Cali, 26 de agosto de 2023
Muy buenos días.
Quiero darles la más afectuosa y entusiasta bienvenida a esta, su casa, nuestra Universidad.
Inicio esta intervención saludando a los miembros de nuestra Junta Directiva, especialmente a su presidente, Francisco Barberi, presidente de TQ, y a su esposa la ex Canciller Claudia Blum, lo mismo que a Mauricio Iragorri, presidente de Mayagüez, y a su esposa Mónica. TQ y Mayagüez han sido donantes comprometidos de Icesi desde hace muchos años y sus generosos aportes nos han permitido profundizar nuestra misión de ofrecer educación de altísima calidad a jóvenes talentosos de familias de bajos ingresos para contribuir al cierre de brechas sociales en nuestra sociedad y el país.
Quiero destacar muy especialmente el compromiso de Francisco, de su familia y de TQ. Sus donaciones a la fecha han beneficiado, con becas parciales, a la impresionante suma de 1.341 estudiantes. Además, TQ y la familia Barberi recientemente se comprometieron con donaciones por más de $18.000 millones de pesos en 5 años para becas de inclusión en Icesi. Les pido le den un sentido aplauso.
Saludo también a Catalina Botero, nuestra invitada de honor, una de las juristas más destacadas de Colombia, promotora del movimiento de la séptima papeleta en 1992, ganadora del Premio Chapultepec por la defensa de la libertad de expresión y de prensa, conjuez de la Corte Constitucional y del Consejo de Estado, antigua Decana de la Facultad de Derecho de la Universidad de los Andes, y actualmente Copresidenta del Consejo de Supervisión de Contenidos de Meta, casa matriz de Facebook e Instagram.
También saludo a los demás invitados especiales, a los decanos, decanas, directivos, profesores y equipo humano de nuestra universidad, a los miembros del Consejo Estudiantil y a todos aquellos, estudiantes y otros, que contribuyeron en el montaje de esta maravillosa celebración de grados. Hago un reconocimiento especial a los profesores de Icesi, mentores y guías de excepción de nuestros graduandos en estos años de florecimiento personal y académico en nuestra universidad.
Hay muchas buenas noticias que les quisiera compartir, pero en aras del tiempo, me voy a concentrar solo en una; un logro muy importante para Icesi que no hubiera sido posible sin el esfuerzo de todos los aquí presentes. El ranking THE Young University 2023, de la firma inglesa Times Higher Education, que lista a las mejores universidades del mundo que tienen 50 años o menos de fundación, ubicó a Icesi en el primer puesto en América Latina. Este reconocimiento nos llena de orgullo y resuena fuertemente con lo que somos, una universidad joven, innovadora, vibrante, que se proyecta con potencia hacia el futuro.
Hoy, nos es sumamente grato, entregarle al futuro y a Colombia, 497 jóvenes profesionales talentosos, comprometidos y de capacidades extraordinarias. En esta ceremonia estamos entregando 170 grados con honores (6 Summa Cum Laude, 64 Magna Cum Laude y 100 Cum Laude).
Les pido un muy fuerte aplauso para nuestros graduandos y para sus padres, familiares, profesores y todos quienes los acompañaron en esta formidable travesía.
Pensando en las palabras que les dirigiría hoy, decidí atreverme a ofrecerles un consejo. Sé que hacerlo, sobre todo cuando es ‘al por mayor’, como en este caso, es entrar en terrenos pantanosos. Necesariamente los consejos parten de la subjetividad y de experiencias particulares y limitadas, y cada persona es un mundo; aún más dentro de una comunidad tan diversa como la de Icesi. Pero bueno, aquí voy con un intento que espero les resuene.
¿Quiénes de ustedes ven el futuro—el de nuestro planeta, el de nuestra sociedad, incluso el propio—, con temor o con angustia? … ¿Cuántos piensan que el mundo que les tocó a sus padres o a sus abuelos fue mejor que el actual?
No los culpo. Ambos son sentimientos frecuentes, normales; y, aunque quizás no sirva de consuelo, para nada exclusivos a nuestra época. Todas las sociedades, todas las culturas, todas las épocas, han tenido sus miedos. Seguramente, la hiperconexión del mundo contemporáneo, que resulta en que nos enteremos al segundo y muy gráficamente de las desgracias que suceden en cada rincón, exacerba estas ansiedades.
Por demás, son temores comprensibles en los individuos, condicionados, como estamos, por nuestra mortalidad. Y es interesante que sean también característicos de las sociedades humanas, de los colectivos, que abrigan la condición, paradójica hasta cierto punto, de temer por el futuro y a la vez sentir nostalgia del pasado. Pero ese “pasado añorado”, no es otra cosa que futuros que se fueron concretando; futuros que, quizá, previo a su llegada suscitaron las mismas sospechas y desencantos que hoy puede despertar el nuestro.
Sobre la segunda pregunta que les hice, que recoge ese sentido tan común de nostalgia por el pasado, sí creo poder decirles con contundencia que el mundo que les tocó a sus padres—que es el que me tocó a mí—, no fue mejor. Mucho menos el que les tocó a sus abuelos.
Les comparto algunos datos, empezando por uno muy cercano a la ocasión que nos convoca. Ustedes hoy se gradúan de la universidad. De los colombianos en edad universitaria, actualmente un 54% tiene acceso a algún nivel de educación terciaria. Cuando me gradué yo de la universidad, hace 29 años, por allí cuando se graduaron sus padres, esa cifra estaba en torno al 17%--la educación terciaria era el privilegio de solo uno de cada 6 colombianos.
Y es casi seguro que muy pocos de sus abuelos hayan recibido educación superior. En el caso mío, que vengo de una familia privilegiada, de mis cuatro abuelos, uno tuvo esa oportunidad. Hacia fines de los sesenta, cuando estaban en edad universitaria sus abuelos, solo 1 de cada 25 jóvenes—un 4%--accedían a la educación superior.
Lamentablemente hoy en Colombia, la violencia y la inseguridad, son preocupaciones cotidianas. Les confieso que esta mañana fui atracado por primera vez en mi vida, trotando en el Oeste de Cali. Me llevé un buen susto… Pero a principios de los años 90, cuando sus padres y yo teníamos su edad, la tasa de homicidios anuales en Colombia superaba los 80 por 100 mil habitantes, y era la más alta del mundo. En Cali estaba en torno a los 150 por 100 mil y estallaban bombas con frecuencia. El año pasado, la tasa de homicidios en Colombia fue de 26 por 100 mil—inferior en casi un 70% a la de aquella época. A fines de los 60, en la relativa paz del Frente Nacional que les tocó a sus abuelos en sus años mozos, la tasa de homicidios se ubicaba ligeramente por encima de los 30 por 100 mil. La violencia ha sido casi endémica a Colombia, pero su tendencia es a la baja.
Por estos días también se discute mucho sobre el sistema de salud colombiano y el hambre en regiones como la Guajira; y sin duda en éstos ámbitos hay muchas tareas aún incompletas. Pero por la época en que nacieron sus abuelos, el colombiano promedio podía esperar vivir escasamente 40 años o un poco más y medía 5 centímetros menos que en la generación de ustedes. La expectativa de vida era tan baja, entre otras, ¡porque 1 de cada 4 niños moría antes de cumplir los 5 años de edad! Mi abuela materna murió dando a luz a su séptimo hijo, quien también, lamentablemente, falleció.
Incluso para la época en que nacieron sus padres (y nací yo), casi 1 de cada 10 niños nacidos vivos moría antes de los 5 años, y el ciudadano promedio podía aspirar a vivir solamente 60 años o algo más. Cuando ustedes nacieron, la mortalidad infantil había caído al 2,5% (uno de cada 40 niños fallecía antes de los 5) y la expectativa de vida superaba los 70. De los colombianos nacidos mientras ustedes estaban en la universidad, menos de uno de cada 75 falleció antes de cumplir los 5 años—un 1,3%--, y, en promedio, su expectativa de vida es cercana a los 80 años.
Sin soslayar los graves problemas y grandes inequidades de Colombia, el avance de nuestra sociedad en los últimos 30 y 60 años es notorio. Y, con la excepción de un puñado de países que han elegido gobiernos verdaderamente desastrosos y que se han perpetuado en el poder, las mismas tendencias de progreso se observan en todo el mundo. Tristemente, nuestra vecina Venezuela es uno de los pocos países sobre los que se puede decir, sin titubear, que a las generaciones anteriores les tocó una realidad mucho mejor que a las actuales.
No me malinterpreten. No estoy diciendo que no haya dolor injusto en este mundo, o que todas las personas en Colombia o en el mundo hoy cuentan con condiciones de vida aceptables. No. Tristemente hay demasiadas personas que aún viven en condiciones materiales desesperadas y otras que carecen del mínimo y debido respeto social; otras más son víctimas de atroces formas de violencia.
Hay también desigualdades que hieren, que minan la promesa de igualdad de oportunidades, crean las culturas del privilegio y hacen mella en la autoestima de los desfavorecidos. Y todo eso está mal. Muy mal. Y debería dolernos a todos. Sobre todo cuando existen en el planeta las posibilidades humanas y tecnológicas de superar esas desgracias.
El profesor y premio Nobel de Economía, Amartya Sen, uno de los grandes sabios de nuestros tiempos, dice en “Una idea de la justicia”, que a él le interesan las injusticias remediables más que los grandes sistemas de valores justos, armónicamente estructurados. A mí también. Creo que el deber de todos es identificar esas situaciones inaceptables y batallar para corregirlas.
Pero esta idea es muy distinta de la idea de que hoy estamos peor que ayer y que el mundo solo ha ido acrecentando los males y las injusticias. Medidos con la vara de los indicadores objetivos, el mundo, con sus tristes ritornelos y sus desviaciones, ha ido progresando. Medido con la vara de nuestras posibilidades sociales y económicas y nuestros ideales morales, hay muchas cosas que corregir. Y son muy graves. Y muy urgentes.
Lo que estoy diciendo, lo que están diciendo los datos, es que en muchas de las variables relevantes para definir nuestras condiciones de vida, hemos mejorado. O mejor, para decirlo con optimismo: que estamos mejorando.
