FRAGMENTOS DE MI VIDA
ANGÉLICA CELY
ANGÉLICA CELY
























Muchos dicen que vivir con 1.05 m de estatura es un desafío. No lo veo así: si hubiese llegado a tener una medida estándar y después hubiese empequeñecido, sabría cómo explicarlo; tendría un cúmulo de preguntas sin respuestas y tal vez sentimientos negativos hacia la vida. Pero mi historia fue otra. Dudo describir mi estatura baja como el reto más duro que ha existido en el mundo; claramente hago mi vida a mi manera y a mi ritmo. Enfrento lo bueno y lo malo de la existencia. Trato de ver el lado positivo a las adversidades. Como dice el maestro Willie Colón en una de sus canciones, “si del cielo te caen limones, aprende a hacer limonada”. Desde que tengo uso de razón era consciente que sería más baja que los demás; en ocasiones, me negaba a creerlo. Sin embargo llegué a ver mi futuro de adulta sobre zancos, tal vez soñando ver el mundo desde arriba, desde muy arriba. Parezco frágil, ¡pero no lo soy! Tengo un espíritu libre. Siempre he buscado demostrar mis fortalezas.
No concibo que las personas sientan lástima por mí. Desde muy niña luché contra mi familia y el mundo para demostrar que mi mente no se frenaba por mi condición física. Siempre quise explorar, conocer, ¡VIVIR! Y no fue fácil. Muchas veces sentí que nadaba contra la corriente. En mi niñez hice infinidad de cosas a escondidas de los adultos porque estaba segura que no me lo permitirían; era comprensible su sobreprotección por temor a que algo me ocurriera, pero eso me enfurecía y trataba de salirme con la mía para que supieran que no los necesitaba en todo momento. Gracias a esa rebeldía y terquedad, he alcanzado metas. Soy quien soy gracias a ese tezón: profesional, autónoma y una mujer independiente. En lo posible trato de no pedir ayuda a los demás. Conduzco mi auto, adaptado a mi medida. Pero es lo único que he modificado, pues si hiciera adaptaciones en casa, seguramente no me atrevería a explorar por mi cuenta nada más.
Me encantan las alturas, mucho más desde que tuve la oportunidad de volar en parapente. Fue sublime sentir el roce del aire frío en mis mejillas, sentir el éxtasis de libertad. No se compara con nada. Cuando tengo la oportunidad de volar en paramente, lo hago de nuevo. Muchas personas lo consideran un acto de locura, un peligro elevado al cuadrado por mi condición pequeña. Pero ¡qué más da! Para morir solo se necesita estar vivo. Algunas personas consideran que la vida es una sola... Tal vez tengan razón. Por eso mismo hay que gozar cada momento. Soy pequeña en estatura pero mi espíritu es tan grande como la montaña más alta. Hoy, no voy en zancos como soñé cuando era niña; a cambio, dejo que mi alma y mi cuerpo exploren el mundo en parapente.
No concibo que las personas sientan lástima por mí. Desde muy niña luché contra mi familia y el mundo para demostrar que mi mente no se frenaba por mi condición física. Siempre quise explorar, conocer, ¡VIVIR! Y no fue fácil. Muchas veces sentí que nadaba contra la corriente. En mi niñez hice infinidad de cosas a escondidas de los adultos porque estaba segura que no me lo permitirían; era comprensible su sobreprotección por temor a que algo me ocurriera, pero eso me enfurecía y trataba de salirme con la mía para que supieran que no los necesitaba en todo momento. Gracias a esa rebeldía y terquedad, he alcanzado metas. Soy quien soy gracias a ese tezón: profesional, autónoma y una mujer independiente. En lo posible trato de no pedir ayuda a los demás. Conduzco mi auto, adaptado a mi medida. Pero es lo único que he modificado, pues si hiciera adaptaciones en casa, seguramente no me atrevería a explorar por mi cuenta nada más.
