Boletín de prensa #259 El profesor, investigador  y coordinador del Laboratorio de Estudios Transnacionales del Departamento de Estudios Políticos de la Universidad Icesi, Luis Fernando Barón, escribió esta bella crónica sobre los velorios en Bahía Málaga. Este texto fue escrito a propósito de las salidas de campo con los estudiantes de Ciencia Política, Antropología y Sociología. [caption id="attachment_18013" align="aligncenter" width="4000"]bahía malaga Crédito:_ Laura M. Zúñiga, Estudiantes Ciencia Política. Universidad Icesi.[/caption]

Una noche de velorio en Miramar

La Plata, Abril de 2016   No cabía una lancha más en el artesanal muelle construido con gruesos troncos de finas maderas, de esas que hasta el mar tiene dificultades para desgastar. Fue una noche sin luna, muy oscura y lluviosa. Torrenciales aguaceros se alternaron con lluvias, niebla y el rocío de la madrugada, para, por fortuna, hacer más fresca la larga jornada dedicada a velar el cuerpo sin vida de un joven miembro de la comunidad de Miramar, Consejo Comunitario de La Plata. Desde el atardecer fueron llegando una a una las lanchas con gente de Buenaventura, Juanchaco, Ladrilleros, La Barra, así como de las cuatro veredas que hacen parte del Consejo: La Plata, Mangaña, La Sierpe y, por supuesto, de la misma vereda de Miramar. Al desembarcar, hombres, mujeres y niños de todas las edades iniciaban un colorido desfile por las empinadas y resbalosas escaleras que conducían del muelle a la entrada de la vereda. En pocos minutos todos ellos escalaban unos 100 o 200 metros desde la orilla del mar a la cúspide de la colina, donde reposa el caserío que hace las veces centro político y social de la Vereda Miramar. La mayoría de los visitantes venían muy bien vestidos y elegantes para la ocasión. Sin embargo,  las mujeres se destacaban frente a los demás. Muchas de ellas lucían esbeltos peinados que acompañaban con vestidos largos y prendas vaporosas, dignas del calor y la humedad de la región. Todas y todos venían a participar de las honras fúnebres de un muchacho de 27 años, al que la Leucemia sorprendió de repente y terminó quitándole la vida en un par de meses. Una vez el desfile de gente conquistaba la  parte alta de la planicie, hombres, mujeres y niños recorrían las tres cuadras en forma de T, saludando uno a uno amigos y familiares, mientras los anfitriones los recibían con bebidas refrescantes, dulces y café. Miembros de la Junta del Consejo, hicieron el recorrido hasta la última casa saludando familiares y amigos con cariño y amabilidad. En su recorrido recibían sugerencias, críticas y solicitudes de proyectos, obras y normas para desarrollar y aplicar. También recibían algunos informes de los representantes de las veredas, o aprovechaban para conversar sobre asuntos urgentes o que requerían de la atención conjunta en los próximos días o semanas. En un templo cristiano, ubicado en toda entrada del lugar, estaba el ataúd con el joven “finado”, que es como se le dice a los muertos en varias zonas rurales de Colombia. Dentro del gran salón, pastores y miembros de la comunidad, muy formalmente vestidos (los hombres con traje y corbata, las mujeres con vestidos de noche), animaban oraciones y rezos que se intercalaban con canciones en vivo, y pistas musicales que sonaban a altos decibeles en un potente equipo de sonido, ubicado en la parte delantera del  recinto. El templo, hecho de ladrillo, cemento y tejas Eternit, es la construcción más grande que he visto en todo territorio  del Consejo Comunitario. Esto habla no sólo del crecimiento y del cierto monopolio que ha logrado la iglesia cristiana en esta vereda, sino también de los cambios en las creencias religiosas de la mayoría de los pobladores de Miramar, que desde hace un par de décadas se han ido sumando a las prácticas, rituales y formas de vida de esta congregación. Dentro del templo se sentía un ambiente de tristeza, dolor y sinrazón; muy diferente a lo que sucedía afuera, donde la gente no paraba de saludarse y de conversar. Mujeres y niñas repartían sándwiches de mortadela y queso con café y agua aromática tanto a las personas que estaban dentro del templo como a las mayorías que se mantenían despiertos frente a sus casas, o en las angostas calles del lugar. Niños y niñas correteaban por todas partes jugando mientras  jóvenes (hombres y mujeres), recorrían las callecitas conversando y usando sus teléfonos celulares para ver videos, escuchar música y tomarse fotos. En el colorido parque, delimitado por los acantilados que rodean la planicie donde se levanta el caserío, también había corrillos de hombres y mujeres que hablaban y reían, manteniendo el respeto debido para la ocasión. Algunos de ellos llevaban botellas de Viche y Ron que habían traído de sus veredas y municipios, porque bien sabían que en este lugar no las iban a encontrar, dadas las prácticas religiosas de los pobladores de esta vereda. En estos grupos las copas y vasos, cargados de licor iban y venían con cautela para no ofender a los locales. Varios de estos grupos se formaban alrededor de los mayores, que son profundamente reconocidos y respetados en la comunidad, para recordar al finado y a otros familiares y amigos que ya habían muerto, y que seguramente  estaban esperando el espíritu del joven en otro lugar. Al mencionar al