Salida de campo: Lo político y lo agro con Asoproorgánicos en Cali- Valle del Cauca

¿Cómo puede un mercado convertirse en un acto político? ¿De qué manera vender un tomate o una manzana puede ser también una forma de resistir? Estas preguntas nos acompañaron durante la visita al mercado Asoproorgánicos, un espacio donde la agricultura deja de ser solo producción y se convierte en un ejercicio de autonomía campesina y construcción colectiva.

Esta salida surgió gracias a que la profesora y miembro del equipo Laura Silva, nos facilitó el contacto con Ana, quien hace parte activa de Asoproorgánicos. A esta salida no pudo asistir todo el equipo debido a que estábamos a pocos días de iniciar semestre y las agendas estaban muy apretadas, finalmente se decidió que Juliana y yo, Eliana, podríamos ir al mercado a conocerlo y tener una conversación con Ana. 

Teniendo en cuenta lo anterior, el sábado 5 de julio de 2025, Juliana y yo nos encontramos a las diez de la mañana, en el parque junto al centro comercial Palmetto, en Cali. Allí habíamos acordado reunirnos con nuestra interlocutora, Ana, una de las integrantes más reconocidas del mercado. Al llegar, la vimos acercarse a nosotras, pudimos distinguirla gracias a que portaba una camiseta verde que tenía en la parte delantera un logo que venía acompañado del nombre del mercado: Asoproorgánicos, que la identificaba como parte de esa comunidad de productores. Juliana y yo nos presentamos y Ana nos dio la bienvenida y, casi de inmediato, nos invitó a seguirla al interior del mercado.

El mercado se sentía un lugar muy fresco, no se escuchaba mucho bullicio. Cada campesino-comerciante tenía a su disposición una carpa blanca para protegerse del sol. Bajo esas carpas se extendían mesas llenas muchas variedades de frutas y verduras, incluso algunas que Juliana y yo no conocíamos. Cada productor y productora que allí había se diferenciaba gracias a la camisa distintiva que portaba al igual que Ana. Ella nos hizo sentar en el centro del mercado, Juliana y yo empezamos a contarle la razón del porqué estábamos allí y empezamos con unas preguntas para guiar la conversación y Ana empezó a contarnos su historia. Hablaba de su finca como de una herencia que debía cuidar y mantener, aunque la extensión fuera reducida y apenas alcanzara para sostener algunos cultivos: “Esto era de mis papás”, para ella esto no necesariamente era un negocio, sino un legado familiar que ella había decidido mantener vivo.

Mientras conversábamos, entendimos que para Ana la agroecología no es solo una técnica, sino una forma de vida y una postura política. “La agroecología lo que primero se debe tener en cuenta es el yo —nos decía—, o sea, mi familia cómo se va a alimentar. Y que lo que yo produzca sea para mi familia. Y ya después… los excedentes los traigo al mercado.” Esa frase ya nos daba más pistas sobre conversaciones que veíamos teniendo acerca de un concepto que rondaba mucho en las reuniones: soberanía alimentaria, que desafiaba lo que conocíamos del comercio convencional, aquí en esta asociación la producción no empieza en el mercado, sino en el hogar, y el intercambio se da desde la suficiencia, no desde la acumulación.

El conocimiento que guía su labor nace del hacer cotidiano y de la experiencia colectiva. “Aquí somos productores, procesadores… mejor dicho, aquí somos el productor, la secretaría. Todo lo autogestionamos nosotros”, explicaba Ana. Estas conversaciones nos permitían entender que en el mercado y todo el proceso que hay detrás de él, existe la autonomía suficiente, en donde el campesino que hace parte de la asociación es quien cultiva, mantiene, transforma, transporta y vende, haciendo de la producción un acto integral y comunitario.

Alrededor nuestro, el mercado era una muestra viva de esa interdependencia. Todas las personas parecían conocerse de mucho tiempo: desde los mismos productores e incluso, entre productores y clientes, ya que Ana nos contaban que hacían giras, a las cuales los clientes se podían inscribir, para conocer todo el proceso y las personas que habían detrás de cada fruta, verdura, etc, que finalmente compraban ellos. Esa práctica era algo que despertaba conciencia sobre los clientes, para que entendieran el valor no sólo económico, sino también simbólico de cada uno de los productos que vendían en el mercado.

Las redes entre los campesinos, era lo que sostenía el mercado, “Aquí nadie produce suficiente solo”, nos dijo Ana. Su frase condensaba la lógica solidaria de este espacio: la finca individual no es autosuficiente, pero la red sí lo es. Cada puesto del mercado reunía la cosecha de varias familias, que unían esfuerzos para sostener la oferta. “Yo traigo lo mío, mi tío me da de su parcela, a veces también un vecino. Así armamos las mesas del sábado”, nos aseguraba Ana.

Esa red de apoyo, tejida en torno al trabajo agrícola, también tiene una dimensión política que Ana resaltaba constantemente. Ella nos habló de cómo, desde hace más de una década, Asoproorgánicos hace parte de la Red de Mercados Agroecológicos del Valle del Cauca y de la Red Nacional de Agricultura Familiar Campesina, Étnica y Comunitaria. “Nosotros no nos estamos pensando solo en producir y venir a vender —nos dijo—, sino más allá de hacer una incidencia política.” Con el mercado los campesinos que pertenecían a esta asociación buscan reconocimiento y justica territorial.

El mercado, entonces, no solo es un espacio de venta, sino una forma de visibilización. Ana recordaba cómo en 2009 se crearon las primeras redes de mercados agroecológicos, y cómo, años después, lograron impulsar ordenanzas y políticas públicas que reconocen la agroecología en el Valle del Cauca. “Todos estos campesinos y campesinas están en el territorio cuidando el agua, cuidando los bosques, y fuera de eso están produciendo alimento”, decía. Su discurso convertía el acto de vender en una práctica de resistencia, y el intercambio de alimentos en una forma de defender y mantener el territorio.

Ana también tenía una idea muy clara que pudimos notar en la conversación que tuvimos y es que, ella comprendía los límites y las posibilidades de su labor. No pretendía competir con grandes productores ni tecnificar su finca. Su apuesta tenía que ver más con fortalecer los lazos comunitarios, respetar el medio ambiente y hacer del mercado un espacio de autonomía campesina. “Esto es una forma diferente de ver la cadena de suministros —decía—, más desde la soberanía alimentaria.” Allí, Ana nos hizo entender que la agroecología no se trata solo de prácticas agrícolas, sino de una política de vida que defiende la dignidad y el derecho a decidir sobre la propia producción.

Al terminar la entrevista, Ana nos invitó a recorrer el mercado. Caminamos alrededor del mercado viendo la cantidad de productos que allí vendían y algo que nos llamó mucho la atención era que en cada stand había una pancarta en la que se podía ver el nombre de la finca de la cual provenían los productos, la variedad de alimentos que vendían y una foto de los campesinos y campesinas que cosechaban esos alimentos.

Esa mañana Juli y yo salimos con la sensación de haber visitado algo más que un mercado. Asoproorgánicos es una red que siembra autonomía, una práctica cotidiana de resistencia y de esperanza. Comprendimos que, en cada venta, en cada intercambio y en cada saludo entre productores y clientes, se expresa una forma concreta de hacer política desde lo pequeño. Allí, la agroecología se vuelve una forma de habitar el mundo: cuidando el suelo, alimentando a las familias y defendiendo el derecho campesino a existir.

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