Meliponas: las abejas nativas sin aguijón que están reescribiendo la historia de la polinización en el campus 

Una abeja sin aguijón no cabe en el mito de la colmena perfecta que nos contaron los libros escolares— y, sin embargo, salva cosechas enteras con el sigilo de quien sabe que el ruido no siempre es sinónimo de poder. 

Un zumbido distinto 

Cuando imaginamos abejas pensamos en panales dorados, celdillas hexagonales y el legado europeo de la miel. 
Pero en el trópico americano la polinización tiene otro acento: las meliponas, diminutas guardianas que guardan su tesoro de néctar en vasijas de barro y resina, y vuelan sin temor porque no portan aguijón. 

Nuestro living lab junto al edificio G les abrió la puerta gracias a la generosidad del equipo Plan Terraza — liderado por el señor Julio — quien nos prestó las primeras colonias y enseñó a escuchar el latido de sus nidos. Sin ese préstamo —y la convicción de que la ciudad merece reencontrarse con sus polinizadores nativos— la huerta sería apenas la mitad de lo que es hoy. 

Por qué importan 

Las meliponas no producen la miel abundante de su prima europea, pero poseen un don que las vuelve extraordinarias: son especialistas. Reconocen, con un solo golpe de antenas, el perfume exacto de la flor de maracuyá, de la guayaba o del cacao. Su lealtad olfativa garantiza frutos más grandes, semillas más fértiles y, en cadena, mercados locales más resilientes. 

Al invitarlas al campus derribamos un imaginario heredado —ese que asocia calidad de miel y eficiencia de polinización únicamente con especies importadas— y colocamos el foco en la biodiversidad que nos pertenece. Cuidar a las meliponas es, en última instancia, cuidar los sabores de la región y la memoria agrícola que nos habita. 

Ciencia con alas pequeñas 

Desde que llegaron, estudiamos su danza callada con sensores de temperatura cerca a sus cajones y cuadernos manchados de propóleo. Cada dato —hora de salida del nido, flor preferida, distancia máxima de vuelo— nos acerca a una pregunta mayor: ¿puede una ciudad sostener su seguridad alimentaria abrazando a sus abejas nativas? 

La respuesta no se escribirá en un papper aislado: se teje día a día, con el zumbido suave que acompaña los mangos maduros, con la mirada curiosa de quien descubre que el aguijón no define a la abeja, y con el compromiso de una comunidad que entiende que la soberanía alimentaria empieza en las alas más pequeñas. 

Un cierre que deja polen en la imaginación 

Cuando cae la tarde, el silbido del tráfico se superpone al murmullo leve que brota de las cajas: un sonido que apenas se escucha, pero basta para sostener la abundancia de un huerto entero. Al escuchar ese zumbido —lejano, persistente— entendemos que salvar cultivos empieza con reconocer la labor de las alas más pequeñas y el legado que resguardan. 

En la siguiente entrada abriremos el foco: ¿qué significa hablar de soberanía alimentaria en la ciudad? 
Quédate cerca; el próximo brote de esta conversación ya asoma entre la hojarasca. 

El futuro de nuestros cultivos podría depender de un zumbido casi imperceptible. 
Acércate, escucha y déjate polinizar por la curiosidad. 

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