Me encantan las alturas, mucho más desde que tuve la oportunidad de volar en parapente. Fue sublime sentir el roce del aire frío en mis mejillas, sentir el éxtasis de libertad. No se compara con nada. Cuando tengo la oportunidad de volar en paramente, lo hago de nuevo. Muchas personas lo consideran un acto de locura, un peligro elevado al cuadrado por mi condición pequeña. Pero ¡qué más da! Para morir solo se necesita estar vivo. Algunas personas consideran que la vida es una sola... Tal vez tengan razón. Por eso mismo hay que gozar cada momento. Soy pequeña en estatura pero mi espíritu es tan grande como la montaña más alta. Hoy, no voy en zancos como soñé cuando era niña; a cambio, dejo que mi alma y mi cuerpo exploren el mundo en parapente.
Muchos dicen que vivir con 1.05 m de estatura es un desafío. No lo veo así: si hubiese llegado a tener una medida estándar y después hubiese empequeñecido, sabría cómo explicarlo; tendría un cúmulo de preguntas sin respuestas y tal vez sentimientos negativos hacia la vida. Pero mi historia fue otra. Dudo describir mi estatura baja como el reto más duro que ha existido en el mundo; claramente hago mi vida a mi manera y a mi ritmo. Enfrento lo bueno y lo malo de la existencia. Trato de ver el lado positivo a las adversidades. Como dice el maestro Willie Colón en una de sus canciones, “si del cielo te caen limones, aprende a hacer limonada”. Desde que tengo uso de razón era consciente que sería más baja que los demás; en ocasiones, me negaba a creerlo. Sin embargo llegué a ver mi futuro de adulta sobre zancos, tal vez soñando ver el mundo desde arriba, desde muy arriba. Parezco frágil, ¡pero no lo soy! Tengo un espíritu libre. Siempre he buscado demostrar mis fortalezas.
No concibo que las personas sientan lástima por mí. Desde muy niña luché contra mi familia y el mundo para demostrar que mi mente no se frenaba por mi condición física. Siempre quise explorar, conocer, ¡VIVIR! Y no fue fácil. Muchas veces sentí que nadaba contra la corriente. En mi niñez hice infinidad de cosas a escondidas de los adultos porque estaba segura que no me lo permitirían; era comprensible su sobreprotección por temor a que algo me ocurriera, pero eso me enfurecía y trataba de salirme con la mía para que supieran que no los necesitaba en todo momento. Gracias a esa rebeldía y terquedad, he alcanzado metas. Soy quien soy gracias a ese tezón: profesional, autónoma y una mujer independiente. En lo posible trato de no pedir ayuda a los demás. Conduzco mi auto, adaptado a mi medida. Pero es lo único que he modificado, pues si hiciera adaptaciones en casa, seguramente no me atrevería a explorar por mi cuenta nada más.
Me encantan las alturas, mucho más desde que tuve la oportunidad de volar en parapente. Fue sublime sentir el roce del aire frío en mis mejillas, sentir el éxtasis de libertad. No se compara con nada. Cuando tengo la oportunidad de volar en paramente, lo hago de nuevo. Muchas personas lo consideran un acto de locura, un peligro elevado al cuadrado por mi condición pequeña. Pero ¡qué más da! Para morir solo se necesita estar vivo. Algunas personas consideran que la vida es una sola... Tal vez tengan razón. Por eso mismo hay que gozar cada momento. Soy pequeña en estatura pero mi espíritu es tan grande como la montaña más alta. Hoy, no voy en zancos como soñé cuando era niña; a cambio, dejo que mi alma y mi cuerpo exploren el mundo en parapente.
Me apasiona viajar, recorrer cada rincón de esta hermosa tierra colombiana. He viajado dos veces a la alta Guajira, una región que a pesar de las precariedades, su naturaleza y sus habitantes hacen de ella un paraíso. Pero si hablo del edén, ¿por qué no exponer un pedacito de los bellos paisajes de mi tierra brava, Santander, que acabo de recorrer? Aunque sé que cada lugar de Colombia tiene su pedacito de cielo.
