RESUMEN

El primer acápite de este cuarto capítulo que lleva por nombre “Sombreros anchos y mentes estrechas”,  plantea la relación entre el tamaño del cerebro y la inteligencia, teoría desarrollada en el siglo XIX y que señalaba que las personas más inteligentes poseían cerebros morfológicamente más grandes y desarrollados. Se  mencionan los estudios realizados  por Paul Broca y Louis Pierre Gratiolet, ilustres personajes de la época, quienes buscaban encontrar información relevante sobre “el valor intelectual de las distintas razas humanas”, mediante la clasificación de las personas  con arreglo a sus convicciones apriorísticas acerca de su valor (hombres frente a mujeres, blancos frente a negros), para evidenciar la existencia de diferentes tamaños de cerebros.

Con estos estudios se intentó demostrar con cifras concretas que el tamaño del cráneo y peso de los cerebros de los hombres (craneometría) era proporcional a su capacidad intelectual, operando esta relación también en forma contraria.

Para ello, Broca en su investigación realiza la medición de los cráneos de diferentes personajes “ilustrados” de la época tomando su registro y llevándolo a concluir que el tamaño y peso del cerebro señalaba la capacidad intelectual de los hombres. Gratiolet continuó con este estudio una vez fallecido Broca pero midiendo esta vez el diámetro de los sobreros de los hombres más aventajados de esta época, concluyendo también que el tamaño del cerebro indicaba la capacidad intelectual del individuo.

Para tranquilidad de muchos el autor menciona dichos estudios solo como referente y aclara que “semejante racismo ya no resulta habitual entre los científicos y espero que nadie hoy  intente clasificar las razas o los sexos por el tamaño medio de sus cerebros”, pero que la tendencia a que mediciones indiquen alguna cualidad sigue presente entre nosotros, y es la razón por la que se explica que aun algunos hombre busquen medir el valor de sus penes o de sus automóviles.

El segundo acápite del texto, que lleva por titulo “El cerebro de las mujeres”, hace referencia a los estudios de los lideres de la antropometría europea (del siglo XIX) por medir con “certidumbre científica” la inferioridad de las mujeres. Para ello, mediante la comparación de las medidas de los cráneos (antropometría), llegaron a concluir que las mujeres tenían cerebros más pequeños que los hombres, explicando así su menor capacidad intelectual. Se anota además que la variación del tamaño del cerebro entre géneros parte del hecho que el hombre fue el gran protagónico de la supervivencia de la raza humana y se preocupaba por la manutención de sus inferiores, desarrollando de esta forma su capacidad intelectual para hacer frente a sus necesidades y a sus enemigos, mientras que la mujer ejercía simplemente un rol pasivo. El autor señala sobre este punto que no se tuvieron en cuenta variables como la edad, la estatura y señala que incluso los estudios modernos sobre el tamaño del cerebro no han llegado aun a un acuerdo sobre la medida correcta que elimine la variable del tamaño del cuerpo.

El tercer acápite de este capítulo, titulado “El síndrome del Dr. Down”  explica la  meiosis y el defecto que ocurre durante este proceso para que se configure la trisomía 21, o más conocido síndrome de Down. Este se presenta cuando dos cromosomas no se separan y queda faltando una de las células sexuales justamente en el cromosoma 21 y es la causa del retraso mental y ciertos rasgos físicos peculiares. Para esta época se hacia diferenciación entre distintos tipos de deficiencia mental, entre los que se encontraban los idiotas (grado más bajo y que se refería a quienes no podían dominar el lenguaje hablado), los imbéciles (hablaban pero no escribían) y los morones.

La última parte de este capítulo, titulada “Defectos de un velo Victoriano”, expone dos tendencias opuestas respecto al origen de las razas: las tesis poligenistas y las monogenistas. Mientras el primer movimiento señala que cada raza humana es una especie biológica separada, la segunda indica que todas las razas tienen un origen común y de su degeneración genética se produjeron ciertas diferencias físicas notorias.

En contraposición a estas tesis, estudiosos como Agassiz argumentaban que las discrepancias físicas tenían como origen la adaptación de cada raza a su región, entorno y a las exigencias que esto conllevaba. Sus estudios giraron alrededor de la raza negra al encontrar en estos individuos rasgos físicos más relevantes (tamaño, resistencia).