Boletín de Prensa #067

TITI verde

Prólogo

María Cristina Navia Klemperer

Soy Titi Navia, pero mi nombre de bautizo es María Cristina, nombre con el que firmo los documentos oficiales y legales. Titi es ese nombre que la primera que lo dijo fue mi mamá cuando nací y hoy es con el que todos me llaman y lo adoro. Estudié Licenciatura en Literatura, luego una Especialización en Valores y una Maestría en Investigación y docencia. Siempre he trabajado en Educación buscando procesos para que los muchachos sean felices mientras estudian y viven la vida de la Universidad. Soy la Secretaria General de la Universidad y la Directora de Bienestar Universitario.

Amo leer, tejer, hacer jardinería, amo ver y fotografiar pájaros. Soy feliz estando en mi casa oyendo música, rodeada de mis perros También soy feliz en el mar y en el monte. Soy una mujer feliz y agradecida con la vida, con Dios, con mi hijo, esposo y familia de sangre y de adopción, como Icesi.

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Siempre supe que mi anhelo –o vocación o deseo– era estar con los demás y aprender de ellos, crecer con ellos y ayudarlos a crecer. En esta búsqueda de cómo quería vivir toda mi vida comencé a pensar en las ciencias sociales más como un estilo de vida que como un oficio. Sí, me gustaba leer y mucho, gusto que aprendí de mis padres, especialmente de mi mamá, y pensé que ésta podría ser el inicio para una buena elec- ción de mi carrera profesional.

Hoy, después de muchos años, siento que no me equivoqué, que mi elección fue correcta y que he vivido haciendo lo que me gusta y lo que quiero. Este sentimiento me llevó hasta hoy a ser incondicional frente a las necesidades de los muchachos, de mis compañeros de trabajo y, en general, de las necesidades de Icesi en las que puedo ser útil.

¿Cuándo llegué a Icesi? No tengo la fecha exacta. En esa época se llamaba Instituto Colombiano de Estudios Superiores de Incolda, Icesi, y mi función fue colaborar con la elaboración de un programa de postgrado en Tributaria. ¿Qué sabía de Tributaria?, nada, pero en ese momento el Vicerrector consideró que yo podía armar todo el gran paquete que se debía entregar al Ministerio de Educación para la aprobación de este programa. Ese libro, que siempre o por mucho tiempo llamaríamos “el libro gordo de Petete”, se debió armar cada vez que pensábamos en abrir un programa nuevo.

Con alegría acepté esa solicitud y aprendí mucho en esos momentos. Era todo el protocolo del papeleo ante el Ministerio, porque de Tributaria sí creo que no aprendí mucho. Acepté porque no demandaba una dedica- ción de tiempo completo, yo no estaba lista para dedicar todo el día a un trabajo, tenía mi hijo muy pequeño y no lo quería dejar. También acepté porque Icesi ya tenía nombre. Me gustaba su espíritu, el trato personal que se vivía en sus instalaciones, una gran casa en la Avenida Guadalupe en donde reinaba el compañerismo y la colaboración.

Así comenzó mi historia en Instituto Colombiano de Estudios Superiores de Incolda. Una vez se presentó el programa ante el Ministerio, tanto Alfonso Ocampo, rector, como Franklyn Maiguahsca, vicerrector, respectivamente de esa época, me invitaron a trabajar formalmente. Eso significó que iba a tener funciones y responsabilidades, con horario y dedicación de tiempo completo. Hoy que escribo esta mi historia pienso tal vez que fue una estrategia para que yo me enamorara de la universidad, y ¡sí que lo lograron!

Acepté un cargo que creamos con el nombre de Relaciones Universitarias. Ese fue el objetivo de esa oficina, construir redes de comunicación entre todos los estamentos. Fue en el año 1987 cuando hice parte de la nómi- na. Me sentía feliz con la ansiedad de lograr todo lo que nos habíamos propuesto. Era en la sede de la Avenida Guadalupe, una casa en la que junto a la hija de sus antiguos dueños había compartido muchas veces. Era mi gran amiga y compañera del colegio, era un lugar familiar para mí con muy buenos recuerdos.

Atrás, en el patio, al fondo, construyeron unas oficinas prefabricadas que llamamos Resurgir. Ahí estábamos y podíamos ver a todos los estudiantes, profesores y colaboradores con sólo pararnos en la puerta. Todos nos saludábamos, conocíamos el nombre de todos o casi todos los estudiantes y algo más de su vida familiar. Pasaron unos años y se compró otra casa, como a tres viviendas de distancia. Esa fue la segunda sede. Había que caminar más, no mucho, pero para ver a todos tocaba salir de la sede principal. En ese momento sentí que estábamos creciendo y que íbamos a ser muy grandes. Se sentía el rigor académico en cada clase, en cada materia, los estudiantes eran muchachos felices que amaban su institución. Hacían parte de todo lo que organizábamos, apoyaban todos nuestros proyectos con gran alegría y entusiasmo.