Pasemos ahora de la extraviada nostalgia del pasado al desasosiego por el futuro. Ya decía que la especie humana padece de una especie de milenarismo ancestral. El término surge del hecho de que hace un poco más de mil años, prácticamente toda la cristiandad creía que el fin del mundo llegaría, puntual, con el cierre del primer milenio.
Hoy no faltan razones para preocuparnos. El desafío que nos plantea el cambio climático es una realidad cada día más patente. La pandemia nos mostró que un microorganismo puede poner a tambalear una civilización. La injustificada y macabra invasión rusa de Ucrania despertó el temor dormido de una hecatombe nuclear. Hay voces que adjudican graves peligros al surgimiento de la inteligencia artificial, la cual, en su opinión, podría dar un giro maligno. Todo esto por no mencionar ansiedades quizás más mundanas y locales de la realidad colombiana.
Veamos en algún detalle ciertos de estos temores. En cuanto a la inteligencia artificial, todavía es muy temprano para pronosticar sus impactos. Puede que en sus riesgos sea cualitativamente diferente a otras revoluciones tecnológicas, aunque seguro lo será también en sus oportunidades. Seguramente, nuestra invitada especial, que pasa bastante tiempo en Silicon Valley, nos pueda dar algunas luces. Lo que sí vale la pena recordar es que la historia está repleta de ejemplos de recelo e incluso reacción violenta ante la aparición de nuevas tecnologías. En el siglo pasado, la irrupción en escena del teléfono, la radio, la televisión y los computadores suscitaron temores y sospechas en muchas personas.
El fantasma de una catástrofe nuclear, por su parte, cumple casi 80 años. Desde la invención de esta terrible tecnología, el riesgo ha estado siempre latente. El célebre biólogo Edward O. Wilson, de quien tuve el privilegio de ser alumno, señalaba el peligro de que primates de emociones prehistóricas, como nosotros, tuviéramos acceso a tecnologías más propias de los dioses.
Pero también hay que decir que los mecanismos de seguridad de estos mortíferos sistemas y las estrategias de control y disuasión de su proliferación y uso, han avanzado considerablemente. Y les garantizo que la sensación de zozobra hoy es leve frente a la que se vivía durante la infancia de sus padres y la juventud de sus abuelos, con dos superpotencias nucleares enfrascadas en un conflicto “frío”, pero sin cuartel. Yo recuerdo el terror que sentí a mis 8 o 9 años viendo las imágenes en televisión de los desfiles militares soviéticos con sus terroríficos misiles balísticos.
Ustedes tuvieron la muy mala suerte de vivir, en su época universitaria, una pandemia global de esas que, literalmente, suceden cada 100 años. En un mundo densamente poblado y muy interconectado, los riesgos de propagación aumentan. Pero el avance del conocimiento y la tecnología para hacer frente a este tipo de enfermedades ha sido notable.
Cuando la mal llamada “gripe española”—de la que se estima murieron entre 25 y 50 millones de personas—, surgió en 1918, ni se sabía que era causada por un virus. Esa epidemia mató entre el 1,5 y el 3% de la población mundial; gracias a la ciencia y la tecnología, el porcentaje de letalidad total del Covid-19 se estima en el 0,3%--hasta 10 veces menos. El voluminoso conocimiento acumulado en los últimos 3 años seguramente contribuirá a disminuir la mortandad y el impacto económico, psicológico y social de pandemias futuras.
Hablemos un poco del que considero es el riesgo o problema planetario que de mayor manera define a su generación: la crisis climática. No sé si sabían que en los años 70s muchos temían que lo que vendría sería un “Enfriamiento Global”. Bueno, eso claramente sí resultó un “fake”; en cambio, la evidencia de calentamiento generado por las emisiones producto de la actividad humana es aplastante. El pasado mes de julio fue el mes más caliente en el planeta desde que se llevan registros, y todo parece indicar que la temperatura seguirá aumentando durante las próximas décadas, causando alteraciones significativas en el clima y estragos en múltiples ecosistemas y territorios.
El reto, que es de descomunal calado, tiene, como un cubo de Rubik, múltiples caras, interconectadas. De un lado, comprende no solo bajar las emisiones, sino también, algo mucho más difícil, reducir los niveles de gases de efecto invernadero ya presentes en la atmosfera. Pero al mismo tiempo, esto hay que lograrlo sin destruir una economía moderna que le ha permitido a la humanidad alcanzar niveles inéditos de prosperidad y bienestar, a la vez que se garantiza que cientos de millones de personas que viven en la pobreza y la miseria tengan acceso a más energía, la cual es un vector anti-pobreza irremplazable.
La buena noticia es que, en los últimos 5 años, la humanidad finalmente parece haberse puesto seria frente a la urgencia y enormidad del desafío, a la vez que las inversiones en investigación y desarrollo tecnológico comienzan a dar réditos reales. 150 países, incluido Colombia, que representan el 88% de las emisiones mundiales, ya han asumido compromisos de llegar, antes de 2050, a emisiones cero. Por estos días hace un año, el gobierno del presidente Biden aprobó un paquete de medidas, incentivos e inversiones climáticas por $738 mil millones de dólares, marcando un hito transformacional contra el calentamiento global.
Aún mejor, los costos de las tecnologías ‘limpias’—los paneles solares, las turbinas eólicas, las baterías para el almacenamiento, etc.—han bajado entre 80 y 90% en la última década, haciendo que muchos aspectos de la transición energética ya no solo sean posibles, sino económicamente factibles. Esto ha contribuido a que la curva de emisiones haya comenzado a doblarse y esté, posiblemente, llegando a su pico.
De hecho, en Europa, Norte y Sudamérica y Oceanía, el volumen anual de emisiones ya viene en descenso hace años—en la Unión Europea desde 1980, en Estados Unidos desde 2004. La entrada de una cuantía sin precedentes de generación limpia en 2022—1.525 teravatios-hora, 3 veces lo que se agregaba anualmente hace 10 años—así como el rápido incremento en la venta de vehículos eléctricos—sus ventas se multiplicaron por 10 en los últimos 5 años—son señales muy positivas de que la transición energética ya está alcanzando velocidad de crucero.
A medida que avanzan otras tecnologías como el hidrógeno verde y las de captura y almacenamiento de carbono, etc.—cuyo desarrollo se acelera, en un círculo virtuoso, con el abaratamiento de las fuentes de energía limpia—, será posible pensar incluso en que países y organizaciones se comprometan a emisiones negativas; a remover CO2 de la atmósfera. En este ámbito, Colombia tiene muchísimo que aportar, con sus enormes recursos de sol, viento, agua y tierra, y sus grandes oportunidades de ofrecer soluciones basadas en la naturaleza, como proyectos de reforestación de gran escala.
Cuando ustedes entraron a la universidad, parecía sumamente improbable que lográramos mantener el aumento de la temperatura planetaria por debajo de los 2 grados. Hoy esta posibilidad luce mucho más factible. Y si el avance tecnológico se sigue acelerando, quizás podamos movernos más cerca a un aumento de 1,5 grados.
Ahora, 2 grados, e incluso 1,5, de aumento en la temperatura promedio sigue siendo una barbaridad, y representaría impactos grandes e insospechados, entre otras porque el promedio esconde datos locales más extremos. Pero a estos niveles, el riesgo ya bajaría de ser “existencial” para grandes porciones de la vida en la tierra.
En cualquier caso, se va a requerir de muchas adaptaciones, no solo de nuestras ciudades y poblaciones y en estilos de vida, sino también a través de intervenciones virtuosas en hábitats naturales. Soy optimista que está dentro de nuestras capacidades tecnológicas lograrlo. Soy optimista de que está dentro de nuestras capacidades creativas y tecnológicas lograrlo. Se requerirá de una diversidad de tecnologías y soluciones—entre ellas, no me cabe duda, la inteligencia artificial--, y de variados equilibrios, y allí una comunidad de conocimiento como la nuestra, cercana a las organizaciones, tiene mucho que aportar. Sí, debemos preocuparnos, pero, sobre todo, ocuparnos.
Ante retos como éste, como ante tantos en la vida, el pesimismo puede ser razonable; incluso puede ser llegar a ser estrictamente correcto. Pero también resulta inmovilizante y desmoralizador, a más de hacer más difícil lograr acuerdos y colaboraciones y movilizar recursos y voluntades.
Por este motivo, y otros ya enunciados, el consejo que me quiero permitir darles es de perseguir un sesgo al optimismo; no solo a no temer, sino incluso a buscar, ‘pecar de optimistas’. El optimismo no solo es una disposición que debe surgir del análisis de los datos; es también una virtud que necesitamos para transformar positivamente nuestro futuro y conjurar los peligros que nos acechan.
Sé que eso es más difícil para algunos de nosotros que para otros. Por disposición, por carácter, por experiencia de vida. Pero que bien le haría a Colombia una generación de líderes un poco más optimistas; un poco más dispuestos a confiar en el futuro y a confiar en los demás.
Espero, de corazón, que ustedes, desde los diversos ámbitos de la vida que escojan explorar, sean parte de esa nueva generación de líderes optimistas y transformadores.
¡Una vez más, muchísimas felicitaciones y los mayores éxitos y felicidades!
Cali, 25 de agosto de 2023
Buenas tardes a todos y todas. Hoy les damos la más cordial y entusiasta bienvenida a nuestra universidad; a su universidad.
Quiero saludar muy especialmente a la gobernadora del Valle del Cauca, Clara Luz Roldán, orgullosa madre de uno de nuestros graduandos de hoy, así como también a Marcela Granados, miembro de la Junta Directiva de Icesi y Sub-directora general de la Fundación Valle del Lili, institución de salud que es orgullo de nuestra región y de Colombia, y que es aliada fundamental de la universidad.
Sea esta la oportunidad para agradecerle, y a todos los directivos y colaboradores de la Fundación, una vez más, en nombre de nuestra comunidad universitaria, por su extraordinaria generosidad con Icesi, la cual ha contribuido significativamente a que podamos cumplir con nuestra misión de ofrecer educación de alta calidad en medicina y otros campos a poblaciones de escasos recursos y contribuir así al cierre de brechas sociales en nuestro territorio.
Para quienes no lo saben, la Fundación Valle del Lili beca, en un 100%, a los 169 residentes que cursan las 26 especializaciones médico-quirúrgicas que ofrece Icesi y becó a los cerca de 340 médicos especialistas que ya se han graduado de esos programas, incluyendo los 27 que se titulan hoy. Este nivel de compromiso con la educación y con la excelencia médica no lo tiene ninguna otra entidad de salud de Colombia.
