Nos sirvió para crecer…

Mamá creció con mi estancia en otro país. Lo descubro apenas a los 69 días de vivir en Europa. No esperaba hacer esta reflexión pero creo que eso es lo sorprendente de  salir a explorar el mundo. Digo que creció porque ha dejado de decirme, a manera de recordatorio infinito, qué hacer y cómo hacerlo. Ahora solo me da sugerencias y me alienta a ser siempre la mejor. Es extraño, pero es como si esa etapa en que tu mamá se sienta para ser más amiga que madre hubiese empezado oficialmente. También lo digo porque sus presagios y oraciones así me lo hacen sentir.

Como es apenas obvio, quien escribe también creció. O lo está haciendo. Pues el continuo contraste al que expones cada parte de tu cotidianidad cuando estás en el exterior te permite entender que lo que te dijeron que era valioso mientras te educaban, realmente lo es, como respetar, escuchar más y  amar. También aprendes que nada es definitivo, ni está terminado. Si no que todo es posible, y que lo que parece que no sirvió aquí puede que lo haga allá.

Sientes que tu cerebro y tu corazón crecen. Cada día conoces personas nuevas con experiencias, formas de ser y de expresarse tan distintas como enriquecedoras, y lo mejor: ¡nunca te cansas de aprender! Mi mejor amiga y compañera de cuarto fue una griega que tenía mi mismo nombre, mis compañeros de viajes y aventuras fueron unos filipinos, japoneses y hongkoneses que me demostraron que no hay que ser latinoamericano para ser tan cálido y enérgico. Jamás los olvidaré. Gracias a nuestra amistad, que aún se mantiene por video llamadas en las noches, me hace sentir que la distancia entre continentes se hace más y más estrecha, pero que, lo hay por descubrir, quizás no tenga un final.