Yo estaba feliz. Llegaba con ilusión todas las mañanas, mi familia organizada y yo cumpliendo con lo que siempre he llamado mi misión, apoyada en lo que había estudiado, Licenciatura en Literatura, tal vez siguiendo el ejemplo de mi madre que fue educadora y con la que obtuve mi primer trabajo serio. Sentía, siento y seguiré sintiendo que esto es mi vocación, siento que tengo la misión de ayudar a otros, eso me hace feliz.

Casi sin darme cuenta de que pasaron cinco años, llegaron los primeros grados de la Universidad Icesi. Como oficina de Relaciones Universitarias apoyaba toda la organización de la ceremonia. Los diplomas y el registro se hacían desde la oficina de la Secretaría General. La ceremonia se celebró en la Sala Beethoven, en el centro de Cali. Tuvimos que hacer un trasteo completo de escenario, mesas, sillas, atriles, en fin, todo lo que pudiéramos necesitar, porque no había margen de error. Si se nos olvidaba algo, pues teníamos que improvisar. Afortunadamente todo salió como se había planeado. Grados pequeños con muy pocos estudiantes. ¡Qué alegría tan grande ver a esos jóvenes profesionales orgullosos de salir egresados!

En 1989 nos trasladamos a Pance, sede que muchos vimos desde que era sólo un lote y poco a poco se llenó de inmensas columnas de concreto. Eso fue lo que veíamos cuando hacíamos las visitas, se fue convirtiendo en el edificio central, al que se entraba por la gran plaza, la Plaza del Samán. Hablemos del Samán, ese majestuoso árbol, ese majestuoso Samán llegó a Icesi y parecía un chamizo, sin hojas, solamente tenía un tímido tronco y unas raquíticas hojas, eso sí soportado en un cespedón de tierra, amarrado para poder sembrarlo sin que sus raíces se dañaran.

Ese Samán hizo historia. Una vez crecido a alguien se le ocurrió que de- bería podarse y así se hizo. Nunca vi al rector Alfonso Ocampo tan, pero tan, disgustado. Era tanta su molestia, que él, quien nunca dijo una mala palabra, gritó: “¡carajo!”. Fue tal el asombro de su secretaria que me llamó para que subiera a su oficina y tratara de calmarlo. Afortunadamente lo logré y desafortunadamente no puedo escribir la palabra que le dije en ese momento, con el lógico regaño que siempre recibía por utilizarla.

En esa Plaza, con el marco hermoso del árbol ya grande, la armamos con un escenario en el que hicimos tal vez de las ceremonias más sig- nificativa que ha tenido Icesi. Celebramos algunos de los grados y el Grado Honoris Causa que se le otorgó al expresidente de la República Carlos Lleras Restrepo. Lleras vino convaleciente de una afección que le impidió subir gradas, así que la sala de recibo fue mi oficina, ubicada en el primer piso del edificio Central, alrededor de las Plaza del Samán. Tuve el honor de ayudarlo a vestirse con el traje académico y una vez listo me dice: “Quiero verme en un espejo”. Por mi mente sólo pasó un largo ¿quééé, un espejo? No tenía ni siquiera un espejo de cartera y, en ese momento, se me ocurrió descolgar de la pared un gran cuadro. El expresidente se pudo mirar en el reflejo del vidrio. Nunca pensé que a un hombre tan importante le interesaría saber cómo lucía con traje a académico. Gran aprendizaje para mí.

En esa plaza Mayor pasaba prácticamente toda la vida de la Icesi. Una semana antes de los grados se ofrecía un vino de honor en homenaje a los graduandos y sus familias, siempre acompañados con un fondo musical. Momentos lindos, cercanos, donde volvíamos a estar con los muchachos y sus familias. Pero además de ceremonias tan imponentes como los grados, la Plaza Mayor nos servía de escenario para exposiciones de arte a la que invitábamos a pintores de la región por tres o cuatro días y hacíamos una feria abierta al público: nuestra intención era acercar a la comunidad universitaria a apreciar el arte, poder compartir con los artistas y aprender de ellos.

