Boletín de Prensa #036

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Prólogo 

Ana Carolina Martínez Romero

Soy profesional en Economía y Negocios Internacionales, con un máster en Economía Industrial con énfasis en PyMEs, y actualmente estoy desarrollando mis estudios de Doctorado en Dirección de Empresas. Llevo 16 años formando, motivando, mentoreando y acompañando empresarios e intraempresarios en el fortalecimiento de sus competencias empresariales y en la búsqueda de alcanzar sus sueños de ser empresarios y tener empresas gestoras de cambio social y económico.

Como Jefe de Departamento Académico del Centro de Desarrollo del Espíritu Empresarial de la Universidad Icesi busco transformar la educación empresarial, en los diferentes ámbitos educativos; por ello, la gran mayoría de mis investigaciones buscan identificar y fortalecer las mejores prácticas de enseñanza en la creación de nuevas empresas. Me encanta la naturaleza y recientemente disfruto de la jardinería en mis tiempos libres.

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Soy Ana Carolina Martínez Romero, profesional en Economía y Negocios Internacionales de la Universidad Icesi, con un máster en Economía Industrial con énfasis en el desarrollo de la Pequeña y Mediana Empresa de la Universidad Nacional General Sarmiento, en Argentina. Actualmente, realizo el doctorado en Dirección de Empresas, de la Universidad de Valencia, España. Desde 2006 me desempeño como Jefe del Departamento Académico del Centro de Desarrollo del Espíritu Empresarial y docente de tiempo completo de la Universidad Icesi. Lo que leerán a continuación es mi historia, la de una mujer apasionada por servir al mundo, formando a las generaciones futuras, para que busquen en su interior aquello que los hará brillar en lo personal y profesional. Y si bien son muchas las personas, los motivos, las experiencias que hacen parte de esta historia, voy a incluir aquellas que considero más significativas y determinantes en la búsqueda de mi propósito de vida.

“La ecuación de Carolina Martínez: a más horas, más tenis”

En 1993, para ser más exacta el día martes 16 de marzo, el diario El País, de Cali, hizo una nota sobre la jovencita deportista que era en ese entonces, y de la que quedan muchas experiencias y aprendizajes. Quisiera recordar este relato, pues siento que mucho de lo que ahí se cuenta me ha definido como persona.

“El reloj del pulso de Michael anunció con su pito repetido las dos de la mañana. El no despertó, pero a esa hora todavía faltaban dos personas por conciliar el sueño en su familia.

—Bueno, Carito, acuéstese ya.

—Sí, mami; ya estoy acabando las tareas.

Se acostó la niña y no tuvo ni tiempo para soñar en sus jugadas favoritas de tenis. Cuando parecía que acababa de echarse la cobija encima, la señal de las 5:45 fue una orden para abandonar la cama y ponerse bajo la ducha casi en un solo movimiento.

Ana Carolina Martínez Romero, la Brujita cariñosa de Luis Alfredo y Cristina, hizo esa mañana la vida de una niña como cualquier otra en el colegio. De pronto bostezó más que sus compañeras: gajes del trasnocho; pero siguió siendo la estudiante de buenas calificaciones, la rendidora a la hora del baloncesto recreativo.

(…) El cambio queda listo con el trueque de libros y cuadernos por raquetas y bolas. A las 4 de la tarde, sobre el polvo de ladrillo, Carolina empieza la preparación para el cumplimiento de un gran objetivo: ser figura de primer orden en el tenis nacional.

(…) Esas mismas manos que empuñan con fuerza la raqueta para hacer efectivo el servicio, se deslizan suavemente sobre las teclas del órgano de su casa. Las notas musicales reemplazan una vez por semana la afición deportiva, dando así cumplimiento a la máxima familiar que antepone el estudio, el arte y el deporte a cualquier otro bien que pueda obtenerse.

(…) Se mide sobre la cancha con su hermano Michael de vez en cuando. Unas veces gana él, otras veces gana ella. En cualquier caso, su tem- peramento es el mismo: de una tranquilidad que incluso desespera a quien se le pone al otro lado de la red.

