Boletín de Prensa #

YENNI.amarillo

 

Prólogo

Yeny Esperanza Rodríguez Ramos

Soy estadística de profesión y doctora en Administración con énfasis en Finanzas, entre otros estudios de posgrado. Desde hace 7 años estoy trabajando como profesora de tiempo completo del Departamento de Estudios Contables y Financieros de la Universidad Icesi. Mis pasiones son los números y la investigación, y mis mayores alegrías son ser la mamá de Sofía, y la esposa y compañera de vida de Nelson, por más de 20 años.

Me gusta trabajar en Icesi porque es un lugar con un interesante y completo entorno académico para realizarme como investigadora y profesora. Aunque algunos no lo entiendan, mi interés es investigar los determinantes de las decisiones de inversión en contextos de incerti- dumbre, que creo firmemente se ven afectadas por las características propias de los inversionistas y sus sesgos conductuales. Sin embargo, y para beneficio de mis estudiantes, últimamente he estado reflexionando sobre cómo se aprende a través de la experiencia. Finalmente, como la vida no es sólo trabajo, tengo otras pasiones como viajar, montar en bicicleta y bailar zumba.

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Mirando en retrospectiva mi vida puedo afirmar que ¡yo no quería ser profesora! Durante 11 años de mi ejercicio profesional viví el estrés y la adrenalina de participar en mesas directivas donde se tomaban decisiones sobre la política energética del país. Dentro de mi gestión revisaba los informes escritos por las personas que conformaban los grupos técnicos de trabajo –con uno que otro comentario hecho por mí, porque no tenía tiempo de escribirlos– porque mi función dentro de las reuniones era participar y dar opiniones sobre la toma de decisiones, basadas en los cálculos hechos por otros.

Para mí esta situación era frustrante, dado que soy profesional en estadística y tengo habilidades en el planteamiento de modelos matemáticos. Es así que, en el año 2007, ejerciendo el cargo como directora Técnica de Energía de la Superintendencia de Servicios Públicos Domiciliarios, en un desplazamiento en avión desde Bogotá hacia Cali, leía un informe ejecutivo de Emcali S.A. E.S.P. y pensé que eso no era lo que quería para mi vida. Lo conversé con mi esposo y decidí empezar un doctorado. Mi motivación era producir artículos de investigación que permitieran aportar a la generación de conocimiento. Sin embargo, era consciente de que necesitaba aprender a analizar la teoría relevante para poder proponer nuevas preguntas de investigación.

A partir de agosto de 2008 mi estilo de vida giró hacia un nuevo rumbo, no sólo me convertí en mamá sino también en una estudiante de doctorado. En desarrollo a estos dos nuevos roles, en promedio, dormía entre tres y cuatro horas diarias, dado el 100 % de dedicación que exigían mi hija y mi estudio, que generó una acumulación de cansancio durante los siguientes tres años y medio de mi vida. Con ayuda de mi esposo y mi familia continué adelante y, antes de terminar mi tesis, en octubre de 2011, me llamaron de la Universidad Icesi porque estaban contratando profesores para el Departamento Contable y Financiero, que estuvieran en la fase final de su doctorado. Mi gran cuestionamiento era que sólo contaba con experiencia menor a dos años en docencia, materializada como asistente de docencia en la Universidad de los Andes.

Era consciente de que mi cuestionamiento podría ser un punto en contra, así que no podía generar falsas expectativas, por lo que la primera vez que me contactó mi jefe por teléfono se lo comenté abiertamente:

—Tengo poca experiencia docente, y creo que mi hoja de vida no les va a gustar por eso.

Él me contestó:

—Eso no importa, todos empezamos así, eso se aprende.

Una vez terminé de escribir mi tesis de doctorado, en el 2012, me contrataron en la Universidad Icesi como profesora de tiempo completo. Las labores incluían investigación, mi pasión, y también docencia, mi talón de Aquiles.