También la Plaza Mayor nos sirvió para celebrar, cada semestre, la Semana Universitaria. Montábamos una gran tarima donde, además de artistas externos invitados, estudiantes y compañeros de trabajo hacíamos parte del espectáculo. Durante muchos años mi oficina la formamos mi querida y recordada secretaria, Esther Julia, y el entonces director de Deportes. Como lográbamos cumplir con toda nuestra programación, además de atender estudiantes para asuntos académicos, emocionales, familiares, económicos, éramos y somos una oficina creada para los estudiantes, para apoyar su desarrollo.

Como Directora de la oficina asistía a reuniones convocadas por la Aso- ciación Colombiana de Universidades, Ascun, para trabajar temas como Bienestar Universitario, Proyección Social, Educación Continua. Tengo cuadernos diferentes por cada reunión, con el propósito de no mezclar los temas y los asistentes. Así aprendimos a ser en Icesi: siempre hemos tenido varias funciones y cargos, es nuestra cultura y lo aceptamos y vivimos con entusiasmo.

Recuerdo que tuve a mi cargo la enfermería. Ni siquiera tenía un espacio asignado: en caso de necesidad utilizábamos mi oficina y la camilla era una mesa larga en la que hacíamos las reuniones. Un día, bajo un momento de reflexión y de responsabilidad, dije que necesitábamos una enfermería de verdad, atendida por profesionales, y no una mamá haciendo las veces de auxiliar de enfermería. Mi solicitud tuvo respuesta casi inmediata y se creó la enfermería en un espacio cerca de mi oficina, pero ya no era yo quien la atendía, aunque siempre me llamaban como apoyo emocional –gesto que agradecía y aún hoy, en la actual y profesional enfermería, lo siguen haciendo y también lo agradezco; lo tomo como un reconocimiento al aporte en la construcción de un ambiente universitario–.

Todos somos BU

A finales de los años 90 pasamos de llamarnos oficina de Bienestar Universitario. Las funciones se aumentaron: somos el bienestar institu- cional, que atendemos a toda la comunidad universitaria (colaboradores, profesores, estudiantes y, muchas veces, padres y madres de familia). Desde aquel entonces siento que crecemos cada vez más y con pasos más firmes. Hoy, nos apoyamos en los padres de familia para ayudar a que un estudiante logre superar una crisis, tenemos directores para cada área de deporte, de desarrollo humano y de cultura.

Bienestar Universitario ofrecía una materia que se llamó Taller Formativo Integral, TFI, apoyada por profesores de distintas disciplinas, como arte, música, teatro, desarrollo humano y deporte. Era una materia obliga- toria en la que los estudiantes debían participar, todo el semestre, en talleres. Esta materia tenía calificación y hacía parte de la matrícula. A los muchachos les gustaba y participaban con alegría, eran momentos de mucho aprendizaje en campos distintos a la academia.

A medida que pasó el tiempo se fueron conformando diferentes grupos musicales, deportivos y de participación estudiantil. Nuestro primer cuarto de música, donde los muchachos recibían las clases y practicaban con los distintos instrumentos y grupos, fue un salón de menos de cuatro metros cuadrados y era tan fuerte el espíritu y el sentido de pertenencia de los estudiantes que cabían y gozaban en estos espacios. Paralelamente se for- maron los grupos de danzas que debía ensayar en la Plaza del Samán o en la subida a la escalera de la rectoría y por la noche, porque en horas hábiles la música, que algunos llamaban ruido, no interfería las clases. Sentimos que habíamos encontrado el lugar y horario ideales, sin perturbar a nadie. Pero, no, no fue así. Después de las 10:00 p.m., cuando iniciaban los ensayos, especialmente cuando tenían presentaciones urgentes, los vecinos, o mejor dicho desde una casa vecina, nos mandaban la policía para callarnos.

Ya en esta sede de Pance la celebración del cumpleaños de la Icesi se hacía en octubre durante al menos tres días. La programación era construida por estudiantes y Bienestar Universitario. Era muy diversa. Recuerdo que tuvimos un día que se llamaba “vestí diferente” y todos podía vestirse ese día con algo que nunca hubieran pensado usar en la universidad. Había premios, rifas, bailes, cuenta chiste y yincanas, que cumplían las pistas con los muchachos vestidos con el tema que escogían. Hoy, en 2019, sería imposible pensar en realizar algo parecido.

Con la camiseta de la Secretaría General

Aquí hay un rompimiento en la historia, cuando el rector y la Junta Di- rectiva me encargaron de la Secretaria General, sin que dejara mi cargo de directora de Bienestar Universitario. Este fue otro de mis momentos en los que sentí fuertemente la camiseta por mi universidad y pensé: si me necesitan, ¡aquí estoy y aquí sigo!

El inicio, especialmente los tres primeros días, fue de trasnocho seguido porque tuvimos la obligación de construir el inventario de los documentos que eran responsabilidad de la Secretaria General (actas del Consejo Académico, Junta Directiva y Consejo Superior). Tres días con sus noches, muy intensas, pero que al final me dieron la tranquilidad de tener todo en orden.