Saludo, igualmente y de manera muy especial, a los miembros de la Junta Directiva y el Consejo Superior de Icesi que nos acompañan hoy, así como a los decanos, decanas, directivos y a todo el equipo humano de nuestra institución, a los integrantes del Consejo Estudiantil, a otros estudiantes y personas que nos apoyan para el éxito de este evento, y a ustedes, los homenajeados en este día, y sus invitados.
Quiero iniciar mis palabras felicitando de manera muy especial a los 668 graduandos y graduandas de nuestros programas de posgrado, así como a sus padres, cónyuges, familiares y amigos, quienes les han brindado un apoyo indispensable durante su proceso formativo.
Es para mí motivo de gran orgullo anunciarles que hoy graduamos a la primera promoción de nuestra Maestría en Gerencia del Talento Humano. Así mismo, hoy estamos graduando 47 beneficiarios de las becas del Ministerio de Educación Nacional, profesores etnoeducadores rurales de zonas apartadas de departamentos como Amazonas, Putumayo, Chocó, Nariño, Cauca y Huila. Gracias a la tecnología y a nuestros programas virtuales de alta calidad, hoy podemos llegar con educación de excelencia a territorios antes impensables.
Graduandos, hoy queremos expresarles nuestro agradecimiento por la confianza que han depositado en la universiad. Estamos convencidos que con las capacidades, destrezas y relaciones que han construido con nosotros harán una gran contribución a la transformación positiva de nuestro país.
Pensando en las palabras que les dirigiría hoy, decidí atreverme a ofrecerles un consejo. Sé que hacerlo, sobre todo cuando es ‘al por mayor’, como en este caso, es entrar en terrenos pantanosos. Necesariamente los consejos parten de la subjetividad y de experiencias particulares y limitadas, y cada persona es un mundo; aún más cdentro de una comunidad tan diversa como la de Icesi. Pero bueno, aquí voy con un intento que espero les resuene.
¿Quiénes de ustedes ven el futuro—el de nuestro planeta, el de nuestra sociedad, incluso el propio—, con temor o con angustia? … ¿Quiénes piensan que el mundo que les tocó a sus padres o a sus abuelos fue mejor que el actual?
No los culpo. Ambos son sentimientos frecuentes, normales; y, aunque quizás no sirva de consuelo, no exclusivos de nuestra época. Todas las sociedades, todas las culturas, todas las épocas, han tenido sus miedos. Seguramente, la hiperconexión del mundo contemporáneo, que resulta en que nos enteremos al segundo y muy gráficamente de las desgracias que suceden en cada rincón, exacerba estas ansiedades.
Por demás, son temores comprensibles en los individuos, condicionados, como estamos, por nuestra mortalidad. Pero es interesante que sean también característicos de las sociedades humanas, de los colectivos, que abrigan la condición, paradójica hasta cierto punto, de temer por el futuro y a la vez sentir nostalgia del pasado, el cual no es más que una sucesión de futuros que se han ido concretando.
Sobre la segunda pregunta que les hice, que recoge ese sentido casi innato de nostalgia por el pasado, sí creo poder decirles con contundencia que el mundo que les tocó a sus padres—que es el que me tocó a mí—, no fue mejor. Mucho menos el que les tocó a sus abuelos.
Les comparto algunos datos, empezando por uno muy cercano a la ocasión que nos convoca. Ustedes hoy se gradúan de un posgrado. De los colombianos en edad universitaria, hoy un 54% tiene acceso a algún nivel de educación terciaria. Cuando me gradué yo de la universidad, hace 29 años, esa cifra estaba en torno al 17%--la educación terciaria era el privilegio de solo uno de cada 6 colombianos.
Y es casi seguro que muy pocos de sus abuelos hayan recibido educación superior. En el caso mío, que vengo de una familia privilegiada, de mis cuatro abuelos uno tuvo esa oportunidad. Hacia fines de los sesenta, solo 1 de cada 25 colombianos en edad de estudiar—un 4%--accedían a la educación superior.
La cobertura en posgrados, por supuesto, era muchísimo menor.
Vivimos aterrados, con razón, por la violencia y la inseguridad, casi endémicas en Colombia. Pero hace solo 30 años, cuando algunos de los aquí presentes éramos jóvenes, la tasa de homicidios anuales en Colombia superaba los 80 por 100 mil habitantes, y era la más alta del mundo. En Cali estaba en torno a los 150 por 100 mil y estallaban bombas con frecuencia. El año pasado, la tasa de homicidios en Colombia fue de 26 por 100 mil—inferior en casi un 70% a la de aquella época. Hace 60 años, en la relativa paz del Frente Nacional, la tasa de homicidios se ubicaba ligeramente por encima de los 30 por 100 mil.
Estos días también se discute mucho sobre la salud en Colombia y el hambre en regiones como la Guajira; y sin duda éstas son tareas aún incompletas en el país. Pero los colombianos de hace dos generaciones, podían esperar vivir un poco más de 40 años en promedio y medían casi 6 centímetros menos. La expectativa de vida era tan baja, entre otras, ¡porque 1 de cada 4 niños moría antes de cumplir los 5 años de edad! Mi abuela materna murió dando a luz a su séptimo hijo, quien también, lamentablemente, falleció.
Incluso para la época en que nací, hace algo más de 50 años, casi 1 de cada 10 niños nacidos vivos moría antes de los 5 años, y el ciudadano promedio podía aspirar a vivir 60 años o algo más. Para el año 2000, la mortalidad infantil había caído al 2,5% (uno de cada 40 niños fallecía antes de los 5) y la expectativa de vida superaba los 70. Hoy, menos de uno de cada 75 colombianos no llega a cumplir los 5 años—un 1,3%--, y la expectativa de vida promedio es de casi 80.
Sin soslayar los graves problemas y grandes inequidades de Colombia, el avance de nuestra sociedad en las últimas generaciones es notorio. Y, con la excepción de un puñado de países que han elegido gobiernos verdaderamente desastrosos, las mismas tendencias de progreso se observa en todo el mundo. Tristemente, nuestra vecina Venezuela es uno de los pocos países sobre los que se puede decir sin titubear que a las generaciones anteriores les tocó una realidad mucho mejor que a la actual.
No me malinterpreten. No estoy diciendo que no haya dolor injusto en este mundo, o que todas las personas en Colombia o en el mundo hoy cuentan con condiciones de vida aceptables. No. Tristemente hay demasiadas personas que aún viven en condiciones materiales desesperadas y otras que carecen del mínimo y debido respeto social; otras más son víctimas de atroces formas de violencia.
Hay también desigualdades que hieren, que minan la promesa de igualdad de oportunidades, crean las culturas del privilegio y hacen mella en la autoestima de los desfavorecidos. Y todo eso está mal. Muy mal. Y debería dolernos a todos. Sobre todo cuando existen en el planeta las posibilidades humanas y tecnológicas de superar esas desgracias.
Amartya Sen dice en “Una idea de la justicia”, que a él le interesan las injusticias remediables más que los grandes sistemas de valores justos, armónicamente estructurados. A mí también. Creo que el deber de todos es identificar esas situaciones inaceptables y batallar para corregirlas.
Pero esta idea es muy distinta de la idea de que hoy estamos peor que ayer y que el mundo solo ha ido acrecentando los males y las injusticias. Medidos con la vara de los indicadores objetivos, el mundo, con sus tristes ritornelos y sus desviaciones, ha ido progresando. Medido con la vara de nuestras posibilidades sociales y económicas y nuestros ideales morales, hay muchas cosas que corregir. Y son muy graves. Y muy urgentes. Y aún así: estamos mejor, mucho mejor que antes.
Lo que estoy diciendo, lo que están diciendo los datos, es que en muchas de las variables relevantes para definir nuestras condiciones de vida, hemos mejorado. O mejor, para decirlo con optimismo: que estamos mejorando. Y, por lo menos en abstracto, tenemos las condiciones técnicas y científicas para seguir por esta senda de mejora.
Pasemos ahora de la extraviada nostalgia del pasado al desasosiego por el futuro. Ya decía que la especie humana padece de una especie de milenarismo ancestral. El término surge del hecho de que hace un poco más de mil años, prácticamente toda la cristiandad creía que el fin del mundo llegaría puntual con el cierre del primer milenio.
Hoy no faltan razones para preocuparnos. El desafío que nos plantea el cambio climático es una realidad cada día más patente. La pandemia nos mostró que un microorganismo puede poner a tambalear una civilización. La injustificada y macabra invasión rusa de Ucrania despertó el temor dormido de una hecatombe nuclear. Hay voces que adjudican graves peligros al surgimiento de la inteligencia artificial, la cual, en su opinión, podría dar un giro maligno. Todo esto por no mencionar ansiedades quizás más mundanas y locales de la realidad colombiana.
Veamos en algún detalle ciertos de estos temores. En cuanto a la inteligencia artificial, todavía es muy temprano para pronosticar sus impactos. Puede que en sus riesgos sea cualitativamente diferente a otras revoluciones tecnológicas, aunque seguro lo será también en sus oportunidades. En cualquier caso, la historia está repleta de ejemplos de recelo e incluso reacción violenta ante la aparición de nuevas tecnologías. En el siglo pasado, la irrupción en escena del teléfono, la radio, la televisión y los computadores suscitaron pavor en muchos.
El fantasma de una catástrofe nuclear, por su parte, cumple casi 80 años. Desde la invención de esta terrible tecnología, el riesgo ha estado siempre latente. El célebre biólogo Edward O. Wilson, de quien tuve el privilegio de ser alumno, señalaba el peligro de que primates de emociones prehistóricas, como nosotros, tuviéramos acceso a tecnologías más propias de los dioses. Pero también hay que decir que los mecanismos de seguridad de estos mortíferos sistemas y las estrategias de control y disuasión de su proliferación y uso, han avanzado considerablemente. Y les garantizo que la sensación de zozobra hoy es leve frente a la que se vivió entre los años cincuenta y los ochenta, con dos superpotencias nucleares enfrascadas en un conflicto “frío”, pero sin cuartel. Yo recuerdo el terror que sentí a mis 8 o 9 años viendo las imágenes en televisión de los desfiles militares soviéticos con sus terroríficos misiles.