(…) Aún después del crepúsculo, una hora de gimnasio, algo de televisión y las tareas escolares que nunca faltan. En fin, hay que hacerle campo a todo, que para eso el día tiene 24 horas. Lástima que no sean 36 para poder dormir un poco más. O para jugar tenis otras 12 horas, dirá Caro.

Esta es la mejor descripción que alguien más ha hecho de mis años de niña y adolescente: el colegio, el tenis, la música, las tareas, los torneos, ganar, perder, los viajes por muchas partes de Colombia y el mundo, con una raqueta y bolas de tenis en la mano; representando a mi región, o a mi país, o incluso a Latinoamérica. Junto a las tres personas más importantes en mi formación e inspiración: mi papá, Alfredo, mi mamá, Cristina, y mi hermano, Michael, a quienes amo, y agradezco a Dios cada día por su existencia y por hacerlos mi familia.

Estos años maravillosos, de los 8 a los 18, y las rutinas que allí tuve, así como el contacto con mis profesores y compañeros de juego, y el apoyo incondicional de mis padres y mi hermano, ayudaron a formar a la profe con espíritu de guerrera, disciplinada, incansable, multitarea, orientada al logro, y tranquila que soy. Y así, como en ese entonces quería que mi ecuación contara con más de 24 horas para jugar al tenis, hoy quisiera esas horas de más para ser docente, asesora, coach, jefe, esposa, amiga, hija, hermana, tía, líder de parejas y maestra de jóvenes en la iglesia.

Abriendo los horizontes

Una vez finalicé grado once, me dediqué por nueve meses al tenis profesional, pero encontré un camino diferente, que ya no permitía el sueño del tenis. Motivada por mantener la unión familiar decidí rechazar las becas de estudio en los Estados Unidos e inicié mis estudios como profesional en Economía y Negocios Internacionales, en la Universidad Icesi.

Estuve un año sin tocar la raqueta, por miedo a decir: “¡regreso al tenis!”, enojada conmigo misma y aún contrariada con la decisión. Las paredes del salón de clase, la biblioteca en la Universidad o la sala de estudio en mi casa, me iban a enloquecer. Estar sentada tanto tiempo, era muy difícil, un cambio demasiado drástico para mi vida activa y movida por el deporte. Sentía que había cambiado mi pasión por notas regulares y una metodología de estudio que me exigía leer, investigar, preparar la clase antes de que el profesor dictara el contenido.

Pero un día, en clase de Cálculo, tocó a la puerta un señor vestido de ropa deportiva, algo bastante inusual para una clase de matemáticas.

—Disculpe, profesor, me permite un momento a la señorita Ana Carolina Martínez.

—¡Sí, claro! Señorita Martínez puede retirarse.

Sin entender nada de lo que sucedía, salí del salón. Sin saber, además, que ese día le daría un giro a mi vida universitaria. Jorge Cárdenas, di- rector de deportes de la Universidad, era quien me estaba buscando. Ese día sólo me dijo:

—Este sábado estás inscrita para jugar un torneo de tenis representan- do a la Universidad. Hernán Barona (mi entrenador y amigo) me dijo que juegas muy bien. Sé que la raqueta está colgada. Es tu decisión, si quieres vas, si no, no pasa nada. Debes llegar a las 8:00 a.m. a la Liga Vallecaucana de Tenis.

Haber aceptado la invitación, sentir nuevamente la adrenalina de un buen partido de tenis, y que, aún después de un año de no tocar la raqueta, ganará el torneo, cambio todo para mí. Ya no hubo más tedio en las clases y mi rendimiento académico mejoró notablemente, incluso recibí distinciones académicas, y ni qué decir de las distinciones deportivas, que me llevaron a ser parte del grupo de deportistas apoyados por la Universidad. Representé a mi alma mater en eventos nacionales y regionales, aprendí a amar y a vivir la universidad, sin abandonar mi amor juvenil por el tenis.

