Boletín de Prensa #037

ANALU azul

Prólogo

Ana Lucía Alzate Alvarado

Soy ingeniera industrial y magíster en Administración con énfasis en Gestión Estratégica. Dirijo el Start-Upcafé de la Universidad Icesi, una incubadora de empresas, en donde apoyamos los procesos de creación y fortalecimiento de empresas de base tecnológica e innovadoras. Me encanta lo que hago, disfruto acompañando a los futuros empresarios a convertir en realidad sus sueños empresariales.

Soy mamá de Jacobo y Paloma, mi mayor bendición, disfruto al máximo de su compañía y de sus ocurrencias. Ellos me invitan permanentemente a soñar y a creer que todo es posible.

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Soy Ana Lucía. Lo que soy es producto de los valores inculcados en el seno de una familia amorosa y trabajadora, mezclado con todas las experiencias que he vivido a través de mis 40 bien vividos años. A lo largo de mi historia he sido hija, esposa, madre, hermana, empresaria, mentora, maestra y amiga. De mi papá heredé la berraquera; de mi mamá, la creatividad. Soy una mujer privilegiada: Dios me ha regalado una vida maravillosa, llena de matices y colores, con días color de rosa y otros días grises, no importa, siempre le veo lo positivo a las personas y a la vida. Además, trato de aprender de cada cosa que me ocurre. Desde muy joven empecé a construir mi vida laboral, profesional y empresarial, la que yo quise. Me defino como una mujer enérgica y optimista: no hay imposibles, todo lo que uno sueña se puede lograr. Hoy, a través de mis letras, quiero hablarles a mis estudiantes y contarles mi experiencia de vida, para que comprendan que no existen los límites, en mi caso ser mujer, madre, empresaria, profe, profesional, porque todo se puede lograr. Les quiero pedir que persigan siempre sus sueños, no acepten un no como respuesta, sean persistentes, vean siempre lo mejor de cada situación, no se queden en lo negativo y conviertan las dificultades en oportunidades. Se vale tener miedo, pero no se vale paralizarse.

Esta es mi historia de vida, mi historia empresarial

Crecí en una familia empresaria. Mi papá se llama Germán, nació y creció en Aranzazu (Caldas) e inició su vida de negocios desde muy niño, tras la muerte de su padre, como una manera de aligerar la carga para su madre, quien quedaba a cargo de diez hijos. A sus 27 creó la empresa con la que sacó adelante a su familia y con la que ya lleva un poco más de 40 años en el mercado: Papelería Andina. Mi mamá, Zoraida, por su parte, es una mujer emprendedora, luchadora y creativa. Mis recuerdos de infancia se ubican debajo de una máquina de coser, jugando a las carreras de carros con mi hermano mayor, Luis Felipe, quien se hacía en otra máquina, mientras mi mamá y mi tía Leticia (una hermana de mi papá) atendían y asesoraban a las señoras en su vestir. Disfrutábamos muchísimo, la rueda de la máquina hacía las veces de timón, hacíamos sonidos y girábamos a la derecha y a la izquierda, acelerando y desacelerando con el pedal, que hacía las veces de acelerador.

Hacia los diez años, mi mamá seguía en el negocio de la confección, sólo que ahora trabajaba con mi tía Alba Lucía (otra de las hermanas de mi papá) y sus clientes eran boutiques. La empresa se llamaba Café Ropa Sport. En esta época jugaba a la empresaria junto con mi hermana menor, María Angélica. Como la bodega quedaba en casa, nos hacíamos en la oficina de mi mamá y nuestra imaginación volaba: atendíamos a las clientas, les mostrábamos las prendas, las asesorábamos, les vendíamos, hacíamos las facturas, usábamos el teléfono para simular las llamadas a los proveedores, diseñábamos colecciones, en fin, todas unas profesionales, imitando a mi mamá.

Estudié en el Colegio Nuestra Señora del Rosario y allí con lo que más soñaba era con las vacaciones, porque durante las mismas podía ir a trabajar a la Papelería, en donde apoyaba labores secretariales de gran importancia: “grape aquí, ordene estos documentos en orden numérico, siéntese y pinte…”. Al final del mes, me pagaban con colores y blocks, lo que me hacía feliz debido a mi pasión por la pintura. Usualmente trabajaba en el mostrador y a veces me dejaban atender a los clientes que llegaban. Mi tía Gloria, quien para esa época trabajaba con mi papá, era quien los atendía, y yo veía cómo era de amable y servicial. De vez en cuando entraba a la bodega y veía cómo alistaban los pedidos y cómo mi tío Manuel dirigía las entregas.