Ustedes tuvieron la muy mala suerte de vivir, en época de estudios, o poco antes de ella, una pandemia global de esas que, literalmente, suceden cada 100 años. En un mundo densamente poblado y muy interconectado, los riesgos de propagación aumentan. Pero el avance de la tecnología para hacer frente a este tipo de enfermedades ha sido notable.
Cuando la mal llamada “gripe española”—de la que se estima murieron entre 20 y 50 millones de personas—, surgió en 1918, ni se sabía que era causada por un virus. Esa epidemia mató entre el 1 y el 3% de la población mundial. Gracias a la ciencia y la tecnología, el porcentaje de letalidad total del Covid-19 se estima en el 0,3%--hasta 10 veces menos en un mundo mucho más globalizado. El voluminoso conocimiento acumulado en los últimos 3 años seguramente contribuirá a disminuir la mortandad y el impacto económico, psicológico y social de pandemias futuras.
Hablemos un poco del que considero es el riesgo o problema planetario que de mayor manera define a su generación: la crisis climática. No sé si sabían que en los años 70s muchos temían que lo que vendría sería un “Enfriamiento Global”. Bueno, eso claramente sí era un “fake”; en cambio, la evidencia de calentamiento generado por las emisiones producto de la actividad humana es aplastante. El pasado mes de julio fue el mes más caliente en el planeta desde que se llevan registros, y todo parece indicar que la temperatura seguirá aumentando durante las próximas décadas, causando alteraciones significativas en el clima y estragos en múltiples ecosistemas y territorios.
El reto, que es de descomunal calado, tiene múltiples caras. De un lado, comprende no solo bajar las emisiones, sino también, algo mucho más difícil, reducir los niveles de gases de efecto invernadero ya presentes en la atmosfera. Pero al mismo tiempo, hay que hacerlo sin destruir una economía moderna que le ha permitido a la humanidad alcanzar niveles inéditos de prosperidad y bienestar, y garantizar que cientos de millones de personas que viven en la miseria tengan acceso a más energía, un vector anti-pobreza irremplazable.
La buena noticia es que, en los últimos 5 años, la humanidad finalmente parece haberse puesto seria frente a la urgencia y enormidad del desafío, a la vez que los avances tecnológicos se han acelerado. 150 países, que representan el 88% de las emisiones mundiales, ya han asumido compromisos de llegar, antes de 2050, a emisiones cero. Por estos días hace un año, el gobierno Biden aprobó un paquete de medidas, incentivos e inversiones climáticas por $738 mil millones de dólares, un hito transformacional en materia de política climática.
Aún mejor, los costos de las tecnologías ‘limpias’—los paneles solares, las turbinas eólicas, las baterías para el almacenamiento, etc.—han bajado entre 80 y 90% en la última década, haciendo que muchos aspectos de la transición energética ya no solo sean posibles, sino económicamente factibles. Esto ha contribuido a que la curva de emisiones haya comenzado a doblarse y esté, posiblemente, llegando a su pico.
De hecho, en Europa, Norte y Sudamérica y Oceanía, el volumen anual de emisiones ya lleva varios años bajando—en la Unión Europea desde 1980. La entrada de un volumen sin precedentes de generación limpia en 2022—1.525 teravatios-hora, 3 veces lo que se agregaba anualmente hace 10 años—así como el rápido incremento en la venta de vehículos eléctricos—sus ventas se multiplicaron por 10 en los últimos 5 años—son señales de que la transición ya alcanzó velocidad de crucero.
A medida que avanzan otras tecnologías como el hidrógeno y las de captura y almacenamiento de carbono, etc—cuyo desarrollo se acelera, en un ciclo virtuoso, con el abaratamiento de las fuentes de energía limpia—, será posible pensar incluso en que países y organizaciones se comprometan a emisiones negativas; a remover CO2 de la atmósfera. En este ámbito, Colombia tiene muchísimo que aportar, con sus enormes recursos de sol, viento, agua y tierra, y su gran potencial para ofrecer soluciones basadas en la naturaleza, como proyectos de reforestación.
Hasta hace muy poco, parecía sumamente improbable que lográramos mantener el aumento de la temperatura planetaria por debajo de los 2 grados. Hoy esta posibilidad luce mucho más factible. Y si el avance tecnológico se sigue acelerando—uno de los vectores más difíciles de modelar—quizás podramos movernos más cerca a +1,5 grados.
Ahora, 2 grados, e incluso 1,5, de aumento en la temperatura promedio sigue siendo una barbaridad, y representaría impactos grandes e insospechados, entre otras porque el promedio esconde datos locales más extremos. Pero a estos niveles, el riesgo ya bajaría de ser “existencial” para grandes porciones de la vida en la tierra.
En cualquier caso, se va a requerir de muchas adaptaciones, no solo de nuestras ciudades y poblaciones y en estilos de vida, sino también a través de intervenciones en hábitats naturales. Soy optimista de que está dentro de nuestras capacidades creativas y tecnológicas lograrlo. Se requerirá de una diversidad de tecnologías y soluciones y de variados equilibrios y allí una comunidad de conocimiento como la nuestra, cercana a las organizaciones, tiene mucho que aportar. Sí, debemos preocuparnos, pero, sobre todo, ocuparnos.
Ante retos como éste, como ante tantos en la vida, el pesimismo puede razonable; incluso puede ser llegar a ser estrictamente correcto. Pero también resulta inmovilizante y desmoralizador, a más de hacer más difícil lograr acuerdos y colaboraciones y movilizar recursos y voluntades. Por este motivo, y otros ya enunciados, el consejo que me quiero permitir darles es de perseguir un sesgo al optimismo; no solo a no temer sino incluso a buscar pecar de optimistas. Sé que eso es más difícil para algunos de nosotros que para otros. Por disposición, por carácter, por experiencia de vida. Pero que bien le haría a Colombia una generación de líderes un poco más optimistas; un poco más dispuestos a confiar en el futuro y a confiar en los demás.
¡Una vez más, muchísimas felicitaciones y los mayores éxitos y felicidades!
Muchas gracias
Boletín de prensa # 041
Cali, 27 de agosto de 2022
Muy buenos días, sean muy bienvenidos a nuestra universidad.
Saludo al presidente de la Junta Directiva y vicepresidente del Consejo Superior de ICESI, Francisco Barberi, a Henry Éder, presidente del Consejo Superior, y a todos los miembros de nuestra Junta y Consejo, quienes durante estos años han contribuido tanto a hacer posible el sueño de esta universidad de excepcional calidad, innovadora, conectada con el mundo de las organizaciones y las empresas e incluyente, que es orgullo de nuestra región.
Saludo también, muy especialmente, a Simón Borrero, nuestro invitado de honor, caleño, emprendedor y fundador de Rappi, la empresa insignia de Colombia en el mundo digital.
Saludo a los demás invitados especiales, al Secretario de Educación de Cali, José Darwin Lenis, a la Dra. Claudia Blum, a los decanos, directivos y equipo de nuestra universidad, a los miembros del Consejo Estudiantil, a mis amadas Lina y Emma y todos quienes contribuyeron en el montaje de esta maravillosa ceremonia de grados.
Quiero iniciar por felicitar muy especialmente a los 926 graduandos, así como a sus padres, cónyuges, familiares y amigos, quienes son parte integral de este gran hito en sus vidas y quienes han depositado su confianza en nosotros en estos años. Estamos seguros de que las capacidades, conocimientos, experiencias y relaciones que han desarrollado en ICESI les permitirán seguir floreciendo como personas y profesionales, haciéndoles la vida más rica, libre y productiva y permitiéndoles aportar a la transformación de nuestra ciudad, nuestro país y nuestro planeta.
Celebren con alegría los logros, aprendizajes y experiencias de estos años en Icesi. El grado no es una despedida, sino una celebración, y un rito de paso a nuestra comunidad de cerca de 25.000 graduados dispersos por toda Colombia y el mundo. Ahora ustedes pasan a ser parte de esa comunidad y deseamos que sigan conectados entre ustedes, que se conecten con otros graduados y que el vínculo con la universidad perdure. Queremos seguir siempre cercanos ustedes.
Hoy nos es sumamente grato entregar títulos de pregrado a 520 jóvenes, incluyendo 125 grados con honores (34 Magna Cum Laude y 91 Cum Laude). En posgrado, estamos entregando títulos de maestría y especialización a 406 personas.
En ICESI, trabajamos para que nuestros graduados puedan florecer y ser exitosos en cualquier lugar del mundo. De los graduandos de pregrado, aparte de que todos salen con dominio del inglés, 96 participaron en programas internacionales en las modalidades de doble titulación, intercambio, misión, práctica internacional y rotación médica. Igualmente, 106 de nuestros estudiantes de posgrados vivieron una experiencia internacional. Entre ellos, hoy se gradúan 11 del MBA Global que tenemos con el A.B Freeman School of Business de la Universidad de Tulane en Nueva Orleans.
Quiero destacar también que hoy se gradúa nuestra primera generación de la Maestría en Atención Integral a la Primera Infancia que va a contribuir a asegurar un mejor futuro para nuestros niños.
De la misma forma, y ratificando nuestro compromiso de ser una universidad socialmente responsable e incluyente, es gratificante para mí contarles que de los 520 graduandos de pregrado hoy, el 48% contó con alguna beca o apoyo de la Universidad. Es notable que de los 125 grados entregados con honores en pregrado, el 40% corresponde a estudiantes becados.
La estrecha relación con nuestros aliados empresariales y sus colaboradores, con familias empresarias, con fundaciones nacionales e internacionales, y con la comunidad ICESI, nos ha permitido avanzar en nuestra misión de tener una Universidad de excelencia e incluyente. El compromiso de estos aliados ha permitido que, desde el año 2.000, y sin incluir los estudiantes apoyados por becas del Estado, 5.000 jóvenes talentosos, de recursos limitados, hayan podido pasar por ICESI y transformar sus vidas y, porque no, las de sus familias, para siempre. Entre los graduandos hoy, por ejemplo, se encuentra Daly Michelle Palomino, quien es beneficiaria de la beca de nuestros profesores, “Icesi para todos”, y hoy obtiene el título de Médica. Daly es un referente para su familia y todo su vecindario de Palmira.