Durante los cuatro años restantes de mi carrera, Jorge, quien abrió muchas puertas para los deportistas en la Universidad, fue fundamental para mí –quizás él no lo sepa– y mi entrenador Hernán, a quien extraño y recuerdo con cariño y afecto –aún después de tantos años de su fallecimiento no puedo contener las lágrimas escribiendo estas palabras–, también aportó en mi proceso. A ambos los considero mis amigos y me ayudaron a comprender que la vida requiere balance, que no se puede ser tan drástico y que el corazón puede estar en varias partes. Como profesores me enseñaron que no podemos ca- minar por ninguno de nuestros estudiantes, sólo podemos guiarles y abrirles sus horizontes.

A mis clases diarias llegaba con las raquetas y el maletín con los libros, organizaba el horario lo mejor posible, para poder entrenar o muy temprano o muy tarde en la noche. Debía atender las clases, hacer los trabajos, reunirme con mis compañeros, además administrar y a veces atender, junto con mi madre, la dulcería qué había adquirido como mi primer negocio, con los ahorros de lo que gané jugando tenis profesional. En algunos semestres dicté monitorias del curso de Plan de Negocio, y claro, también dedicaba tiempo a la vida social y familiar. Incluso, llegué a discutir con uno que otro profesor que no comprendían por qué me ausentaba cuando me iba a un torneo. Hasta perdí una materia por esta misma causa. Luego, en el verano, me desquité y la saqué en 4.8.

Mi historia académica me ayuda a entender que mis estudiantes son personas con una vida personal, que hacen otras actividades más allá de ir a mi clase, incluso, que tienen que lidiar con situaciones que los desbordan. A veces no es fácil recordar todo esto, pero trato de tenerlo presente, porque finalmente en la formación de un profesional el manejo del tiempo, del estrés y el balance son importantes. Por ello, recomiendo a mis estudiantes ser parte de los grupos estudiantiles o de un equipo deportivo, les sugiero que se vinculen a las actividades culturales o del grupo de apoyo social; que vivan realmente la Universidad, con todos sus beneficios y espacios, puesto que tener diversas actividades abre los horizontes y la perspectiva de un profesional.

Un giro hacía el Espíritu Empresarial

En enero de 2002 fui contratada como estudiante en práctica en la Universidad Icesi para trabajar en el programa Líderes siglo XXI; con Francisco Piedrahita, rector de la Universidad, y Henry Molina, quien, en ese entonces, fue el jefe del Departamento de Gestión Organizacional y director de la especialización en administración. Si mal no recuerdo, el proyecto buscaba contribuir al mejoramiento de los procesos de gestión educativa y transformación cultural, donde las empresas y las instituciones educativas harían una pareja para contribuir al mejoramiento de la calidad educativa del país. El programa era realmente interesante; pero, a los 15 días en este cargo tuve que ponerme colorada por un ratico, como me diría Maria Isabel Velasco, directora del Centro de Desarrollo Profesional, porque tropecé con Olga Lucía Bedoya, quien se desempeñaba en mi cargo actual en la Universidad, y al verme, como se ven los estudiantes que recién pasan a práctica: ¡todos bonitos y elegantes!, habiendo abandonado los jeans, me dijo: “¿Qué estás haciendo aquí?, ¿práctica?”. No me dejo ni hablar y como quien habla para sí misma dijo en voz alta: “¡Ah!, nos ganaron. ¡No, señor, espere, porque nosotros la vimos primero!”.

La vida volvió a darme un giro, porque gracias a ella me reubiqué en la práctica. Me fui para el Centro de Desarrollo del Espíritu Empresarial (CDEE), donde ya había sido monitora, me conocían y creían que podía tener un buen futuro en el área.

Culminé los seis meses como practicante en el CDEE y el día de mi grado recibí una felicitación del rector, quien mientras me entregaba el título me dijo: “¡Hicimos moñona! Hoy ganaste el último torneo de tenis representando a la Universidad (en la mañana, ese día, antes que ir a la peluquería o estar en función del grado, como harían mis demás compañeros, estaba jugando la final de un torneo en la Universidad Javeriana) y te gradúas de la primera promoción de Eco- nomía. ¡Felicitaciones, nos llena de orgullo!”. Tiempo después pasé a ser asistente de investigación.