A los 18 años tuve mi primer negocio mientras estudiaba ingeniería industrial en la Universidad Icesi. Vendía pollos, arepas, chorizos, pandebonos congelados, en fin, un mini-mercado ambulante los días sábados. Entre semana llamaba a mis clientes para tomar sus pedidos y consolidarlos. Posteriormente, llamaba a mi tía Rosita, quien era mi proveedora, para hacerle los encargos. Además, programaba la ruta de entrega. No todo era fácil: debía conseguir clientes y para ello hacerle frente a mi timidez, pero eso lo logré. Los recorridos los podía hacer porque tenía un novio que me prestaba su carro, pero en cuanto nos dejamos, no pude conseguir un nuevo medio de transporte y entonces mi negocio tuvo que ser suspendido.

En cuarto semestre vendía ropa con Inés Elvira, mi mejor amiga. Comprábamos camisetas por el barrio Alameda y mi mamá nos vendía los bóxers que fabricaba. Nosotras les vendíamos la ropa a nuestros compañeros de clase, a los amigos de nuestros hermanos y a los contactos que tuviéramos. Estas ventas nos proporcionaban un no despreciable ingreso que nos permitía darnos uno que otro gusto.

Por esta época, mi papá nos reunió a sus tres hijos y a mi mamá. En ese momento pensé: algo pasa, nunca nos hemos reunido de esta forma. Nos dio la noticia de que la empresa iba mal y que no podían pagarnos la universidad a todos. Era la época de la “Recesión Económica” y a nosotros también nos había tocado. Mi hermano mayor estudiaba Ingeniería Civil, en la Javeriana; mi hermana, Odontología, en la Universidad del Valle, y yo, en la Icesi. Para una familia de clase media, tener a todos los hijos estudiando era difícil, y más si la empresa (teníamos 41 empleados para esa época) estaba viéndose afectada y estaba a punto de ir a la quiebra.

Con esta noticia, decidí trabajar para ayudar a pagar mis estudios. Empecé como vendedora de perros calientes en Chipichape, duré sólo 15 días. Esa empresa estaba empezando y requería de largas jornadas labores, con incluso más de 12 horas, y la paga no era muy buena. ¡Tenía que trabajar! Y no sé porque fui a parar a McDonald’s. En este trabajo aprendí de todo, pero sobre todo aprendí mucho de servicio al cliente. Mientras tanto, mi papá analizaba el por qué sus clientes se estaban trasladando a la competencia y decidió diversificar, ofreciendo productos de aseo, cafetería y primeros auxilios. Con dicha medida, logró retener a sus clientes, llegaron nuevos, aumentaron las ventas y se contrarrestaron las dificultades.

Ya no tenía que trabajar, pero ya me había picado el bicho del dinero. Me había hecho un poco más independiente, así que seguí trabajando y conseguí, luego de miles de pruebas, exámenes y capacitaciones previas (sin paga obviamente), ingresar al Banco Davivienda. Allí me dediqué al servicio al cliente y a las ventas, pero tuve que abandonar el puesto para terminar la tesis y graduarme.

Una vez graduada, y luego de haber hecho la práctica como analista financiera (otra gran pasión para mí: ¡los números!) en el Programa Red PyME del CDEE de la Universidad Icesi en convenio con el BID, Rodrigo Varela, director del CDEE, me invitó a trabajar con él. Durante dos años aprendí sobre manejo de proyectos, sobre la pequeña y mediana empresa y sobre la importancia del espíritu empresarial. Rodrigo vio algo en mí que yo en ese momento aún no veía y me dio la oportunidad de ser docente en esta área, de enseñar, compartir e influenciar a otros para que algún día sean empresarios de éxito, asimismo de apasionarme con ello. Desde ese entonces, él ha tenido una gran influencia en mí como profesional, como empresaria, como docente, pero sobre todo como persona.

