En el marco del curso “El agua y la vida”, se abordaron diversas formas de desperdicio en la vida cotidiana, centrándose en cómo nuestros hábitos de consumo impactan directamente en el medio ambiente. Desde el uso excesivo de agua hasta el desperdicio alimentario, los estudiantes reflexionaron sobre prácticas comunes que, aunque muchas veces pasan desapercibidas, generan una huella ambiental significativa.
Uno de los aspectos más reveladores del análisis fue el vínculo entre el consumo de ropa y el deterioro ecológico. En las discusiones surgió una preocupación concreta: la industria textil se ha convertido en uno de los sectores más contaminantes a nivel global, debido al sobreconsumo, la moda rápida y la acumulación de prendas que rara vez se utilizan.
Desde esta mirada crítica, surgió una iniciativa con un propósito claro: promover una cultura de consumo responsable y solidario dentro de la comunidad universitaria. Así nació el proyecto de recolección y reutilización de prendas de vestir, como una estrategia concreta para reducir el impacto ambiental del desperdicio textil, y a su vez, fomentar la economía circular y fortalecer la solidaridad social.
Este esfuerzo se canalizó a través del Pulguero de Bienestar Universitario, con el apoyo de Víctor Hugo Fernández, quien hizo extensiva la invitación a donar para la Tienda Compra Más. La donatón incluía no solo ropa en buen estado, sino también artículos de aseo, juguetes y productos de belleza, todos destinados a apoyar a personas en situación de vulnerabilidad.



Lejos de ser una actividad puntual, esta práctica se convirtió en una experiencia transformadora. Cada miércoles, después de clase, los estudiantes acudieron a Bienestar Universitario con sus donaciones, viviendo de primera mano una acción concreta de cambio. Más allá del aporte material, esta iniciativa ayudó a cuestionar los patrones de consumo, el papel de la publicidad y cómo muchas veces compramos cosas que terminan olvidadas en casa, mientras otras personas podrían darles un verdadero uso.
El impacto no solo fue ambiental, sino también económico y social, al permitir que recursos básicos lleguen a quienes más los necesitan, al mismo tiempo que se promueve una reflexión profunda sobre la necesidad de un consumo más consciente, justo y sostenible.
Este tipo de acciones nos recuerdan que el cambio empieza por nosotros, desde lo cotidiano. Y en comunidad, el impacto puede ser mucho más poderoso.