Boletín de prensa #174
Por: José Roberto Concha, director del Consultorio de Comercio Exterior, Icecomex
Utilizando el título del célebre libro ”La culpa fue de la vaca” escrito por Jaime Lopera Gutiérrez y Martha Inés Bernal Trujillo, donde la vaca , el elemento o personaje más inocente de la cadena, se le adjudica la culpabilidad del error cometido; me trae a la memoria el cuestionamiento de por qué estamos sufriendo todas las angustias de esta pandemia.
En el inolvidable y horrorízate recuerdo de la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki, con un saldo trágico de 120.000 muertos, se creó todo un movimiento mundial de control a las armas nucleares, se organizaron las potencias mundiales para activar la supervisión de este poderoso producto destructivo y se han desatado varios conflictos mundiales cuando algún país intenta ingresar a este prohibido mundo de la fabricación de tan mortífero instrumento de confrontación. Fue así como la ONU, en el 2017, adoptó un tratado prohibiendo las armas nucleares en todo el mundo.
El 9 de septiembre unos aviones suicidas, dirigidos por el tristemente célebre Osam Bim Laden, atacaron el centro del mundo capitalista y destruyeron de manera horrorífica las emblemáticas torres del Word Trade Center en Nueva York. Tres mil víctimas inocentes pagaron por este inaudito y espeluznante acto de barbarie. Una persecución sin límite acabó con la vida del cerebro de semejante atrocidad pero el mundo cambió: las reglas de seguridad en todos los aeropuertos del mundo se volvieron estrictas, y sofisticadas, la paranoia por el terrorismo se apoderó de todos. Después de este imborrable atentado la sociedad condenó dicho acontecimiento, aceptando las molestias que los controles para reforzar la seguridad se nos han impuesto.
De la misma manera, o parecida, a finales del año pasado se desató en la lejana ciudad de Wuhan, China una enfermedad ocasionada por un virus desconocido, pero con un poder destructor tan grande o mayor que la letalidad nuclear o el salvajismo de los terroristas suicidas. Ya llevamos más de 250.000 muertes y los infectados superan los 3,5 millones de personas, en más de 200 países.
Este es el momento de reflexionar y poner bajo vigilancia los laboratorios de desarrollos e investigaciones genéticas en el mundo, los cuales crecen sin ningún control y procesan experimentos, muchos de ellos valiosos para la humanidad, pero también existirán mentes torcidas que producen, quien sabe cuántas barbaries y atrocidades con poder destructor tan grande o más como las armas nucleares o los ataques terroristas.
La culpa de toda esta pandemia con el cataclismo económico mundial que conlleva, no es de los murciélagos. ¿Dónde se originó? todavía es un misterio, pero la humanidad ha sufrido las consecuencias de un descuido o de un desarrollo descontrolado que no puede volverse a repetir.
Así como hay organismos internacionales que prohíben y vigilan el desarrollo de armas nucleares; así como, todos los gobiernos del mundo persiguen el terrorismo, a sus gestores y ejecutores; así mismo la organización Mundial de la Salud (OMS) debe conformar una fuerza mundial para el control de estos laboratorios, que sus estudios sean dirigidos al mejor vivir y no a la creación de virus o bacterias que solo han causado muerte y empobrecimiento mundial. Y, ¡no le echemos la culpa al murciélago!
José Roberto Concha V.
Director Icecomex
Universidad Icesi. Cali, Colombia