Desde mi inicio como Secretaria General me ha acompañado Amelia, quien más que mi secretaria es mi amiga. La Secretaría General era y es un mundo distinto a Bienestar. Con este otro sombrero tuve que com- binar mi ternura con la firmeza y a veces inflexibilidad de las normas y reglamentos, y a esto he llamado siempre la firme dulzura.

Soy de profesión mamá y un poco protectora, es por eso que los proce- sos disciplinarios son duros porque hay dolor en los muchachos por la falta cometida. Pero, parándonos en el lado formativo, aprovechamos la ocasión para la reflexión y el mejoramiento del comportamiento. Afortunadamente, los procesos disciplinarios se rigen por los reglamentos y no por las emociones de la mamá.

Ya, como Secretaria General, asumí en su totalidad la organización de las ceremonias de grados. Aquí hay muchas historias lindas y otras no tanto, como cuando me insultaban porque no se podían graduar por no cumplir con el requisito de la libreta militar. Fueron muchas las veces que preferí callar frente a estos insultos. Este era un requisito impuesto por el Estado y no por la Universidad.

Después de algunos años, cuando pasamos de graduar cien estudiantes en la Plaza Mayor, bajo el hermoso Samán, a los grados en los campos deportivos, al aire libre, con la ansiedad de que todo lo arruinara un aguacero y con 953 graduados. He vivido momentos en los que he querido salir corriendo, como cuando en la ceremonia de febrero de 1994 llovió fuerte, muy fuerte, y tuvimos que pasarnos al plan B: en ese entonces en los auditorios 3 y 4, ubicados en las actuales oficinas de Diseño, allí pudimos finalizar la ceremonia y entregarles a todos los graduandos su diploma y celebrar con ellos y sus familias la alegría de este gran logro.

En diciembre de 1997, el Ministerio de Educación reconoció al Instituto Colombiano de Estudios Superiores de Incolda, Icesi, como Universidad y nuestro nombre cambió a Universidad Icesi. Contábamos con los programas de Administración de Empresas e Ingeniería de Sistemas, luego Ingeniería Industrial, pero cuando se aprobó e inició el programa de Diseño Industrial, la Universidad vivió un cambio en su población estudiantil. Eran muchachos con intereses artísticos, con sus overoles a veces manchados con pintura, que se veían divinos y ellos así lo sentían.

A este grupo de estudiantes, Bienestar Universitario les compartió talleres para aprender a manar el tiempo y priorizar las tareas. Ellos, y a veces sus familias, se trasnochaban mucho las vísperas de la entrega de los trabajos. Fue una interacción muy cercana con profesores y estudiantes del programa. Icesi estaba aprendiendo a convivir con diferentes formas de pensar y apreciar la vida. Después vinieron programas como Economía y Negocios Internacionales y Derecho.

Me acuerdo aún de la reunión del Consejo Superior y la Junta Directiva en la que se aprobó el estiramiento de la misión de la Universidad. Ahora hay una diversidad de programas en diversas áreas del conocimiento, y también diversidad de estudiantes y de profesores. De dos programas pasamos a tener 27 de pregrado y un gran número de programas de postgrado, entre especializaciones, especializaciones médico quirúrgicas, maestrías y un doctorado. Aún los estudiantes y profesores disfrutan de los servicios que desde mis dos cargos les podemos ofrecer. Bienestar Universitario, como bien lo dice su nombre, ha buscado siempre colaborar para que el ambiente sea propicio para el desarrollo integral de toda la comunidad, y la Secretaría General ayuda, y mucho, a tener claros los límites de esta vida universitaria. Afortunadamente, tengo el límite de las normas y reglamentos, porque sería muy difícil manejar ese amor de mamá que siempre he tenido y quiero seguir teniendo, enmarcado en la justicia y la equidad.

Podría escribir hojas y hojas con anécdotas en las que yo fui la actriz principal o en las que los estudiantes y mis compañeros de trabajo, como profesores y directivos, lo fueron. No acabaría nunca y es mejor ponerle fin a este pequeño relato de una parte de mis vivencias, aprendizaje y amor que he sentido y siento por mi Icesi. Dios me exige, sí, pero también me ha premiado permitiéndome trabajar en lo que me gusta.

Gracias Dios, gracias Icesi.

Libro completo:  Las Profes. Ellas enseñan, ellas relatan

Más informes: María Cristina Navia Klemperer, directora de Bienestar Universitario y Secretaria General, Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Necesita activar JavaScript para visualizarla.