Asistiendo a la clase de Espíritu Empresarial que dictaba Olga Lucía Bedoya (para prepararme como docente), y con la complicidad de Ana Carolina Martínez, mi amiga y compañera de viaje en mi historia como maestra, conocí a Pablo, mi esposo, y luego de tres meses nos casamos. Nadie le apostaba a nuestro matrimonio, y henos aquí, hoy ya con dos hijos y 16 años de casados. Nuestra historia juntos ha sido toda una maravillosa aventura, llena de retos, dificultades, alegrías, esfuerzos y complicidad. Sin duda la familia que hemos conformado es la empresa más valiosa e importante que tengo.

Tras dos años de trabajo en el CDEE decidí pasar una propuesta sobre mejoramiento en los procesos productivos de una de las empresas de mi familia: Café Ropa Sport, y tras una larga justificación solicitada por mi papá, acerca de los beneficios que la empresa percibiría con mi ingreso, logré ser la jefe de planeación y desarrollo; posteriormente, la gerente administrativa, y tras la salida de mi hermano, quien se fue a perseguir su sueño: una mezcla de ingeniería civil y aviación (fundó una empresa que hace veedurías a obras civiles a través de fotografías aéreas), me convertí en gerente general.

Si analizo mi experiencia de trabajo en Café Ropa Sport, me doy cuenta de que ha estado muy marcada por ese líder empresarial que es mi papá. Él desde el principio me ha enseñado cuán importante es hacer las cosas bien, que hay que hacer méritos y no creerse ningún título, que el esfuerzo tarde o temprano trae su recompensa, que tienes que rodearte de un buen equipo de trabajo y que siempre están primero los empleados. Esto último lo recuerdo con vehemencia: cuando llegaba el momento de pagar la nómina, me aseguraba de tener el dinero que les correspondía a los empleados y también pagar oportunamente a los pro- veedores y a la DIAN. Luego, si el flujo de efectivo lo permitía, me pagaba a mí. Esto generaba discusiones con mi esposo, quien no entendía este raciocinio, pues yo también vivía de mi sueldo y tenía obligaciones que cumplir. Creo que esto hace parte de ser empresario, ser juicioso en el pago de tus obligaciones, y hacer sacrificios, para luego ver los frutos.

En el 2005, María Isabel Velasco, directora del CEDEP, me invitó a ser asesora de práctica y a acompañar los procesos de práctica de los estudiantes que tenían proyectos en empresa propia y en empresa familiar. Este reto ha sido durante muchos años muy apasionante y me ha permitido compartir lo que he aprendido desde mi experiencia empresarial, de las subidas y las bajadas, y al mismo tiempo, aprender de esos empresarios nacientes, llenos de sueños, desafíos e ilusiones. Me recuerdan mucho a mí: una joven de 24 años con conocimientos y con poca experiencia, creyendo que con lo que ya sabía podía cambiar el rumbo de una empresa, y darme cuenta, con el pasar del tiempo, de que el mundo no era como pensaba y que tenía que seguir aprendiendo del sector, de cómo funciona la industria, entendiendo las necesidades de los clientes, cometiendo errores, corrigiéndolos, pero con el mismo entusiasmo del primer día al estar construyendo mi propio sueño.

A mediados del 2008 decidí realizar el MBA con énfasis en Gestión Estra- tégica, en la Universidad Icesi, como una manera de ampliar, desarrollar y fortalecer mis conocimientos y competencias empresariales. Esto me permitiría seguir encarando los retos de crecimiento trazados para Café Ropa Sport y, al mismo tiempo, los retos de creación y crecimiento de los empresarios que acompañaba y sigo acompañando.

A finales de 2009, uno de mis sueños se hizo realidad: trabajar de la mano de mi papá en la papelería. Finalmente, y luego de soñarlo por muchos años (como les comenté desde pequeña ya estaba vinculada con la empresa), mi papá y mi tío Manuel me pidieron que iniciara el proceso de cambio estratégico de la empresa y así desarrollar procesos más eficientes, servir al cliente rápidamente y cumplir con la promesa de entrega. No fue fácil, había que empezar por hacer reingeniería, revisar tiempos, procesos, hacer ajustes en la estructura organizacional, gestionar el cambio y lo más duro: tener que despedir personal. Me sentía capaz de hacerlo todo, menos esto último, sentía una mezcla de miedo y pesar, sabía que una familia dependía de nosotros. Tuve que armarme de valor, porque también sabía que era lo más conveniente ya que tras un estudio juicioso, nos habíamos dado cuenta de que su trabajo no agregaba valor. Además, me lleve algunas otras decepciones, tras ente- rarme de que algunos de los miembros del personal nos robaban. No obstante, esta experiencia no grata nos hizo darnos cuenta de aquellos controles que faltaban implementar, y a nivel personal, me hizo un poco más fuerte, menos crédula y me enseñó a pensar en mi bienestar y no sólo en el de los demás.

