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La ciudad de la eterna primavera y la sucursal del cielo

Por: Diego Felipe Padilla

 

La manera como imaginamos la ciudad ideal refleja de alguna forma como cada quien construye su historia. “La ciudad de la eterna primavera”, Medellín. Un lugar que ha venido formando parte importante de la historia del país. Siempre se ha destacado por ser precursora en el desarrollo urbano e industrial. Se caracteriza por su gente trabajadora y amable. Emprendedores empresarios e industriales que tienen una visión de progreso y van detrás de ella. Por otro lado, también es un lugar que cuenta con una cruenta historia manchada de sangre y narcotráfico que los persigue como un estigma; que aparece con tristeza en las narraciones de sus habitantes, con quienes tuve la fortuna de compartir a lo largo de una semana.

Mientras tanto, la llamada “sucursal del cielo”, Cali. Ciudad que, al son de la salsa, recibe visitantes de todo el mundo y, con la alegría que caracteriza a su gente, ha contribuído fuertemente al desarrollo del país. Aunque si bien no soy oriundo de aquí, esta ciudad me ha adoptado por varios años ya. La he visto crecer y evolucionar gracias a su gente trabajadora. Sin embargo, al igual que Medellín, una historia marcada por las mafias y la sangre la persigue.

El cartel de Cali y el cartel de Medellín marcaron un hito dentro la historia nacional. La guerra por el control del negocio de las drogas terminó involucrando en fuegos cruzados a dos ciudades. Uno podría pensar que los lugares más violentos son aquellos que carecen de presencia estatal. Sin embargo, tanto Cali como Medellín siempre han contado con una institucionalidad fuerte y un Estado presente. A pesar de eso, durante casi una década, fueron los frentes desde los cuales se organizaron unas estructuras sólidas de economías ilegales. Es dentro de este contexto donde vale la pena preguntarse cómo fue que estas ciudades enfrentaron el conflicto.

Las historias de Pablo Escobar Gaviria, líder del cartel de Medellín; y de los Hermanos Ochoa, líderes del cartel de Cali; todavía recorren las calles de las ciudades que vieron crecer sus negocios, acumular sus riquezas y exparcir su violencia. Por esto resulta interesante pensar cómo estos sucesos le dieron una nueva arista al complejo tema de construcción de ciudad. No podemos dejar de lado el impacto que tuvo el narcotráfico en lo que hoy entendemos por Cali y por Medellín. Lo que son hoy es una clara muestra de las formas que ha encontrado el gobierno local y los habitantes de darle la cara a este fenómeno que los marcó como ciudad. Teniendo esto en cuenta, la semana que pasé en Medellín me sirvió para buscar algunas respuestas a mis interrogantes.

No se puede desconocer que las cifras de víctimas que dejaron los carteles son alarmantes. Esto, por supuesto, conlleva a que los índices de violencia sean igualmente exacerbados. Sin embargo, quisiera dejar por un momento eso de lado. Acá quiero concentrarme, más bien, en la Comuna 13 de Medellín. Un lugar fatídicamente famoso por las oleadas de violencia y sicariato que trajo consigo el cartel de Medellín. Hoy en día sus habitantes han logrado virar un poco esta percepción, convirtiendo el barrio en un ejemplo de construcción de paz. Cuando uno camina a través de ella, puede conocer la historia que la precede mirando los murales y las escaleras que van narrando los sucesos que acontecieron a lo largo de la década del 90. Me parece que acá vale la pena hacer una comparación con Siloé en Cali. Un barrio periférico que también ha entrado dentro de esta fatídica clasificación de zonas peligrosas y violentas dentro del espacio urbano.

La comuna 13 de Medellín, ubicada sobre la ladera de la montaña; lugar de fácil acceso por donde, según lo que cuentan los habitantes, bajaron las FARC al barrio. Ha estado históricamente abandonada por el Estado. Dejada a su suerte mientras que diferentes tipos de violencia: guerra entre guerrillas y paramilitares peleando por control territorial, presencia de grupos armados ilegales, y lugar de reclutamiento de jóvenes para actividades relacionadas con el cartel de Medellín. Hoy en día es un ejemplo de construcción de paz. Aunque continúa siendo una zona empobrecida y vulnerable, sus habitantes están haciendo un esfuerzo para pasar la página y escribir una nueva historia que tenga como título “Territorio de paz”. Por su parte, Siloé se ha visto inmiscuido en problemáticas similares y actualmente también se encuentra en un proceso de reconfiguración de su historia.

Tanto Siloé como la Comuna 13 son zonas representativas cuando de abandono estatal se habla. En ambos lugares esta ausencia repercutió en la instauración de organizaciones criminales que desembocaron en oleajes de violencia. Sin embargo, ante este panorama, han sido las mismas comunidades las que han tomado las riendas de sus barrios y han generado espacios de transformación. La Comuna 13 de Medellín ha usado el grafitour como una propuesta que ha dinamizado el turismo de la ciudad. Aquí, a través del arte, se busca una alternativa de vida donde la violencia no tiene cabida. De igual manera, Siloé, mediante proyectos sociales para niños, jóvenes y adultos; fomenta la recreación, la educación y la cultura dentro de la comunidad.

Es así como dos ciudades completamente diferentes convergen en sucesos que, con tristeza, son narrados desde los hechos de violencia y las “barreras invisibles barriales”; pero, al mismo tiempo, son el ejemplo de cómo, cuando una comunidad se une alrededor de un bien común, nacen proyectos desde los cuales la realidad puede ser cambiada, dando una alternativa al presente y al futuro. Esto, sin embargo, no significa que las problemáticas sociales se hayan borrado de un momento a otro. A pesar de que todavía subsisten muchas de las lógicas de exclusión y violencia que han atormentado estos lugares, es necesario resaltar cómo los habitantes han venido trabajando para que esto cada vez más sea algo del pasado.

Hoy en día, queda grabado en la memoria de muchos el impacto de la violencia, pero esto se trasforma en una motivación hacia el cambio y la construcción de paz, donde en la agenda pública local de cada ciudad  debería estar la intervención estatal en zonas de conflicto de la ciudad. De esta manera y a modo de propuesta, si bien hay factores semejantes entre la comuna 13 de Medellín, y Siloe en la ciudad de Cali, se podrían evaluar las diferentes estrategias que cada ciudad ha implementado en estas zonas y compartirlas y aplicarlas en diferentes zonas de estas ciudades.

 

 

 

 

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