En agosto de 2012, en la capacitación de Icesi, me leí el libro de Hipólito González al derecho y al revés, y el tema del aprendizaje activo me pareció llamativo. Pero de llamativo no trascendía. Además, se hablaba de los diferentes saberes (conocer, hacer y ser), de los objetivos de aprendizaje y del desarrollo de capacidades. Sentí que me hablaban en otro idioma. Para mí, simplemente existía un programa de curso que debía cumplir. A esas alturas mi conciencia me atormentaba porque estaba firmando un contrato que incluía una labor sobre la que no tenía ni idea cómo desarrollarla: dictar clase basada en aprendizaje activo. ¡Dios mío!

Básicamente mi inquietud surgía en el hecho de tener que preocuparme por el desarrollo de capacidades de los estudiantes. Y me decía a mí misma: ¿eso no lo resuelve la Universidad? Hoy pienso que definitivamente el viejo adagio, que reza “la ignorancia es atrevida” es totalmente cierto. Estando en esta situación pensaba en mi doctorado, necesitaba encontrar las razones por las que no me formaron para la docencia y recordé que una de las materias fue un seminario en Docencia, pero no recuerdo que incluyera ni las teorías de aprendizaje ni las diferencias entre pedagogía y didáctica. Con mi carácter cristiano a flor de piel, sólo pensaba: ¡Dios mío, ¿en qué me metí?!

En enero de 2013 empecé a dictar clases y a hacer los artículos de mi tesis. En términos de docencia tenía asignados tres cursos de Administración Financiera, de cuatro horas por semana cada uno. Recuerdo que preparar una clase de dos horas me tomaba alrededor de seis. Y no era falta deconocimiento. Además, debo recalcar que mi planeación era impecable. La agenda estaba plenamente establecida en bloques de quince minutos. Y se cumpliera o no el objetivo de la actividad, se cambiaba de actividad en ese lapso de tiempo, porque recordaba que en el libro de Hipólito decía que el estudiante debía ser el centro del aprendizaje. En mi clase, el estudiante siempre estaba activo, aprendiera o no.

A las dos semanas de empezar cada curso, la relación estudiante-profesor era tensa, y pensando en mí, los sentimientos generados eran de enojo, irritabilidad y frustración. Definitivamente, en el marco de mi contrato laboral, ésta era la actividad por la que me tenía que pagar la Univer- sidad, porque era la que no disfrutaba. Entonces, empecé a hacer auto terapias de motivación. Pensaba que, si esto era lo que había decidido hacer, tenía que prepararme o por lo menos entender la dinámica que se tenía en el proceso enseñanza-aprendizaje, ¡esa dinámica que hace que un profesor desee ser profesor!

Fue allí donde el Centro de Recursos para el Aprendizaje, CREA, de la Universidad Icesi, entró en mi vida. En mayo de 2013 ya había tomado un taller de comunicación oral y otro de incorporación de la escritura académica en la enseñanza y el aprendizaje. En el segundo semestre de ese mismo año reformulé mi curso de Administración Financiera. El nuevo diseño incluía la producción de textos escritos desde dos perspectivas: ética y técnica. Desde la perspectiva ética los estudiantes hacen el aná- lisis de una situación empresarial y producen un texto argumentativo al respecto. En algunos de los cursos, las discusiones que se daban eran profundas, pero en general, notaba el esmero de los estudiantes por ser analíticos a diferentes situaciones presentadas en nuestro país, como el caso de Interbolsa, contaminación por parte de la Drumond, posible formación de carteles empresariales, etc. En esta dinámica yo actuaba como “abogada del diablo”, siempre refutando sus argumentos, y me sentía muy orgullosa, de escucharlos defendiendo sus posturas.

En ese momento pensaba que estas situaciones podrían generar conciencia en estos estudiantes, y volverlos críticos sobre comportamientos poco éticos de las empresas. Esto permitiría que estos estudiantes de quinto semestre no llegaran a ser presa fácil del manto de corrupción que cobija a algunas instituciones de nuestro país, y me decía a mí misma: si esta actividad le llega a uno, sólo a un estudiante, creo que ya hice mi tarea.

