En memoria de la arquitectura: Túnel Azul (ca.1975-2007)

A la memoria de Gloria Fernanda Gómez y Mary Pereira

Por: Erick Abdel Figueroa Pereira

La muerte es un motivo para hablar de la vida. Y en el caso de la vida de un edificio, significa hablar de las vidas de un arquitecto y de sus clientes. Es describir la satisfacción de quienes superan el espinoso tema contractual, monetario, para hablar de los sueños y darles forma tangible. O denunciar el fracaso. Es a la construcción de esos sueños a los que llamamos arquitectura, la disciplina que hace que de repente ciertas personas dejen de ser anónimas para nosotros y para la posteridad. Ejercicio de la memoria al que nos invita Marcel Proust cuando en La muerte de las catedrales nos habla de las catedrales góticas como los libros de los ritos. El tema de este obituario es una casa ya desaparecida del barrio San Fernando Viejo, en Cali. Hace unos pocos años, mientras escudriñaba uno de mis Anuarios de Arquitectura en Colombia, descubrí su nombre: el Túnel Azul. Como las fotos estaban en blanco y negro, era difícil saber cómo era el ambiente interior. Mis primeros recuerdos de la casa datan de 1987 y no son muy precisos, pues tenía poco interés en la arquitectura. Llamaban mi atención tanto su techo curvo como su creciente deterioro: un andén en mal estado, desaseo del edificio, vidrios rotos y cortinas raídas, sin contar lo lúgubre de su aspecto en las noches. Además de eso, la presencia de un permanente escape de aguas negras que llegaba hasta la calzada vehicular. Veinte años después de mi descubrimiento la casa se hace notable por la única razón por la cual la arquitectura se vuelve importante para nosotros: su desaparición. Antes de su definitiva condena al olvido, creo conveniente contar una historia: la vida de una casa, de un arquitecto y de su cliente. 

El arquitecto

Fernán Giraldo Mazuera nace en Pereira en 1941. Desde pequeño siente gran interés por la naturaleza gracias a las jornadas que pasa en la finca familiar de La Victoria. Sin embargo, la ilusión de estudiar agronomía y corresponder a su vocación se trunca por causa de la violencia partidista que obliga, a toda la familia de orientación conservadora, a abandonar la región. Ya en Bogotá y con la aprobación del padre, el joven Giraldo se inclina hacia la arquitectura, que en su opinión se acerca a la naturaleza y parte de ella. Se inscribe en la Universidad de América, pero el sistema de enseñanza le parece inadecuado, por lo que, años más tarde, junto a un grupo de compañeros, funda la Universidad Piloto de Colombia.

La Universidad Piloto comienza con una incipiente Facultad de Arquitectura instalada en un galpón en el parque Nacional; Fernán Giraldo se forma entre arquitectos de primera línea como Rogelio Salmona, Fernando Martínez Sanabria, Pedro Mejía y Germán Téllez. El proceso formativo del joven Giraldo también es estimulado fuertemente por uno de sus amigos, el fallecido arquitecto Francisco Ramírez, al igual que por las constantes visitas y el trato con los maestros de obra.

Fernán Giraldo termina sus estudios en 1967 pero obtiene el título de arquitecto en 1970, debido a problemas con la legalización de los programas de la universidad. Es contratado por Eternit Pacífico, por lo que se traslada a Cali. Entre los aportes de Giraldo se puede contar el Sistema Modular Eternit, usado de manera intensiva en vivienda económica en el territorio nacional y en Puerto Rico; crea también el Sistema Residencial, resultado de superponer teja de barro a la teja ondulada y, finalmente, desarrolla la Teja Española, que se convierte en un éxito comercial.

Fernán Giraldo se retira de Eternit después de diez años de labores y se asocia con el arquitecto Harold Martínez en el concurso para el Palacio Departamental de Risaralda y en el diseño del plan maestro para el campus de la Universidad Santiago de Cali. De este plan sólo se construyen dos edificios, aún en pie pero tergiversados por las desafortunadas intervenciones que se le han realizado.

Aunque el arquitecto ha manejado un bajo perfil profesional, lo que por fuera del gremio y para las generaciones más jóvenes de arquitectos significa ser un desconocido, ello no quiere decir que sus obras hayan sido pocas. Entre ellas se cuentan la urbanización El Portal de Jamundí, el Boulevard de la Avenida Sexta, en el norte de Cali, y el edificio Emporio, donde se localiza la Librería Nacional del Oeste. Fernán Giraldo sigue dedicado a la arquitectura y señala que va a morir “con el lápiz en la mano”.

El cliente y su encargo

En la entrevista concedida en febrero de 2008 al autor de esta nota, el arquitecto Fernán Giraldo señala que el Túnel Azul nace por iniciativa de Jaime Upegui, propietario de la rectificadora de motores Intermotors y a quien conoce por medio de su trabajo en Eternit. Upegui vivía con la pintora Rocío Gómez y con los hijos de su anterior matrimonio, en una casa de un piso, ubicada en la esquina de la calle 4ª con carrera 34 del barrio San Fernando Viejo de Cali. El techo de la casa era una losa plana horizontal; la pareja quiere aprovecharlo para realizar una adición. Se trata de “una idea loca, un túnel o algo así”, según el dueño, que les permita independizarse de los hijos, quienes deciden quedarse en la casa paterna. El programa de espacios incluye una alcoba principal con baño y vestier, una alcoba para el niño que estaba en camino, el estudio para la dueña de la casa y una terraza. Una escalera ubicada a la derecha del acceso existente daba paso al corredor principal de la adición.

