La diversidad en las narrativas

“Y mientras tanto tened mucho cuidado de no contagiaros también vosotros de la enfermedad del desprecio y la burla. En vez de eso, podías intentar alejar poco a poco a vuestros amigos, o al menos a algunos de ellos, de las vejaciones. Habladles. Hablad también a los que ofenden, e incluso a los que maltratan y a los que se alegran de la desgracia ajena. Hablad a todo aquel que quiera escuchar. Intentad hablar incluso a quien se burle de vosotros, a quien os critique y desdeñe”

Amo Oz

 

En Colombia, la violencia ha emergido en todos los posibles rincones, y se ha manifestado en infinitas expresiones. A partir de procesos históricos se han desencadenado múltiples problemáticas que han incidido en la configuración de la sociedad, marcada por el desdén y el conflicto. Dado este panorama, es necesario crear ciudadanías que transformen la comunidad, que tengan como horizonte el respeto a la vida, en las cuales sea la dignidad lo que oriente su convivencia.  A mi juicio, la educación cumple un rol esencial en lo anterior, al ser la crisálida de sus habitantes, la puesta en escena de sus modos de convivencia. Por ello, la necesidad de reflexionar sobre las narrativas docentes de diversidad como formadores de nuevas ciudadanías.

Nelson Mandela dijo, “la educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo”. El micro cosmos denominado Colombia ha usado innumerables armas a lo largo de su historia, pero, aunque lo ha intentado le ha sido difícil potenciar su proyecto educativo. La violencia en sus múltiples manifestaciones como la exclusión, la pobreza y la inequidad han obstaculizado este proceso. La socialización que ocurre en las aulas es permeada por las lógicas sociales globales y hegemónicas.

Así, los estudiantes encarnan durante su proceso educativo la violencia estructural y simbólica. En esta última hay quienes experimentan la exclusión de primera mano. Están, por ejemplo, aquellos cuya experiencia vital no resulta compatible con el sistema educativo, a quienes no les cumple la promesa de transformar su vida. Están, también, quienes son señalados, aislados, etiquetados, quienes pasan por el aula sintiéndola como una vivencia tormentosa, quienes viven su desencanto, y que huyen de ella en cuanto pueden. En todos los casos, la educación les falló, pero les hace creer que fueron ellos quienes fallaron, que su diversidad les corroe.

En consecuencia, el riesgo de reproducir las narrativas excluyentes persiste. La fragmentación social que señalan Villegas y Quiroz (2011), evidencia que los ciudadanos tienden a conocer e interactuar con la diversidad desde la distancia, y la leen a partir de estereotipos, eliminando la posibilidad de diálogo. Así, reconocen a ese otro que ocultan las divisiones creadas, como distintos, extraños e incluso como un riesgo. Por esta razón, transformar las narrativas desde y para la diversidad es fundamental para combatir la segmentación social y sus repercusiones en la convivencia de sus ciudadanos.

Ello solo será posible si la diversidad, es asumida y entendida de manera amplia y compleja. Así la define Pilar Arnaiz (2000), quien explica que la noción aborda múltiples aspectos; factores físicos, como la edad, el sexo y la etapa de desarrollo; socioculturales, como la procedencia, las condiciones y prácticas ligadas a ello; factores académicos, como conocimientos previos, intereses, motivaciones, estilos de aprendizaje. Además, es inherente a todos los seres humanos. A ello, le añadiría que el respeto, contrario de lo que dicen por ahí, no se gana, es, también, intrínseco. Interiorizar y reproducir la noción, podría ser la posibilidad de formar ciudadanos para quienes la dignidad colectiva sea el medio y el fin último de sus acciones y decisiones, siendo el eje de la convivencia.