Este legado de solidaridad e inclusión para nuestra región y el país, que seguimos construyendo día a día, nos llena de orgullo.
Les pido un fuerte aplauso para nuestros 926 graduandos de pregrado y posgrados y para sus padres, cónyuges, familiares, profesores y todos quienes los acompañaron en este formidable logro.
Todos y cada uno de nuestros graduandos son testimonio del impacto que logra la formación integral, de alta calidad y pertinente que constituye la misión central de Icesi y su mayor aporte a nuestra comunidad y a la sociedad.
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Tras los grandes sobresaltos y vicisitudes de los pasados dos años, es un lugar común decir que en Colombia vivimos momentos de cambio. Pero es así. Por primera vez en nuestra historia, el país tiene un presidente de izquierda, sin ambages, quien, en muchos ámbitos, marca francas diferencias con sus antecesores.
Esta circunstancia genera un gran regocijo en una porción grande de nuestros conciudadanos; se sienten vistos, escuchados, representados, casi que por primera vez. Otra parte, también significativa, de la ciudadanía, sin embargo, siente lo contrario: incertidumbre, desazón, incluso temor.
Personalmente, al margen de mis inclinaciones personales, hace tiempo estoy convencido de que, para alcanzar la madurez, la democracia colombiana necesitaba elegir, más temprano que tarde, a un presidente de izquierda. No solo por lo que ello significa en materia de representatividad para amplios sectores de la población, por lo útil que puede ser allegar nuevas perspectivas a viejos problemas, y por la válvula de escape que representa una verdadera alternancia en el poder para las presiones sociales que inevitablemente se acumulan en un país adolescente con tantas dificultades; sino, también, porque me parece que la puesta a prueba que significa este viraje para nuestra institucionalidad democrática—aún en consolidación—puede ser saludable, y porque estoy convencido que la experiencia de gobierno, que ya no de eterna oposición, contribuirá también a la madurez de la izquierda colombiana.
Pero el propósito de estas palabras no es entrar en disquisiciones políticas, en las que seguro me enredaría. Solo añadiré que espero que el cambio que se dé sea, por así decirlo, “a la colombiana”; moderado, paulatino, dentro de la institucionalidad, más reformista que revolucionario, construyendo sobre los importantes avances que ha logrado nuestra sociedad.
Me interesa hablarles hoy del ámbito que más me incumbe, y que hoy nos convoca, el de la educación. Me voy a centrar en el de la educación superior que, a pesar de ser el eslabón de la cadena que, en mi opinión, tiene las menores brechas, es, de lejos, el más vociferante, el más politizado y el que más atención mediática recibe.
Vale la pena anotar que buena parte de las brechas que se observan en la educación superior en Colombia son heredadas de las enormes deficiencias de nuestro sistema educativo en sus etapas inicial, básica y media. Tristemente, es en estas primeras etapas de la educación, las que debieran ser universales, donde nuestro modelo le falla a los niños y jóvenes de Colombia. Por eso, no se puede hablar seriamente de educación superior, sin hablar de los eslabones que la anteceden, y las soluciones requieren necesariamente una visión sistémica.
En Colombia, desde 1980, la cobertura bruta de educación superior se ha multiplicado por 6, de menos de 10% de la población en edad de estudiar a más del 50%. Esto representa un salto gigantesco en cobertura y equidad de oportunidades que está transformando y seguirá transformando para bien a nuestra sociedad.
Para lograrlo, el país se ha apalancado sobre un sistema de educación superior mixto, donde conviven casi 320 instituciones: 86 de ellas oficiales y 230 sin ánimo de lucro de manejo privado. En esto se parece al que es posiblemente el mejor sistema de educación superior del mundo, el norteamericano, conformado por casi 4.000 instituciones, 1.625 de ellas oficiales, 1.660 sin ánimo de lucro de manejo privado y 697 privadas con ánimo de lucro, que tienden a ser las peores y las que más decaen en número.
Este sistema mixto tiene, a mi manera de ver, enormes ventajas. Combina capacidades y fines diferenciados y complementarios del Estado y de la iniciativa privada, moviliza recursos de ambos sectores, permite mayores opciones y libertad de elección, se conecta mejor con los empleadores y organizaciones que demandan talento y conocimiento, y genera una sana competencia que impulsa la innovación, la eficiencia y la calidad. Aunque en este último aspecto, lamentablemente, la exposición a la fricción creativa de la competencia es mucho menor en la universidad estatal que tiene sus ingresos prácticamente asegurados.
No obstante, es innegable que nuestro sistema de educación superior adolece de serios problemas de calidad. Pero es importante enfatizar, sobre todo en estos momentos, cuando en el gobierno y grandes franjas de la opinión pública se tiene a la universidad oficial como una especie de panacea, inherentemente buena o superior por su condición de, entre comillas, pública, que la mala calidad no distingue entre estatales y no estatales. De hecho, en Colombia las universidades estatales tienden a ser peores que las de manejo privado.
Entre las 70 instituciones de educación superior cuyos graduandos presentaron pruebas Saber Pro en 10 o más áreas del conocimiento—es decir, entre las que son verdaderamente universidades o asimilables a éstas—en 2021, solo una de las 10 con los mejores resultados—óigase bien, solo una de las primeras 10—fue estatal, la Universidad Nacional de Colombia. Y solo 5 de las primeras 20 fueron oficiales.
En otras palabras, 9 de las 10 mejores universidades de Colombia por los resultados académicos de sus estudiantes y 15 de las mejores 20 son de manejo privado sin ánimo de lucro. Hago un paréntesis para señalar que, en los últimos 10 años, ICESI siempre ha estado en los 5 primeros lugares de este ranking (quedó 4ª en 2021), es la única de esa categoría con sede fuera de Bogotá y, además, es la que mayor valor agrega, la que mayor mejoría logra, entre las competencias de entrada de sus estudiantes, medidas por los exámenes Saber 11, y las de salida de sus graduandos, evaluadas por las pruebas Saber Pro.
Así mismo, de las 10 peores universidades del país por resultados en las Pruebas Saber Pro, 7 estatales, y 12 de las 20 más malas tienen esa condición. Claro, también hay muchas universidades de manejo privado de mala y mediocre calidad.
Como bien decía el camarada Deng Xiaoping, quien salvó a China de la hecatombe maoísta, “no importa si el gato es blanco (estatal) o negro (no estatal), sino si caza ratones”.
Por esto, y porque consolidar una institución superior de alta calidad es un proceso arduo, riesgoso, costoso y demorado, que va muchísimo más allá de alistar predios y poner ladrillos, y donde priman la calidad de los docentes, el modelo educativo, el diseño curricular y, sobre todo, como en cualquier empresa humana, la cultura de la organización y las capacidades de gestión, un gobierno comprometido con ampliar el acceso a la educación de calidad, entregar competencias y destrezas de valor en el siglo XXI a los jóvenes, y construir una verdadera sociedad del conocimiento, debiera estar enfocado en hacer distinciones por resultados y calidad, y no por modelo de gobierno o gestión.
No sobra recordar que las universidades de manejo privado sin ánimo de lucro tienen cupos disponibles hoy para formar con alta calidad a miles de estudiantes adicionales. Y es importante destacar que éstas ofrecen algunos elementos adicionales muy valiosos que las mejores universidades estatales tienen dificultades en entregar.
El primero es una cercanía mucho mayor con la empresa privada y, por ende, mayor exposición temprana al mundo profesional y un enganche mucho más efectivo con posibilidades laborales. Esto lo demuestran claramente los datos del Observatorio Laboral para la Educación (OLE) del Ministerio, que resaltan la importante brecha entre los salarios de los graduados de universidades de gestión privada sin ánimo de lucro de alta calidad y los de las mejores universidades estatales.
Y, segundo, las universidades de manejo privado sin ánimo de lucro entregan también una serie de activos y capacidades sociales inmateriales, como el relacionamiento con personas de hogares más pudientes, que resultan determinantes para la movilidad social.
Un estudio publicado el mes pasado en la revista Nature por el profesor Raj Chetty de la Universidad de Harvard y su equipo, estudió las redes de amistades en Facebook de 72 millones de norteamericanos entre los 25 y los 44 años, y concluyó que las amistades con personas de hogares más pudientes tenían mayor incidencia sobre los ingresos de personas provenientes de hogares más pobres que la calidad del colegio al que asistieron, la estructura de la familia en la que se criaron, la disponibilidad de empleo en su comunidad y la composición racial de la misma.
Esta condición “pluriclasista” de universidades de gestión privada de alta calidad como ICESI, también impacta a los estudiantes que provienen de hogares más ricos. Un estudio reciente de la economista colombiana Juliana Londoño, profesora de la Universidad de California en Los Angeles, evidencia como la exposición a compañeros de menores ingresos en la universidad conduce a que los estudiantes de mayores ingresos tengan redes de contactos más diversas, logren un entendimiento más veraz de las condiciones de inequidad social en sus comunidades y, en general, se preocupen más por la ausencia de equidad de oportunidades.
Al disponer entornos diversos para el aprendizaje de alta calidad, con oportunidades para vivir experiencias memorables y construir relaciones significativas, y con conexión cercana con organizaciones y empresas, como lo hace ICESI, ganan los estudiantes, de todos los ámbitos académicos y todas las condiciones socio-económicos, y gana nuestra sociedad.
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Ahora quiero dar paso a nuestro invitado especial del día de hoy, quien es una muestra fehaciente de como la educación de alta calidad, con bilingüismo y perspectiva internacional, y la exposición temprana a referentes y a experiencias prácticas en el mundo de las organizaciones, así como, desde luego, el tesón y el trabajo duro, hacen posible que un muchacho criado en Cali se esté, como dicen ahora, ‘comiendo el mundo’, o, por lo menos, a América Latina.
¡Bienvenido Simón, es un placer tenerte hoy con nosotros!
Cali, 25 de febrero de 2023
Muy buenos días, me complace darles la bienvenida a nuestra universidad.
Saludo muy especialmente a la Dra. Marcela Granados, miembro de nuestra Junta Directiva y líder de nuestra gran aliada y mecenas, la Fundación Valle del Lili, recientemente reconocido como el segundo mejor hospital universitario de América Latina y el #32 del mundo, y los miembros de nuestra Junta y Consejo Superior, que nos acompañas y quienes durante estos años han contribuido tanto a hacer posible el sueño de esta universidad de excepcional calidad, innovadora, conectada con el mundo de las organizaciones y las empresas, e incluyente, que es orgullo de nuestra región.