Sería imposible no recordar la primera clase que dicté. Sucedió cuando cierto día llegaron unos estudiantes de Administración de Empresas a la oficina de mi jefe, Rodrigo Varela, y le dijeron: “Doctor Varela: somos estudiantes del curso Espíritu Empresarial con la profesora Olga Lucía Bedoya y tenemos un proyecto en el que debemos enseñar lo que hemos aprendido a otras personas. Por ello, queremos que nos acompañe a dar una clase en el Colegio Policarpa Salavarrieta, ubicado en Dapa”.

Rodrigo salía de viaje y ningún profe estaba disponible el día y la hora que los estudiantes pactaron. De pronto, escuché desde su oficina: “¡Mijita, venga! Le tengo una misión”.

Cuando nace la profe…

Mi primera clase es uno de los mejores días de mi vida. Aún recuerdo la sensación de alegría que sentí –me dolían los cachetes de sonreír– después de haberme preparado tanto para dar la clase a los niños del colegio y luego recibir sus besos y abrazos de agradecimiento. Recuerdo que me dijeron: “¿profe, vuelve la otra semana? Esto del Espíritu Empresarial nos gusta”.

Una semana más tarde, llegaron al CDEE los estudiantes de la Universidad con un ramo de flores, como agradecimiento por mi desempeño. Cuando Rodrigo se enteró, después de que llegó de su viaje me dijo: “¡Ah, como que la cosa salió bien! Acompáñame a mi clase”.

Tras varios días de acompañarlo me pidió que le ayudara con las clases de su curso, porque él se iría de viaje por un mes. Recuerdo el pánico que sentí, pero por fortuna fui supervisada por Olga Lucía. Esta vivencia fue retadora, pues algunos de los estudiantes fueron mis compañeros, pues no llevaba mucho tiempo de haberme graduado. Sin embargo, empecé a tomarle más cariño a ser profe y a interesarme por aprender cada vez más, tanto de la disciplina como de las metodologías de enseñanza.

Ese fue el inicio de mi carrera como docente. Para resumir la historia, ocho meses después me dieron una beca en Argentina para realizar mis estudios de maestría. Regresé a Colombia para continuar mi carrera académica con el apoyo de la Universidad.

Varias personas han sido importantes durante estos quince años de mi formación como docente, no podría dejar de mencionar al rector Francisco Piedrahita, a quien agradezco su confianza y apoyo para el desarrollo de mi carrera; a Henry Molina, quien se enojó conmigo por haber renunciado al proyecto, pero que fue capaz de dejarme ir, luego reconocer que había sido una buena decisión y después valorar mi capacidad profesional y compartir conmigo en el ámbito académico; a mi jefe, mentor y amigo, Rodrigo Varela, por inspirarme a descubrir el Espíritu Empresarial e invitarme a compartir los avances académicos, los sueños, en este intento por transformar la educación y formar los nuevos líderes empresariales, él merece toda mi admiración y respeto; a Olga Lucía Bedoya, que junto con Rodrigo me abrieron la mente al mundo de las competencias empresariales y a la creatividad y a la innovación –cuando estos temas no estaban de moda y era quijotesco hablar de ellos–.

También agradezco a Melquicedec Lozano, el inge, como le digo de cariño, quien con su ejemplo me ha enseñado la rigurosidad y disciplina para llevar una carrera docente balanceando la docencia, la investigación y la consultoría; a María Isabel Velasco, quien siempre me ha escuchado y aconsejado sabiamente, ha sido una coach para mí, en cada reunión personal y profesional, e incluso en las buenas conversaciones de pasillo. A mis cuatro compañeras de trabajo y amigas: Ana Lucía Alzate, mi co-equipera, que comparte conmigo cada detalle de los ejercicios y estrategias pedagógicas, me he gozado este tiempo con ella aprendiendo a ser profes; Karen Cuéllar, con quien puedo entenderme perfectamente para estructurar y desarrollar un proyecto, y me enseña a ir al detalle, cuándo hablar y cuándo escuchar; Claudia Bahamon, que me tiene paciencia y ha dicho las palabras correctas en momentos cruciales de mi carrera, que me han llevado a tomar buenas decisiones, ha sido como la voz de la conciencia; y, Diana Cartagena, que me ha apoyado en mi labor, me ayuda incondicionalmente y me transmite su buena actitud cada día. Y, por último, a mis pastores Hugo y Rosita, quienes han sido unos maestros incansables, perseverantes y afectuosos, y con el ejemplo me han inspirado a enseñar con amor, a ser coherente con lo que enseño y me han guiado a seguir al Maestro de maestros: Jesús.

