negro en productos que se compran y se venden. Por eso, la independencia de los pobladores negros del Pacífico no residía exclusivamente en tener acceso a un pedazo de tierra, aunque efectivamente contaran con pequeños terrenos (de los que no tenían títulos) donde cultivaban alimentos. También tenían acceso a las minas, así fuera en arriendo o como dueños (también sin títulos que reconocieran formalmente sus derechos). Pero sus vidas dependían del acceso a un territorio más amplio donde podían encontrar hojas de palma para techar sus casas y leña para cocinar, árboles de caucho y taguales para garantizar la compra de sal y herramientas, y fuentes de agua donde pescar. A diferencia de los descendientes de esclavos que desarrollaron un modo de vida campesino en otros lugares, los habitantes negros de estas tierras bajas llegaron a dominar un amplio territorio, utilizar sus recursos y llenar los diferentes espacios de significado. En el Pacífico, la libertad significó poder extraer oro o caucho sin amos ni supervisores, saber cómo vivir en la selva y moverse libremente a través de sus ríos y esteros.

En el control del territorio y la extracción de recursos los campesinos negros tuvieron competidores, algunos bastante poderosos. Ciertos empresarios intentaron hacerse dueños de los bosques ricos en tagua u obtener concesiones sobre esos espacios. Sin embargo, el libre acceso prevaleció debido a la firme oposición de los recolectores y las alianzas que establecieron con los agentes locales de poder. Del mismo modo, especuladores a lo largo y ancho de la región acumularon títulos y concesiones mineras con la esperanza de venderle estos derechos a compañías extranjeras que utilizarían tecnologías modernas para explotar las minas. La mayoría de estos derechos incluía las minas trabajadas por los habitantes negros del Pacífico. Sin embargo, los títulos y las concesiones eventualmente expiraron sin tener gran impacto, con excepción de dos casos notables de empresas extranjeras que introdujeron dragas (la Chocó Pacífico Mining Company) y socavones (la Timbiquí New Gold Mines Ltd.), y ejercieron un poder abrumador sobre las ricas cuencas de los ríos Condoto y Timbiquí. Allí limitaron los derechos de la población local sobre la minería de oro y platino, así como su control general del territorio. Las estrategias de resistencia de la gente local fueron hasta cierto punto exitosas, pues lograron mantener derechos como la minería en los cauces de los ríos y la propiedad consuetudinaria de la tierra (Leal, 2008).

La historia de los campesinos negros del Pacífico contrasta con la historia de las poblaciones afrodescendientes en otras partes de Colombia, e incluso en otras zonas selváticas. En el Caribe colombiano, donde la esclavitud perdió importancia desde el siglo XVIII, una población rural afrodescendiente, pero más mestiza, desarrolló formas de vida campesina amenazadas por el desarrollo de las haciendas (Fals Borda, 1986a y 1986b; Leal y Van Ausdal, 2014). En el Cauca, los descendientes de esclavos disfrutaron inicialmente de gran autonomía, pero en el siglo XX, con la expansión de la producción de azúcar, perdieron su acceso a la tierra (Mina, 1975; Correa, 1987). En otras zonas selváticas de América del Sur, como el Amazonas brasilero y Surinam, también se formaron sociedades campesinas. Los estudios acerca de estos grupos se han centrado en cimarrones que no dependían fuertemente de la extracción para el mercado o que han coexistido con las haciendas, y en general han privilegiado bien sea la esclavitud o los tiempos contemporáneos sobre la historia de la época posterior a la emancipación (Gomes, 2005; Price, 1983). El caso de Belice podría ser considerado como más cercano al del Pacífico colombiano, dada su economía basada en la extracción de madera. Pero allí el endeudamiento sí limitó severamente la libertad de la población negra (Bolland, 1981).

