TALLA 6

MEGUMI CARDONA

Llegué a mi casa, cogí el teléfono y llamé a mis amigues. Estábamos en videollamada, como era la costumbre, y empezó la lluvia de preguntas: ¿Qué tal estuvo? ¿Qué hicieron? ¿Cómo te sentiste? Todas mis respuestas eran imprecisas, “No sé, fue raro…”, les dije. Era la primera vez, después de 22 años, que tenía un encuentro sexual. Siempre he llevado mis cosas con humor, por más extraño e incómodo que sea; así que entre risas, les conté que, al quitarme el pantalón, fue como resolver un rompecabezas, porque tenía un cierre de niños —de los que tienen un botón falso y debajo hay dos ganchos que se abrazan—. Para él fue un lío desabrocharlo, jamás se habría imaginado encontrarse con algo así.

—¿Qué cuquitos te pusiste? —preguntó mi mejor amiga.

—Los de ovejita divinos que tienen un moñito adelante... —respondí.

Al otro lado del teléfono, todes reían.

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En el segundo cajón de mi closet está la ropa interior. Al lado izquierdo, los brasieres y bralets, algunos con nudos en las tirantas para hacerlos más cortos, cuando el regulador no corre más. Al lado derecho están los calzones de colores doblados en tres. Organizados uno tras otro, sobresale un patrón: la cinta de boleritos en el borde y, en el centro de la parte frontal, un pequeño moño de satín. La mayoría mis calzones llevan estampado de animales: un zorro, un puercoespín y un buho; otros tienen flores o árboles.
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Todos mis calzones los he comprado en la sección infantil pues eran los únicos que me servían. Siempre veía a mamá ponerse tangas o cucos de encaje y me preguntaba: ¿por qué no puedo llevar unos así?, ¿o las medias de malla que algunas de mis amigues llevan puests con sus vestidos?
En mi incesante búsqueda de no parecer una niña —y de tener que repetir mi edad cada vez que me lo preguntaban—, he puesto en marcha distintas estrategias para no serlo más: pintarme el pelo, las uñas, maquillarme, consumir alcohol... Y lucir estas medias, pues al ser parte de los objetos de la vida sexual, sabía que no estarían jamás en la ropa de niñas.
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Al igual que estas prendas, hubo un tiempo en que la sexualidad no me era permitida. Y no porque mi mamá me lo impidiera, sino porque la sociedad —y yo misma— lo hacía; creía que no podía ser una persona deseable y me negaba el derecho a querer y desear a otres. Por mucho tiempo oculté mis brazos y mis muñecas debajo de camisas de manga larga.

Quería evitar que alguien descubriera que mi torso tenía más curvas de lo “normal” y que mi pecho se salía de su lugar “común”. Mi cuerpo no tenía esa belleza que se presentaba en las películas, en la publicidad o en mis amigues. Este pensamiento estereotipado me hizo creer que no podría ser deseada ni amada. Me pregunto, ¿quién decide qué es bello y qué no lo es?
Al igual que estas prendas, hubo un tiempo en que la sexualidad no me era permitida. Y no porque mi mamá me lo impidiera, sino porque la sociedad —y yo misma— lo hacía; creía que no podía ser una persona deseable y me negaba el derecho a querer y desear a otres. Por mucho tiempo oculté mis brazos y mis muñecas debajo de camisas de manga larga.

Quería evitar que alguien descubriera que mi torso tenía más curvas de lo “normal” y que mi pecho se salía de su lugar “común”. Mi cuerpo no tenía esa belleza que se presentaba en las películas, en la publicidad o en mis amigues. Este pensamiento estereotipado me hizo creer que no podría ser deseada ni amada. Me pregunto, ¿quién decide qué es bello y qué no lo es?
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No hay manera correcta o incorrecta de explorar la sexualidad. La sensación va más allá de la corporalidad y la genitalidad. La piel siente. El aliento se percibe. Debemos explorar nuestros cuerpos y enseñar cómo hacerlo. Somos seres que se adaptan a su entorno. El placer no es sólo uno. Para todes es diferente.
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—¿Y tiene noviecito? —pregunta con interés el taxista que me lleva a casa.

—No —le digo entre risitas tímidas. 

Me hizo estas preguntas, luego de señalarme lo peligroso que resultaba que andara sola en la calle. Luego continúo con otras más: que si trabajaba, que si tenía muchos amigos.

—Usted es muy pila… la felicito —continúa el tipo, mientras me da una palmadita en la cabeza.

Me dan ganas de ladrarle, a ver si entiende que no soy su perro. 

Quiero gritarle y decirle que no soy tierna, no soy una niña; ni soy tan inocente, ni tan pequeña, ni tan frágil. Y no, tampoco soy su búsqueda bizarra en una página porno. Ni su fetiche, ni estoy clasificada como Pansexual, Dwarf, Sexual o Sex…

—Cómo es de difícil comprarse una tanguita talla 6 —dije al fin.

—Ja, ja, ja… pero usted es terrible. La que menos corre vuela —respondió.

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Geometrías Íntimas

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