Durante todo ese año repartí mi tiempo entre la gerencia de Café Ropa Sport, la gerencia administrativa de Papelería Andina y la docencia. Tareas difíciles por el grado de compromiso y dedicación que hay que tener para sacarlas adelante al mismo tiempo (eso sin incluir el proyecto de vida familiar, que tenía al lado de mi esposo y que aún continuaba con mis estudios de maestría). En ese momento, reconozco la importancia de desarrollar el área de gestión humana y la innovación permanente, como estrategia fundamental para el crecimiento y la sostenibilidad de las dos empresas familiares.

A finales del 2010 mi esposo fue trasladado a Bogotá, y yo, empeñada en seguir siendo partícipe de la actividad en las empresas, viajaba una vez al mes a Cali, durante una semana. Ese tiempo era de locos, al final terminaba agotada, razón por la cual elegí prescindir de mi participación directa en las empresas como empleada, pero continuaba vinculada a la Universidad Icesi como asesora de carrera, directora de trabajos de grado del MBA y como consultora del CDEE. Estas renuncias me dolieron muchísimo, yo estaba trabajando en lo que me hacía feliz, en el sueño de toda mi vida a nivel empresarial, pero sabía que también iba en la búsqueda de la consolidación de mi hogar. Durante los dos años que viví en Bogotá, tuve la oportunidad de vincularme con la Universidad de la Sabana, como docente en el área de creación de empresas y trabajar en un proyecto muy bonito que venían desarrollando con Finagro para acompañar empresarios rurales. Esta invitación que me hizo Juan Pablo Correales, el entonces Director de la Unidad de Emprendimiento e Innovación de la Universidad de la Sabana, fue hermosa, no sólo porque conocí lugares de Colombia preciosos que por iniciativa propia no hubiera visitado (Maní, Pore, Paz de Ariporo, Orocué, Arauquita y Maicao), sino porque tuve la oportunidad de conocer a campesinos con un corazón enorme, llenos de ganas de mejorar sus prácticas productivas y con unos deseos inmensos de aprender. Además, significó para mí volver a lo simple, llevar contenido de estrategia, mercadeo y ventas, producción y finanzas de la manera más sencilla y clara posible; y por consiguiente aplicar toda mi creatividad y recursividad.

A finales del 2012 nuevamente mi esposo fue trasladado a Cali. Yo estaba esperando a Jacobo, mi primer bebé, y a pesar de que amaba con profunda pasión las empresas de mi familia, quería darme un espacio para asumir mi embarazo y disfrutarlo, pues sabía que, si regresaba nuevamente, mi foco iba a estar en el trabajo (24/7, como dicen) y no en ese regalo que me había dado Dios. Ana Carolina, quien para ese momento ya era la jefa de Recursos Educativos del CDEE, le comentó a Rodrigo de mi regreso a Cali, y él me propuso dirigir el programa Apps.co y ser nuevamente docente del CDEE. ¡Acepté feliz! Era la oportunidad de reinventarme como profesional y como docente: aprendí nuevas meto- dologías para apoyar los procesos de creación de empresas y junto con Ana Carolina las fuimos introduciendo en los procesos de enseñanza de los cursos que ofrecía el CDEE.

En dicho cargo tuve la oportunidad de aprender directamente de Alexander Osterwalder y de Bob Dorf los procesos de acompañamiento de startups de tecnología y con esta experiencia realizar adaptaciones a los procesos de acompañamiento empresarial ofrecidos también por el CDEE. Lideré a un equipo maravilloso de mentores, expertos técnicos, administrativos y de comunicaciones, quien con su dinamismo y proactividad me ayudaron a consolidar el programa Apps.co en la fase de Descubrimiento de Negocios y posteriormente en la fase de Crecimiento y Consolidación.