 

Paisajes racializados

El proceso de poblamiento que se intensificó después de mediados del siglo XIX consolidó un paisaje asociado con la población negra que todavía es un referente del Pacífico. La abolición de la esclavitud y las nuevas oportunidades creadas por la extracción de productos forestales animaron a los libres a migrar de las zonas mineras hacia las partes bajas de las cuencas y las costas, haciendo que efectivamente la gente negra predominara en casi toda en la región. Las poblaciones indígenas, presentes sobre todo en el Chocó, tendieron a moverse en dirección opuesta, hacia las partes altas de las pocas cuencas no mineras. Con sus migraciones y trabajo los afrodescendientes crearon un paisaje que podía apreciarse navegando en canoa por los muchos ríos que atraviesan la selva. Casas, cada día más numerosas, indicaban claramente que se trataba de espacios habitados. Del mismo modo, los cultivos diversos que las rodeaban denotaban la distinción entre vegetación nativa y plantas domesticadas. Sin embargo, para el ojo no entrenado esa distinción no era tan obvia y las tierras sembradas podían confundirse a veces con el bosque (ver foto abajo). De cuando en cuando aparecían caseríos que le daban un nuevo cariz a este paisaje. Ya no se trataba de los pueblos de indios que los españoles obligaron a construir a finales del siglo XVII y principios del XVIII, como Lloró, puesto que estos fueron abandonados por los indígenas y ocupados por gente negra. Asimismo, a principios del siglo XX la Iglesia hizo esfuerzos por congregar a la población mediante la construcción de iglesias. Esta estrategia, junto con la creación de escuelas primarias por parte del Estado, llevó a la formación de caseríos. De esta manera, las casas dispersas de familias negras, junto con algunos pueblos pequeños, reemplazaron los campamentos mineros y los pueblos de indios que caracterizaron la época colonial. En esa época comenzaron también a formarse las primeras ciudades.

Foto 1: Fotografía tomada en la década de 1950

Fuente: Archivo Fotográfico Robert West El Pacífico del Pacífico colombiano.

A diferencia de lo sucedido en otras partes de América Latina durante el auge exportador de finales del siglo XIX y principios del XX, el paisaje producido por la ocupación de esta región y el uso asociado de sus recursos no alteró dramáticamente su base natural. Ni la minería ni la recolección de productos del bosque dieron lugar a una amplia deforestación, como la que caracterizó a la expansión de los cultivos de caña de azúcar en Cuba, café en Brasil y banano en Honduras (Dean, 1997; Funes, 2004; Soluri, 2005). La minería aluvial implica la eliminación total de la cubierta forestal, pero solo en espacios relativamente pequeños; cuando se abandona una mina, la vegetación suele recuperarse. Además, el mercurio no fue utilizado en el proceso final de separación del oro de los otros metales con los que se encuentra en las minas (West, 1957). Del mismo modo, los recolectores de caucho negro derribaron los árboles para extraer su savia. Pero el impacto fue limitado, ya que estos árboles crecen dispersos por el bosque, y a ser talados nuevas plantas pronto invaden el espacio abierto. Las palmas de tagua, por el contrario, crecen en grupos. Los recolectores simplemente recogían sus semillas del suelo sin tener impactos fuertes sobre las poblaciones de palma. La agricultura tampoco produjo una extensa tala de la selva. Debido a la altísima humedad del Pacífico, los campesinos practicaron la agricultura de tumba y pudre. Tras cortar la vegetación, dejaban que se pudriera sobre las semillas sembradas. Este tipo de agricultura se llevó a cabo en espacios limitados y permitió la regeneración de la selva, ya que depende de la selva misma para los nutrientes.

Miembros de la élite local, así como viajeros y clérigos, interpretaron este paisaje para apoyar la idea de que la gente negra era un elemento indeseable, aunque necesario, de la región y por lo tanto de la comunidad nacional. Ellos minimizaron sistemáticamente los logros de los afrodescendientes en el manejo y la humanización del entorno selvático, tal como lo confirma la opinión de un alcalde local, en 1910, sobre el paisaje costero: "Unas cuantas chozas miserables, rodeadas de cultivos raquíticos, y habitadas por moradores paupérrimos que viven sin Dios ni ley; faltos por consiguiente hasta de las más elementales nociones de moralidad y justicia!!"5. Como dan fe los periódicos locales, los relatos de los viajeros y los informes de los funcionarios, estos hombres también consideraban a la gente negra naturalmente apta para el clima ardiente y húmedo y para la selva, que ellos percibían como caótica y enfermiza. Pensaban que la abundancia del entorno reforzaba la pereza que, según ellos, era una característica innata de la mayoría de los habitantes del Pacífico. Esta supuesta relación entre la gente negra y el medio ambiente representaba, en el pensamiento de estas élites, un obstáculo para para el futuro de la región, ya que estos pobladores eran considerados un mal necesario. Una comisión del gobierno que visitó Chocó en 1908 expresó este sentimiento de manera clara:

La ingénita indolencia del negro, su pereza y la facilidad con que hasta el presente se ha procurado lo necesario para la vida y aún para atender á sus vicios, han creado en él, no malos hábitos de trabajo sino absoluta ausencia de él, por esta razón casi puede decirse que no puede contarse con él, como una ayuda, para grandes empresas, mientras no se les eduque convenientemente, y se les obligue a trabajar siquiera 10 horas diarias.6

Efectivamente, las escuelas y el trabajo misionero fueron las principales formas en que las élites blancas trataron de mejorar la supuesta condición miserable de la gente negra -y de los indígenas- para así permitir el progreso a la región.

Las élites pensaban que la gente negra pertenecía a la selva, no a las ciudades. Los comerciantes habían desempeñado un papel decisivo en la creación de incipientes paisajes urbanos que consideraban apropiados para sí mismos y que contrastaban con la selva circundante. La ciudad portuaria de Quibdó se desarrolló en los márgenes del río Atrato, mientras que Tumaco creció en una isla frente a la costa del Pacífico, cerca de la frontera con Ecuador. Hacia 1920 estos lugares apenas tenían unos cinco mil habitantes y más que ciudades propiamente dichas, aspiraban a serlo. Las élites se esforzaron para desarrollar un estilo de vida urbano en el que escuelas y clubes demostraran que la civilización podría florecer en la humedad del Pacífico. Sus propias casas comerciales, como muestra un mapa de Tumaco de 1921, constituían referentes obligados de las ciudades y contribuyeron a la construcción física de estos lugares (Merizalde del Carmen, 1921). Sin embargo, quienes escribían en los periódicos locales se quejaban de las innumerables deficiencias de estos espacios urbanos tan anhelados. En el caso de Tumaco y también del puerto de Buenaventura, protestaron airadamente contra los bailes y la música de marimba, considerados una intrusión desafortunada de la cultura negra en el espacio urbano. De manera reveladora, un periódico afirmó que "tocan [el currulao] con desesperación, con frenesí, y el canto, con una aspereza y monotonía tan salvaje, que más bien parece un remedo del canto de los monos de nuestras selvas"7. Para los miembros de la elite local blanca, las manifestaciones culturales negras iban en contra de la vida urbana civilizada y por lo tanto debían ser eliminadas de estos espacios. La cultura negra, para estos hombres, era la antítesis de lo que ellos consideraban debía ser la cultura nacional (Leal, 2014).

Pero los afrodescendientes constituían la mayoría de la población de las ciudades emergentes de la región. Allí, la ideología republicana igualitaria chocó con las evidentes divisiones entre blancos y negros. Quibdó y Tumaco albergaron las mayores concentraciones de gente que la región había tenido hasta el momento. Por primera vez una pequeña elite local blanca compartió el mismo pequeño espacio con una mayoría negra. El paisaje urbano mostraba claramente el poder de esta élite a un gran número de afrodescendientes, algunos de los cuales encontraron caminos de ascenso dentro de las limitadas oportunidades que ofrecían las ciudades. Mientras que la mayoría se dedicaba al trabajo manual, unos pocos se unieron a la burocracia local o incluso se convirtieron en comerciantes no exportadores. De esta manera se comenzó a alterar la rígida división racial del trabajo que caracterizaba la economía extractiva, en la que los campesinos negros recogían los recursos naturales en la selva y los intercambiaban por productos básicos con los comerciantes blancos, que se identificaban con un estilo de vida urbano. Estas alteraciones causaron intranquilidad en la élite blanca, tal como lo expresó un periodista local: "tal es la Policía de Tumaco, compuesta casi en su totalidad de morenos incultos y analfabetas, quienes en vez de cargar la vara de la justicia y seguridad deberían estar, canalete en mano, cargando en su potrillo o canoa racimos de plátanos para la venta, que mayor honra les daría, y puesto que ese es y debe ser su elemento, y su puesto y no el de guardianes de sociedad, que ni lo merecen ni saben cumplirlo"8.

