Boletín de Prensa #066

MARIA ISABEL

Prólogo

María Isabel Rivas Marín

Bióloga y deportista de formación. Docente por convicción. Creo profun- damente que una formación apropiada en ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas para nuestros niños y jóvenes es garantía para mejorar las condiciones de vida en nuestro planeta. Coordino el Programa de Pequeños Científicos desde la Universidad Icesi para Cali y el suroccidente colombiano haciendo formación docente con el objetivo de que nuestros chicos y adolescentes tomen conciencia del impacto de las ciencias en la vida cotidiana.

Hago lo mismo que muchos... ser mamá, trabajar, estudiar, entrenar, vivir y ser feliz...

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¿Qué me hace ser profe: aquello que estudié como carrera profesional, los cursos que enseño, las didácticas que aplico en las clases, los estu- diantes que tengo, el lugar donde enseño, los procesos de aprendizaje que acompaño, las respuestas que brindo a las preguntas que me hacen, mis propias actitudes frente al saber científico? Definitivamente, desde mi experiencia, ser profe es una actitud de vida; actitud en la que se retoman todas las experiencias y aprendizajes de la vida, para formar mentes maravillosas a través de la indagación científica. A esta respuesta he llegado a través de mi camino por la docencia; un camino que comienza con la decisión de estudiar biología y tener una formación científica, y continua con mis estudios de posgrado en educación, momento en el que reafirmé mi elección por enseñarles a otro lo que sé, y asumí el reto de llegar al aula con mejores herramientas. Posteriormente, en el año 2000, llegué a la Universidad Icesi, lugar donde conocí el programa Pequeños científicos. Y este programa me cambió la vida.

El programa Pequeños científicos llegó a la Universidad Icesi como parte de una preocupación internacional debido a la disminución del interés, por parte de los estudiantes que finalizaban educación media secundaria, para continuar sus estudios en carreras profesionales de ciencia y tecnología. Por un lado, el programa trataba de brindar una excelente formación básica a los niños en diferentes zonas de nuestra región, y por otro, de valorar la relevancia del conocimiento científico para lograr una sociedad más empoderada. Por esto, Pequeños científicos se centra en la formación de docentes del área de ciencias naturales (biología, física y química), de educación básica primaria y secundaria, para que supieran diseñar e implementar experiencias de aprendizaje a través de la indagación en sus estudiantes. Así, pues, como docente universitaria promovía cambios en las prácticas de los docentes de escuelas y cole- gios, esperando que, más adelante, al implementarse experiencias de aprendizaje por indagación se lograran ver grandes transformaciones.

Como profe universitaria, no se trataba solo de formar jóvenes en el cam- pus de Icesi, sino también de contribuir a la formación de docentes para explicarles dentro del aula cómo podrían mejorar su práctica mientras desarrollaban las sesiones con los niños. En este caso, se trataba de romper los paradigmas de los profesores que tenían mucha más experiencia que yo, algunos de ellos de su jubilación, para que renovaran sus clases y lograran promover aprendizajes desde escenarios reales para la indagación científica. El programa inició enfocado a la educación básica primaria, fueron largas e intensas jornadas en colegios públicos y privados, en contacto diario con niños, escuchándolos y viendo el arduo trabajo de cada profesor para llevar a cabo una clase en una temática específica. Posteriormente, llegaron ciertas preguntas en relación con los escenarios de aprendizaje en educación secundaria y media, y la cuestión principal era: ¿qué va a pasar con estos niños que vienen con este esquema de for- mación cuando lleguen a secundaria? A raíz de esto, se empezó a trabajar en la consecución de materiales para continuar y seguir con el proceso de formación de docentes en secundaria y media vocacional.

Trabajando en el programa Pequeños científicos, me enfrenté a situa- ciones de contrastes; un día podía estar en una institución con una muy buena dotación de equipos, materiales y espacios para trabajar, con niños y docentes entusiasmados de aprender y donde mis intervenciones en el aula resultaban muy entretenidas, dado que había llegado una científica al salón; mientras que otro día podía encontrarme con un escenario totalmente distinto. En algunas ocasiones, los niños ni siquiera lograban llegar a la escuela, porque no se atrevían a cruzar una calle, para no ser víctimas de una pandilla. Con mucha nostalgia, recuerdo el día que iba a hacer una observación de clase a uno de los docentes, con quien había trabajado durante varios meses para llegar a dar una clase de mezclas químicas vía indagación, y nunca llegó… estando en el colegio me informaron de su homicidio. Ese día terminé dando la clase que habíamos preparado, estaba en un salón donde los niños seguían esperando a su docente y donde me solicitaron que no les informara la situación que se había presentado. Estuve en colegios donde en los descansos me sentaba a compartir la lonchera con los niños y tuve descansos donde repartí la bienestarina a niños, para quienes era la única opción de alimento de su día… en muchos momentos me cuestioné qué hacía yendo a enseñar ciencias, a formar docentes cuando había situaciones mucho más relevantes e inmediatas en la vida de estas personas que pensar en desarrollar habilidades de pensamiento científico. Pero, también reflexionaba que, si lograba que estos niños tuvieran la posibilidad de pensar de forma diferente, de poder cuestionarse el mundo, argumentar sobre lo que sucede, establecer un punto de vista, poder generar un debate, quizás estos niños podrían tener unas opciones diferentes para su vida.

