Segundo día del ENEAA 2018

Comienzo el día con la voz escrita de Eduardo Restrepo. Me ha logrado enganchar. La sencillez con la que redacta sus ideas es tremendamente esclarecedora para alguien que, como yo, apenas comienza un proceso de estudio dentro de las ciencias sociales, más específicamente dentro de esta área de la Antropología. Leo el apartado que trata sobre las “condiciones, habilidades y riesgos” del quehacer antropológico y comienzo a reflexionar sobre cada uno de ellos. El resto del Hostal todavía duerme. A pesar de encontrarnos en pleno centro de la ciudad, se logra escuchar el lejano cantar de un gallo, algo que me calienta el alma. Cuando Restrepo toca el tema de “aprender a percibir” por medio de la utilización de todos los sentidos para lograr un adecuado desarrollo etnográfico; decido entrar a participar de la organización gastronómica que se han planteado mis compañeros durante su estancia en el evento. Venía preparada para encargarme de manera independiente de mis tres comidas diarias, pero en honor a la “observación participante” compraré un contenedor de comida y lo llenaré con los mismos alimentos sencillos y fáciles de hacer, que ellos mismos prepararán y con los que se sostendrán los próximos días.

Comienzan las tertulias. Es mi primer encuentro, de tú a tú, con el discurso que manejan estos muchachos, todos ellos de semestreS más avanzados. Sus planteamientos, como ya lo había notado, con mis compañeros icesistas, están cargados de conceptos que no me son muy familiares, sin duda se trata de un lenguaje técnico antropológico. No es tan difícil captarles el mensaje, pero eso no significa que sea fácil hablar como ellos. Citan a una gran cantidad de autores y sus intervenciones las hacen con base en “los trabajos de campo” que han realizado y según la “escuela” con la que se ven más representados. Esto, como en cualquier otra ciencia, los dota de cierta autoridad en el tema.  Me resulta fascinante ver a estos muchachos, tan jóvenes, hablando de esta manera, empoderados de sus argumentos, los cuales son gratamente difíciles de rebatir. Quiero participar, dar mi humilde opinión sustentada en nada más que mi experiencia personal, libre de “hermenéuticas” o “epistemologías” academicistas. De entrada me disculpo y confieso no saber nada de Antropología. Comienzo mi intervención y de repente termino contándoles que soy católica practicante y también médica. Hacemos bromas al respecto, pues el tema que aborda la tertulia es sobre religión y mi argumento termina llevándome a la conclusión de que soy una cristiana hereje, una salubrista hereje y muy posiblemente terminaré siendo también una antropóloga hereje. Al parecer, la herejía hace parte de mi naturaleza. Las sonrisas de los asistentes en el recinto, más que condescendencia, siento que reflejan aceptación y aprecio. Me doy cuenta que para este grupo de gente el diálogo interdisciplinario es realmente valioso ¿lo será también para los que ya son profesionales? Aquí y para el resto del día, me caso nuevamente con mi bata blanca y decido intervenir y dar mis pequeños aportes ya no como antropóloga, sino cómo médica: una profesional dispuesta a entrar en un diálogo y una experiencia interdisciplinar.

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