padre del joven uno de los mayores dijo “seguramente su padre ya lo llamó a su presencia para guiarlo en el viaje que iba a emprender”. En los corrillos también se recordaban personas y eventos memorables, como la última vez que uno de los mayores estuvo de parranda por más de ocho días en Juanchaco, o de alguno de los secretos medicinales o etílicos de los curanderos de la zona, o  del robo de una lancha cargada de Piangua, que se dirigía a Buenaventura. También  conversaban sobre noticias y acontecimientos recientes ocurridos a familiares, amigos y extranjeros que ya no están en el territorio, como que Jessica ya tiene una niña más en Bogotá, o que Don Aladino y la Tía Helda siguen un  poco malucos, pero ya están mejor después de cortas temporadas en hospitales de Cali o Buenaventura. Más tarde, en uno de los momentos en que la lluvia amainó, pude hacer parte de una conversación de aserradores donde se hablaba de especies de árboles, como el Nato que ya no se consigue, o de la nobleza del Chanul, o de la fortaleza del Amarillo, que sin ser tan costoso, es una madera muy resistente y versátil. También hablaron de las dificultades que se pasan en el monte, como las terribles picaduras de culebras. Incluso uno de los hombres contó que hacía unos meses le habían salvado la vida en la Base Naval porque  recordó cortar un trozo del animal que lo mordió, y ello le permitió a los médicos del hospital aplicar el antídoto indicado. Otros hablaban de los crecientes costos de combustibles y herramientas, y de las mayores restricciones que ahora tienen para explotar la madera, pues desde que el territorio fue declarado parque natural, la CVC (Corporación Autónoma del Valle del Cauca) ha hecho más difícil desarrollar esta práctica tradicional. Otros narraron las peripecias y desafíos que han tenido que enfrentar para poder encontrar especies más nobles y comerciales que cada vez hay que buscar más adentro de la espesa manigua. Arcenio, aserrador de La Plata, también contó como su padre murió mientras los dos trabajaban talando árboles con hacha monte adentro hace más de 30 años. Narró con detalle que al regresar de traer algunos insumos del cambuche, que estaba en la parte alta de una colina, encontró a su padre bajo la rama de un gigantesco árbol. Al llegar a su lado lo encontró exclamando sus últimas palabras “este sí me mato”. Después vino un último suspiro y en pocos minutos el cuerpo sin vida ya estaba totalmente frío.  Como pudo, él sacó a su padre de debajo de la rama y cargó su cuerpo por un largo trayecto hasta llegar al lugar donde habían dejado la lancha que los llevaría de regreso a casa con la fatal noticia. En la mitad de la calle principal del caserío, en el costado sur, estaba a medio terminar la casa que el joven difunto estaba construyendo, quizá como seña de su deseo de formar una familia. El piso de material y el techo con tejas de zinc ya estaban totalmente terminados. En el fondo había un patio,  con el pasto enmontado, donde todavía se conservaban intactas varillas de hierro y otras tejas, que el joven  había comprado en Buenaventura, antes de que lo sorprendiera la mortal enfermedad. Dentro de la casa estaban bien organizados una docena de bultos de arena y un par de montones de tablas de finas maderas apiladas contra las paredes laterales, también intactas y seguras, aunque el proyecto de casa todavía no tenía ni una fachada ni ninguna puerta que impidiera el paso hacia dentro. Cuando la lluvia arreció, varios de los hombres, que jugaban dominó en la mitad de la calle, se resguardaron allí para seguir el juego a media luz, mientras recordaban al joven difunto y hacían bromas que mantenían el tono de respeto y despedida por el cual estaban allí esa noche. Eran las tres de la mañana. El insuficiente Viche se había acabado un par de horas antes, y sólo quedaba la promesa que me hicieron un dos pescadores de tomarnos un ron al amanecer. Como Saúl, Coordinador de la Junta del Consejo, me vio evidentemente exhausto, me ofreció entrar a una de las pequeñas casas, ubicada al frente del templo y donde funcionaba una rudimentaria tienda, que había acabado con todas sus existencias por culpa del velorio. Saúl habló con la Tía, que es como llaman a todos los y las mayores, para pedirle que me dejara entrar. La señora, una mujer negra con su cabello prácticamente blanco, asintió con agrado y silenciosamente me ubicó en un rincón de la casa en una pequeña y solitaria silla de madera en la que dormí un rato para luego volverme a juntar al recibo del amanecer. El ron ya había sido consumido, y junto a Llanero y otro par de pescadores esperamos la claridad de la mañana para bajar al muelle acompañados por una tenue lluvia. Allí tomamos la lancha al fulgor de bromas y risas provocadas por la escasez de Menatonina, el nombre que uno de los aserradores puso al viche esa noche. Cansados, pero felices, el grupo de mujeres, hombres y niños que habíamos ido a acompañar y expresar solidaridad a la comunidad de Miramar, regresamos a La Plata deleitados por la belleza y exuberancia de la Bahía al amanecer. Más informes: Fernando Baron, Ph.D. Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Necesita activar JavaScript para visualizarla. / Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Necesita activar JavaScript para visualizarla.