Fortalecerme para fortalecer

En este camino de construcción de mis competencias como profe he tenido que trabajar en mis propias competencias empresariales. Lo he hecho a partir de mis reflexiones propias y las realizadas con otros docentes, con el ensayo y el error. Durante este tiempo mi autocon- fianza, sensibilidad social, orientación al logro, orientación a la acción, toma de decisiones, pensamiento conceptual, orientación al mercado, flexibilidad, amplitud perceptual, gestión de empresa, construcción de redes de contactos, empatía y visión de carrera empresarial han tenido que materializarse para poder proceder a invitar a otros a fortalecer sus propias competencias.

Cada curso diseñado, cada clase estructurada e impartida ha implicado poner a prueba esas competencias. Lo hago cuando incluyo nuevos temas en los que aún no tengo expertise (autoconfianza); cuando en clase un estudiante dice: “profe, aprender del análisis financiero y eso de las cargas prestacionales y los impuestos en el plan de negocio está muy bueno, pero y ¿por qué no nos enseña eso que hacen algunos para no tener que pagar esas cosas y ganar más?”. Y es allí justamente cuando hay que buscar las palabras y la actitud correcta para transmitir a los estudiantes la relevancia de la ética y la responsabilidad social del empresario, comprendiendo que quien ha planteado esa pregunta necesita en su formación ir más allá de los números, el resultado y el éxito (sensibilidad social y empatía). También están aquellos momentos en que debes invitar a los estudiantes durante una mentoría a pensar fuera de la caja, y plantearles que revisen nuevas visiones y estrategias para sus proyectos empresariales, dándoles ejemplos o nuevas miradas (amplitud perceptual).

Todo esto lleva a comprender cada semestre qué pasa, que los estudiantes que van llegando tienen características, comportamientos y estilos de aprendizaje distintos, y a buscar nuevas formas para enseñarles, así me sienta cómoda con la forma en que he venido dando la clase (orientación al mercado y flexibilidad).

Estas competencias también las he trabajado y vivido, siendo parte de los desarrollos empresariales de mi familia. Mi hermano y su esposa Liliana, con Real Fun Learning, han desarrollado plataformas de entretenimiento educativas para niños. Ambos se inspiraron en su labor e inquietudes como padres de Sarita Valentina, mi hermosa sobrina. Hemos sido parte de la aplicación a convocatorias, sufriendo con ellos las dificultades de acceso a financiamiento, los cambios de orientación del negocio y de carrera, que hacen parte de quienes quieren ser empresarios.

También, he trabajado las competencias empresariales con mi padre, que ha sido curioso en la búsqueda de oportunidades de negocio: tiendas de ropa deportiva, tienda de alquiler de películas, mueblería, gimnasia pasiva y cuidado personal, cafés, artesanías y, finalmente, el mundo del arte y la pintura. Viendo esto en retrospectiva cada negocio corresponde a una época, una tendencia que él vio y en la que puso su empeño y esfuerzo, con el optimismo característico de los empresarios, y con el aprendizaje de los aciertos y los desaciertos, de los gloriosos y no tan gloriosos. Y mi madre, como co-equipera de mi papá, y quien hoy, con “Valentina, conservas con alma”, nos ha llevado a explorar un nuevo mercado, con los bemoles de la producción, los permisos para alimentos y nos ha llevado a pensar incluso en el mercado extranjero.

Y qué decir del aprendizaje enriquecedor con cada uno de los estudiantes a los que he acompañado como asesora de práctica en negocio propio y familiar. Ellos, estudiantes y egresados de pregrado y de posgrado, se convierten en ejemplos para comentar en clases y ayudan con sus experiencias a enriquecer y cuestionar los métodos utilizados para los procesos de creación de empresas.