Respecto al texto argumentativo, éste tenía una extensión de una pá- gina, alrededor de seis párrafos, y con ayuda del CREA evaluaba la for- ma y el fondo del escrito. La retroalimentación cubría aspectos como identificación del tema y propósito, estructura de las oraciones, uso del lenguaje, forma de citación, entre otros. Y aunque fruto de esta tarea se han obtenido trabajos buenísimos, también en algunos semestres los textos han sido malos porque los estudiantes la subestiman. Por tanto, me quedaba el sinsabor: qué hacer para que estén incentivados a escribir buenos textos. Y me preguntaba: ¿en qué estoy fallando?

Por otro lado, a nivel técnico, los estudiantes realizan un diagnóstico financiero sobre una empresa del sector real. Sobre este escrito, retroalimento a los estudiantes desde mi experiencia profesional, recordando cuando leía los informes ejecutivos de las empresas del sector eléctrico. Les planteo esta situación: un gerente está sentado en un avión y tiene 35 minutos para enterarse de la situación financiera de una empresa. Por tanto, el informe debe ser corto, máximo de tres páginas, y contener un análisis crítico, y no meramente un “análisis semáforo” que diga si el indicador subió, bajó o se mantuvo igual. Se debe lograr plantear un panorama general de la situación de liquidez, riesgo y rentabilidad, que presenta la empresa, en comparación con la industria, de forma profunda pero concisa.

Para lograr el escrito, en clase, me siento a escribir con ellos los párrafos. Pienso que así es como me hubiera gustado que me enseñaran a escribir. Enfatizo en que primero se anuncia al lector los aspectos que se van a analizar y, después, se produce un párrafo por cada aspecto. Les digo, porque así lo siento, que escribir es una de las tareas que toma más tiempo. Personalmente me parece muy difícil. Sin embargo, la persona que quiera puede aprender a desarrollarla. Gracias a Dios no es un talento divino que nace con uno.

Por semestre hacemos cinco trabajos de diagnósticos financieros por cada curso, y aprendo muchísimo de empresas de todos los sectores: servicios, construcción, manufactura, etc. He observado que el hecho de realizar este tipo de trabajos también les llama la atención a los estudiantes, porque los acerca a la realidad. Cuando presentan los re- sultados finales ante un público idóneo, los felicitan porque hablan con propiedad sobre la empresa que han analizado. Y yo me siento orgullosa de ver el resultado.

En cuanto a la tensión de la clase, debo reconocer que con el transcurso del tiempo ha bajado. Sin temor a equivocarme, identifico que, desde el segundo semestre de 2014, disfruto ir al salón de clase. ¡Increíble! Me gusta ver a los estudiantes. Cada día aprendo de ellos, de sus preguntas. Además, me gusta ver que se sienten más relajados. Cuando están en clase hasta hacen chistes, que después me explican, y aunque los entiendo no me causan risa. Y veo que el hecho de no reírme también les causa risa. Esto todavía no lo acabo de entender. Sin embargo, la lectura que ellos hacen de mí es que soy chistosa, ¡así que está bien!

En 2015, ya los artículos de mi tesis estaban uno publicado y el otro en proceso, así que continué participando en diferentes proyectos de investigación, procesos que fluían y de los cuales obtenía resultados convertidos en artículos, que algunas veces compartía en clase.

Sin embargo, me quedaba pendiente lograr que la producción de buenos textos argumentativos aumentara. En junio de 2015 me inscribí al curso de Ética Profesional (EP) para mejorar el desempeño de esta actividad. Y, oh sorpresa, tomando este curso me pude dar cuenta de que el texto argumentativo que debían escribir estaba enfocado en una situación de la vida real, donde el estudiante debía escoger “correcto vs. inco- rrecto”. En dichos textos hay una respuesta única. Y pensaba que, en la clase, después de la discusión que se hacía sobre el caso ético, ya todos sabían cuál era la respuesta correcta. Por tanto, el reto para los estudiantes estaba en producir un texto bien escrito y no en reforzar el pensamiento crítico.