El caso más revelador, que en la memoria local ejemplifica la sociedad racista de la época, es la pena de muerte impuesta a Manuel Saturio Valencia, un hombre negro que había sido juez en Quibdó y que trató de incendiar la ciudad en 1907. Su intento de incendio se evitó a tiempo. Sin embargo, en menos de una semana Valencia fue ejecutado después de que el presidente de Colombia, supuestamente, aprobara la creación de un consejo de guerra que lo declaró culpable. Parece ser que este hombre fue la última persona a quien fue impuesta la pena de muerte en el país. Su caso muestra cómo en el Pacífico las tensiones raciales alcanzaron su punto máximo en estas ciudades emergentes (Leal, 2007). Otros han escrito sobre las dificultades que enfrentaron los afrodescendientes para obtener una ciudadanía plena (Andrews, 2007; Gomes y Gomes da Cunha, 2007). En América Latina, durante todo el siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX, una ideología racial reforzada por el determinismo ambiental influyó fuertemente en las formas en que las élites concibieron las nuevas naciones (Leal, 2010). Ellas soñaban con moldear sus sociedades a partir de ejemplos europeos, logrando el ideal de la civilización mediante la imposición de valores y modelos asociados con la blancura. Estas ideas se materializaron en una actitud general y actos concretos, como esta ejecución, que ejemplifica los obstáculos que enfrentó la gente negra para lograr reconocimiento y un lugar legítimo en la nación.

 

Conclusión

Las contribuciones de la población negra a la construcción de la nación en sus márgenes no fueron, y aún no han sido, plenamente reconocidas. Durante años los afrodescendientes, tanto libres como en condición de esclavitud, trabajaron arduamente para conseguir el oro con el cual comprar su libertad y la de sus familiares. A través de estos esfuerzos ayudaron a darle vida al ideal republicano de una ciudadanía libre. Quienes escribieron en la época hicieron hincapié en la supuesta indolencia natural de la gente negra e ignoraron su larga lucha por la libertad. Vieron el fin de la esclavitud como un obsequio de élites ilustradas motivado por los más altos ideales, pero que tuvo consecuencias indeseadas como dejar en libertad a una población perezosa e ignorante. Aunque algunos investigadores han proporcionado pruebas sobre el lugar prominente de la misma gente esclavizada en el desmantelamiento de la esclavitud, todavía hace falta que esta cuestión encuentre el lugar que le corresponde en las historias de Colombia y los manuales escolares.

El papel de la gente negra en la formación del estado nacional continuó después del fin de la esclavitud. En el Pacífico, los descendientes de esclavos se establecieron más allá de las zonas mineras y así contribuyeron a incorporar al territorio nacional vastas zonas ubicadas en sus márgenes físicos. Aunque el proceso de colonización que se intensificó en Colombia durante el período de 1850 a 1950 ocupa un lugar destacado en la historiografía nacional, el caso del Pacífico generalmente no se considera como parte de esta tendencia general (Palacios y Safford, 2002: 484-485). Si bien Robert West dio cuenta de esta migración en su monografía de 1957, muchos han ignorado esta parte de la historia nacional, probablemente porque no hubo campesinos de zonas altas involucrados (como en la colonización antioqueña) ni surgieron conflictos por la tierra, es decir, porque escapa a los patrones identificados para una historia principalmente andina.

Estos habitantes de la selva también fortalecieron las instituciones nacionales en esta región litoral al registrar las adquisiciones de tierras en escrituras notariales. Aunque no hubo títulos involucrados, al recurrir a una institución estatal como garante de sus derechos de propiedad, contribuyeron a legitimar y construir el Estado en un lugar donde su presencia era bastante débil. Los campesinos negros además actuaron como ciudadanos, ampliando la comunidad nacional, por ejemplo, al exigir su derecho a la protección ante las amenazas a su supervivencia, como ocurrió durante las luchas contra los acaparadores de tagua. Sin embargo, por vivir en las selvas, sus derechos se vieron opacados y el reconocimiento a sus logros obstruido. Aunque ocuparon la región y moldearon el ambiente, como hemos visto, el paisaje selvático ha sido leído -por quienes no habitan en él- como natural más que como humanizado. Es más, desde principios del siglo XX, el Estado consideró a estos lugares "bosques nacionales", es decir, espacios principalmente naturales. Así, aunque tuvieron derecho al acceso a diversos recursos naturales valiosos, por ejemplo, con el reconocimiento a la minería tradicional en el Código de Minas, no lograron ser dueños legales de las tierras que ocupaban. La gente negra e indígena del Pacífico no fue considerada parte productiva de la ciudadanía.