Recuerdo esta anécdota. Cuando recién empezaba el camino como profe en Espíritu Empresarial, entré a la oficina de Rodrigo, quizás enojada y desilusionada porque no lograba ver que alguno de los estudiantes pasará de tener un plan de negocio en el papel y lo hiciera realidad. Rodrigo sonriendo me dijo: “¡No te preocupes, un día vas a ver los frutos! Paciencia, eso llega”. Salí sin mi respuesta en ese momento, pues no entendía todavía que no todos los que pasan por nuestra aula de clases se convierten en empresarios, que es un proceso y requiere madurez y alineación con el momento de vida de las personas, una decisión de vida. Así que muchos otros no lo harían inmediatamente.

No recuerdo cuanto tiempo después recibí la visita de uno de mis antiguos estudiantes. Con una sonrisa de par en par, me dijo: “¡Hola, profe!, vengo a contarte que ya lo hice, ¡ya tengo mi empresa!”. In- mediatamente vinieron a mi memoria las palabras de Rodrigo. Y las recuerdo cada vez que alguno de mis estudiantes regresa y dice: “¡profe, ahora sí!, ya volví, ¿cómo es qué es esto de crear empresa?” o “¡profe, monté este negocio” o “profe, participé en esta convocatoria o quiero participar ” o “me gané está convocatoria” o “profe, es que la idea de la clase no era la que me gustaba y ahora vengo porque tengo esta otra idea, para que me ayudes”.

Con todo esto, puedo decir que en este camino he comprendido que amo ayudar a otros a descubrirse, y en especial a descubrir el espíritu que alienta a tener una vida capaz de transformar, y que puedan hacerlo realidad a través de los hechos y las acciones en el mundo empresarial, ya sea en la creación de nuevas empresas o en la transformación de las ya existentes. Me encanta ayudar en esa primera etapa donde las personas deciden ser empresarios o intraempresarios.

Por ello, haciendo honor a la filosofía de mi alma máter, “Aprendemos a conocer y actuar para construir un mundo mejor”, que me ha estimulado a avanzar en este camino, sigo preparándome con mis estudios de doctorado, asumiendo este reto con la disciplina y la pasión que me enseñó el tenis, la mirada amplia y la paciencia que me ha enseñado ser profe; colocándome en los zapatos de quien está dispuesto a seguir aprendiendo. Y siguiendo los pasos de aquel que me dio la vida, Dios: “como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Mateo 20:28) busco compartir todo ese aprendizaje y servirle a quienes me rodean y por qué no, al mundo.

Autorreflexión y agradecimientos

Escribir esta historia me ha permitido reflexionar acerca del quehacer personal y profesional, y hoy puedo decir que no hay ecuación perfecta, siempre es mejor abrir los horizontes que dirigir hacia un horizonte. La vida da giros, cierra y abre nuevas puertas. Todos tenemos el espíritu empresarial, sólo debemos descubrirlo y potencializarlo. Y, por último, que en cada fase del camino hay personas importantes que nos guían, alientan e inspiran. Sigo en la búsqueda del mejoramiento continuo, caminando hacia mi propósito de vida: ser mejor para el mundo, como profe, como profesional y como persona, siempre con pasión por apren- der y buscando superarme a mí misma.

Aprovecho esta oportunidad para agradecer a todos los profesores que han sido parte de mi equipo de trabajo y que me hacen repensar mi labor cada día, que son muchos y temo cometer el error de que me falte alguno. Al equipo del CDEE, quienes están hoy, y quienes estuvieron un día, que me han visto crecer y me han acompañado en cada proyecto, clases, ideas, reuniones, buenos y malos momentos. Al equipo del CEDEP, que me ha inspirado aún más a trabajar desde el Ser.

Y especialmente a mi esposo, Samir, que ha sido fundamental en los últimos siete años de esta historia, que me recalca que soy profesora hasta en la casa; que siempre con paciencia me apoya y es cómplice, y busca comprender el mundo académico; que cada día en casa (junto a Zaidy, nuestra hija perruna) con amor incondicional me invita a seguir creciendo juntos.

Libro completo:  Las Profes. Ellas enseñan, ellas relatan

 

Más informes: Ana Carolina Martínez Romero, jefa del Departamento Académico y Recursos Educativos, CDEE, Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Necesita activar JavaScript para visualizarla.