Vol. 13


    Sobre papel

    Ser periodista consiste en el intento sistemático por reconstruir en velocidad los hechos y contextos de un suceso actual que tiene, o podría tener, interés social. En el mejor de los casos, el ejercicio idóneo de esta artesanía interpersonal básica, debería contribuir a la formación de opiniones mejor fundamentadas entre los miembros de una conversación.

    Al llevar adelante nuestro trabajo, los periodistas nos embarramos en cuestiones éticas de, por lo menos, cuatro dimensiones: la dimensión personal, la dimensión profesional, la dimensión empresarial y la dimensión social.

    Nuestras crónicas y editoriales dicen algo sobre cada uno de nosotros, pero también dicen algo sobre la tradición periodística que reivindicamos, sobre la organización para la que trabajamos y sobre la sociedad nacional o global en la que transcurrimos. Como parte de esa tensión entre cuatro nodos asumimos responsabilidades técnicas y políticas, propias y ajenas, porque -sabemos que- nuestros actos, en palabras o imágenes, traen consecuencias. Esto vale tanto para quien elija el pincel minucioso del documentalista como para quien opte por la brocha satírica del humorista.

    La tentación del periodista, sus frecuentes caídas y recaídas en contradicciones éticas o estéticas, pasa por pensarnos o aceptar que nos piensen como omnipotentes constructores de los acontecimientos y no como lisos y llanos reporteros de acontecimientos construidos individual o colectivamente por otros.

    Los periodistas podemos ser miembros de sectas, corporaciones o partidos, pero habremos resignado nuestra condición de tales si haciendo parte de esos grupos nos volvemos los voceros altisonantes sólo para amplificar sus medias verdades o sus oportunas mentiras.

    El periodismo es fiel a su ética y a su estética cuando se toma en serio el trabajo de la pregunta y se pone sin prejuicios en el lugar de la escucha.

    ¿Hacemos preguntas, escuchamos respuestas? Somos periodistas.

    ¿Para todo tenemos respuesta, sin siquiera haber escuchado la pregunta? Somos otra cosa, aunque estemos disfrazados de periodistas.

    “No tener una idea y poder expresarla, eso hace al periodista”. Con algo de sorna y mucho de verdad, el periodista Karl Kraus se definió a sí mismo y a sus colegas hace ya casi un siglo. Lo que era un secreto a voces al interior del gremio, hoy -en épocas de tecno-redes sociales- se ha vuelto un ejercicio de descrédito exponencial y turbo-acelerado. En tiempos de transparencia radical, resulta imposible sostener el engaño del periodismo adulterado. Y más temprano que tarde, el descrédito trae el ocaso.

    “Éramos el cuarto poder y ahora somos el cuarto de estar”, escribe todavía años después de muerto el periodista español Joan Barril. Y tiene razón. El oficio, para sobrevivir, debe refundarse en ingeniería. Ser periodista, y ser uno que merezca volver a ser llamado tal, implica hoy destrezas de nueva data.

    El periodismo debería proponerse entender hoy, en tiempo real y a través de acceso multiplataforma, los acontecimientos y procesos que mañana serán Historia. Esto implica afrontar los retos de poner a su favor la revolución digital y de inventarse nuevos modelos de gestión. Transparencia e innovación deben ir de la mano, desafío que supone la utilización de saberes clásicos pero también de nuevas habilidades. ¿Cuáles? Aquellas que permitan identificar una noticia allí donde todavía nadie la ve y, más importante aún, identificar a su público de interesados antes que nadie lo vea.

    Bienvenidos, entonces, al futuro del periodismo: su presente.

    Marcelo Franco
    Director, Maestría en Periodismo
    Universidad ICESI

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