Saludo también, muy especialmente, a Aurora Vergara, nuestra invitada de honor, una de las personas más admiradas y queridas de la comunidad ICESI, ex profesora nuestra, antigua directora del internacionalmente reconocido Centro de Estudios Afrodiaspóricos de Icesi (CEAF), y actual viceministra de educación superior.
Saludo a los demás invitados especiales, a la Dra. Claudia Blum, a los decanos, directivos y equipo de nuestra universidad, a los miembros del Consejo Estudiantil, a mis queridos papás y a todos quienes contribuyeron en el montaje de esta maravillosa celebración de grados.
En primer lugar, quiero felicitar muy especialmente a los 908 graduandos, así como a sus padres, cónyuges, familiares y amigos, quienes han sido un apoyo fundamental en el proceso de llegar a este gran momento en sus vidas, y quienes han depositado su confianza en nosotros para construir, de la mano de ustedes, las capacidades, conocimientos, experiencias y relaciones que les permitirán seguir floreciendo como personas y profesionales, para tener una vida más rica, libre, productiva y poder aportar a la transformación de nuestra región, nuestro país y nuestro planeta.
Hoy es un día para celebrar con alegría los logros, aprendizajes, relaciones y experiencias de estos años en Icesi. Esta ceremonia no es una despedida, es un hasta luego y una bienvenida a nuestra comunidad de cerca de 25.000 graduados dispersos por toda Colombia y el mundo. Ahora ustedes pasan a ser parte de ese selecto grupo y deseamos, de todo corazón, que sigan conectados entre ustedes y con otros graduados y que el vínculo con la universidad perdure para que podamos seguir construyéndola juntos. Icesi siempre será su Icesi.
Para nosotros es sumamente grato entregar hoy, títulos de pregrado a 526 jóvenes, incluyendo 217 grados con honores (2 Summa Cum Laude, 72 Magna Cum Laude y 143 Cum Laude). En posgrado, estamos entregando títulos de maestría y especialización a 382 profesionales.
Quiero destacar que hoy se gradúan las primeras promociones del programa de pregrado en Finanzas y de las Maestrías en Sostenibilidad, Ingeniería, Estrategia Digital de Negocios, Gestión Empresarial e Innovación Educativa, las tres últimas en modalidad virtual.
Les pido un muy fuerte aplauso para nuestros 908 graduandos de pregrado y posgrados y para sus padres, cónyuges, familiares, profesores y todos quienes los acompañaron en este formidable logro.
Todos y cada uno de nuestros graduandos son testimonio del impacto que logra la formación integral, de alta calidad y pertinente que constituye la misión central de Icesi y su mayor aporte a nuestra comunidad y a la sociedad.
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En este 2023 se cumplen 20 años de un hito determinante en la historia de nuestra Universidad que vale la pena rememorar a la luz de la proyección futura de Icesi. Y que creo que esta reflexión también les puede dar a ustedes, queridos graduandos, elementos de valor ahora que comienzan a encarar la realidad profesional en un mundo cambiante, o lo vuelven a hacer con renovadas perspectivas y competencias.
En 1978, un grupo de empresarios vallecaucanos fundó Icesi como Escuela de Gerencia: en un espacio alquilado, 45 estudiantes iniciaron la primera promoción de Administración. Desde entonces nuestro crecimiento ha sido vertiginoso. Para 1982, cuando la institución se instaló en su primera sede propia de la avenida Guadalupe, ya contaba con 300 estudiantes, y en 1988, cuando se trasladó aquí, a la sede de Pance, los estudiantes de la Universidad ascendían a 1.500. Por ese entonces la Universidad contaba con dos programas de pregrado y una incipiente oferta de posgrados relacionados con el mundo de los negocios.
A partir de 1996, con la llegada del anterior rector, Icesi avanza hacia el desarrollo de nuevas áreas del conocimiento y a otras actividades, propias de las instituciones de educación superior, como la investigación y la proyección social. Y aunque los seis programas de pregrado y la oferta de posgrado de entonces seguía respondiendo principalmente a las demandas empresariales, se llevó a cabo una reforma humanista del proyecto pedagógico y se creó una decanatura de humanidades. Para 2001, Icesi acogía cerca de 2.300 estudiantes en 9 programas de pregrado, 16 especializaciones y una maestría.
Hace ya 20 años, en 2003, se produce el hito que anuncié al comienzo. El Consejo Superior aprobó el plan de convertir a Icesi en una universidad en el sentido pleno de la palabra. Así, en 2005 se fundan los programas de pregrado en ciencias sociales y psicología y posteriormente se incorporan programas en ciencias naturales, medicina, educación y música, entre otros, hasta llegar a los 29 que tenemos hoy. Al mismo tiempo, y en consonancia con la multiplicación de las capacidades académicas, se multiplica la oferta de posgrados. Hoy tenemos más de 80 posgrados activos.
Todo esto implicó un esfuerzo monumental de diseño de programas y currículos, atracción y cualificación de profesores, construcción y dotación de infraestructura, y planificación, implementación y gestión de una organización que crecía de manera acelerada, superando los 7.000 estudiantes en 2016. Este crecimiento se acompañó, por supuesto, con una robusta expansión de los servicios de bienestar estudiantil.
Pero la universidad no solo amplió sus áreas de formación y enriqueció su experiencia universitaria. Su volumen de producción intelectual también creció exponencialmente. En la primera década de este siglo la Universidad publicó 40 artículos académicos en revistas de reconocimiento internacional y para la siguiente década este número llegó a los 1.149 artículos: casi 30 veces más. En los primeros tres años de esta década ya se han publicado cerca de 900 artículos. El creciente impacto internacional de la investigación de Icesi fue el factor diferencial para que el último ranking mundial de la firma inglesa Times Higher Education, nos ubicara como la universidad #1 de Colombia y una de las 10 primeras de América Latina.
Para lograr este salto enorme en producción de conocimiento fue fundamental cualificar profesores y atraer académicos destacados. De contar con 15 profesores con doctorado en 2005, la universidad hoy cuenta con más de 110. La cualificación de su planta profesoral le permitió a Icesi, además, agrupar capacidades en centros de investigación, innovación y consultoría para suplir las demandas cambiantes y diferenciadas de la sociedad y las organizaciones. Hoy la universidad cuenta con cerca de 20 centros que prestan servicios a empresas, fundaciones, gobiernos, comunidades, instituciones educativas y otras organizaciones, a la vez que generan conocimiento relevante para informar el debate cívico, la política pública y el desarrollo empresarial.
Otro hito central de esta segunda gran etapa en la vida de Icesi ha sido su extraordinario avance en materia de inclusión. Desde que en 2006 lanzó las becas ICESOS, apalancadas en créditos de ICETEX, la universidad ha estado a la vanguardia en este frente entre las universidades de alta calidad en Colombia. En el año 2005 solo un 7% del total del estudiantado de pregrado, 175 estudiantes, vivían en estrato 1 y 2. En los últimos años más de 2000 estudiantes, cerca del 40% de la población, se ubica en estos estratos. Jóvenes talentosos y comprometidos los hay en todas partes; ICESI les ha permitido a miles de ellos la oportunidad de florecer y brillar.
Con el generoso apoyo de empresas e individuos donantes y el exitoso uso de los programas de subsidio a la demanda del Gobierno Nacional, complementados con ingentes esfuerzos propios, Icesi hoy cumple con creces el ideal de la universidad de excelencia, diversa y ‘pluriclasista’ que pregonan las voces más calificadas en educación superior.
El cimiento fundamental de la transformación de los últimos 20 años fue el innovador Proyecto Educativo Institucional, o PEI, que se convirtió en el núcleo del ADN que hace singular a Icesi.
Este modelo educativo integral, original y potente, que consulta nuestra realidad y las mejores prácticas internacionales en materia de pedagogía, didáctica y aprendizaje, junto al compromiso y pasión de profesores y estudiantes, ha ubicado a Icesi en los últimos 10 años entre las 5 mejores universidades de Colombia, y la mejor fuera de Bogotá, según resultados de sus estudiantes en las pruebas de Estado Saber Pro. Aún más, un estudio reciente de la Universidad del Norte de Barranquilla, destaca que, entre las universidades de más alta calidad del país, es Icesi la que más avances logra en las competencias y capacidades básicas de los estudiantes, la que más valor les aporta.
Otro elemento constitutivo del ADN de Icesi es su origen empresarial y su estrecha relación con cada vez más, y más diversas, organizaciones. De ahí proviene el énfasis, incorporado en el PEI, que hacemos en preparar a los estudiantes para el éxito profesional. En Icesi la práctica laboral es obligatoria en todas las carreras y nuestro Centro de Desarrollo Profesional (CEDEP), que acompaña a los estudiantes en su tránsito al mundo del trabajo, es referente nacional. Este esfuerzo deliberado por garantizar la plenitud profesional de nuestros graduados se traduce en que el Observatorio Laboral del Ministerio de Educación los ubica como los de mejores salarios, con diferencia, entre las universidades del suroccidente colombiano y al nivel de las mejores universidades de Bogotá.
Hoy podemos decir con mucho orgullo y profundo reconocimiento a directivos, profesores, colaboradores, estudiantes, y por supuesto a graduandos como ustedes, que en los últimos tiempos impulsaron a Icesi a otro nivel, que se cumplió con creces la visión planteada en el más reciente plan estratégico institucional, que decía: “En el año 2022, la Universidad Icesi será reconocida por la sociedad colombiana, las organizaciones nacionales y pares académicos de prestigio internacional, por la excelente formación de sus egresados, por la creciente visibilidad de sus resultados de investigación y por el impacto positivo de su interacción con la región y con el país”.
Nuestro desafío como organización y como comunidad Icesi es ahora conducir esta entrañable institución, que en tantos frentes aporta valor a nuestra región y al país, a su siguiente estadio de desarrollo.
Es una verdad de Perogrullo que la única constante es el cambio; pero quizás sí podemos decir, sin caer en obviedades, que en muchos ámbitos, incluido el de la educación superior, este nunca se había sucedido tan rápido. Y, hay que decirlo, las universidades han sido grandes generadoras de conocimiento e impulsoras de la innovación hacia afuera, pero de puertas para dentro han sido en general conservadoras y no han afrontado competencia verdaderamente disruptiva.