Diseñar e implementar el modelo de formación en docentes de secundaria y media representó un gran reto para mi quehacer docente. Por un lado, la metodología se aplicó a otras áreas como las ciencias sociales, matemáticas, lenguaje y artes, y esto hizo que me saliera del esquema de científica, y pudiera establecer diálogo interdisciplinar con otras formas de acceder al mundo y definir estrategias que fueran útiles a los docentes y aplicables al aprendizaje por indagación. Por otro lado, comprendí que ser docente requiere trabajar colaborativamente con otros colegas, en tanto que el conocimiento es limitado. Esto hizo que se trabajara de la mano con profesores de la Universidad Icesi, quienes podían ayudarme a comprender problemas que no fueran relativos a las ciencias naturales. Poco a poco fui observando que las dificultades de los docentes, independiente del área, siempre eran las mismas; la aplicación de estrategias didácticas que llevaran a los estudiantes a plantear preguntas o resolver problemas.

Uno de los mayores aprendizajes que resuena en mi ser, al acompañar procesos de formación docente, es que no se trataba de capacitar a los docentes, es decir, de brindarles información sobre cómo deben hacer sus clases, sino de trabajar de la mano de ellos, es decir, que se aprende construyendo colaborativamente. En este proceso fue importante rediseñar experiencias de aprendizaje directamente con los docentes, que pudieran reconocer lo que hacían y el gran camino que ya habían ganado con diferentes trabajos en el aula y que fueran capaces de dar a conocer sus experiencias para promover el aprendizaje por indagación. Esto último, garantiza que haya una comunidad de docentes dispuestos a aprender de las experiencias entre sí, en tanto que se socializan las prácticas de aula y los pares logran reconocer problemas o dificultades semejantes y considerar estrategias susceptibles de ser replicadas, para promover aprendizajes más significativos en los estudiantes.

Me dediqué a aplicar la metodología de indagación, no solo con los docentes del programa y los niños que visitaba en sus aulas de clase, sino también con mis estudiantes y colegas de la Universidad. Y, de esta manera, creando experiencias de aprendizaje y desarrollándolas de manera habitual, hice de la indagación una herramienta de vida, para asumir los problemas científicos y abordar realidades de la cotidianidad. Y es aquí donde debe aparecer un personaje que no podía faltar en este relato: Martina.

Mami, tengo una pregunta… ¿qué sigue después del último número?

Preguntas de este tipo fueron punto de debates matutinos y vespertinos con mis compañeros de oficina, tratando de dar la explicación más gráfica, experiencial, y menos técnica, para la mente en formación de una pequeña de prescolar. En ocasiones, no funcionaba tan rápido y fueron más horas dedicadas a buscar la manera de construir con ella, cada una de esas tan anheladas respuestas a las que debía decirle déjame pensarlo bien y lo resolvemos juntas. En mi defensa debo aclarar que estos destellos de nutridos interrogantes tienen lugar a primera hora de la mañana. No sé exactamente a qué se deba este fenómeno de excesiva excitación mental para un menor, pero de lo que sí estoy segura es que en el agite de una mañana de colegio, cuando el tiempo extrañamente pasa más rápido que el resto del día, resulta el momento más inapro- piado para darle solución a dichas preguntas.

- Mami… y entonces…cuando se acaba el último número ¿qué viene?

- Ok, Martina, dime tú, entonces ¿cuál crees que es el último número?

Al pensar en las preguntas maravillosas, en tratar de continuar fo- mentando esa curiosidad por cuestionarse y en poder darle solución a esas respuestas en el momento oportuno, me surgían varios inte- rrogantes: ¿cómo hacen los maestros con 15, 20 y muchos más niños y jóvenes con preguntas similares en el aula? ¿es aquí donde por no darle un tratamiento apropiado a estas situaciones vamos perdiendo la habilidad de indagar sobre la vida cotidiana? ¿y si el padre/madre o el docente no tienen la formación apropiada, qué sucede con esos interrogantes? Es precisamente aquí donde se tiene la gran opor- tunidad de desarrollar esas habilidades de pensamiento científico, que no serían solo para formar mentes en ciencias, sino destrezas y disposiciones necesarias para la vida independiente de su formación profesional más adelante.