¿Pero, es acaso responsabilidad de los docentes? No es exclusiva, es decir, no son los únicos actores que aportan en la formación ciudadana, el aprender a vivir juntos. Sin embargo, como señala Hernández (2020) desde su rol tienen la posibilidad de promover “un cambio de pensamiento que se encuentra a la vanguardia de las existencias de los tiempos, pero siempre aportando un nuevo discurso, caracterizando por un nuevo modelo de la sociedad” (2020, p.8). Es decir, son ellos agentes fundamentales en la transformación social, dado que en sus aulas se encuentra el presente y el futuro. Son ellos quienes materializan la función social de la educación, quienes, junto con otros actores, aportan en la enseñanza de aprender a convivir.

Caetano Veloso dijo, “de cerca nadie es normal”. Pero parece que es mejor mirar de lejos a quienes desbordan diversidad o a quienes llevan la diferencia a cuestas ¿Y si le condenaran a usted como el extraño? ¿Si fuera usted el señalado? ¿Si por ser quien es se le despojara de sus valores, entonces, cuál sería su opinión? Mil palabras han sido creadas para señalar la diversidad con una connotación negativa. Así, esta se asume como algo malo, y produce la diferencia, que tiende a despojar al sujeto dejándolo sin derechos. Por eso, el respeto a la diversidad debe propender por retornar la dignidad a las personas a quienes se las ha despojado. Su fin es desdibujar los señalamientos al denominarnos a todos como diversos.

Si todos encarnamos la diversidad, si podemos ver aquello que se oculta tras la diferencia, entonces, ¿quién señala? ¿Quién excluye? Tal vez narrar la utopía, valerse del lenguaje desde el rol docente, es un inicio en el camino de aportar a la construcción de una sociedad más justa y equitativa. El micro cosmos, que es el aula, es la oportunidad de dejar de reproducir narrativas que van en detrimento de otros, transformarlas para que incluyan y respeten a todos los estudiantes.

Martí Chávez (2018) nos recuerda que la escuela tiene una “agencia de socialización” (2018, p.266), y pone la tarea en las manos, mejor dicho, en el lenguaje del docente. Para ello, es esencial que las narrativas de la diversidad sean formadoras de nuevas ciudadanías, que elijan la dignidad colectiva como esencia de su ejercicio. Amo Oz (2014), escribió, “¿cómo viviríamos y cómo nos divertiríamos sin humillar de vez en cuando a alguien? ¿Sin hacer un poco de daño, sin despreciar, sin pisotear alguna vez a los demás?” (p.131). Pregúntese, y siembre el interrogante en los estudiantes e invítelos a imaginar respuestas.

Si las aulas comienzan a transformarse en apuestas de ciudadanías críticas, un día los ciudadanos saldrá a la calle sin poner en duda el valor del respeto a la vida, sin excepción. De aquella crisálida tal vez podrán salir sus estudiantes, todos y cada uno, sin que la violencia les obstruya el camino, y así, su vuelo no se verá coartado. Por el contrario, habrá sido fortalecido. No encarnarán el conflicto como víctimas o victimarios, hartos del desdén se propondrán a convivir en paz, el día en que no haya más remedio que respetarnos. ¿Desde cuándo se nos ocurrió que había otra forma? Claro está, queda un arduo camino, y que los docentes desde la escuela no pueden transitarlos solos, no bastaría. Este sería un buen comienzo para crear grietas dónde el respeto a la diversidad sea el medio y el fin último de nuestra sociedad.

Bibliografía

Arnaiz Sánchez, P. (2000). Educar en y para la diversidad en el nivel preescolar. Nuevas Tecnologías, Viejas Esperanzas: Las Nuevas Tecnologías En El Ámbito de Las Necesidades Especiales y La Discapacidad. http://diversidad.murciaeduca.es/tecnoneet/docs/2000/4-2000.pdf

Hernández, H., Niebles, W., & Pacheco, C. (2020). Transformación social a partir de la educación en el aula. Espacios, 41 (N°9), 5. http://www.revistaespacios.com/a20v41n09/20410905.html

Martí Chávez, Y., Montero Padrón, B., & Sánchez Gonzáles, K. (2018). La función social de la educación: referente teóricos actuales. Revista Conrado, 14(63), 259–267. http://conrado.ucf.edu.cu/index.php/conrado

Oz, A. (2014). De repente en lo profundo del bosque (Ediciones).

 

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