Hoy, en cambio, enfrentan una avalancha de nuevos entrantes al sector, desde “start-ups” de EdTech y grandes empresas tecnológicas y de servicios con oferta educativa, hasta universidades, de todas las calidades, que se expanden fuera de su mercado local y nacional por vía virtual. Al mismo tiempo, el futuro del trabajo se antoja más incierto que nunca y, por ende, se cuestiona con mayor estridencia la pertinencia de la educación universitaria tradicional. Además, en gran parte del planeta, incluida América Latina, se vive una transición demográfica que implica que la proporción de jóvenes en la población comienza a disminuir, a la vez que su preferencia por trayectorias diferentes a las de graduarse de profesional pareciera aumentar. Todo esto por no hablar de la conmoción que causó en las últimas semanas en el ámbito universitario la incursión de ChatGPT, chatbot con inteligencia artificial, y el modo en que este instala la pregunta sobre qué debemos enseñar y aprender en las Universidades.
En Colombia, y en especial para las universidades de gestión privada sin ánimo de lucro, estos desafíos son exacerbados por la ausencia en este nuevo gobierno de políticas en favor del subsidio a la demanda, que consulten la realidad financiera de nuestras instituciones. Favorecer la libertad de los estudiantes de escasos recursos, para que elijan la universidad y el programa que desean, no puede hacerse desplazando todo el esfuerzo financiero a las universidades; o por lo menos no puede hacerse sin deteriorar seriamente su calidad. Por eso hemos polemizado con políticas como las de alzas de matrículas o el desplazamiento de parte de los intereses de los créditos Icetex a las instituciones de educación superior.
Por otro lado, tenemos la esperanza puesta en el plan de ampliación de cupos, en el que las universidades de calidad de gestión privada, pueden desempeñar un papel protagónico. Saludamos en este sentido iniciativas como el crédito contingente al ingreso, que ya está piloteando el Icetex, y la mesa de trabajo propuesta por el MEN para construir la propuesta de trabajo conjunto. Sin embargo, mientras estas iniciativas se consolidan, apuestas como las de Icesi, incluyentes y de alta calidad, se ven amenazadas.
Este es un panorama difícil, es cierto, pero tenemos buenas razones para ser optimistas. La más importante es la capacidad institucional de Icesi para el cambio y la innovación. La historia que he reseñado brevemente da cuenta de una Universidad de vanguardia y calidad, competente para reinventarse con pertinencia y originalidad. Hoy necesitamos estas cualidades más que nunca. Es necesario fortalecer lo que tenemos, dar los giros que nos exige el futuro y responder responsablemente a las búsquedas y necesidades de formación de las nuevas generaciones.
Estoy convencido de que nuestra sociedad nunca ha necesitado más lo que le entrega y puede entregarle Icesi, y que la universidad lo tiene todo para seguir creciendo y aumentar su impacto. Hay necesidades de las personas, las organizaciones y la sociedad que permanecen, y que empatan estrechamente con las capacidades de Icesi y las cualidades del Proyecto Educativo Institucional actual: el valor de saber aprender (y desaprender), nunca mayor que en un mundo voluble; el anhelo por una vida profesional plena; el imperativo de incorporar conocimiento de punta a los procesos, productos y servicios de empresas y organizaciones; la convicción de que la experiencia universitaria debe transformar y mejorar lo que los jóvenes son, piensan y hacen.
Por otro lado, el contexto ya descrito nos propone nuevos desafíos que, en conversaciones estratégicas internas, nos hemos propuesto enfrentar con responsabilidad, imaginación y creatividad. Quisiera terminar describiendo a grandes rasgos tres propuestas que orientarán este, que esperamos sea un nuevo hito estratégico en el desarrollo de nuestra Universidad.
Primero, creemos que la Universidad debe pensarse cada vez más como una plataforma: un lugar para la interconexión entre actores diversos en torno al conocimiento. Tradicionalmente las universidades mejoran de manera indirecta las capacidades de las organizaciones al formar a las personas que trabajan en ellas. Una Universidad imaginada como plataforma se convierte, en cambio, en un escenario que conecta y potencia la capacidad de las personas, las organizaciones y las empresas y anima la transformación de las unas y las otras. En este sentido muchas de las cosas que hacemos en formación, consultoría, prácticas profesionales e investigación ocurrirán y serán transformadas por las sinergias que se dan entre organizaciones, empresas y personas. Una universidad como plataforma amplía el número de actores, relaciones, lugares de aprendizaje y modos de producción de conocimiento.
En segundo lugar, y en directa conexión con lo anterior, es importante que repensemos el trabajo que hacemos en investigación. Es necesario que la Universidad responda más decididamente a las necesidades sociales, empresariales y organizacionales del entorno inmediato, que construya conocimiento con otros actores del contexto y que ese conocimiento transforme positivamente la realidad que estudia y las capacidades, creencias y valores de quienes participan de esa construcción: estudiantes, profesores y organizaciones. Al mismo tiempo, tenemos que mantenernos vigentes y activos con ese conocimiento en las redes científicas globales y poner a dialogar lo que producimos internamente con el saber de punta.
Por último, el cambio nos convoca a una expansión de lo que mejor sabemos hacer como universidad, que es educar personas. Pero esas personas están cambiando; sus anhelos, expectativas y necesidades son otras; y también la sociedad espera de ellas cosas diferentes. Estamos educando personas para un futuro que no podemos prever y, al mismo tiempo, cada vez más personas de distintas edades y por distintas razones, van a necesitar cualificarse con la calidad que solo una universidad como Icesi puede dar.
Es nuestro propósito que la experiencia universitaria, el campus y el proyecto educativo institucional se expandan a otros momentos del ciclo vital y acompañen las vocaciones y las necesidades de formación a lo largo de la vida. También que se flexibilicen las rutas formativas para dar más cabida a la exploración y el autoconocimiento. Todo esto representa un reto inédito para nuestra Universidad: hemos sometido a discusión la idea de qué aprendemos, cómo aprendemos, dónde aprendemos, cuándo aprendemos y con ello hemos agitado la estructura tradicional de los aprendizajes, hecha hasta el momento de salones, profesores y estudiantes, carreras y profesiones. Hoy podemos decir que, aunque no sabemos cuáles serán los requisitos laborales del futuro (nadie lo sabe), sabemos cuáles son y cómo se adquieren las competencias que les van a permitir a nuestros estudiantes llevar una vida productiva, plena y exitosa en él.
Icesi históricamente se ha comprometido con dos grandes propósitos formativos. Hemos apostado por formar profesionales exitosos: útiles a la sociedad y líderes en su profesión y en las organizaciones a las que se vinculan. Pero también hemos querido que el paso por la universidad signifique un ensanchamiento de su capacidad de experimentar la verdad, la belleza, la justicia y la bondad y una oportunidad para descubrir lo que les apasiona, construir relaciones significativas y propósitos de vida valiosos. Son estos los objetivos que animaron la formación de quienes hoy se gradúan y son los mismos que inspiran y nos hacen ver con entusiasmo el giro estratégico que estamos dando.
Ahora, para complementar estas reflexiones sobre el futuro de la educación superior y de ICESI, y para dejarles a ustedes, graduandos, un mensaje de futuro y esperanza, los dejo con nuestra querida profesora, Aurora Vergara, quien encarna como pocas personas, lo mejor de ICESI y las posibilidades de Colombia.
Aurora nació en la ciudad de Cali, pero se crió en Itsmina, Chocó. Allí llegó a los 4 años con su hermano y su madre tras la desaparición de su padre cuando éste era empleado de teléfonos de Emcali. Debido a la falta de oportunidades que había en Istmina para estudiar, Aurora pensó en ingresar a un convento, pero su madre no se lo permitió. En el 2003 ganó el premio Andrés Bello en historia, lo que le permitió trasladarse a Cali e ingresar a la Universidad del Valle a estudiar Sociología. A pesar de las dificultades económicas y de tener que trabajar en varios oficios como el servicio doméstico para pagar su sostenimiento, pudo completar sus estudios. Uno de sus profesores, quien reconoció sus capacidades académicas, la incentivó y ayudó a aplicar a una beca en la Universidad de Massachusetts en Amherst, donde obtuvo una maestría y un doctorado. Más adelante realizó un posdoctorado en la Universidad de Harvard.
Aurora, Viceministra, bienvenida nuevamente a su casa.
Boletín de prensa # 041
Santiago de Cali, 26 de febrero de 2022
Muy buenas tardes y bienvenidos a nuestra universidad.
Saludo a los miembros de la mesa principal, al Presidente de la Junta Directiva y gran mecenas de esta universidad, Francisco Barberi, a la Dra. Marcela Granados, miembro de nuestra Junta y representante de nuestro gran aliado, la Fundación Valle del Lili, a Gustavo Adolfo Carvajal, también miembro de nuestra Junta Directiva y cuya esposa, Juanita Cabal, se gradúa hoy de Antropóloga, y a todos los miembros de la Junta y del Consejo Superior, algunos de quienes nos acompañan hoy y que durante estos años han contribuido tanto a hacer posible el sueño de esta universidad incluyente, innovadora y de excepcional calidad que es orgullo de nuestra región.
Quiero saludar también muy especialmente a Mauricio García Villegas, nuestro invitado de honor y uno de los intelectuales más importantes que tiene hoy nuestro país. Sus últimos libros, “El País de las Emociones Tristes”, y “La Quinta Puerta”, del que es co-editor, son fundamentales para el entendimiento de los problemas centrales de Colombia.
Saludo también a los demás invitados especiales, a todo el equipo de la Universidad Icesi al que me honra mucho haberme integrado hace unos meses, a los miembros del Consejo Estudiantil, a mi amada esposa, Lina, y, por supuesto, a los graduandos y a sus familiares y seres queridos quienes han depositado su confianza en la universidad en estos años.
Antes de iniciar mi intervención quiero pedirles a todos los aquí presentes un minuto de silencio en honor a Angie Valentina Córdoba Pinzón, quien hoy se graduaría como Ingeniera de Sistemas, trágicamente fallecida hace pocos días en un accidente de tránsito. Angie era una estudiante destacada, beneficiaria del programa Ser Pilo Paga y becaria Icesi; acababa de terminar exitosamente su práctica como ingeniera de software en Perficient y representó a la Universidad en el equipo de ajedrez en varias oportunidades. A sus familiares y amigos, nuestras más sentidas condolencias y toda nuestra solidaridad.