Por esto, con ayuda del Centro de Ética, reenfoqué la dimensión ética del curso. Escribí dos casos, donde se plantean dos dilemas éticos, es decir cuando tienes que escoger entre “correcto vs. correcto”. Por tanto, no hay una respuesta correcta. En este caso, el reto para los estudiantes está en identificar argumentos válidos que soporten cada decisión. Del 2016 a la fecha he reformulado el caso en tres ocasiones, aportando mayor información, que ponga a pensar a los estudiantes y les permita plantear soluciones con argumentos innovadores. Sin embargo, la dispersión en la calidad de los textos seguía siendo alta. Es por esto que, desde el pri- mer semestre de 2019, la forma de evaluar cambió y ahora se hacen dos entregas. Sobre la primera entrega se da una primera retroalimentación y se espera que la segunda entrega contenga los ajustes que hayan sido solicitados en la primera. El resultado: éxito total. La calidad de los textos argumentativos aumentó. Además, observé cómo para los estudiantes esto fue motivador, ver que el esmero colocado en el texto daba frutos. Y en este momento digo, ¡misión cumplida!

En estos años como docente, reflexionar sobre mi ejercicio profesional ha sido clave para plantear nuevas estrategias didácticas que faciliten el proceso enseñanza-aprendizaje. Como parte de esta reflexión, en el 2017, los profesores de planta de la materia Administración Financiera implementamos la estrategia didáctica del aula invertida para la unidad relacionada con matemáticas financieras. Con ayuda del CREA hicimos videos a la medida, para reforzar el aprendizaje activo, donde el aprendizaje de lo conceptual es desarrollado por el estudiante en casa, y en el salón de clase se refuerzan los conceptos y se hace aplicación del tema con el desarrollo de ejercicios prácticos. Trabajando en esta misma vía, logramos en el 2018 contar con videos para tres de las cuatro unidades de la materia.

Considero que la preocupación sobre la “buena enseñanza” es una tarea de nunca acabar que está presente para un profesor. Sin embargo, debo aclarar que la preocupación por el proceso cognitivo que realiza el estudiante es algo que no estaba en mi radar hasta que estudié la especialización en Docencia Universitaria, en la Universidad Icesi, y que acabo de finalizar en mayo de este año. Este postgrado me permitió continuar con mi reflexión, pero de manera informada. Me hizo pensar la docencia como un ciclo en el que siempre estás recibiendo retroalimentación del ambiente, jefes o estudiantes, y estás creando nuevos constructos que permiten tu crecimiento profesional. Por tanto, en cada curso surgen nuevos retos enfocados en qué enseñar, cómo enseñar y a quién enseñar. Esto es explicado porque somos humanos que inte- ractúan con otros seres humanos. Estos retos hacen que ahora para mí, esta labor docente sea tan motivadora como la investigación. Y ahora, después de siete años, pienso que son dos labores que pueden ir de la mano, incluso ahora sé que se puede hacer investigación también en el aula de clase.

Esta historia tiene un final feliz. Aunque no deseé ser profesora, disfruto desarrollar esta profesión. Una profesión que en su ejecución requiere una personalidad caracterizada por la apertura al cambio, a la retroa- limentación y a la innovación, y en la que se requiere entender, como dijo Bruner (1996), que el conocimiento es un proceso y no un resultado.

Referencia

Bruner, J. S. (1966). Toward a theory of instruction (vol. 59). Harvard University Press.

Libro completo:  Las Profes. Ellas enseñan, ellas relatan

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Yeny Esperanza Rodríguez Ramos Profesora del Departamento Contable y Financiero, Facultad de Ciencias Administrativas y Económicas, Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Necesita activar JavaScript para visualizarla.