En su momento, el resultado arquitectónico es considerado extravagante. Lo más llamativo desde el exterior es el techo, una bóveda de cañón en láminas curvas y onduladas de Eternit. La iluminación natural está garantizada por unos lucernarios practicados en los volúmenes de concreto que se asoman a lado y lado de la bóveda. En cierto modo se trata de una casa experimental, de un ejemplo aislado que no parece haber dejado seguidores conocidos en la ciudad.

El nombre de la adición, y por ende el de toda la casa, resultó de la combinación de la afición de Rocío Gómez por el color azul con la forma curva que se adoptó para formar el techo. En el interior, el piso tenía un acabado en cemento esmaltado, las paredes transversales se pintaron en azul oscuro; los lucernarios, en azul celeste; las puertas y la parte inferior de la bóveda recibieron un acolchado de color azul claro. La bóveda propiamente dicha se forró con listones de madera de color natural.

El arquitecto cuenta, con orgullo, una anécdota muy bella sobre el proceso de diseño de la casa: al momento de entregar los planos a la dueña, ésta le obsequia una pintura en batik cuyo tema es la imagen de una indígena wayúu, vestida con una manta que alterna los colores azul, blanco y negro. El cuadro reposa en una de las paredes del apartamento donde hoy reside el arquitecto; cuando lo ve, recuerda a su autora y la felicidad de aquel momento, pero también la tristeza de la tragedia que envuelve la historia de la casa.

Decadencia y fin del túnel

La vida de la arquitectura depende en gran medida de la vida de sus usuarios; el Túnel Azul no escapa a esta verdad de a puño, y se ensombrece. El recién nacido fallece, y esto trastorna la unidad familiar; la salud de la dueña de casa se deteriora, y pronto muere. Visiblemente afectado, el ahora viudo decide vender la casa. La compra un empresario promotor de los Goliat de la cuadra, el par de torres de apartamentos Eilat. En la década de 1990 estas torres sucedieron a la casa ubicada hacia la otra esquina de la manzana sobre la carrera 34, frente al Carulla de San Fernando.

Es claro que el Túnel Azul parece estar condenado a desaparecer, pues en su lugar se gesta un proyecto para realizar dos torres de apartamentos, similares a los Eilat. Sin embargo el proyecto se paraliza, y comienza la lánguida agonía de la casa, abandonada mas no completamente desocupada. No se tiene conocimiento de quiénes la ocupan; sábanas raídas y descoloridas se convierten en las cortinas que en vano intentan ocultar el gran valor comercial del predio, en detrimento de la arquitectura. El inmueble estorba, su fin se acerca.

El fin de los edificios, algunos ya indeseables para sus dueños, llega como suele ser la costumbre con la arquitectura: en silencio, desde adentro, cuando sólo queda la cáscara y la arquitectura es sólo un recuerdo. En el caso del Túnel ocurrió entre septiembre y octubre de 2007. Como habitante del sector registro la periódica desaparición de la casa bajo las piquetas demoledoras, pues nada más puede hacerse. Ante el mutismo de los vecinos y del gremio de los arquitectos, el Túnel Azul desaparece en una breve agonía, sin dar tiempo siquiera a conocer sus secretos. En pocos días sólo queda un terreno vacío, convertido transitoriamente en un precario parqueadero cercado con alambre de púas.

Los arquitectos y los promotores del nuevo proyecto prometen 90 parqueaderos con ascensor y cuatro locales para restaurantes, en el anodino e impersonal estilo del momento; un cambio oportuno para algunos y desafortunado para otros. Sin embargo, pasan dos meses y nada pasa. La evidente ausencia de la casa y de obreros hace presagiar lo que ya es norma en el centro: la eterna valorización de los lotes de parqueaderos. De repente, un día cualquiera, se realiza el cerramiento del lote y la maquinaria pesada comienza a excavar las zanjas para los cimientos de la nueva obra, no sin antes demoler los vestigios de la antigua.

Hoy la casa ya no está. Podemos lamentarnos por la ausencia de una casa que no conocimos en su intimidad, o ser indiferentes ante ella, pero no podemos negar que existió, y que de algún modo hace parte de nuestros recuerdos, sean gratos o no. Por ello expreso mi agradecimiento a un arquitecto, Fernán Giraldo, quien fue sensible al sueño de una pareja que entendió que la tarea de hacerlo realidad también le incluía a él.

Cuanto más nos preocupemos por mirar hacia adelante arrasando con lo que dejamos atrás, alabando de manera ingenua y acrítica los edificios de moda, pero descuidando aquellos que forman parte de nuestra cotidianidad, tanto más desarraigados e insensibles nos volvemos. Como arquitectos o como ciudadanos, no importa. Quizá algún día hagamos memoria, y en ese momento las casas y los andenes dejen de convertirse en parqueaderos. Paz en los ausentes cimientos de la bóveda celeste.

Erick Abdel Figueroa Pereira
Arquitecto y licenciado en Filosofía. Profesor asistente, Facultad de Artes Integradas, Universidad del Valle. Profesor Facultad de Arquitectura, Arte y Diseño, Universidad de San Buenaventura Cali. Profesor Departamento de Humanidades y Ciencias Sociales, Universidad Icesi.

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