Living System Lab: la huerta que investiga, enseña y media saberes

En Icesi, la huerta universitaria es más que parcelas y herramientas: es un Living System Lab (LSL), un laboratorio vivo donde se experimenta en contexto real, se aprende haciendo y se median saberes entre disciplinas y comunidades. Aunque el término LSL es poco frecuente en América Latina, líneas de diseño sistémico —como las referidas por el entorno de ETH Zürich— lo entienden como infraestructura experimental para problemas complejos, con aprendizaje adaptativo y enfoques transdisciplinarios. Nuestro proyecto amplía esa perspectiva: no solo innovamos técnicamente; tejemos relaciones entre especies, tecnologías y actores sociales con horizonte de soberanía alimentaria y educación STEM.

De Living Lab a Living System Lab

Para fundamentar el LSL miramos a los Living Labs, ampliamente trabajados en Europa y América Latina: espacios de co-creación, innovación abierta y participación ciudadana donde se prueba en entornos reales (Bergvall-Kåreborn & Ståhlbröst, 2009; Almirall et al., 2012). Nuestro giro es ecosocial y pedagógico: el LSL no se limita a validar productos, sino que configura un ecosistema relacional de aprendizaje, donde lo decisivo no son solo los resultados, sino los vínculos que los hacen posibles.

Objetos de frontera: puentes que coordinan sin borrar diferencias

¿Cómo se trabaja entre biología, ingeniería, ciencias sociales y educación sin “aplanarlo” todo? Con objetos de frontera: artefactos materiales o simbólicos que permiten coordinar entre comunidades epistémicas diversas (Star & Griesemer, 1989; Star, 2010). En la huerta, mapas, bitácoras, sensores o fichas de siembra cumplen ese papel: traducen lenguajes, sostienen ambigüedades productivas y habilitan acuerdos prácticos. Lecturas posteriores muestran que estos objetos también portan significados relacionales y sostienen ecologías de cooperación (Fox, 2011).

Traducción y agencia no humana: aprender con abejas

Desde la sociología de la traducción, traducir es el mecanismo con el que mundos sociales y naturales toman forma (Callon, 1984). En nuestra huerta, las abejas sin aguijón no son “recursos” a estudiar únicamente: actúan como mediadoras que reconfiguran prácticas de observación, registro, cuidado y experimentación. Su memoria olfativa o fidelidad floral nos obliga a ajustar métodos y a incorporar consideraciones éticas propias de una investigación multiespecie. Aquí la innovación no es imponer un protocolo, sino aprender de la vida que late en el sistema.

Interdisciplinariedad que se practica (no solo se enuncia)

Las disciplinas funcionan como culturas vivas con lenguajes y valores propios; colaborar exige condiciones activas de traducción (Bauer, 1990; Rasmussen & Arler, 2010). Además, la colaboración está atravesada por emociones y expectativas En el LSL, esto se concreta en equipos que co-diseñan preguntas, protocolos y productos, sin forzar consensos totales: la diferencia se gestiona y se pone a trabajar para resolver problemas reales.

Laboratorio experimental y aula extendida

El LSL experimenta en condiciones reales —lluvia, hongos, limitaciones de espacio, tiempos de las especies— con metodologías de prototipado y testeo participativo (Bergvall-Kåreborn & Ståhlbröst, 2009; Almirall et al., 2012).Pero aquí “lo experimental” no es solo técnico: es pedagógico y ecosocial. El aula se convierte en laboratorio vivo que integra teoría, diseño y acción comunitaria (Escalante & Bozzato, 2022). Siguiendo el diseño con sistemas vivos, buscamos resonancia ecológica más que control lineal: los sistemas vivos ensayan formas de organización ante condiciones emergentes

¿Por qué importa para Icesi y Cali?

Porque el LSL no reduce diferencias ni persigue consensos rápidos; habilita traducciones parciales, negociación y cuidado. Esto permite aprender con evidencia situada, conectar universidad y ciudad, y avanzar hacia una innovación ecosocial que pone la vida —humana y no humana— en el centro.

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