Desde niña la música ha sido una de mis actividades favoritas. Puedo tocar diversos tipos de instrumentos, aunque me inclino hacia la percusión. En mi etapa universitaria quise hacer parte del grupo de Tamboras, el son del folclor del caribe colombiano. Al principio el profesor fue escéptico y me puso a prueba. Por fortuna, el resultado lo dejó sorprendido y decidió ubicarme en la interpretación de la tambora, el instrumento que lleva la batuta del grupo y marca los tiempos a los demás. Para mí es un orgullo tocarlo.
Con el tiempo, también me he enfocando en los instrumentos de cuerda. Ahora tengo un ukelele soprano, éste es más pequeño que una guitarra y tiene cuatro cuerdas. Entre los dos, prefiero la percusión: me genera una euforia inexplicable; en cambio, con las cuerdas siento tranquilidad. La música es mi narcótico, gracias a ella atravieso las fronteras de la realidad, viajo a un mundo donde sólo existo yo; me olvido de todo, no hay angustias, no hay dolor; la melodía me abraza, susurra mis entrañas, me siento trepar a la montaña más alta.
La vida nos conecta con el amor, la protección y el cuidado a través de la familia. Por ello, no quiero dejar de lado a mis mascotas, mi familia canina conformada por Nala, Tita y Simón. Nala es muy protectora con sus hijos, Tita es una dormilona y Simón es el arriesgado. Cada uno tiene su propia personalidad y también son traviesos; hay días que son juguetones, hay otros en que son difíciles de llevar. Para mí son como pequeños niños eternos, una compañía especial, entretenida y otra forma de conectarme con el mundo pues no les importa quién soy, ni como me veo. En nuestra relación siempre hay espacio para la diversión, el respeto y la lealtad.
Este es un resumen de mi vida. Espero ser, hasta el final de mis días, una mujer fuerte, que disfruta de la soledad y que también disfruta con la compañía de mis camaradas. Espero seguir apoyando a mi familia y no convertirme en una carga para ellos a causa de mi estado. Ese es mi más grande temor. Quiero decir siempre “mi cuerpo tiene límites, pero mi mente no los conoce”.
Desde niña la música ha sido una de mis actividades favoritas. Puedo tocar diversos tipos de instrumentos, aunque me inclino hacia la percusión. En mi etapa universitaria quise hacer parte del grupo de Tamboras, el son del folclor del caribe colombiano. Al principio el profesor fue escéptico y me puso a prueba. Por fortuna, el resultado lo dejó sorprendido y decidió ubicarme en la interpretación de la tambora, el instrumento que lleva la batuta del grupo y marca los tiempos a los demás. Para mí es un orgullo tocarlo.
Con el tiempo, también me he enfocando en los instrumentos de cuerda. Ahora tengo un ukelele soprano, éste es más pequeño que una guitarra y tiene cuatro cuerdas. Entre los dos, prefiero la percusión: me genera una euforia inexplicable; en cambio, con las cuerdas siento tranquilidad. La música es mi narcótico, gracias a ella atravieso las fronteras de la realidad, viajo a un mundo donde sólo existo yo; me olvido de todo, no hay angustias, no hay dolor; la melodía me abraza, susurra mis entrañas, me siento trepar a la montaña más alta.
La vida nos conecta con el amor, la protección y el cuidado a través de la familia. Por ello, no quiero dejar de lado a mis mascotas, mi familia canina conformada por Nala, Tita y Simón. Nala es muy protectora con sus hijos, Tita es una dormilona y Simón es el arriesgado. Cada uno tiene su propia personalidad y también son traviesos; hay días que son juguetones, hay otros en que son difíciles de llevar. Para mí son como pequeños niños eternos, una compañía especial, entretenida y otra forma de conectarme con el mundo pues no les importa quién soy, ni como me veo. En nuestra relación siempre hay espacio para la diversión, el respeto y la lealtad.
Este es un resumen de mi vida. Espero ser, hasta el final de mis días, una mujer fuerte, que disfruta de la soledad y que también disfruta con la compañía de mis camaradas. Espero seguir apoyando a mi familia y no convertirme en una carga para ellos a causa de mi estado. Ese es mi más grande temor. Quiero decir siempre “mi cuerpo tiene límites, pero mi mente no los conoce”.
Geometrías Íntimas
© Todos los derechos reservados