La Constitución de 1991 dio un salto conceptual que cambió esta tendencia. Con base en el trabajo de algunos antropólogos, un movimiento social incipiente y las presiones internacionales para el reconocimiento de los derechos de los pueblos tradicionales, nuestra Carta Magna considera las comunidades rurales negras de la costa pacífica en términos étnicos, y por tanto como beneficiarios, a semejanza de las comunidades indígenas, de la figura de titulación colectiva sobre las tierras que ocupan. En lugar de verlos como salvajes que pertenecen por su naturaleza a las selvas indómitas, como ocurrió en el pasado, tanto la Constitución como la Ley 70 de 1993 (que reglamenta la titulación colectiva) ven a la gente negra como pueblos tradicionales que viven en armonía en el medio ambiente. La Constitución y el proceso de titulación fortalecieron un movimiento social moldeado por esta comprensión particular del Pacífico rural. Los años que siguieron al fin de la esclavitud son fundamentales para entender la construcción de esta sociedad rural y, por tanto, proporcionan una base para explicar cómo fueron posibles estos desarrollos recientes. Entender ese período es necesario para la comprensión histórica del fenómeno peculiar de la etnicidad negra en el contexto de América Latina, pero sobre todo para reconocer el lugar que los campesinos negros de la costa pacífica tienen en la historia de Colombia y la diáspora africana.

 


NOTAS

** Este artículo es una versión revisada de la traducción de “Freedom in the Rainforest. Black Peasants and Natural Resource Extraction in Colombia’s Pacific Coast, 1850-1930” publicado en Martha Abreu, Carolina Vianna Dantas, Hebe Mattos, Beatriz Loner y Karl Monsma (eds.) Histórias do pós-abolição no Mundo Atlântico. Vol.2: O mundo do trabalho. Experiências e luta pela liberdade, Niterói, Editora da Universidade Federal Fluminense, 2013 (pp. 45-63). Dicha traducción fue realizada por Ana Garay. Agradezco la revisión de los tres pares anónimos durante el proceso en la Revista CS. Este artículo retoma varios de los argumentos centrales de una investigación sobre el medio ambiente y la gente negra del Pacífico colombiano en el periodo 1850-1930. El principal resultado de esa investigación, que desarrolla ampliamente los argumentos y registra con detalle las fuentes sobre las que se basa, será un libro tentativamente tiltulado Landscapes of Freedom. Building a Postemancipation Society in the Rainforests of Western Colombia, que será publicado por The University of Arizona Press.

1 De acuerdo con el censo de 2005 más del 80% de la población se autoidentifica como negro, mulato, afrocolombiano o afrodescendiente.

2 Entre el 73% y el 82% de la población total en el sur, y 60% en Chocó. La diferencia entre los dos se explica principalmente por la enorme población indígena de Chocó (Tovar Pinzón et al., 1994).

3 Comunicación personal con Kris Lane, 2011.

4 Es cierto que los esclavos del Chocó ocasionalmente buscaron refugio en la zona Baudó, que estaba fuera del control de la Corona. Sin embargo, esta área fue incorporada oficialmente a la colonia en 1776, cuando contaba con unos 300 habitantes, la mitad de ellos indios y la mayoría del resto mulatos y zambos (Jiménez, 2004).

5 Informe del alcalde del municipio del Litoral, 12 de diciembre de 1910, con algunos añadidos del intendente Jaramillo y firmado por él. Archivo General de la Nación. Fondo Ministerio de Gobierno Sección Primera, Tomo 659, Folios 252-259.

6 Enrique Escobar y Juan C. Olier, "Informe de la comisión nombrada por el gobierno Reyes para explorar las posibilidades económicas del Chocó". Cartagena, junio 8 de 1908. Archivo General de la Nación, Fondo Baldíos, Tomo30, Folios 144-155.

7 El Correo de la Costa, Buenaventura, año 1, número 7, marzo 16, 1879.

8 El Fiscal, n° 12, Tumaco, mayo 13, 1914.


 

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