En el 2015 nació Paloma, otro regalo de mi Dios. Ser mamá es la bendición más grande que yo haya podido recibir, y significa para mí llenar de cuidados y palabras de amor, corregir con templanza y ternura, aprender de unos seres tan pequeños, enojarse y volver a contentarse, reír con sus ocurrencias y dejarlos ser. Es recordar canciones que de niña mi mamá me cantó, curar con millones de besos, aprender los personajes infantiles de moda, tirarse al piso a jugar, divertirse y alegrarse con solo ver sus sonrisas. Ser mamá es la experiencia más maravillosa del mundo, aunque debo reconocer que ser mamá, esposa, profesional y empresaria ha sido todo un reto para mí. Me ha significado aprender que la vida va a un ritmo distinto (al principio me sentía improductiva), y que no obstante puedo desempeñarme con éxito en todos los frentes. Rodrigo y María Isabel han sido fundamentales en este proceso para mí, porque me han ayudado a entenderlo.

En el 2016, y gracias a la experiencia adquirida dirigiendo Apps.co, en la Universidad me nombraron directora del Start-Upcafé. ¡Qué gran reto!, pues debía seguir mostrando tan buenos o mejores resultados que su director anterior, y para ello se hicieron ajustes metodológicos, se definió el ingreso por convocatoria y se conformó el Centro de Información Empresarial, se buscaron alianzas con instituciones claves en el ecosistema empresarial, y también alianzas con otros departamentos al interior de la universidad, para brindar un mejor servicio.

Acompañar en su proceso empresarial a los empresarios que ingresan a este espacio es una tarea que disfruto mucho. Me gusta ver cómo lle- gan enamorados de una idea y dispuestos a ser flexibles y capaces de modificarla porque así se los exige el mercado; que desarrollen ideas maravillosas con mucho potencial y otras no tanto, pero que son parte de su proceso de aprender haciendo, que se incomoden para alcanzar sus sueños. Estoy rodeada de ideas, de personas innovadoras, que han entendido a la tecnología como una aliada para dinamizar sus empresas. Me deslumbro con estos jóvenes apasionados, llenos de ganas, que no los detienen los obstáculos y que hacen que las cosas pasen. Son estos jóvenes los que me muestran también que las cosas se pueden hacer mejor, que cuando alcanzas una meta, sigues con la otra, y que en la vida el aprendizaje es constante y que los límites están sólo en tu mente. Son ellos, los que me invitan a pensar cada día en nuevas estrategias para acompañarlos a través del Start-Upcafé y los servicios que ofrecemos.

Hoy, además de todo lo que hago, tengo junto a mi mamá un negocio de complementos femeninos llamado Tina Salinas, al que le dedico parte de mis noches y mis fines de semana. Mi mamá diseña, yo apruebo, ella se encarga de que cada pieza sea una obra de arte y yo me encargo del presupuesto, las ventas, las redes sociales y, por ahora, hago hasta de modelo. Me disfruto todas estas facetas, pues cuando se está empezando se debe hacer de todo. A veces me preguntan: ¿cómo sacas tiempo para tanta cosa?, y yo respondo con otra pregunta: ¿cómo podría enseñar algo que no practico?, si es que eso va en mis venas.

Ser empresaria es una de las elecciones de vida más importantes que he tomado. Me ha significado ser responsable, líder, creativa, proactiva, empática, aprender a tomar decisiones y ser arriesgada. No obstante, también cometí excesos y tuve que aprender forzosamente que debe haber un equilibrio entre lo personal y lo laboral y eso también se lo recalco mucho a mis pupilos. Ser docente y mentora ha transformado mi vida, me ha permitido hacer lo que me apasiona: “ayudar a otros a convertir sus sueños en una realidad”, y me ha hecho consciente de las competencias empresariales que como empresaria había estado traba- jando en mí, pero que debo seguir trabajando para acompañar a otros a desarrollar las suyas. Ser esposa y madre: mi empresa más importante. Soy una persona en construcción, apasionada, enérgica, con una sonrisa dibujada en mi rostro, consciente de que todos los días recibo y aprendo de quienes me rodean mucho más de lo que yo puedo enseñarles. Mi vida ha estado constantemente llena de retos, los acepto y los disfruto, porque así es el crear empresa.

Libro completo:  Las Profes. Ellas enseñan, ellas relatan

 

Más informes: Ana Lucía Alzate Alvarado, directora de Start-Upcafé, CDEE, Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Necesita activar JavaScript para visualizarla.