Minuto de Silencio
Para mí, es un gran orgullo y honor presidir hoy por primera vez esta significativa ceremonia, y que podamos volvernos a encontrar en la universidad tras un período de pandemia que nos impactó a todos.
Quiero iniciar felicitando muy especialmente a los 783 graduandos y a sus padres, cónyuges, familiares y amigos. Estamos seguros que las capacidades, destrezas, disposiciones y relaciones que han desarrollado en estos años en la universidad les abrirán puertas, les harán la vida más rica, libre y productiva, y les permitirán tener un impacto positivo en nuestra sociedad en una gran variedad de ámbitos.
Hoy nos es sumamente grato entregar 644 títulos de pregrado (38 estudiantes se gradúan de dos programas) y 177 títulos de posgrado.
En el pregrado, quiero destacar especialmente que hoy se gradúa nuestra primera generación de músicos; y la primera de la ciudad y la región con énfasis en producción musical. Cali y nuestra región son potencia en talento musical; pero nos ha faltado desarrollar capacidades en producción y comercialización para construir una verdadera industria que genere mayores ingresos a los artistas, así como mayor inclusión y prosperidad en toda la cadena de creación y producción.
En Icesi estamos comprometidos con contribuir a esa transformación y los músicos que graduamos hoy, así como los 241 estudiantes que tenemos matriculados en el programa, van ser la punta de lanza de ese cambio. Nuestros graduandos y estudiantes, además, cuentan con perspectiva internacional—clave en las industrias creativas de hoy—pues tenemos convenios con la Escuela Superior de Música de Cataluña, el Liceu de Barcelona y Loyola University en Nueva Orleans, entre otros, y algunos de los graduandos hicieron su práctica en el exterior.
También me complace anunciar que hemos puesto al servicio de la comunidad el talento de nuestros profesores y estudiantes y nuestra infraestructura y equipos, con el lanzamiento del “Centro de Producción Creativa 312”; un centro de producción musical y audiovisual académica y comercial dotado de 3 estudios de grabación de talla mundial y muchos otros espacios clave para la creación y producción de proyectos musicales y audiovisuales.
De los graduandos de pregrado, destaco especialmente los 137 títulos que se confieren con honores a 131 estudiantes: 1 con los máximos honores (summa cum laude), 38 con altos honores (magna cum laude) y 98 con honores (cum laude). 12 estudiantes lograron títulos con honores en 2 programas simultáneamente y un total de 38 se titulan en dos carreras.
Les pido un caluroso aplauso para nuestros 738 graduandos de pregrado y posgrados y para sus padres, cónyuges, familiares, profesores y todos quienes los acompañaron en este formidable logro. Todos ellos son testimonio de la educación universal, de alta calidad e incluyente que constituye la apuesta central de Icesi y su mayor aporte a nuestra comunidad y sociedad.
Hablando de educación más allá de la universidad y comenzado a hacer la transición hacia la ponencia central de esta tarde, en las últimas semanas ha sido noticia el marcado retroceso en los resultados de aprendizaje de los estudiantes colombianos—medidos con las pruebas Saber del ICFES—, en razón a los cierres de instituciones educativas precipitados por el Covid-19.
Aunque muy preocupante—sobre todo porque la afectación es más aguda entre los más pobres—, como se pone de relieve en La Quinta Puerta, libro editado por los profesores Juan Camilo Cárdenas, Leopoldo Fergusson y Mauricio García Villegas, nuestro orador principal esta tarde, la ‘pandemia’ de mala calidad y desigualdad en la educación en Colombia es centenaria.
En el concepto de estos investigadores y sus co-autores, en nuestro país se configura un apartheid educativo: “una educación segregada que reproduce las clases sociales y la desconfianza que existe entre ellas”. Los dos años de pandemia han exacerbado esta crisis.
Para fundamentar sus análisis y recomendaciones, los autores parten de un recuento histórico de las luchas por la educación en Colombia. La primera, que duró desde los albores de la República hasta mediados del siglo pasado, fue entre las élites conservadoras, aliadas con la Iglesia Católica, y las élites liberales. Esta contienda “ideológico-religiosa”, que incluso desencadenó guerras civiles, lamentablemente la perdieron los liberales y la educación.
Colombia, a diferencia de países como los Estados Unidos y la Argentina, perdió más de 100 años en la implementación de un sistema educativo público, laico y de amplia cobertura. Los costos sociales y económicos de este fracaso son inconmensurables.
Los autores relatan también como, cuando finalmente el establecimiento político se ponía de acuerdo sobre la transcendencia de la educación pública laica a mediados del siglo pasado, inició un segundo ciclo de disputas “político-ideológicas”, esta vez entre los gobiernos y élites, de un lado, y los maestros y estudiantes, aupados por la revolución cubana y las revueltas estudiantiles de 1968 en Europa y EE.UU., del otro.
Esta lucha, aún vigente y tan patente en los últimos años de protestas y paros, en palabras de los autores: “incubó nuevas desconfianzas, alteró gravemente los calendarios educativos a causa de los paros y las protestas, propició la migración de las élites hacia la educación privada y, en general, entorpeció la construcción de un proyecto educativo público amplio, gratuito y de calidad”.
Para los autores, el que los ciudadanos más ricos e influyentes hayan desertado del sistema público constituye un elemento crítico, pues al “reducir la presión sobre el Estado para que mejore su oferta … dado que [ellos] resolvieron ya el problema privadamente”, sume a la educación pública en un círculo vicioso hacia la degradación de la calidad.
Las siguientes cifras (de antes de pandemia) del Observatorio de Realidades Educativas (ORE) de Icesi sintetizan la enormidad del problema. De 1,09 millones de niños que iniciaron 1er grado en 2009, solo 493 mil (45%) terminaron 11 en 2019; y de éstos únicamente 212 mil (19% de la cohorte total) lograron niveles mínimos aceptables en lectura y matemáticas. Si se incluyen otras competencias clave, en ciencias naturales y las sociales/ciudadanas, solo 89 mil jóvenes (8%) las obtuvieron adecuadamente. Menos de uno de cada doce niños que inician primero de primaria en Colombia salen con un buen bachillerato, y éstos son, casi invariablemente, del decil más rico de la población.
Si a esto sumamos las deficiencias en cobertura y, sobre todo, calidad en educación superior, el problema de desigualdad se sigue agravando a medida que los estudiantes crecen. De quienes terminan la educación media, solo un 40% acceden inmediatamente a la educación superior, y de los que se gradúan de ella, solo un 25% logran adecuadamente las competencias clave. Nuevamente, provienen generalmente de las capas más ricas de la población.
A este tenebroso panorama en lo académico, los autores agregan el hecho de que la segregación social en la educación genera brechas enormes en otras capacidades y activos—notablemente culturales, sociales/relacionales y simbólicos—que coartan oportunidades a la inmensa mayoría de los jóvenes en una sociedad tan jerarquizada como la colombiana, y que contribuyen a profundizar su desigualdad.
Al no permitir espacios donde se mezclen y convivan las clases, no solo no hay transferencia de estos “Activos Sociales Inmateriales”—como la forma de hablar de las clases más privilegiadas, que puede ser clave para acceder a ciertos trabajos—, lo cual agudiza las diferencias de clases y la desigualdad, sino que los jóvenes colombianos nunca se conocen, o solo se conocen entre similares, acentuando la desconfianza imperante en Colombia.
Todo esto constituye una enorme tragedia social y económica, y no solo para la inmensa mayoría de jóvenes que ven coartadas sus oportunidades por un sistema educativo que les falla gravemente. Lo es para todos, porque no logramos aprovechar debidamente el talento de millones de personas, y desperdiciamos la posibilidad de ser una sociedad mucho más productiva, rica, feliz y armónica.
La apuesta de Icesi por la educación incluyente, ‘pluriclasista’ y de alta calidad, que pregonan los autores del libro, es excepcional en nuestro país. Hoy, el estrato más representado en nuestro pregrado es el 2; casi el 40% de nuestros estudiantes provienen de los estratos 1 y 2 y casi 60% de éstos estratos más el 3. Ninguna otra universidad privada de alta calidad en Colombia es así de incluyente. La que más se acerca es la Universidad del Norte en Barranquilla,
Pero a diferencia de universidades públicas de alta calidad como la Universidad Nacional, Icesi tiene un contingente importante de estudiantes de ingresos medio-altos y altos, permitiendo el contacto y la ‘mezcla’ de clases que los autores consideran fundamental para reducir barreras y mejorar la convivencia social, a la vez que se enriquece la educación y experiencia de todos por su exposición a personas de diferentes orígenes que encarnan la realidad colombiana.
Si no resolvemos este descomunal desafío, garantizando educación universal, de calidad y ‘pluriclasista’, que equilibre las oportunidades y cohesione a los colombianos, seguiremos empantanados. Para ver luces al final de este túnel, les recomiendo el libro de nuestro invitado de honor de hoy y sus coautores quienes tratan el tema con mucha más ductilidad y conocimiento que yo.
***
Es hora entonces de dar la bienvenida a nuestro orador principal. Mauricio García-Villegas es doctor en Ciencia Política de la Universidad Católica de Lovaina en Bélgica y doctor honoris causa de la Escuela Normal Superior de Cachan en Francia. Actualmente se desempeña como profesor del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (IEPRI) de la Universidad Nacional de Colombia, como investigador de Dejusticia y como columnista del periódico El Espectador.
Es profesor afiliado al Instituto de Estudios Legales de la Universidad de Wisconsin y al Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Grenoble. Entre sus publicaciones más recientes están: Normas de Papel (2009), La eficacia simbólica del derecho (2014), El derecho al Estado (con J. R. Espinosa, 2013), Les pouvoirs du droit (2015), El orden de la libertad (2017), The Powers of Law (2018), El País de las Emociones Tristes (2020) y La Quinta Puerta (con Juan Camilo Cárdenas y Leopoldo Fergusson, 2021).
¡Bienvenido Mauricio! Es un gran placer y honor tenerte con nosotros y poder escucharte esta tarde.
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