Si los niños están en la disposición de formular constantemente pre- guntas acerca de su realidad, ¿por qué no enriquecer nuestros ambientes de aprendizaje en la universidad con estos “pequeños gigantes”? Esta pregunta abrió el panorama que se venía desarrollando desde el programa de Pequeños científicos y presentó un nuevo reto: invitar a estos “pequeños gigantes” a nuestras aulas universitarias, con el fin de contagiarlos del amor por la biología, la química, la física, la tecnología, la ingeniería y la matemática.

Con la convicción de que la educación debe generar cambios significativos en los “pequeños gigantes”, para que tengan las herramientas de exploración e indagación del mundo, surgió el proyecto de crear el campo de verano de la Facultad de Ciencias Naturales de la Universidad Icesi. Cada año, niños y jóvenes recorren el campus universitario para desarrollar su curiosidad científica, plantearse preguntas y resolverlas mediante la experimentación y la creatividad, con apoyo de docentes o monitores, previamente formados. Esta experiencia es transformadora, no sólo para los “pequeños gigantes”, sino para todo el equipo docente y estudiantes, quienes también se “vuelven” niños y desarrollan estrategias que permiten movilizar el aprendizaje por indagación. El proceso continúa, la apertura de programas de licenciatura y el invaluable apoyo de la Escuela de Ciencias de la Educación y la Facultad de Ciencias Naturales ha permitido que Pequeños científicos continúe formando docentes, asesorando proyectos educativos, apoyando fe- rias de ciencia, ofreciendo opciones diferentes para aquellos sectores que tienen menos posibilidades, construyendo campos de verano, motivando el amor por la enseñanza de las ciencias y convenciendo a nuestros niños y jóvenes de la relevancia que tiene en este momento la educación en ciencia y tecnología.

Mami, si los números crecen y se vuelven grandes, el último número debe ser el más grande de todos… es decir la reunión de todos los números que hay.

Entonces, Martina, escribamos todos los números que conoces, para formar ese último número, ¿qué opinas?

Sí, Mami, hagámoslo

Frecuentemente utilizo una frase con mis estudiantes y es que “si usted es capaz de explicarle a un niño de 5 años o a su abuelita de 90 años y logran entenderle, usted realmente sabe de lo que está hablando”. Después de acompañar los procesos de formación docentes y observar, por varios años, cómo los “pequeños gigantes”, incluida Martina, van apropiándose de una actitud científica, me pregunto: ¿en qué momento sucede que nos deja de resultar divertido mezclar agua y aceite, po- nerle colorante a un líquido, ver cómo salta un grillo, hacer pompas de jabón? Es hora de volver a la esencia; la ciencia debe estar más cerca de nosotros y comportarse de manera amigable, como lo fue en nuestra infancia cuando hacíamos burbujas con el jugo sin saber que estábamos aprendiendo propiedades de los líquidos, cuando nos sumergíamos en un balde e inundábamos el espacio por el agua que salía sin entender el principio de Arquímedes, entre otros.

Ser profe de esta manera me lleva a dos grandes retos, por un lado, a que los “pequeños gigantes” logren ver la ciencia de una manera diferente a como la ven en el colegio, es decir, que encuentren en la universidad un espacio para reconocer lo que ya saben y disfrutar de la experimentación, que logren una aproximación diferente al conocimiento científico, que logren enamorarse de las ciencias, y que, finalmente, se conviertan en “pequeños científicos”. Por otro lado, el gran reto consiste en formar a cada uno de los docentes y monitores, para que logren adquirir la habilidad de la indagación, para ir construyendo conocimientos con los “pequeños científicos” a través del desarrollo de experimentos y resolución de problemas. Así, pues, como profe mi quehacer docente radica en la promoción del pensamiento científico a través de la indagación, que no se limita a los procesos de aprendizaje de estudiantes universitarios, sino que trasciende a docentes escolares, a niños y jóvenes de escuelas y colegios públicos y privados, a los monitores del programa, e incluso llega a mi propia cotidianidad, en medio de una conversación matutina con Martina. Estos dos retos son enormes para mí, en tanto que se trata de asumir la fuerza transformadora de la educación a través de procesos vinculados a la experimentación, formulación de preguntas, explicaciones de hipótesis y creatividad para pensar de otras maneras. Sé que existen muchos proyectos en educación, yo creí en , y me la sigo jugando por este proyecto; le apuesto a tratar de resolver esas preguntas de aula que llevan a formar mentes maravillosas porque, sin duda alguna, estos “pequeños científicos” me siguen cambiando la vida.

 

Libro completo:  Las Profes. Ellas enseñan, ellas relatan

Más informes: María Isabel Rivas MarínProfe del Departamento de Ciencias Biológicas, Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Necesita activar JavaScript para visualizarla.